De cómo el nacionalismo ha tejido su red para la destrucción de España (VIII)
Tomo como referencia de este artículo divulgativo el magnífico estudio “Los nacionalismos en el Estado español contemporáneo” de Antonio Elorza, que se puede leer on-line en la Fundación Sancho El Sabio de Vitoria.
Caso Gallego
Tiene una base cultural, exclusivamente. Aunque entroncado con este fenómeno del galleguismo, basado en la lengua, se haya producido una tendencia secesionista encabezada por el Bloque Nacionalista Gallego; que basa su historicismo mítico en los suevos como fuente justificatoria, con unas connotaciones identitarias y etnicistas, basada en el origen celta de Galicia que no es exclusivo de esa Comunidad.
El idioma es la base del sustrato cultural que da fuerza a ese proceso de diferenciación, bajo el pretexto de que la centralización castellana pone en peligro la pervivencia del gallego, como esgrimía Castelao. Con esa argumentación tratan de poner en relieve la existencia de la nación gallega, estrechamente emparentada con la portuguesa lo que da pie a postular su conexión con el Estado vecino, más incluso que con España. En tal sentido, su vértice de asentamiento ha sido la escuela como vehículo de galleguización.
Ya en 1918 la Asamblea de Lugo demandaba… “la potestad docente del Estado actual pasará entera al poder gallego”, lo mismo que en 1931 tras la constitución del Partido Gallegista. El idioma será el eje nuclear de la consideración de nación gallega. Parece sorprendente que esa idea de nación cultural haya calado en partidos sobre los cuales ha pivotado la gobernabilidad de España durante la democracia constitucional actual, lo que dice muy poco de la personalidad política de esos partidos del actual turnismo político. Lo cual significa que se encuentran muy cómodos con el disfrute del poder, aunque no se sepa para qué lo ejercen más allá de las corruptelas económicas y políticas, y el ejercicio caciquil del poder autonómico.
Caso vasco
En el caso vasco, igualmente, el idioma es el elemento que sostiene como clave de bóveda la idea de nacionalidad, y por tanto las ansias independentistas. El vascuence es el elemento diferenciador, en ausencia de otros, teniendo en cuenta la escalada imparable de hibridación de la sociedad vasca; con un mestizaje multiplicador de la interculturalidad; estimulada por los propios nacionalistas, aunque resulte sorprendente. Solo cabe entenderlo desde el plano de sustitución de un electorado cada vez más distanciado del absurdo nacionalista por otro más adocenado y clientelizado.
Se ha superado el mito de la raza vasca de origen bíblico, que configuró la idea de nación creada “ex novo” por Arana sobre un concepto absolutamente artificioso de etnia vasca, que hoy resulta cómico. Tras el descrédito de las ideas racistas después de la derrota del nazismo, los nacionalistas vascos giraron su posición a tesis más culturales, afirmando sin ningún sentido ni rigor que el euskera es la lengua propia de los vascos, omitiendo que el castellano surgiera en la parte más occidental de las Vascongadas, extendiéndose por todo el territorio vasco. Eluden que los vascos, como afirma Sánchez Albornoz, hemos sido los gérmenes de la España reconquistada, y, por tanto la raíz de la España moderna y contemporánea, nación más antigua de Europa, en su significado más actual.
La idea de vasquidad surge en Navarra con Campión, cuando afirma que “el tipo euskaro pierde terreno. La marea sube; el agua corruptora de la asimilación empuja su limo hasta las cumbres de las altas montañas. Todo conspira contra él: la facilidad de comunicaciones; la proscripción oficial de la lengua; el utilitarismo; la emigración a América; ese necio impulso de hombres y monos que se llama imitación; el abominable ejemplo de las clases que sacrifican a la moda y a lo que denominan buen tono los hábitos sencillos y el idioma admirable de sus abuelos elevadas” Nótese el afán pueblerino y endogámico de ese planteamiento.
