Requisito para la regeneración de España: expulsar a Sánchez
La regeneración de España pasa por un angosto desfiladero. Son horas oscuras, y los pies de quien la anhela trastabillan en medio de las fragosas rocas. La mirada se hunde en los abismos, como queriendo los ojos caídos arrastrar a sus hermanos, los pies, empujarlos hacia la sima en que reposan ya los hispanos siglos, pasados todos ellos en decadencia. En la estrechura nos asaltan una y otra vez los viejos traidores. Viejos aunque se transfiguren, como por encanto, en jovenzuelos de buena percha y voz aflautada. Nada más viejo que un Pedro Sánchez. Nada más perdedor que un gobernante decretista, aliado de Belcebú o de Lucifer, capaz de todo a cambio de sentirse importante: pobre diablo con ínfulas, ajeno al mayoritario voto de la nación, un Judas comprado por potencias extranjeras. Nada más arcaico que su progresismo. Nada más vil que su labor retardataria, verdadero palo en la rueda de una regeneración, qué digo regeneración sino más bien renacimiento. Una España nueva que aun con dolor y sin cataplasma, un día llegará.
Porque un día llegará. Es cuestión de supervivencia. Es asunto de vida o muerte para un sujeto colectivo llamado Nación Española.
Debemos pasar por esta pasarela peligrosa y cada vez más fina, pues las oportunidades mejores ya las hemos dejado pasar. Hemos de llegar a una meseta elevada donde el aire puro permitirá recopilar competencias autonómicas transferidas, haciéndolo de manera gradual y concienzuda. A un ritmo homogéneo, donde las diecisiete autonomías taifadas sean de verdad "históricas", esto es, que sean agua pasada. Así, iremos devolviendo al aparato del Estado la competencia de gobernar y administrar en materia educativa, policial, sanitaria, fiscal, judicial… e iremos recuperando con ello el resuello.
A las regiones, y digámoslo bien, REGIONES históricas y "naturales", no "entes" o "comunidades", les dejaremos una vía de representatividad que recuerde la tradicional foralidad de las Españas. Les concederemos a las regiones, por mandato de todos los españoles y nunca de una parte de ellos, la gestión de importantes aspectos de su patrimonio material e inmaterial, el medio ambiente, el folclor, los museos, las lenguas y dialectos, la investigación etnográfica e historiográfica, el desarrollo rural y comarcano, el turismo y la economía "distributista". No son temas menores, pero la singladura oceánica de la nación le competerá al Estado y sólo al Estado. Así las regiones volverán a ser regiones, a mucha honra, y en serio. Volverán a ser esa parte de España de la que nunca ésta podrá prescindir, pilar y valladar, núcleo y esencia. Las regiones volverán a sumar solidariamente y a acrecer, a dar savia y a ofrecer su energía a España. Pero en el pasadizo oscuro y abismático en el que hoy nos movemos, debemos quitar de encima a este espantajo pedrosanchesco que se interpone, que aspavienta, que truena contra la Historia y obstaculiza el destino. Debemos vacunarnos contra su falso federalismo, contra su asimetría, contra la eterna concesión de privilegios.
Los votos y el clamor nacional han de apartar al espantapájaros socialista, al estafermo "cum fraude", al epígono residual de un socialismo que lleva cien años masacrando España. Si una verdadera memoria histórica fuerte y sana tuviéramos todos, a la frente nos acudiría la traición socialista de 1934, su engaño a la población obrera, su criminalidad golpista, oficialmente hoy calificada como "revolucionaria". Si memoria histórica hubiese en España, nos acudirían imágenes de aquellos socialistas irresponsables y violentos que nada hicieron por evitar que la nación se precipitara al abismo que se abrió, con guerra fratricida y dictadura como colofón. También hay socialistas en el infierno de los injustos, dándose la mano con pistoleros fascistas, anarquistas y reaccionarios.
También hubo anti-España, mucho tiempo después, en aquellos años de felipismo, malvendiendo nuestra industria y campo, forzando a todos a hincar las rodillas para que "Europa" y la OTAN nos acogieran. Tan socialistas fueron aquellos mineros del puño en alto y saqueo sistemático del SOMA-UGT asturiano, como los "descamisaos" andaluces del guerrismo, ávidos de la cobranza sin dar palo al agua. Tan socialistas fueron aquellos neoliberales de la raza de Solchaga y Boyer, liquidadores profesionales, como los compañeros de mesa y mantel del 'abertzalismo'. Tan socialistas fueron los "barones" territoriales, hoy españolísimos al parecer, como los zapateriles doctrinarios de la nación "como concepto discutido y discutible" y del federalismo asimétrico maragalliano, tan socialistas como los impulsores de la sublime ocurrencia de "la nación de naciones" o de la ideología de género.
Es decir: tanta doble y triple vara de medir, tanto oportunismo y tamaña indigencia, semejante cara dura, anemia mental, anomia axiológica, tanta, tanta papilla que ha venido en llamarse "socialismo español", debe quitarse de en medio, y debe hacerlo por medio de un soberano acto colectivo. Es el primer paso para que cojamos aire y comencemos a reconstruir nuestra casa, la casa común de todos los españoles que deseamos vivir en paz. El figurín y epígono degenerado del ya de por sí descompuesto y descerebrado socialismo español debe irse. Una democrática expulsión de todos los cantamañanas, cuentistas, vendepatrias e ingenieros sociales, una patada en el trasero escrita y refrendada con millones de votos contra Sánchez.
