Nuestra sociedad puritana
Lo que define a una sociedad puritana es su obsesión central por la moralidad privada en detrimento de la moralidad pública, es decir, que se le da más importancia a lo que sucede en el dormitorio que lo que sucede en el mercado. El hecho mismo de otorgar carta de naturaleza a la liberación sexual, a la ideología de género y a todo lo que gira en torno a las relaciones de pareja, matrimonio, opciones sexuales, el aborto y las distintas formas de concebir la familia, indica que tenemos un serio problema en el que lo sexual tiene un peso excesivo por no decir obsesivo. Aunque superficialmente pareciera que hemos superado los traumas del pasado, el libertinaje sexual no es sino una expresión del mismo problema obsesivo con el sexo, pero una obsesión compensatoria en sentido contrario. El libertinaje sexual no se entiende sin que exista un puritanismo previo. Como el anticlericarismo no existiría de no haber una sociedad donde el clero ha jugado un papel muy relevante, casi decisivo. De hecho, lo sexual explicaba casi todo el comportamiento subconsciente en los precursores de la psicología. Lo sexual como origen y explicación de casi todos los traumas. Cosa que, al menos, parece desproporcionada si tenemos en cuenta lo complejo de la psique humana.
Todos coincidiremos que en el “arte de amar”, el sexo representa una parte del conjunto, y ni siquiera es fundamental. El sexo sin amor no deja de ser un masaje placentero, un ejercicio divertido, una aventura sensorial y poco más. Como un chute de adrenalina o una borrachera sensorial. Pero acaba pasando factura tarde o temprano. Hay personas que se empeñan en colocarlo en un altar que no le corresponde en absoluto. Algo similar a lo que sucede con la gastronomía. Cocinar puede llegar a ser un arte, pero es signo de decadencia social hacer de lo culinario una pseudorreligión. Nuestra obsesión por la cocina es como nuestra obsesión por el sexo, por las redes sociales o por el consumo: un signo de que algo no va bien en nuestra sociedad. Un signo claro de que queremos llenar a través de lo sensorial lo que demanda un corazón vacío de emoción trascendente.
Cuando Occidente descubre el "Kamasutra" se queda impactado por sus posturas explícitas que escandalizan a la sociedad más puritana del globo. Y hasta nuestros días, el "Kamasutra" nos llega como un libro para mejorar el placer sexual. Sin embargo, es un libro de profundo sentido espiritual, en el que el contenido (significado) se expresa a través de lo físico (significante) que es complementario, pero que no tiene sentido sin su dimensión interna de visión profunda de la relación entre dos almas. Obviamente para la religión puritana cristiana esto es casi un sacrilegio. El sexo es tan sucio como las necesidades fisiológicas. El mismo desnudo artístico es ya considerado una provocación sospechosa.
Ese puritanismo contagió al islam a través de la influencia colonial y todos sabemos las consecuencias actuales. Pero el islam histórico nunca fue puritano. Al contrario, escandalizaba a los cristianos que entraban en contacto con él por el grado de libertad sexual que había en las avanzadas sociedades islámicas medievales, cuando en Europa a una mujer podían quemarla en la plaza pública acusada de brujería en cuanto mostraba el más mínimo comportamiento libertino. De ahí surgió la leyenda de los harenes que tanto inspiraron a los orientalistas, pero cuyo relato no tenía nada que ver con la realidad social del islam. Ni que decir tiene que el mundo islámico no era exclusivo en su naturalidad a la hora de tratar con el sexo. En general todas las culturas del planeta lo hacían excepto las impregnadas por el catolicismo y su visión absolutamente oscurantista del sexo y del celibato. Eso marcó para siempre a nuestra civilización que sigue arrastrando ese pecado original hasta nuestros días.
El sexo lo distorsiona todo cuando no se coloca en el foco del amor: celos, frigidez, infidelidades, impotencia, complejos, fetichismo, perversiones mórbidas, obsesiones, adicciones, desenfreno, ninfomanía, onanismo, identidad sexual confusa, orgías, intercambios de pareja, nudismo, exhibicionismo, pederastia, zoofilia, masoquismo, necrofilia, voyeurismo, coprofilia, pornografía, prostitución, violencia sexual, violencia machista… Todo gira en torno a la condición y expresión sexual, aunque en el caso de la violencia machista hay más cuestiones socio-culturales que de componente sexual.
Debería ser el amor quien condujera al sexo y no al contrario. El amor adapta la actividad sexual a las necesidades de los amantes. Para algunos una sola caricia enciende el fuego y para otros una noche de pasión donde explorar todas las posibilidades no es suficiente. La moral no debería interferir en el amor, y por tanto tampoco debería hacerlo en la expresión sexual de ese amor. La moral debería limitarse a regular las relaciones humanas que tienen que ver con la paz social.
No es casualidad que cuanto más puritana es una sociedad más abandona la vigilancia moral de la actividad política y económica. Se puede decir que el puritanismo es directamente proporcional a la corrupción del cuerpo social. Y exactamente eso es lo que tenemos delante sin ser conscientes de ello.
