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Martes, 12 de Febrero de 2019 Tiempo de lectura:

Iñaki Ezkerra: “Quien quiera verdadera memoria histórica que lea a Baroja”

[Img #15215]Conozco personalmente a Iñaki Ezkerra desde hace veinte años, en la gestación del Foro Ermua y su desarrollo posterior, siempre implicado en la denuncia y combate al totalitarismo, sea éste del signo que fuera, y, en aquellos años, obviamente, en oposición frontal a ETA.

 

Antinacionalista como yo, contrario a los movimientos populistas como el de Podemos y defensor a ultranza de las libertades individuales, siempre se ha caracterizado por su compromiso con la democracia, y, consiguientemente, con la defensa de la Constitución. Eso sí, desde un planteamiento crítico, pero con la absoluta convicción de que fuera de las reglas de juego que nos hemos dado y del marco jurídico solo hay el reino del caos y de la selva.

 

Iñaki Ezkerra es un intelectual incorruptible. Como todo pensador auténtico, es insobornable ante las modas y las ofensivas de la corrección política; sin ataduras, sin vasallajes al poder establecido, independiente en sus posiciones, lo que le ha acarreado algunos sinsabores y esa sensación de soledad que suele rodear a cualquier espíritu que vuela sin lastres. Articulista de calidad reconocida e incuestionable, autor de libros en diferentes géneros literarios que van del ensayo a la poesía, muchos de ellos se hallan ligados inevitablemente al análisis de los fenómenos políticos actuales. Su maestría en la utilización de los recursos del lenguaje, de las figuras retóricas y de una incomparable ironía le convierten en una de las referencias principales de la intelectualidad española para todo aquel que quiera entender las décadas de nuestra democracia desde la Transición.

 

Hacer un recorrido por su obra alargaría en exceso este preámbulo, pero quiero mencionar su ensayo “Los totalitarismos blandos”, que publicó hace dos años y que resulta imprescindible para diseccionar los principales problemas que hoy aquejan a la nación española. Ahora Iñaki Ezkerra acaba de publicar “La voz de la intemperie”, otro libro de carácter ensayístico de tono más literario que el anterior pero de la misma temperatura crítica, ya que gira en torno a una figura tan esencial como Pío Baroja y a su compromiso con la verdad en unos tiempos difíciles.

 

De ese libro precisamente hablamos en esta entrevista con motivo de su doble presentación en Bilbao (el 12 de febrero FNAC) y en Vitoria (el 13 de febrero en la sala Ignacio Aldecoa). El volumen se inscribe en la colección “Baroja & yo”, creada por el editor navarro Joaquín Ciáurriz, propietario de IPSO Ediciones, y en la que diversos autores (Luis Antonio de Villena, Manuel Hidalgo, Jon Juaristi, Eduardo Mendoza…) hablan de su relación personal con el legado barojiano.

 

-Iñaki, acabas de escribir un libro sobre Pío Baroja, titulado “La voz de la intemperie”.  ¿Cuál es el motivo que ha dado pie a este libro y por qué sobre Pío Baroja?

 

- El libro fue una propuesta de Joaquín Ciáurriz, el editor, a quien Soledad Puértolas había dado mi nombre, y la acepté inmediatamente porque Baroja no es un escritor más. Es el escritor. Y porque entiendo muy bien que quiere decir “lo barojiano”. Normalmente esas adjetivaciones del nombre de un autor -lo faulkneriano, lo benetiano, lo kafkiano…- suelen apelar a una cristalización, a una academización, a una afectación del estilo. Son expresiones que actúan nada inocentemente como “gentilicios”, como títulos de pertenencia a un lugar o como marcas de fábrica, y que convierten incluso un estilo auténtico y genuino en manierismo. Lorca no era afectado, pero sí lo suelen ser los “lorquianos”. En Baroja, en cambio, el estilo es la total  carencia de afectación. Decir “barojiano” es apelar a una literatura sin literatura, surgida en la intemperie, en los extrarradios de la estilización manierista, de la imitación afectada; en las afueras de lo literario. Se puede ser barojiano sin imitar a Baroja, siendo como es uno. Se puede y se debe. No habría nada menos barojiano que un imitador de Baroja. Y alguno hay por ahí.

 

- En tu libro asocias el personaje y la obra barojiana a tu infancia y adolescencia. ¿Tan identificado te sientes con don Pío? ¿Por qué?

