Jueves, 25 de Septiembre de 2025

Actualizada Miércoles, 24 de Septiembre de 2025 a las 17:13:34 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Miércoles, 30 de Enero de 2019 Tiempo de lectura:
Por dinero, la democracia se destruye a sí misma, después de que el dinero haya destruido el espíritu

Liberalismo, elitismo y realismo en la obra de Oswald Spengler (*)

[Img #15155]Hace exactamente cien años apareció uno de los libros más importantes y probablemente el menos comprendido de cuantos vieron la luz en el siglo XX: Der Untergang des Abendlandes ("La Decadencia de Occidente") de Oswald Spengler. 

 

El libro fue objeto de muchas críticas desde el momento mismo de la publicación, probablemente porque su autor se estaba burlando -con ironía e irreverentemente- de diversas espíritus (de derecha e izquierda) que pretendían "salvar el mundo ". Y debido al determinismo histórico inexorable que profesaba Spengler, éste libro no podía sino generar un profundo malentendido por parte de los lectores. Pero fue sobre todo el término Untergang (Es decir, en alemán, a la vez   "naufragio" y "declive"), un elemento importante para comprender tanto el éxito de ventas de su trabajo como la oposición de los historiadores, que generalmente no son muy hiperbólicos, factor que creó el mayor malentendido, como lo lamentó el propio Spengler: "Hay gente que confunde decadencia (Untergang) de la antigüedad con el hundimiento (Untergang) de un crucero. El significado de 'catástrofe' no está contenido en esta palabra. Si dijéramos 'terminación' en lugar de 'declive', eliminaríamos el lado 'pesimista' sin transformar el significado fundamental del término."

 

Incluso hoy en día, el debate sobre Oswald Spengler se basa en premisas fundamentalmente falsas, curiosamente, basadas en una asombrosa doble superposición de las posiciones ideológicas de los lectores.

 

Por lo tanto, aquellos que, al igual que el propio Spengler, sienten un profundo apego a la historia occidental, tienden a minimizar las predicciones de Spengler para convertir su obra en una simple distopía que hay que evitar. Mas usan el término "decadencia de Occidente" con el fin de advertir al público contra las consecuencias desastrosas del individualismo, la inmigración, el modernismo, el capitalismo desenfrenado o la tecnocracia y, al mismo tiempo, proponen una serie de reformas diseñadas para superar esta evolución.

 

Pero al actuar así solo se muestra una cosa: que ese tipo de lector no ha entendido el verdadero mensaje de Spengler. De hecho, no hay ninguna razón para suponer que Occidente pueda evitar el destino de todas las demás civilizaciones, porque la historia no nos enseña cómo dibujar libremente el futuro, sino que sólo puede realizarse en los estrechos límites de nuestro margen de maniobra: "No tenemos la libertad de alcanzar esto o aquello, sino solo hacer lo que sea necesario, o nada en absoluto. Y una tarea impuesta por la necesidad de la historia siempre se resuelve, con o contra el individuo."

 

Pero aquellos que también rechazan el llamado "conservadurismo de Spengler" en favor del multiculturalismo, el liberalismo y la democracia de masas no hacen justicia al espíritu de la obra, ya que parecen curiosamente conscientes de que la morfología cultural de Spengler ofrece la victoria (transitoria)  -en última instancia legitimadora perfecta- de sus propias posiciones políticas. Nos guste o no, "el socialismo, el impresionismo, los ferrocarriles eléctricos, los torpedos y el cálculo diferencial forman parte del ocaso del destino de Occidente, y sólo un ingenuo soñador podría esperar un retorno a un pasado irremediablemente perdido. El que no se da cuenta de este hecho, no tiene más importancia entre los hombres de su generación. Sigue siendo un tonto, un curandero o un pedante."

 

Antes, como ahora, Spengler se encuentra en una especie de zona neutra ideológicamente hablando, y la estima que le tienen, tanto como su rechazo, se basan generalmente en los primeros pasos dados al aproximarse a su obra, pasos que pasan por alto el verdadero núcleo de su pensamiento. En este contexto, veamos más de cerca la extrema importancia del llamado "elitismo" spengleriano para estas dos interpretaciones antagónicas.

