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Carlos X. Blanco
Martes, 12 de Febrero de 2019 Tiempo de lectura:

Trabajo infantil

[Img #15217]En las décadas de los años 70 y 80 estuvo muy de moda la Futurología. En un espacio compartido entre el periodismo, las ciencias sociales y la ciencia-ficción, salpicando todo ello con las novedades tecnológicas de aquel momento, autores como Alvin Toffler lograron cautivar a públicos amplísimos y sus títulos fueron éxitos mundiales de ventas. Tengo algunos de sus más importantes libros en casa: El Shock del Futuro, La Tercera Ola, Avances y Premisas. Cuando contemplo sus lomos, ya gastados, dormitando en los estantes más altos de la librería de mi casa, siento algo de añoranza. La mirada se me va hacia aquellas baldas que reservo para libros comprados en otro tiempo, edad en que, siendo yo muy joven, me volcaba casi religiosamente al Futuro. En aquellos años juveniles sentía nostalgia de ese Futuro que no llegó exactamente de la manera prevista. Y hoy –a su vez- siento añoranza por aquella mocedad en la que creía que la ciencia y la tecnología sustituirían limpiamente las oscuridades de una España atrasada, llena de contradicciones, anclada en una "Transición" que mediaba entre Guatemala y Guatepeor. Cientificista como era, un tanto ingenuo, anhelando un futuro cósmico de vida más cómoda y racional, los libros de Toffler, como los de Asimov o Sagan, merecían mi dispendio, unos pocos "duros" (como llamábamos entonces a nuestra plateada moneda).

 

Es rara la sensación de leerlos tantas décadas después. Yo ya no soy aquel positivista, crédulo en el Progreso y con fe en las posibilidades tecnocientíficas de la "Humanidad". Ya para mí no existe esa "Humanidad" sino hombres, etnias, naciones, estados y cosas mucho más concretas. Y no hay ya un "final de la historia" ni predicciones posibles, a la manera de los "psicohistoriadores" de la célebre Trilogía asimoviana de la "Fundación", o a la manera apocalíptica y marxiana. Confieso que no me creo mucho de cuanto nos decía Toffler, que soy ya mucho más spengleriano que positivista, y que la tecnología, a mi modo de ver, ni redime, ni es neutral, ni es… humana.   

 

Y con todo, debo decir que en algún pasaje de un libro de Toffler, el cual tendría que buscar, hay una reflexión que, releída en fecha más reciente, no ha hecho más que pincharme y rondarme en la cabeza. El futurólogo pronosticaba las bondades de la vuelta al trabajo doméstico e infantil. Apuntando, con tino, hace ya tantas décadas, a la irrupción de algo parecido a lo que hoy llamaríamos Internet, Toffler mostraba su aprobación hacia una vuelta a pautas de vida y producción que hoy se considerarían "vuelta a la caverna" y pensamiento "políticamente no correcto". Por ejemplo: ¿de veras es malo el trabajo infantil? ¿De veras es positivo que la mujer –madre, esposa- pase el día fuera de casa por razones laborales sin ver a sus seres queridos hasta la hora de la cena? ¿De veras está mal para un hombre el ahorrarse viajes inútiles a la oficina y, a cambio, simultanear su trabajo intelectual con sus labores de "amo de casa"? La Tecnología, especialmente toda aquella que gira en torno a internet, podría generalizar estas situaciones, ya reales en nuestro tiempo, aunque no en la escala masiva.

 

Como profesor, se me ha venido una y mil veces a la mente la observación toffleriana sobre el trabajo infantil. Una sociedad como la nuestra, que envilece hasta el grado sumo el ocio y la psique infantil y juvenil (permitiéndoles el acceso a tabletas, móviles y programas de TV inadecuados, una sociedad que potencia la erotización de la infancia y la arrastra por el barro hacia el Mercado y la explotación más descarnada) es la misma sociedad que hipócritamente proscribe el trabajo infantil antes de que un joven gañán –o gañana- pueda tener cumplidos los 16 años. Pueden los gañanes menores de edad hacer de todo: emborracharse en botellones hasta que vuelven a casa de madrugada, fumar porros hasta morirse, abortar, cambiar de sexo, iniciarse en el sexo a los doce años, pegar a sus padres e insultar y acosar al maestro… pero no pueden TRABAJAR. Como si el Trabajo fuera la peor de las condenas bíblicas y no una fuente de valores, no una praxis formativa en sí misma, una verdadera escuela donde poder aprender lo que es el esfuerzo, el compañerismo, la disciplina… El Trabajo es, para nuestro Legislador progresista, una suerte de peste que, si bien no es posible suprimir, sí resulta deseable aplazar. Y esto para que el gañán – o gañana- adolescentes calienten asientos en algún centro de enseñanza, cobrando "paga" no condicionada a suspensos o a sanciones disciplinarias, promocionando "por ley" (pasando de curso aunque suspendiendo todas las materias)…

 

Toffler escribía, hace cuatro décadas o más, sin los actuales tapujos necios de lo "políticamente correcto". En esto llevaba razón. Un muchacho podía compatibilizar su formación "con echar una mano en casa" a sus padres en el negocio productivo familiar, cambiando las variables tecnológicas de cada momento. Yo lo he conocido. En la "casería" asturiana, los chicos hacían cuanto podían con el ganado y con las labores agrícolas antes y después del colegio, y eso era para ellos tan formativo o más que unas clases de "Educación para la Ciudadanía" (yo creo que mucho más). Y en La Mancha, los días de acudir a la vendimia eran para los muchachos un sano contacto con el sudor, la dureza de la tierra y el sol, el dichoso cansancio de trabajar en la tierra familiar. Estos trabajos infantiles y juveniles hacían superflua la "contratación" (palabra que suena poco realista) de extranjeros malamente acondicionados y remunerados. Niños y jóvenes tendrían mucho que aprender trabajando en el contexto familiar. El problema es que la productividad neoliberal despanzurra las familias, las disgrega y atomiza, separa la producción y la reproducción. Con tractores y azadones, o con internet y satélites, tanto da, sería posible volver a un digno trabajo infantil y una formación laboral de todos los adolescentes españoles, mucho mejor eso que tenerlos estabulados en una "formación profesional básica" en los Institutos que ni es formación, ni es profesional y que básicamente consiste en ahorrarle trabajo a jueces y policías, previo soborno a las familias, a través de paguitas ordeñadas de nuestros impuestos y detraídas de partidas encaminadas a becas de formación y de investigación para los mejores de entre nuestros retoños.

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