Traducir la lujuria en avaricia no es muy complicado. El capitalismo ofrece esa traducción simultánea gracias a la adopción de una moral puritana por exceso o por defecto. Capitalismo, edonismo, individualismo y puritanismo van de la mano y se complementan muy bien. Al capitalismo le viene bien que la moral deje de mirar al mercado y mire al dormitorio. ¡Y qué mejor impulso de consumo que el de una necesidad sexual no satisfecha! No hay que ser muy listo para entender cómo se maneja esto en los despachos de los creativos publicitarios. ¿Acaso alguien cree que la compra se hace de un modo racional? Puede que algunas compras básicas, pero la inmensa mayoría de las decisiones de compra son emocionales, impulsivas, y carecen de cualquier tipo de fundamento racional. Responden a un apetito que, a veces, tiene su origen en otro tipo de apetito insatisfecho. Así que no, no compramos un perfume porque queremos oler bien: ¡compramos esperanza! No compramos un coche por sus prestaciones y relación calidad/precio: ¡compramos éxito! De hecho, habría que analizar las compras millonarias de obras de arte como un tipo sofisticado de fetichismo. Se puede ver como una mera inversión de capital, como un capricho, una demostración de poder, o una verdadera devoción por el arte. Pero en realidad lo que subyace es el hecho de que poseer la obra nos conecta con el genio de su autor, con su alma. Como no podemos tener eso, al menos tenemos su obra. ¿No es lo mismo que tener la prenda íntima del ser amado en sustitución del amado?
El puritanismo y la culpa son otros compañeros de viaje inseparables. Y donde hay culpa hay confesores. Primero fueron los curas y después los psicólogos, psicoanalistas y demás. Pero la culpa corroe si no se confiesa. Lo que ocurre es que el puritanismo deforma la gravedad de nuestros actos. Así que puede ser que una persona se sienta culpable por haber sentido atracción por alguien de su mismo sexo y, sin embargo, no repare en absoluto que es un canalla integral en su profesión y un corrupto en temas económicos. Su obsesión es el qué dirán si le ven besándose con una persona de su mismo sexo. ¡Pues bésele mucho y robe menos señor! ¡Y rece tres avemarías!
El sexo, como el vino en una mesa servida, es un elemento que alegra la comida. Pero una mesa puede estar perfectamente servida con entrantes, carnes, pescados, postres, excelente mantelería, cubertería de plata… y sin vino. Sería un banquete sin alcohol. Sin embargo, una mesa con sólo una botella de vino no es una mesa. En la medida que el sexo ocupe su lugar en la mesa del amor la sociedad podrá preocuparse por temas mucho más importantes.
Lo que define a una sociedad puritana es su obsesión central por la moralidad privada en detrimento de la moralidad pública, es decir, que se le da más importancia a lo que sucede en el dormitorio que lo que sucede en el mercado. El hecho mismo de otorgar carta de naturaleza a la liberación sexual, a la ideología de género y a todo lo que gira en torno a las relaciones de pareja, matrimonio, opciones sexuales, el aborto y las distintas formas de concebir la familia, indica que tenemos un serio problema en el que lo sexual tiene un peso excesivo por no decir obsesivo. Aunque superficialmente pareciera que hemos superado los traumas del pasado, el libertinaje sexual no es sino una expresión del mismo problema obsesivo con el sexo, pero una obsesión compensatoria en sentido contrario. El libertinaje sexual no se entiende sin que exista un puritanismo previo. Como el anticlericarismo no existiría de no haber una sociedad donde el clero ha jugado un papel muy relevante, casi decisivo. De hecho, lo sexual explicaba casi todo el comportamiento subconsciente en los precursores de la psicología. Lo sexual como origen y explicación de casi todos los traumas. Cosa que, al menos, parece desproporcionada si tenemos en cuenta lo complejo de la psique humana.
Todos coincidiremos que en el “arte de amar”, el sexo representa una parte del conjunto, y ni siquiera es fundamental. El sexo sin amor no deja de ser un masaje placentero, un ejercicio divertido, una aventura sensorial y poco más. Como un chute de adrenalina o una borrachera sensorial. Pero acaba pasando factura tarde o temprano. Hay personas que se empeñan en colocarlo en un altar que no le corresponde en absoluto. Algo similar a lo que sucede con la gastronomía. Cocinar puede llegar a ser un arte, pero es signo de decadencia social hacer de lo culinario una pseudorreligión. Nuestra obsesión por la cocina es como nuestra obsesión por el sexo, por las redes sociales o por el consumo: un signo de que algo no va bien en nuestra sociedad. Un signo claro de que queremos llenar a través de lo sensorial lo que demanda un corazón vacío de emoción trascendente.
Cuando Occidente descubre el "Kamasutra" se queda impactado por sus posturas explícitas que escandalizan a la sociedad más puritana del globo. Y hasta nuestros días, el "Kamasutra" nos llega como un libro para mejorar el placer sexual. Sin embargo, es un libro de profundo sentido espiritual, en el que el contenido (significado) se expresa a través de lo físico (significante) que es complementario, pero que no tiene sentido sin su dimensión interna de visión profunda de la relación entre dos almas. Obviamente para la religión puritana cristiana esto es casi un sacrilegio. El sexo es tan sucio como las necesidades fisiológicas. El mismo desnudo artístico es ya considerado una provocación sospechosa.