 

En primer lugar, se debe admitir que Spengler fue influenciado, como muchos de sus contemporáneos (a izquierda y a la derecha), por el elitismo de un Friedrich Nietzsche quien, por supuesto, fue solo uno de los muchos expositores de una filosofía vitalista cuyo rango va desde el pesimismo schopenhaueriano hasta las especulaciones darwinistas-sociales y la estética de la decadencia. Sin embargo, el elitismo de Spengler es radicalmente diferente del eurocentrismo y el racismo de muchos de sus contemporáneos. Por lo tanto, insiste, por un lado, en que todas las grandes civilizaciones, sin excepción, deben ser juzgadas sencillamente como autorrealizaciones de un potencial humano radicalmente equivalente en su totalidad, y, como explica en otra parte, tomando en cuenta que la verdadera "raza" no reside en ninguna pureza de linaje, sino únicamente en la intensidad con que el hombre se identifica con la evolución de su civilización: "Nunca se puede repetir lo suficiente que el origen fisiológico existe sólo para la ciencia y nunca para el sentimiento popular. Tener `raza' no es algo material, sino cósmico, direccional; es el sentimiento de unión con el destino, un paso y un camino paralelo a la existencia histórica."

 

Obviamente, esto no cambia el hecho de que la Historia, para Spengler, es esencialmente equivalente a "la lucha del hombre contra su entorno".  Y esto en el sentido de Nietzsche como una lucha que surge de la voluntad de poder, cruel, despiadada, una lucha sin cuartel… "y que el hombre, "ese cervatillo ingenioso", tiende no solo a cooperar, sino también a formar jerarquías". El elitismo de Spengler difiere del liberalismo contemporáneo en el hecho de que las instituciones políticas concretas de la democracia moderna, como hoy se entienden, no tienen valor intrínseco, sino que todo dependerá de la calidad de la mentalidad de los ciudadanos y, especialmente, del contexto histórico. En todas partes, son los fuertes los que, más o menos atenuados por la ley, la tradición o la opinión pública, pueden ascender al rango de príncipes, magnates de la economía o parlamentarios, de modo que el verdadero contenido de la historia humana no reside en un aumento teleológico en el acceso de masas cada vez mayores a la autodeterminación política, como en Hegel. Por el contrario, la historia consiste más bien en una serie paralela en una dinámica autónoma, donde el ejercicio del poder está sujeto, en todas las civilizaciones, en un primer proceso de autolimitación hacia arriba y hacia abajo, de modo que la  democracia  moderna no constituye el cénit, sino que, por el contrario, es el final de este proceso en el que "cuanto más desaparecen las divisiones sociales y profesionales históricamente crecidas, y cuanto más se deforma la masa de votantes, más desamparados quedan éstas a merced de los nuevos poderes, los dirigentes del partido, que dictan su voluntad a las masas con todos los medios de coacción intelectual. »

 

Sin lugar a dudas, la idealización del lado salvaje del ser humano que Spengler promueve, ocultando ciertamente, como en Nietzsche, una cierta sobrecompensación de sus propias debilidades, tiende a perder de vista el sufrimiento de todos los que se convierten en víctimas de este matadero en el cual, para citar a Hegel, "la felicidad de los pueblos, la sabiduría de los estados y la virtud de los individuos han sido sacrificadas". Sin embargo, mostrarse indignado con Spengler por su supuesta falta de compasión por las víctimas de la historia no es una prueba de que la historia en sí tenga más compasión por sus actores, debido a una demanda ética dirigida al futuro humano, exigencia la cual no permite de ninguna manera corregir retrospectivamente hechos históricos ya pasados; para citar a Spengler: "La historia mundial es también un tribunal histórico. Siempre ha dado razón a existencias más fuertes, más llenas, más seguras de sí mismas, es decir, da una razón para existir [...]  ; y ella siempre ha condenado [...] a muerte a aquellos hombres y personas que prefirieron la verdad a las acciones."

 

Si es fundamentalmente el campo político liberal de izquierda el que tiende a criticar a Spengler por su elitismo y su supuesta hostilidad a la democracia, esto no deja de ser cómico. Por un lado, es sobre todo el siglo XXI el que ha demostrado a todos aquellos que dudan aún, que la victoria de la democracia y el liberalismo genera un orden mundial internacionalista, con instituciones esenciales como la ONU, el FMI, la OTAN o la UE, instituciones las cuales difícilmente pueden considerarse democráticas y, además, estas instituciones están íntimamente vinculadas a un orden social que ha generado el máximo punto histórico en cuanto a concentración de poder y propiedad en las manos de una pequeña élite. 

 

Criticar tanto a Spengler por su elitismo no parece una contribución realista a la reflexión sobre la Historia y mucho menos un argumento basado en los hechos, sino una mera forma de indignación hacia una persona que presentó cómo eran (y son) las cosas en lugar de presentarlas  cómo deberían ser... Por otro lado, Spengler, en una inspección más cercana, no es tan diferente del análisis político y social del mismo Marx, por lo que es sorprendente que una recepción socialista "positiva"  de Spengler brille por su ausencia. De hecho, al igual que Marx, Spengler observa una evolución general de una sociedad primitiva y monocrática a través de etapas feudales y burguesas a un sistema capitalista extremo y se diferencia del determinismo marxista, aparte de la diferencia fundamental entre el materialismo socialista y el vitalismo spengleriano, solo en la medida en que esta evolución no concierne a la historia del mundo en su totalidad, sino a cada una de las civilizaciones superiores por separado y en paralelo. 

