Santiago Abascal: otro hijo de Alava hace patria
Euskadi no es uniforme. Sus territorios son diferentes. Sus gentes también. Su régimen autonómico es muy especial. Cuatro Parlamentos y cuatro Gobiernos. El Estatuto de Guernica se completa con las Ley de Territorios Históricos que distribuye las competencias entre instituciones comunes y forales. Su pieza histórica es el Cupo al Estado y las Aportaciones entre Diputaciones y Gobierno Vasco, todo ello con determinadas peculiaridades en el régimen financiero y fiscal. Para algunos, auténticos privilegios, que son consecuencia del Pacto con la Corona en 1978.
El momento histórico de partida para su foralidad, se produce en "La voluntaria entrega" en las campas de Arriaga, cuando los alaveses pactan con el señor de Castilla la observancia de los buenos usos y costumbres del territorio en 1332. Hasta la dictadura, tras la guerra, mantuvo el Régimen Foral de los alaveses, convirtiéndolo en un instrumento capaz de impulsar un desarrollo espectacular fundamentado en los incentivos fiscales y la oferta de suelo industrial para las empresas guipuzcoanas que de otra manera deberían gastar en acondicionar los montes frente a la hospitalaria llanada del sur.
Hace veinte años, Unidad Alavesa estableció otro pacto. Esta vez con PP y PSE, con el fin de constituir el primer Gobierno constitucionalista de Euskadi, dejando en la oposición al omnipresente PNV. Habíamos logrado que Álava se convirtiera en la frontera con el nacionalismo vasco y sus innombrables derivadas. Aquella nueva fórmula alavesa cambió muchas actitudes políticas. Y tanto el PP como el PSOE descubrieron que no se podía seguir pactando con el nacionalismo, ya que no era la solución del problema vasco, era parte importante del problema. ¡Tomen nota para Cataluña!
Santiago Abascal Escuza, padre de Santiago Abascal Conde, fue amigo mío. La familia veraneaba en Sanxenxo. El joven Santi se crió en medio de la Euskadi "alegre y combativa" de las "herriko tabernas" (bares proetarras de la autodenominada izquierda abertzale - NdE-), dónde señalaban a los enemigos de la patria vasca y los condenaban a muerte. Es por tanto un español forjado en medio del terrorismo vasco donde su familia las pasó canutas. Por lo de pronto, el valor no sólo se le supone, lo tiene acreditado.
Cuando este mestizo entre alavés y gallega se hace mayor de edad decide dedicarse a la política en el seno del PP. Un PP que sigue haciendo virguerías para sumar escaños en Madrid. La desaparición de Unidad Alavesa les devuelve a posturas más posibilistas en las que vuelven a los arrumacos con el PNV. Tal actitud propia de los señoritos andaluces con despacho en Madrid, indigna al joven Abascal. Se hace firme partidario de María San Gil, que se engancha a la política tras ser secretaria de Gregorio Ordoñez y estar presente en aquel maldito garito "La Cepa" de la parte vieja en Donostia, cerca de donde nos había servido vinos un tal Valentín Lasarte -bajito y cabezón- y dónde un lunes al medio día, asesinan a mi amigo Goyo, siendo María la única presente que se lanza contra el pistolero de ETA cuando sale a trompicones del bar; pero no sólo mata, también logra con su vileza que una valerosa mujer ocupe el puesto del Concejal y Diputado.
Quienes han vivido sucesos de esta índole, se caracterizan por tres signos inconfundibles: son unos patriotas, son enemigos de cualquier carantoña con las ideas del nacionalismo, son imparables si deciden defender una causa. Sólo entendiendo lo que digo se puede comprender la perseverancia y capacidad de convicción de Santiago Abascal Conde.
Puedo no estar de acuerdo con determinados postulados de su formación política. Pero que nadie intente chulear al ciudadano Abascal y menos despreciarlo con estigmas facilones en el lenguaje que proporciona cartas de naturaleza entre derechas e izquierdas. Sobre todo cuando a la izquierda moderada le sobrepasa otra izquierda que no parece preocuparle a los mismos, esos predicadores que dan dicterios sobre los peligros acechantes a esta Europa que ha celebrado, con más pena que glorias, los veinte años del euro -la moneda de los mercaderes del Templo-. Otra cuestión que denuncia Abascal y que coincide con el sentimiento de muchos compatriotas, hartos de ser mercancía barata para los mercados y para la maldita globalización económica. Por cierto, no han entendido que en los EE.UU. su Presidente empezó su mandato con una frase demoledora: "América, lo primero".