 

- Lo cuento en las primeras páginas. Las novelas de Baroja fueron mis primeras lecturas. Mi madre, que era una gran lectora y que no sabía encenderse un pitillo porque se ponía a toser, guardaba aquellos libros bajo llave en un armario donde también había unos cuantos cartones de LM. A ella le parecía que a los doce años yo no tenía edad ni de leer a Baroja ni de fumar. Naturalmente, en cuanto se iba de casa, yo me las arreglaba para hacer las dos cosas. Abría aquel armario y leía a Baroja, fumando. La prohibición actuaba como un gran estímulo. Muchas veces he pensado que el mejor método para estimular la lectura, entre la gentecilla joven, sería prohibírsela o ponerles alguna dificultad. Para mi generación, que vivió la última etapa del franquismo, era muy emocionante leer a los autores prohibidos o a los tolerados, pero mal vistos por el régimen. La prohibición y el difícil acceso a ciertas obras, creó una efervescencia cultural impagable, que en España, desde la Transición y la Pretransición no ha vuelto a producirse. Pero, centrándonos en el descubrimiento de Baroja, su lectura fue para mí una revelación. El mundo que veía no me gustaba y en Baroja encontraba la explicación de por qué no me gustaba. No me gustaban los curas del colegio de La Salle, al que iba, ni la tristeza ni la furia vesánica, ni el retorcimiento moral que transmitían, ni su modo de entender la vida. Y en Baroja encontraba a un cómplice. Baroja criticaba al clero carlista y trabucaire, al militarismo engreído de la Restauración, a las fuerzas vivas de la tradición. Y también criticaba la impostura, la palabrería y el revanchismo revolucionarios. Detestaba la hipocresía, el fariseísmo tanto de las derechas como de las izquierdas.

 

- En el libro hablas de tu familia materna, que era navarra, y dices que tenías una abuela barojiana.

 

- Sí. Mi madre, como mi abuelo, eran de Viana, y mi abuela de un pueblo de la merindad de Estella llamado Torres del Río. Vivieron en San Sebastián hasta que la Guerra Civil les obligó a trasladarse a Bilbao. De este modo, dos mundos tan referenciales en la vida y en la obra de Baroja como el navarro y el guipuzcoano del primer tercio del siglo XX, formaban parte de mi universo familiar. Mi abuela materna era la memoria de la guerra y de la España anterior a la guerra. Y además sabía narrar muy bien, con un estilo algo desmadejado como el de Baroja, haciendo paradas y remansos por el mero placer de detenerse en una digresión. Era la única que hablaba en casa de esos temas y lo hacía un poco a espaldas de mi abuelo y de mis padres. Ella fue la persona a la que yo le podía consultar sobre quiénes eran, cómo eran o qué pensaban los anarquistas, los socialistas, los comunistas y todas las demás filiaciones ideológicas que encarnaban los personajes de los libros de “La lucha por la vida” o de “Las ciudades”.

 

- La España de esas novelas que citas es practicamente la de los primeros lustros del pasado siglo. ¿Te parecía trasladable esa realidad a la de los años 60 y 70, que son los de tu infancia y adolescencia?

 

-Por desgracia hay defectos españoles que no mueren nunca. Son como la materia, que ni se crea ni se destruye sino que sólo se transforma. En una de esas novelas, “La sensualidad pervertida”, Baroja habla de un mal patrio: “la cleromilitarina”. La que él más conoció era la de la España tradicionalista. Pero en mi colegio ese fenómeno tuvo un relevo y una transformación. La generación de curas falangistas y carlistas fue reemplazada por la de los jóvenes curas nacionalistas y marxistas que te llevaban al monte a poner la ikurriña y que simpatizaban con ETA o colaboraban con ETA directamente. Esa fue la versión renovada de “la cleromilitarina” barojiana. En el País Vasco hubo mucho objetor de conciencia que se creía antimimilitarista pero que luego hizo voluntariamente la mili en ETA. En mi propia familia hubo un sector carlista que se volvió nacionalista radical y con el que tuve que dejar de hablarme porque me resultaba insufrible.

 

- ¿Hasta qué punto Baroja ha influido en tu forma de escribir y en tus motivaciones como escritor?