 

Por lo tanto, al final de cada evolución individual, no encontramos la dictadura del proletariado y, por lo tanto, una especie de estado utópico, sino la transición del capitalismo monopolista a una autocracia final , y por lo tanto el retorno a los comienzos de cada una de las civilizaciones. Evolución, sí, aunque sin ninguna posibilidad de una verdadera renovación creativa (que es la razón por la cual Spengler no podía considerar las democracias del siglo XX sino como interludio plutocrático en camino a la guerra civil, el cesarismo y la autocracia): "Por dinero, la democracia se destruye a sí misma, después de que el dinero ha destruido el espíritu. Pero es precisamente porque todos los sueños han desaparecido [...] que se despierta entonces una profunda nostalgia por todo lo que aún vive en tradiciones antiguas y nobles. Estamos cansados ​​de la economía financiera que nos causa el más profundo disgusto. Esperamos que pueda producirse una redención, sin importar de dónde proceda [...]. Pero es precisamente por esta razón que se levanta la lucha final entre democracia y cesarismo, entre los líderes de una economía capitalista dictatorial y la voluntad puramente política de los césares. "

 

Esto nos lleva al elemento final de la crítica del supuesto elitismo de Oswald Spengler, que es probablemente el más importante. De hecho, Spengler no rechaza la democracia moderna desde un punto de vista absoluto, sino que da voz a la creencia de que la democracia es en realidad un evento central en la evolución de todas las culturas humanas y no el objetivo final y la historia humana intencional, porque es inevitable que antes o más tarde la democracia se transforme, por su dinámica interna, en su opuesto, otro punto donde los análisis socioeconómicos de Spengler se acercan mucho más a la crítica marxista del parlamentarismo burgués que a la crítica de muchos de los partidos en la izquierda. De esta manera leemos: "Si una potencia electoral puede aportar lo que un idealista espera, sería necesario que no hubiera una élite gobernante que pudiera influir de acuerdo con sus intereses y el capital disponible para los votantes. Desde el momento en que existe tal élite, el voto tiene sólo la función de censura... Al final, todo el mundo se da cuenta de que el derecho general al voto ya no incluye ningún derecho real, ni siquiera el derecho a elegir entre partidos, porque los poderes políticos que han crecido en esta tierra dominan todos los medios intelectuales que controlan el discurso oral y escrito con dinero y, por lo tanto, pueden dirigir la opinión política del individuo como deseen."

 

Esta no es la afirmación de un "anti-demócrata" que, considerando todos los órdenes sociales posibles, prefiere el cesarismo y rechaza la democracia, sino la conciencia de un pensador que ya no se hace ilusiones sobre las dinámicas autónomas de la Historia. Y es probablemente esta actitud la que representa, a los ojos de los contemporáneos, la más seria de las herejías de las que Spengler pudo haber sido culpable. Su rechazo del liberalismo no se basa en razones políticas, sino más bien se fundamenta en su relatividad como un acontecimiento histórico puramente transitorio...

 

¿Podemos permitirnos el lujo - especialmente hoy en día, donde el liberalismo de la época de postguerra se avecina lentamente a su fin, y donde la presión externa e interna en Occidente se hace casi insoportable - negar los hechos ostensibles de la situación política mundial en favor de un dudoso ideal político moral? ¿Podemos continuar luchando obstinadamente en las batallas de un pasado ya dejado atrás, en lugar de prepararnos resueltamente para los horribles conflictos que nos esperan en un futuro no muynlejano? Spengler diría: "Si usamos la espinosa palabra 'libertad', ya no se nos permite hacer esto o aquello, sino solo lo que es necesario o no. Considerar esta elección como "buena" caracteriza al hombre de acción. Por otro lado, lamentarlo y criticarlo no significa que se pueda cambiar."

 


 

La versión original de este texto fue publicada en alemán bajo el título " Müde der Macht des Geldes", en la publicación Cato 5, 2018, p. 72-76. Una versión francesa apareció en la revista Éléments, Nº 175, p. 77-79. La traducción al español, en exclusiva para la La Tribuna del País Vasco, se publica aquí con la autorización expresa del autor.

 

David Engels es presidente de la Oswald Spengler Society for the Study of Humanity and World History [https://www.oswaldspenglersociety.com/]. Es titular de la cátedra de Historia de Roma en la Universidad Libre de Bruselas.

Etiquetada en...

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.