Reflexiones
Estamos asistiendo desgraciadamente a un continuo goteo de casos en los que mujeres jóvenes, adolescentes y niñas están siendo agredidas, violadas es la palabra correcta, por grupos de hombres, tres, cuatro, cinco y por supuesto también por asaltantes que actúan solos.
Resultan hirientes y repugnantes estos comportamientos que lejos de menguar van in crescendo y que todo indica tienen un efecto contagio ya que cuando se hace público un caso, al poco tiempo se repite en otro lugar.
Presentan todos ellos un denominador común, que no pasa desapercibido; cuando se trata de presuntos agresores de nacionalidad española, o cuando algunos de ellos desempeñen unas determinadas profesiones, la difusión del suceso tiene una gran magnitud, el eco de esas noticias retumba a todas horas. Como debe ser.
Ahora bien, en otros casos, cuando la jauría atacante está formada por individuos procedentes de otros continentes, la resonancia de esos sucesos es diferente; pixelan los rostros de los presuntos agresores, se les ve de espaldas y ocultan celosamente la nacionalidad para no criminalizar a quienes comparten nacionalidad, creencias u otro tipo de características con los detenidos.
La cultura respecto a la mujer es muy diferente en los continentes americano y africano con la que prima en Europa y concretamente en nuestro país; vemos cómo muchas veces, demasiadas, hay gente que actúa de acuerdo a la idiosincrasia de sus respectivos países de origen e importan a nuestra sociedad dichos comportamientos, o, dicho de otro modo, exportan lo que allí es habitual desde siempre.
Es obvio que si un agresor es empleado de correos, taxista o trabaja como bancario, el hecho de divulgarlo no significa que quienes compartan profesión con esa gentuza deban sentirse aludidos ni marcados. Asimismo, si el violador profesa la fe evangélica, los protestantes, cristiana ortodoxa o católica, ello no quiere decir que todos aquellos que coincidan con su fe deban ser tachados de violadores.
La verdad de los hechos debe resplandecer limpia como una patena implique a quien implique. Desterremos de una vez por todas la llamada discriminación positiva y seamos todos tratados con igualdad.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria
Estamos asistiendo desgraciadamente a un continuo goteo de casos en los que mujeres jóvenes, adolescentes y niñas están siendo agredidas, violadas es la palabra correcta, por grupos de hombres, tres, cuatro, cinco y por supuesto también por asaltantes que actúan solos.
Resultan hirientes y repugnantes estos comportamientos que lejos de menguar van in crescendo y que todo indica tienen un efecto contagio ya que cuando se hace público un caso, al poco tiempo se repite en otro lugar.
Presentan todos ellos un denominador común, que no pasa desapercibido; cuando se trata de presuntos agresores de nacionalidad española, o cuando algunos de ellos desempeñen unas determinadas profesiones, la difusión del suceso tiene una gran magnitud, el eco de esas noticias retumba a todas horas. Como debe ser.
Ahora bien, en otros casos, cuando la jauría atacante está formada por individuos procedentes de otros continentes, la resonancia de esos sucesos es diferente; pixelan los rostros de los presuntos agresores, se les ve de espaldas y ocultan celosamente la nacionalidad para no criminalizar a quienes comparten nacionalidad, creencias u otro tipo de características con los detenidos.
La cultura respecto a la mujer es muy diferente en los continentes americano y africano con la que prima en Europa y concretamente en nuestro país; vemos cómo muchas veces, demasiadas, hay gente que actúa de acuerdo a la idiosincrasia de sus respectivos países de origen e importan a nuestra sociedad dichos comportamientos, o, dicho de otro modo, exportan lo que allí es habitual desde siempre.
Es obvio que si un agresor es empleado de correos, taxista o trabaja como bancario, el hecho de divulgarlo no significa que quienes compartan profesión con esa gentuza deban sentirse aludidos ni marcados. Asimismo, si el violador profesa la fe evangélica, los protestantes, cristiana ortodoxa o católica, ello no quiere decir que todos aquellos que coincidan con su fe deban ser tachados de violadores.
La verdad de los hechos debe resplandecer limpia como una patena implique a quien implique. Desterremos de una vez por todas la llamada discriminación positiva y seamos todos tratados con igualdad.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria