Profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo
Ricardo Ruiz de la Serna: "Si uno quiere comprender qué es ser europeo, debe volver la vista hacia Europa central"
Ricardo Ruiz de la Serna es profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo. También es investigador asociado del Instituto CEU de Estudios Históricos. Colabora habitualmente en medios de comunicación escribiendo sobre los temas de su especialidad: historia, política, terrorismo y religión en Oriente Medio, Extremo Oriente y el antiguo bloque socialista, con un interés especial por la historia y cultura del pueblo magiar.
Al leer sus artículos sobre Hungría uno tiene la impresión de que no sólo conoce nuestra historia y cultura, sino que también sabe leer en el alma húngara, como si sintiera lo que significa ser húngaro y centroeuropeo. ¿De dónde viene tanto interés por nuestra región?
Tal vez todo comenzase con la afición por la música de mis padres. Creo que el primer recuerdo que tengo de algo relacionado con Hungría fue la 5ª Danza Húngara de Brahms. Después vino el interés por la Historia de la Edad Media y el Renacimiento. El tiempo de János Hunyadi y Matías Corvino, que llegó a rivalizar con los grandes mecenas italianos, fue un momento resplandeciente en el Renacimiento europeo. Si uno quiere comprender en toda su extensión qué es ser europeo, debe volver la vista hacia Europa central y no sólo durante el periodo del Imperio de los Habsburgo y la Monarquía dual sino incluso más atrás. Recuerdo también que, cuando me inicié en la filatelia, cayó en mis manos una pequeña y modestísima pero muy entrañable colección de sellos húngaros. Aún la conservo. ¡Puede que Magyar Posta (Correo Húngaro) fuese una de mis primeras expresiones en húngaro!
La invasión otomana de Hungría, un tema que menciona con frecuencia en sus artículos, puso fin al poder medieval y renacentista del reino de Hungría. Al igual que la Reconquista sentó los cimientos de la nación española, la memoria histórica de la lucha contra los turcos es un elemento fundamental de la identidad húngara. ¿Hasta qué punto podemos encontrar paralelismos entre los dos procesos históricos?
Hay diferencias muy profundas, pero al mismo tiempo hay ciertas similitudes interesantes. Por una parte, por ejemplo, las virtudes caballerescas que se van forjando a lo largo de la Edad Media son compartidas en toda Europa. En esto, la influencia de la Iglesia católica fue decisiva en los dos países. El Camino de Santiago atrajo peregrinos que llegaban desde los territorios de la Hungría histórica. En la catedral de Santiago hay un confesionario cuya cartela reza “Pro lingua hungarica”. Los dos países conocieron la conquista islámica y la reconquista y sus reinos cristianos fueron valladares frente al avance del islam en los dos extremos de Europa. Sin embargo, sería impreciso remontarse sólo hasta la Edad Media y el siglo XVI. La influencia de Roma se deja sentir desde el limes de Panonia hasta el norte de África. En el Museo Nacional (Budapest) se exhibe una colección fabulosa de piezas romanas que muestran hasta qué punto hay una herencia común a España y Hungría.
En el castillo de Budapest también hay un monumento dedicado a los 300 héroes españoles que participaron en la reconquista de Buda en 1686. Sin embargo, cuatro siglos antes cientos de caballeros húngaros - que habían llegado a Aragón con Violante de Hungría, esposa de Jaime I el Conquistador - participaron en la reconquista de Valencia. ¿Sigue viva su memoria en España?
Me temo que, en general, es algo que sólo se conoce entre los especialistas en Historia medieval. Digo que este desconocimiento es una lástima porque la historia de la España medieval sólo puede comprenderse en relación con la del resto de Europa. La dimensión atlantista de la política de Castilla -el comercio de la lana, por ejemplo- o la expansión de la corona de Aragón por el Mediterráneo son episodios esenciales para entender los procesos históricos del periodo. Entre ellos, están los vínculos con el Imperio y la Europa danubiana. También estaba muy presente Hungría en la cultura religiosa a través de devociones como la de San Martín de Tours o la de Santa Isabel de Hungría. La desmemoria es un mal muy extendido por Europa. Sin embargo, creo que esto está cambiando gracias a la labor de la Embajada de Hungría en España, de las asociaciones de húngaros en nuestro país y de los hungarófilos.
También es usted crítico de cine. ¿Se conoce en España la cinematografía húngara?
Por desgracia, en general, las cinematografías de Europa Central han sido grandes desconocidas, aunque eso está cambiando. Las asociaciones culturales, las embajadas y los amigos de Hungría tienen un papel primordial en levantar el velo que se cierne sobre una cinematografía espléndida como la húngara. Tal vez el punto de inflexión vino con el Óscar a Mejor Película que ganó “El hijo de Saúl” en 2016, aunque algunos largometrajes como “Hijos de la gloria", de 2006, ya habían ido jalonando el camino para llegar a un público de masas interesado, por ejemplo, en el buen cine histórico.
¿Cree que la literatura húngara ha tenido más éxito? En las librerías de España siempre encuentro las obras principales de Sándor Márai e Imre Kertész, pero clásicos como Mór Jókai o Kálmán Mikszáth son desconocidos para el público español.
Sí. Lo son. En general, se conoce a los novelistas del siglo XX -Sándor Márai, Péter Esterházy, etc.- pero los poetas (Sándor Petőfi o Imre Madách, por ejemplo) o los dramaturgos -pensemos en Lajos Zilahy- son grandes desconocidos. También lo son los ensayistas. Hay problemas de traducción -es minoritaria, difícil, cara- pero también de las propias dinámicas de la industria cultural: la crítica, la edición, la difusión. Hungría -me refiero a la anterior a Trianón y no sólo al territorio de la actual- no está en la agenda de los países generadores de alta literatura como sí lo está Alemania o Francia. A diferencia de lo que sucede con la música, el genio húngaro en literatura sigue siendo un tesoro por descubrir para el gran público español. Recuerdo a una joven húngara que conocí en Madrid allá por los 90, Beáta Kisdi, que me regaló la traducción al español de "La tragedia del hombre” (Az ember tragédiája,1861) de Imre Madách, que aún conservo como un tesoro. ¡Ojalá lea esta entrevista y sepa que su regalo no fue en vano! (risas)
Aparte del español, usted habla inglés, francés, alemán, italiano y portugués, y chapurrea el serbocroata, el ruso y el chino mandarín. ¿Cómo va con el húngaro?
El húngaro me fascina. Voy poco a poco. Pude empezar a estudiarlo en la Escuela de Verano de la Universidad de Debrecen (Debreceni Nyári Egyetem), donde tuve profesores estupendos a quienes estoy muy agradecido, y sigo haciéndolo ahora en Madrid. Me parece una puerta de entrada magnífica para otros aspectos de la cultura. Por ejemplo, el verbo “összpontosít” -esa acción de concentrarse en varios puntos al mismo tiempo- permite entender las habilidades necesarias, por ejemplo, para montar a caballo gobernando la cabalgadura con las rodillas mientras se dispara con el arco. ¡Hacía falta concentrarse en muchas cosas para montar como los jinetes de Árpád! (risas). Si uno deja de prestarle atención a alguna de ellas, o se cae del caballo o yerra el tiro… o las dos cosas.
Últimamente han caído muchas flechas húngaras en el campo de batalla de la política europea. ¿Hasta qué punto se deben esos conflictos al desconocimiento de nuestra lengua, cultura y historia por parte de nuestros socios de Europa Occidental?
En el caso de la opinión pública en el resto de Europa, puede haber, sí, un desconocimiento de la lengua, la cultura y la historia. Ahí está la falta de perspectiva sobre las consecuencias del tratado de Trianón (1920), por ejemplo, o la complejidad de las sociedades centroeuropeas. Se habla de Hungría olvidando que el espacio de la cultura húngara es mucho más amplio que el que comprenden las fronteras actuales. (A consecuencia del tratado de Trianón, firmado después de la Primera Guerra Mundial, Hungría perdió el 72% de su territorio y el 64% de su población. M. Cs.)
Sin embargo, en el caso de la alta política, parece haber un discurso acerca de Hungría que viene quizás inspirado por otros intereses económicos y políticos. Aquí me parece que, más que un desconocimiento, hay una falta de adecuada valoración de la importancia que la historia y la cultura tienen en los procesos políticos. El pueblo húngaro -al menos en mi experiencia- siente un legítimo orgullo nacional por la lengua, la literatura, las tradiciones, etc. y cree que deben ser preservadas y cultivadas. No comparte el adanismo propio de la modernidad. Tampoco la niega, desde luego - y ahí está la Budapest de finales del XIX y principios del XX, que fue una de las ciudades más modernas de Europa- pero no rinde un culto a la novedad por el solo hecho de serlo. Creo que, en esto, las terribles experiencias del siglo XX ha desempeñado un papel que debe tenerse en consideración.
Ricardo Ruiz de la Serna es profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo. También es investigador asociado del Instituto CEU de Estudios Históricos. Colabora habitualmente en medios de comunicación escribiendo sobre los temas de su especialidad: historia, política, terrorismo y religión en Oriente Medio, Extremo Oriente y el antiguo bloque socialista, con un interés especial por la historia y cultura del pueblo magiar.
Al leer sus artículos sobre Hungría uno tiene la impresión de que no sólo conoce nuestra historia y cultura, sino que también sabe leer en el alma húngara, como si sintiera lo que significa ser húngaro y centroeuropeo. ¿De dónde viene tanto interés por nuestra región?
Tal vez todo comenzase con la afición por la música de mis padres. Creo que el primer recuerdo que tengo de algo relacionado con Hungría fue la 5ª Danza Húngara de Brahms. Después vino el interés por la Historia de la Edad Media y el Renacimiento. El tiempo de János Hunyadi y Matías Corvino, que llegó a rivalizar con los grandes mecenas italianos, fue un momento resplandeciente en el Renacimiento europeo. Si uno quiere comprender en toda su extensión qué es ser europeo, debe volver la vista hacia Europa central y no sólo durante el periodo del Imperio de los Habsburgo y la Monarquía dual sino incluso más atrás. Recuerdo también que, cuando me inicié en la filatelia, cayó en mis manos una pequeña y modestísima pero muy entrañable colección de sellos húngaros. Aún la conservo. ¡Puede que Magyar Posta (Correo Húngaro) fuese una de mis primeras expresiones en húngaro!
La invasión otomana de Hungría, un tema que menciona con frecuencia en sus artículos, puso fin al poder medieval y renacentista del reino de Hungría. Al igual que la Reconquista sentó los cimientos de la nación española, la memoria histórica de la lucha contra los turcos es un elemento fundamental de la identidad húngara. ¿Hasta qué punto podemos encontrar paralelismos entre los dos procesos históricos?
Hay diferencias muy profundas, pero al mismo tiempo hay ciertas similitudes interesantes. Por una parte, por ejemplo, las virtudes caballerescas que se van forjando a lo largo de la Edad Media son compartidas en toda Europa. En esto, la influencia de la Iglesia católica fue decisiva en los dos países. El Camino de Santiago atrajo peregrinos que llegaban desde los territorios de la Hungría histórica. En la catedral de Santiago hay un confesionario cuya cartela reza “Pro lingua hungarica”. Los dos países conocieron la conquista islámica y la reconquista y sus reinos cristianos fueron valladares frente al avance del islam en los dos extremos de Europa. Sin embargo, sería impreciso remontarse sólo hasta la Edad Media y el siglo XVI. La influencia de Roma se deja sentir desde el limes de Panonia hasta el norte de África. En el Museo Nacional (Budapest) se exhibe una colección fabulosa de piezas romanas que muestran hasta qué punto hay una herencia común a España y Hungría.
En el castillo de Budapest también hay un monumento dedicado a los 300 héroes españoles que participaron en la reconquista de Buda en 1686. Sin embargo, cuatro siglos antes cientos de caballeros húngaros - que habían llegado a Aragón con Violante de Hungría, esposa de Jaime I el Conquistador - participaron en la reconquista de Valencia. ¿Sigue viva su memoria en España?
Me temo que, en general, es algo que sólo se conoce entre los especialistas en Historia medieval. Digo que este desconocimiento es una lástima porque la historia de la España medieval sólo puede comprenderse en relación con la del resto de Europa. La dimensión atlantista de la política de Castilla -el comercio de la lana, por ejemplo- o la expansión de la corona de Aragón por el Mediterráneo son episodios esenciales para entender los procesos históricos del periodo. Entre ellos, están los vínculos con el Imperio y la Europa danubiana. También estaba muy presente Hungría en la cultura religiosa a través de devociones como la de San Martín de Tours o la de Santa Isabel de Hungría. La desmemoria es un mal muy extendido por Europa. Sin embargo, creo que esto está cambiando gracias a la labor de la Embajada de Hungría en España, de las asociaciones de húngaros en nuestro país y de los hungarófilos.
También es usted crítico de cine. ¿Se conoce en España la cinematografía húngara?