Mientras en Álava, y en las calles con postín de Vitoria, los Alonso, Oyarzabal y Maroto lucen palmito madrileño en los fines de semana, Santiago Abascal siempre ha sido un obrero para la construcción de la ciudadanía española, dónde no se toleran los rancios Derechos Históricos, dónde se empieza a conectar con esa España harta de las asimetrías y desequilibrios entre el viejo ferrocarril del siglo XIX en Extremadura y los cómodos vagones de TAV en Cataluña y otros lares. Y es que este muchacho nacido en Amurrio, hijo de un pequeño comerciante, no soporta que la dignidad española tenga diferentes cuantías de trato por los Presupuestos Generales del Estado, que siempre benefician a los mismos y siempre se olvidan de los mismos.
Hace unos días, propio de las Navidades, recibí la llamada de un entrañable amigo. El Profesor Pedro San Cristóbal Murua. Patriota culto y decente. Hombre de honor, con el que tuve el privilegio de compartir Gobierno Foral en Álava, y que hizo por el patrimonio alavés, más que ningún vasco nacionalista. Por cierto que pasamos por la vergüenza que supuso devolver un magnífico cuadro de Murillo -"El Cazador- ya que tal obra del gran pintor del que se cumplen ahora cuatrocientos años a los vasquitos de la txalaparta se les antojó de poca importancia y demasiado español. Algo así como la cara de estreñimiento con hemorroides que se le ponía a un tal Eguibar cuando yo le preguntaba desde la tribuna del Parlamento por sus antepasados vascos que habían contribuido a la gran aventura de la Hispanidad. Y es que defender la cultura, el derecho al patrimonio histórico, a la verdad sin mitos, a la honorabilidad frente a las conductas bajunas de ciertos arribistas de la partitocracia, es patriotismo, como el que me enseñó un catalán español, Premio Nacional de Artesanía, Juan Queralt amante de Cervantes, que siempre dijo alto y claro: " Mi patria es el Quijote". Y es que en tal excelsa obra, hay respuestas para muchas cuestiones que hoy siguen siendo espacio para hacer país.
![[Img #15059]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/01_2019/750_captura-de-pantalla-2019-01-05-a-las-180248.png?39)
Euskadi no es uniforme. Sus territorios son diferentes. Sus gentes también. Su régimen autonómico es muy especial. Cuatro Parlamentos y cuatro Gobiernos. El Estatuto de Guernica se completa con las Ley de Territorios Históricos que distribuye las competencias entre instituciones comunes y forales. Su pieza histórica es el Cupo al Estado y las Aportaciones entre Diputaciones y Gobierno Vasco, todo ello con determinadas peculiaridades en el régimen financiero y fiscal. Para algunos, auténticos privilegios, que son consecuencia del Pacto con la Corona en 1978.
El momento histórico de partida para su foralidad, se produce en "La voluntaria entrega" en las campas de Arriaga, cuando los alaveses pactan con el señor de Castilla la observancia de los buenos usos y costumbres del territorio en 1332. Hasta la dictadura, tras la guerra, mantuvo el Régimen Foral de los alaveses, convirtiéndolo en un instrumento capaz de impulsar un desarrollo espectacular fundamentado en los incentivos fiscales y la oferta de suelo industrial para las empresas guipuzcoanas que de otra manera deberían gastar en acondicionar los montes frente a la hospitalaria llanada del sur.
Hace veinte años, Unidad Alavesa estableció otro pacto. Esta vez con PP y PSE, con el fin de constituir el primer Gobierno constitucionalista de Euskadi, dejando en la oposición al omnipresente PNV. Habíamos logrado que Álava se convirtiera en la frontera con el nacionalismo vasco y sus innombrables derivadas. Aquella nueva fórmula alavesa cambió muchas actitudes políticas. Y tanto el PP como el PSOE descubrieron que no se podía seguir pactando con el nacionalismo, ya que no era la solución del problema vasco, era parte importante del problema. ¡Tomen nota para Cataluña!
Santiago Abascal Escuza, padre de Santiago Abascal Conde, fue amigo mío. La familia veraneaba en Sanxenxo. El joven Santi se crió en medio de la Euskadi "alegre y combativa" de las "herriko tabernas" (bares proetarras de la autodenominada izquierda abertzale - NdE-), dónde señalaban a los enemigos de la patria vasca y los condenaban a muerte. Es por tanto un español forjado en medio del terrorismo vasco donde su familia las pasó canutas. Por lo de pronto, el valor no sólo se le supone, lo tiene acreditado.