La regeneración de España pasa por un angosto desfiladero. Son horas oscuras, y los pies de quien la anhela trastabillan en medio de las fragosas rocas. La mirada se hunde en los abismos, como queriendo los ojos caídos arrastrar a sus hermanos, los pies, empujarlos hacia la sima en que reposan ya los hispanos siglos, pasados todos ellos en decadencia. En la estrechura nos asaltan una y otra vez los viejos traidores. Viejos aunque se transfiguren, como por encanto, en jovenzuelos de buena percha y voz aflautada. Nada más viejo que un Pedro Sánchez. Nada más perdedor que un gobernante decretista, aliado de Belcebú o de Lucifer, capaz de todo a cambio de sentirse importante: pobre diablo con ínfulas, ajeno al mayoritario voto de la nación, un Judas comprado por potencias extranjeras. Nada más arcaico que su progresismo. Nada más vil que su labor retardataria, verdadero palo en la rueda de una regeneración, qué digo regeneración sino más bien renacimiento. Una España nueva que aun con dolor y sin cataplasma, un día llegará.
Porque un día llegará. Es cuestión de supervivencia. Es asunto de vida o muerte para un sujeto colectivo llamado Nación Española.
Debemos pasar por esta pasarela peligrosa y cada vez más fina, pues las oportunidades mejores ya las hemos dejado pasar. Hemos de llegar a una meseta elevada donde el aire puro permitirá recopilar competencias autonómicas transferidas, haciéndolo de manera gradual y concienzuda. A un ritmo homogéneo, donde las diecisiete autonomías taifadas sean de verdad "históricas", esto es, que sean agua pasada. Así, iremos devolviendo al aparato del Estado la competencia de gobernar y administrar en materia educativa, policial, sanitaria, fiscal, judicial… e iremos recuperando con ello el resuello.
A las regiones, y digámoslo bien, REGIONES históricas y "naturales", no "entes" o "comunidades", les dejaremos una vía de representatividad que recuerde la tradicional foralidad de las Españas. Les concederemos a las regiones, por mandato de todos los españoles y nunca de una parte de ellos, la gestión de importantes aspectos de su patrimonio material e inmaterial, el medio ambiente, el folclor, los museos, las lenguas y dialectos, la investigación etnográfica e historiográfica, el desarrollo rural y comarcano, el turismo y la economía "distributista". No son temas menores, pero la singladura oceánica de la nación le competerá al Estado y sólo al Estado. Así las regiones volverán a ser regiones, a mucha honra, y en serio. Volverán a ser esa parte de España de la que nunca ésta podrá prescindir, pilar y valladar, núcleo y esencia. Las regiones volverán a sumar solidariamente y a acrecer, a dar savia y a ofrecer su energía a España. Pero en el pasadizo oscuro y abismático en el que hoy nos movemos, debemos quitar de encima a este espantajo pedrosanchesco que se interpone, que aspavienta, que truena contra la Historia y obstaculiza el destino. Debemos vacunarnos contra su falso federalismo, contra su asimetría, contra la eterna concesión de privilegios.
Los votos y el clamor nacional han de apartar al espantapájaros socialista, al estafermo "cum fraude", al epígono residual de un socialismo que lleva cien años masacrando España. Si una verdadera memoria histórica fuerte y sana tuviéramos todos, a la frente nos acudiría la traición socialista de 1934, su engaño a la población obrera, su criminalidad golpista, oficialmente hoy calificada como "revolucionaria". Si memoria histórica hubiese en España, nos acudirían imágenes de aquellos socialistas irresponsables y violentos que nada hicieron por evitar que la nación se precipitara al abismo que se abrió, con guerra fratricida y dictadura como colofón. También hay socialistas en el infierno de los injustos, dándose la mano con pistoleros fascistas, anarquistas y reaccionarios.
También hubo anti-España, mucho tiempo después, en aquellos años de felipismo, malvendiendo nuestra industria y campo, forzando a todos a hincar las rodillas para que "Europa" y la OTAN nos acogieran. Tan socialistas fueron aquellos mineros del puño en alto y saqueo sistemático del SOMA-UGT asturiano, como los "descamisaos" andaluces del guerrismo, ávidos de la cobranza sin dar palo al agua. Tan socialistas fueron aquellos neoliberales de la raza de Solchaga y Boyer, liquidadores profesionales, como los compañeros de mesa y mantel del 'abertzalismo'. Tan socialistas fueron los "barones" territoriales, hoy españolísimos al parecer, como los zapateriles doctrinarios de la nación "como concepto discutido y discutible" y del federalismo asimétrico maragalliano, tan socialistas como los impulsores de la sublime ocurrencia de "la nación de naciones" o de la ideología de género.
Es decir: tanta doble y triple vara de medir, tanto oportunismo y tamaña indigencia, semejante cara dura, anemia mental, anomia axiológica, tanta, tanta papilla que ha venido en llamarse "socialismo español", debe quitarse de en medio, y debe hacerlo por medio de un soberano acto colectivo. Es el primer paso para que cojamos aire y comencemos a reconstruir nuestra casa, la casa común de todos los españoles que deseamos vivir en paz. El figurín y epígono degenerado del ya de por sí descompuesto y descerebrado socialismo español debe irse. Una democrática expulsión de todos los cantamañanas, cuentistas, vendepatrias e ingenieros sociales, una patada en el trasero escrita y refrendada con millones de votos contra Sánchez.