Por desgracia, en general, las cinematografías de Europa Central han sido grandes desconocidas, aunque eso está cambiando. Las asociaciones culturales, las embajadas y los amigos de Hungría tienen un papel primordial en levantar el velo que se cierne sobre una cinematografía espléndida como la húngara. Tal vez el punto de inflexión vino con el Óscar a Mejor Película que ganó “El hijo de Saúl” en 2016, aunque algunos largometrajes como “Hijos de la gloria", de 2006, ya habían ido jalonando el camino para llegar a un público de masas interesado, por ejemplo, en el buen cine histórico.
¿Cree que la literatura húngara ha tenido más éxito? En las librerías de España siempre encuentro las obras principales de Sándor Márai e Imre Kertész, pero clásicos como Mór Jókai o Kálmán Mikszáth son desconocidos para el público español.
Sí. Lo son. En general, se conoce a los novelistas del siglo XX -Sándor Márai, Péter Esterházy, etc.- pero los poetas (Sándor Petőfi o Imre Madách, por ejemplo) o los dramaturgos -pensemos en Lajos Zilahy- son grandes desconocidos. También lo son los ensayistas. Hay problemas de traducción -es minoritaria, difícil, cara- pero también de las propias dinámicas de la industria cultural: la crítica, la edición, la difusión. Hungría -me refiero a la anterior a Trianón y no sólo al territorio de la actual- no está en la agenda de los países generadores de alta literatura como sí lo está Alemania o Francia. A diferencia de lo que sucede con la música, el genio húngaro en literatura sigue siendo un tesoro por descubrir para el gran público español. Recuerdo a una joven húngara que conocí en Madrid allá por los 90, Beáta Kisdi, que me regaló la traducción al español de "La tragedia del hombre” (Az ember tragédiája,1861) de Imre Madách, que aún conservo como un tesoro. ¡Ojalá lea esta entrevista y sepa que su regalo no fue en vano! (risas)
Aparte del español, usted habla inglés, francés, alemán, italiano y portugués, y chapurrea el serbocroata, el ruso y el chino mandarín. ¿Cómo va con el húngaro?
El húngaro me fascina. Voy poco a poco. Pude empezar a estudiarlo en la Escuela de Verano de la Universidad de Debrecen (Debreceni Nyári Egyetem), donde tuve profesores estupendos a quienes estoy muy agradecido, y sigo haciéndolo ahora en Madrid. Me parece una puerta de entrada magnífica para otros aspectos de la cultura. Por ejemplo, el verbo “összpontosít” -esa acción de concentrarse en varios puntos al mismo tiempo- permite entender las habilidades necesarias, por ejemplo, para montar a caballo gobernando la cabalgadura con las rodillas mientras se dispara con el arco. ¡Hacía falta concentrarse en muchas cosas para montar como los jinetes de Árpád! (risas). Si uno deja de prestarle atención a alguna de ellas, o se cae del caballo o yerra el tiro… o las dos cosas.
Últimamente han caído muchas flechas húngaras en el campo de batalla de la política europea. ¿Hasta qué punto se deben esos conflictos al desconocimiento de nuestra lengua, cultura y historia por parte de nuestros socios de Europa Occidental?
En el caso de la opinión pública en el resto de Europa, puede haber, sí, un desconocimiento de la lengua, la cultura y la historia. Ahí está la falta de perspectiva sobre las consecuencias del tratado de Trianón (1920), por ejemplo, o la complejidad de las sociedades centroeuropeas. Se habla de Hungría olvidando que el espacio de la cultura húngara es mucho más amplio que el que comprenden las fronteras actuales. (A consecuencia del tratado de Trianón, firmado después de la Primera Guerra Mundial, Hungría perdió el 72% de su territorio y el 64% de su población. M. Cs.)
Sin embargo, en el caso de la alta política, parece haber un discurso acerca de Hungría que viene quizás inspirado por otros intereses económicos y políticos. Aquí me parece que, más que un desconocimiento, hay una falta de adecuada valoración de la importancia que la historia y la cultura tienen en los procesos políticos. El pueblo húngaro -al menos en mi experiencia- siente un legítimo orgullo nacional por la lengua, la literatura, las tradiciones, etc. y cree que deben ser preservadas y cultivadas. No comparte el adanismo propio de la modernidad. Tampoco la niega, desde luego - y ahí está la Budapest de finales del XIX y principios del XX, que fue una de las ciudades más modernas de Europa- pero no rinde un culto a la novedad por el solo hecho de serlo. Creo que, en esto, las terribles experiencias del siglo XX ha desempeñado un papel que debe tenerse en consideración.