 

- En el libro, digo que Baroja criticó abierta y valientemente la sociedad de su tiempo, pero sin tratar de avalarse con etiquetas ideológicas. Baroja dice lo que no le gusta, pero no pretende nunca hablar en nombre del socialismo ni de la Iglesia ni de la moral pública ni de nada sino en nombre de sí mismo. Habla desde la intemperie de la cultura y la civilización. Eso es lo que me ganó de él desde mis primeras lecturas y lo que siempre me ha parecido un modelo a seguir: ese modo de mojarse, de tirarse al agua sin guardar la ropa, sin paracaídas; ese sentido de la independendencia que le hizo cambiar su trabajo de médico por el oficio de panadero y luego dejar la pandadería para poder escribir tranquilo. A Baroja, el prestigio social le daba igual. Y eso lo transmite en su literatura, en sus valores, el el respeto que siente hacia la condición humana.

 

- ¿Tiene traslación el pensamiento barojiano al momento actual? ¿Sus posicionamientos en su época son transferibles al panorama político y social que tenemos en el momento presente?

 

- Claro que son transferibles. Y precisamente por lo que acabo de comentar. Al hablar sólo en nombre de sí mismo y no erigirse en representante de nada, es lo contrario de los populistas de derechas o de izquierdas, que hablan siempre en nombre del pueblo, la patria, la clase trabajadora, la mujer… Por otra parte, Baroja es el gran memorialista de la Guerra Civil y la cuenta con una pasmosa objetividad, describiendo la barbarie en los dos bandos, lo fácil que era en aquellos tristes días que a un pobre sacerdote le abrieran la cabeza simplemente por su condición eclesiástica o que a un pobre le pusieran fama de masón y de practicar ritos satánicos para fusilarlo. Quien hoy quiera verdadera “memoria histórica” que lea a Baroja; que lea las novelas de su ciclo “Las saturnales” y los volúmenes que dedicó a sus experiencias durante en la serie “Desde la última vuelta del camino”.

 

-¿Cuál es la idea preeminente que destacarías del pensamiento filosófico, antropológico y existencial de Pío Baroja?

 

- El respeto a la inteligencia y a la bondad de las personas. Baroja en esto es profundamente interclasista o incluso anticlasista. Se rinde ante la autenticidad de las personas, ante los temperamentos honestos y el descaro gracioso de las prostitutas que describe. Es absolutamente moderno y progresista en este aspecto. Y además, lo es de un modo natural, nada impostado. Es algo que le sale de dentro. Por eso también me parece una referencia tan fundamental para este presente de la impostura o como le llaman ahora “el postureo”. Una referencia no sólo literaria sino social y ética.

 

[Img #15214]- Hay un momento en tu libro en que desmontas el tópico de su misoginia y lo defines como “el gran retratista de la mujer”en la novela, al igual que en la pintura Romero de Torres o Ignacio Zuloaga …

 

- Sí. Baroja retrata a la mujer como es; no intenta halagarla; no la presenta estilizada ni sublimada. Demuestra que el realismo puede ser la mejor forma de respeto hacia ella porque la acepta como es. “En los caprichos de la suerte” toma partido por dos personajes femeninos, Gloria y Julia, que prefieren ser independientes y ganarse la vida trabajando duro en un hotel de Suiza antes que atarse a un hombre. De la primera dice que “tenía un fondo de aventurera” y de la segunda que “en el fondo se alegraba de que le hubiera decepcionado su matrimonio porque no tener pareja le dejaba el campo abierto para sus fantasías, para sentirse libre y para hacer lo que le diera la gana”.

 

- Como vascos que somos tú y yo, ¿en qué te sientes identificado con la visión de lo vasco que tenía Baroja y en qué no; si hay algo que no compartes de su modo de relacionarse con la antropología vasca y los fenómenos nacionalistas que emergían en su tiempo?

 

- Baroja vive su condición de español con absoluta naturalidad. Precisamente, cuando en “Las inquietudes de Shanti Andía” profundiza en el paisaje vasco y en la vocación del mar de los hombres de nuestra tierra, habla de todos los grandes marinos cuya memoria está tratando de rehabilitar hoy la España más culta. Habla de Juan Sebastián Elcano, de Oquendo, de Blas de Lezo, de Churruca, de Echaide, de Recalde, de Gaztañeta… Y lo hace sin que eso le cree ningún conflicto ni le despierte ningún complejo.

 

-¿Qué es lo que, a tu modo de ver, diferencia a Baroja del resto de los escritores de su tiempo?

 

- Fundamentalmente, su sobriedad, y su falta total de cálculo interesado al mostrar simpatía o admiración por alguien, así como al mostrar el asco que le daban ciertas actitudes y conductas.

 

- ¿Qué libros te han gustado más de la colección “Baroja & yo” del sello IPSO Ediciones?