Ese puritanismo contagió al islam a través de la influencia colonial y todos sabemos las consecuencias actuales. Pero el islam histórico nunca fue puritano. Al contrario, escandalizaba a los cristianos que entraban en contacto con él por el grado de libertad sexual que había en las avanzadas sociedades islámicas medievales, cuando en Europa a una mujer podían quemarla en la plaza pública acusada de brujería en cuanto mostraba el más mínimo comportamiento libertino. De ahí surgió la leyenda de los harenes que tanto inspiraron a los orientalistas, pero cuyo relato no tenía nada que ver con la realidad social del islam. Ni que decir tiene que el mundo islámico no era exclusivo en su naturalidad a la hora de tratar con el sexo. En general todas las culturas del planeta lo hacían excepto las impregnadas por el catolicismo y su visión absolutamente oscurantista del sexo y del celibato. Eso marcó para siempre a nuestra civilización que sigue arrastrando ese pecado original hasta nuestros días.
El sexo lo distorsiona todo cuando no se coloca en el foco del amor: celos, frigidez, infidelidades, impotencia, complejos, fetichismo, perversiones mórbidas, obsesiones, adicciones, desenfreno, ninfomanía, onanismo, identidad sexual confusa, orgías, intercambios de pareja, nudismo, exhibicionismo, pederastia, zoofilia, masoquismo, necrofilia, voyeurismo, coprofilia, pornografía, prostitución, violencia sexual, violencia machista… Todo gira en torno a la condición y expresión sexual, aunque en el caso de la violencia machista hay más cuestiones socio-culturales que de componente sexual.
Debería ser el amor quien condujera al sexo y no al contrario. El amor adapta la actividad sexual a las necesidades de los amantes. Para algunos una sola caricia enciende el fuego y para otros una noche de pasión donde explorar todas las posibilidades no es suficiente. La moral no debería interferir en el amor, y por tanto tampoco debería hacerlo en la expresión sexual de ese amor. La moral debería limitarse a regular las relaciones humanas que tienen que ver con la paz social.
No es casualidad que cuanto más puritana es una sociedad más abandona la vigilancia moral de la actividad política y económica. Se puede decir que el puritanismo es directamente proporcional a la corrupción del cuerpo social. Y exactamente eso es lo que tenemos delante sin ser conscientes de ello.
Traducir la lujuria en avaricia no es muy complicado. El capitalismo ofrece esa traducción simultánea gracias a la adopción de una moral puritana por exceso o por defecto. Capitalismo, edonismo, individualismo y puritanismo van de la mano y se complementan muy bien. Al capitalismo le viene bien que la moral deje de mirar al mercado y mire al dormitorio. ¡Y qué mejor impulso de consumo que el de una necesidad sexual no satisfecha! No hay que ser muy listo para entender cómo se maneja esto en los despachos de los creativos publicitarios. ¿Acaso alguien cree que la compra se hace de un modo racional? Puede que algunas compras básicas, pero la inmensa mayoría de las decisiones de compra son emocionales, impulsivas, y carecen de cualquier tipo de fundamento racional. Responden a un apetito que, a veces, tiene su origen en otro tipo de apetito insatisfecho. Así que no, no compramos un perfume porque queremos oler bien: ¡compramos esperanza! No compramos un coche por sus prestaciones y relación calidad/precio: ¡compramos éxito! De hecho, habría que analizar las compras millonarias de obras de arte como un tipo sofisticado de fetichismo. Se puede ver como una mera inversión de capital, como un capricho, una demostración de poder, o una verdadera devoción por el arte. Pero en realidad lo que subyace es el hecho de que poseer la obra nos conecta con el genio de su autor, con su alma. Como no podemos tener eso, al menos tenemos su obra. ¿No es lo mismo que tener la prenda íntima del ser amado en sustitución del amado?
El puritanismo y la culpa son otros compañeros de viaje inseparables. Y donde hay culpa hay confesores. Primero fueron los curas y después los psicólogos, psicoanalistas y demás. Pero la culpa corroe si no se confiesa. Lo que ocurre es que el puritanismo deforma la gravedad de nuestros actos. Así que puede ser que una persona se sienta culpable por haber sentido atracción por alguien de su mismo sexo y, sin embargo, no repare en absoluto que es un canalla integral en su profesión y un corrupto en temas económicos. Su obsesión es el qué dirán si le ven besándose con una persona de su mismo sexo. ¡Pues bésele mucho y robe menos señor! ¡Y rece tres avemarías!
El sexo, como el vino en una mesa servida, es un elemento que alegra la comida. Pero una mesa puede estar perfectamente servida con entrantes, carnes, pescados, postres, excelente mantelería, cubertería de plata… y sin vino. Sería un banquete sin alcohol. Sin embargo, una mesa con sólo una botella de vino no es una mesa. En la medida que el sexo ocupe su lugar en la mesa del amor la sociedad podrá preocuparse por temas mucho más importantes.