Nuevamente aparece la resistencia a la formación de un sistema unitario de enseñanza en España para la configuración del Estado Nacional, con un siglo de retraso respecto a otros países de nuestro entorno europeo que ya lo habían hecho, con lo que ello supuso para la modernización de sus estados, para el avance de sus economías e industria y para el bienestar de sus ciudadanos. Se culpará al maestro, por no ser nativo, de todos los males en la búsqueda de las esencias míticas del nacionalismo. “Les aterra el oír que a los maestros maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah, la gente amiga de la paz…! Es la más digna del odio de los patriotas”. (Sabino Arana en Bizkaitarra)
Dice Antonio Elorza:
“Pero por encima de la cercanía foral hay dos elementos que cobran una intensidad específica en el nacionalismo vasco: esa acción negativa del maestro tiene una clara connotación política, de vehículo de liberalismo y aun de jacobinismo, condenados desde el discurso vejatorio de inspiración tradicionalista que asumen plenamente los primeros nacionalistas; más aún, se trata de imponer a través de la crítica una visión social orientada según un esquema dualista, maniqueo, donde el polo positivo corresponde a la moralidad de la sociedad agraria, tradicional y euskaldún, mientras el negativo a las formas urbanas castellanas, de forma que el paso de una a las otras es descrito como una degeneración. En suma, la crítica de la castellanización resulta absorbida por un marco de referencia tradicionalista y arcaizante.”
En Sabino Arana el idioma es el medio instrumental, no el elemento clave del problema, que es la raza. De hecho, entre otros muchos exabruptos propios de un demente, escribió: “Si nos dieran a elegir entre una Bizcaya poblada de maketos que sólo hablasen el euskera y una Bizcaya poblada de bizcaínos (sic) que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda, porque es preferible la sustancia bizkaína por accidentes exóticos que pudiesen eliminarse y sustituirse por naturales, a una sustancia exótica con propiedades bizkaínas que nunca podrían cambiarla”. Y en parte, esa visión se trasladó a etapas actuales. No se trataba tanto de euskaldunizar al llamado profesorado “transferido” sino de sustituirlo, como todo observador informado puede contrastar y comprobar, desde un análisis de la realidad pura y dura. El resultado está a la vista y es más que evidente. Porque prevalecía –y prevalece- el objetivo político de una depuración lingüística que haga infranqueable el foso en torno al idioma racial. La finalidad inconfesa ha sido y es no tanto el difundir y transmitir el euskera, patrimonio cultural, sino la sustitución política, social y cultural; para asaltar y tomar de forma subrepticia el poder político de forma totalizadora.
Ariztimuño asume este ideario a través de estas palabras: “No solamente el niño, netamente euskaldun, está divorciado del maestro extraño sino que también lo está en mucho el niño vasco erdeldun. Porque el maestro extraño no puede sentir el destino de la raza, ni comprender los misteriosos secretos de su alma”
La lengua es la conexión de Navarra con las Vascongadas como vínculo nacionalista en el ideario separatista. Y Euskal Herria es la fórmula para unir a los siete herrialdes, es decir, la lengua como argumento de nacionalización. Por ello, el empeño año tras año de subvencionar las ikastolas de Iparralde, del sur francés aquitano, a los efectos de extender la mancha, de hacer anidar en los espíritus la cosmovisión nacionalista. Desde Krutwig la raza deja de ser el vínculo, pues deja de tener sentido. Lo será la lengua.
El mundo urbano es la rémora, por concitar la idea moderna, abierta, plural. Es el mundo rural el caldo de cultivo de esa concepción de las cosas. Se repite caso por caso en la idiosincrasia nacionalista.