 

-La verdad es que me han gustado todos porque todos reparan en una faceta específica de Baroja. Me gustó mucho “Lúcida melancolía” de Soledad Puértolas, que es el que abría la colección. De los últimos publicados me han gustado mucho el de Mariano Zabía, titulado “La sensación de lo ético”, y el de Eduardo Mendoza, “Por qué nos quisimos tanto”. El primero se detiene en un aspecto esencial, el de la dignidad moral en Baroja y en sus personajes. El segundo revela unas claves fundamentales de la influencia de Baroja en el autor de “El misterio de la cripta embrujada”. También me parece muy interesante el volumen de Amparo Hurtado, “Hermana querida”, que está dedicado a Carmen Baroja, la hermana escritora de don Pío.

 

- En uno de los capítulos de tu libro contrapones la literatura de Baroja a la visión mágica de lo vasco.

 

-Si. Digo que el realismo mágico ha hecho mucho daño al País Vasco y que nuestra tierra es “oficialmente mágica”, mágica por decreto. De esto tienen mucha culpa los cineastas, los cocineros y los locutores de la ETB. Detrás de la Euskadi mágica y cursi, que le hubiera repugnado a Baroja, está el proyecto nacionalista con sus mitificaciones y mistificaciones. En el libro digo que la guinda en todo este proceso degenerativo la ha puesto HBO al tomar la ermita bermeana de San Juan de Gaztelugatxe como escenario de la serie “Juego de Tronos” y convertirla en Rocadragón. Es el el ejemplo más gráfico de la Euskal Herria virtual que se nos quiere vender. Hay a quien ese ingreso de nuestro paisaje en la ficción le despierta una absurda euforia. No es extraño. Rocadragón es la mejor y más patética metáfora del proyecto nacionalista. La realidad virtual llegó a la Gran Euskal Herria antes que a la tecnología. En eso hemos sido grotescamente pioneros.

 

-¿Qué sensaciones has tenido a medida que escribías este libro que, a mi modo de ver, es una joya literaria?

 

- Te agradezco sinceramente el piropo. He tenido la sensación de decir cosas que tenía guardadas desde la adolescencia y que no hubiera plasmado de no tener esta oportunidad. Este libro ha sido una especie de “psicoanálisis” en el sentido menos afectado y descongestionado de esa palabra.

 

- Parece ser que en su tiempo todas las corrientes políticas enfrentadas entre sí pretendían llevarse a don Pío a su huerto y que el hombre al que entonces todos consideraban “maestro” siempre se resistió a perder retazos de su libertad. ¿Cómo analizas tú esta realidad de la ética barojiana y su traslación al momento presente?

 

- Baroja fue un hombre muy independiente que despotricó contra todo lo que hoy llamamos “la clase política”, pero que no se sentía por encima y del mal. Tuvo a la vez un  sentido posibilista de la acción política y se comprometió modestamente con el Partido Radical de Lerroux. Esto no hay que olvidarlo tampoco. Hay una tendencia a presentar a determinados hombres del 98 y de la generación posterior, la novecentista, metidos en una suerte de torre de marfil, que es falsa y absolutamente injusta. Pasa lo mismo con Ortega y Gasset. En estos días, el filósofo Agapito Maestre acaba de publicar un libro, “Ortega, el gran maestro”, que recomiendo porque deshace precisamente ese tópico. Si Ortega dijo el famoso “no es esto, no es esto” a la República fue por su compromiso con la realidad política española de su tiempo y con aquella Segunda República, que él intentó inútilmente salvar de la dirección no popular sino populista que estaba tomando.

 

- Hablando de populismo y trasladándonos el presente, ¿crees que se ha acabado el populismo de izquierdas con la crisis de Podemos?

 

- Me parece más peligroso Errejón que Pablo Iglesias porque á este se le ve enseguida el plumero del odio y la demagogia. Mejor dicho, ese plumero es lo primero que enseña. Ha hecho de él una ideología. En cambio, Errejón, con esa mirada que tiene vaga y como falsamente perdida, inocente, me parece más inquietante. Y luego está esa publicidad que se hace con Carmena, de “me voy con la abuela”. Errejón no es la derrota de Podemos. Es su relevo populista. Hay que tener mucho cuidado con canonizar a Errejón porque, además, “la relación abuelita-nieto” apela al registro sentimental de la derecha y nos podemos encontrar con cualquier sorpresa.

 

Gracias por estar ahí, Iñaki.

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