Cuando este mestizo entre alavés y gallega se hace mayor de edad decide dedicarse a la política en el seno del PP. Un PP que sigue haciendo virguerías para sumar escaños en Madrid. La desaparición de Unidad Alavesa les devuelve a posturas más posibilistas en las que vuelven a los arrumacos con el PNV. Tal actitud propia de los señoritos andaluces con despacho en Madrid, indigna al joven Abascal. Se hace firme partidario de María San Gil, que se engancha a la política tras ser secretaria de Gregorio Ordoñez y estar presente en aquel maldito garito "La Cepa" de la parte vieja en Donostia, cerca de donde nos había servido vinos un tal Valentín Lasarte -bajito y cabezón- y dónde un lunes al medio día, asesinan a mi amigo Goyo, siendo María la única presente que se lanza contra el pistolero de ETA cuando sale a trompicones del bar; pero no sólo mata, también logra con su vileza que una valerosa mujer ocupe el puesto del Concejal y Diputado.
Quienes han vivido sucesos de esta índole, se caracterizan por tres signos inconfundibles: son unos patriotas, son enemigos de cualquier carantoña con las ideas del nacionalismo, son imparables si deciden defender una causa. Sólo entendiendo lo que digo se puede comprender la perseverancia y capacidad de convicción de Santiago Abascal Conde.
Puedo no estar de acuerdo con determinados postulados de su formación política. Pero que nadie intente chulear al ciudadano Abascal y menos despreciarlo con estigmas facilones en el lenguaje que proporciona cartas de naturaleza entre derechas e izquierdas. Sobre todo cuando a la izquierda moderada le sobrepasa otra izquierda que no parece preocuparle a los mismos, esos predicadores que dan dicterios sobre los peligros acechantes a esta Europa que ha celebrado, con más pena que glorias, los veinte años del euro -la moneda de los mercaderes del Templo-. Otra cuestión que denuncia Abascal y que coincide con el sentimiento de muchos compatriotas, hartos de ser mercancía barata para los mercados y para la maldita globalización económica. Por cierto, no han entendido que en los EE.UU. su Presidente empezó su mandato con una frase demoledora: "América, lo primero".
Mientras en Álava, y en las calles con postín de Vitoria, los Alonso, Oyarzabal y Maroto lucen palmito madrileño en los fines de semana, Santiago Abascal siempre ha sido un obrero para la construcción de la ciudadanía española, dónde no se toleran los rancios Derechos Históricos, dónde se empieza a conectar con esa España harta de las asimetrías y desequilibrios entre el viejo ferrocarril del siglo XIX en Extremadura y los cómodos vagones de TAV en Cataluña y otros lares. Y es que este muchacho nacido en Amurrio, hijo de un pequeño comerciante, no soporta que la dignidad española tenga diferentes cuantías de trato por los Presupuestos Generales del Estado, que siempre benefician a los mismos y siempre se olvidan de los mismos.
Hace unos días, propio de las Navidades, recibí la llamada de un entrañable amigo. El Profesor Pedro San Cristóbal Murua. Patriota culto y decente. Hombre de honor, con el que tuve el privilegio de compartir Gobierno Foral en Álava, y que hizo por el patrimonio alavés, más que ningún vasco nacionalista. Por cierto que pasamos por la vergüenza que supuso devolver un magnífico cuadro de Murillo -"El Cazador- ya que tal obra del gran pintor del que se cumplen ahora cuatrocientos años a los vasquitos de la txalaparta se les antojó de poca importancia y demasiado español. Algo así como la cara de estreñimiento con hemorroides que se le ponía a un tal Eguibar cuando yo le preguntaba desde la tribuna del Parlamento por sus antepasados vascos que habían contribuido a la gran aventura de la Hispanidad. Y es que defender la cultura, el derecho al patrimonio histórico, a la verdad sin mitos, a la honorabilidad frente a las conductas bajunas de ciertos arribistas de la partitocracia, es patriotismo, como el que me enseñó un catalán español, Premio Nacional de Artesanía, Juan Queralt amante de Cervantes, que siempre dijo alto y claro: " Mi patria es el Quijote". Y es que en tal excelsa obra, hay respuestas para muchas cuestiones que hoy siguen siendo espacio para hacer país.