Caso catalán
El nacionalismo catalán tiene un componente muy parecido al vasco, ambos tienen factores de frontera que motivan el anhelo expansionista que les da razón argumentativa para configurar un ideario nacionalista: el de la parte francesa de cultura vasca y la parte francesa de impregnaciones catalanas, ligadas a la Marca Hispana durante el Imperio Carolingio. Ello, unido a la lengua como argamasa, aunque sea un cemento de baja calidad, por la hegemonía avasalladora del francés como lengua nacional inequívoca e irrenunciable del País vecino, hace alimentar un sentimiento bastante artificial pero con fuertes elementos emocionales. Sobre todo cuando se asocia lo rural a la pureza, al mantenimiento de las costumbres y tradiciones, de fuerte arraigo carlista en su componente conservador y ultrarreligioso; aunque sea una religiosidad de carácter puramente litúrgica. La llegada de la industrialización suponía la invasión de elementos exógenos contra los que había que plantear barreras defensivas. Y, sobre todo, tras el desastre del 98 y la Restauración se debía intentar la separación respecto al Estado español pues éste representaba el fracaso y la decadencia; más cuando se abría la búsqueda de un Estado nacional estructurado y con política unitaria que diera continuidad a la Restauración tras el inequívoco fracaso de la Primera República y el cantonalismo.
Por ello había que hacer un revisionismo histórico un tanto esperpéntico y alucinógeno, imposible de anidar en mentes bien amuebladas, por lo que uno de los objetivos sería degradar la calidad cultural y provocar la desinformación sistemática para que las víctimas de ese proceso de adoctrinamiento tuvieran un marco de ruptura con la cultura heredada.
El elemento nuclear de esa revisión histórica será la Guerra de Sucesión entre el aspirante borbón y la dinastía de los Austrias convertida artificialmente en una guerra entre catalanes y castellanos, como si este conflicto que tenía connotaciones internacionales no fuera entre españoles como más tarde la guerra carlista y la del 36; convertidos en episodios míticos de guerras banderizas.
Este nacionalismo es expansionista y pretende la anexión de todo el litoral mediterráneo hasta Andalucía, incluidas las islas.
Omito reseñar la importancia que, en ese constructo mítico, ha tenido el dialecto latino catalán como vínculo que uniera al conjunto de los catalanes en la vía promisoria hacia la independencia.
Y, finalmente, en ese abordaje al problema de los nacionalismos una breve referencia al caso andaluz. La idealización de la cultura musulmana y su ligazón a una supuesta cultura homogénea del andalucismo, más orientado hacia Marruecos que hacia Europa como idea modernizadora, ha alimentado el imaginario ideológico y fantaseante de la cultura heredada de la época musulmana sobreponiéndola a la cristiana; e incluso abogado por la anexión de esa tierra a Marruecos.
El sincretismo entre la lucha por la emancipación del proletariado andaluz y la lucha contra el latifundismo, unido al intento de recuperación de la cultura musulmana en el ámbito nacionalista andaluz, provoca una amalgama un tanto incomprensible para mentes racionales, pero de fácil abono en personas de baja formación y fácil manipulación cognitiva. Poco hay que añadir a lo anteriormente dicho.
En conclusión, obran en estas orientaciones fuerzas disgregadoras que buscan la ruptura de la unidad española, alimentada desde intereses foráneos que concurren con la histórica tentación de agregar las partes descompuestas al área de influencia francesa, a la británica, portuguesa o magrebí; pudiera ser que para controlar de forma más eficaz un foco geoestratégico fundamental para el dominio mundial.
En todo este panorama hay que intentar interpretar el papel de la izquierda en todo esto. Sin pretender hacer un análisis descriptivo exhaustivo, cabe mencionar estas palabras de Ramón Zallo de hace unas décadas en un artículo titulado “Marxismo y cuestión nacional: Euskadi”. Dice: “La opción federal en la autodeterminación aparece, hoy por hoy y en tanto las circunstancias de la lucha de clases no cambien, como una fórmula que combinaría una amplia autonomía política de la nacionalidad con la unidad de la clase obrera en la lucha por la revolución proletaria, primero; por la construcción del socialismo después”. Es decir, para hacer la revolución mediante la fragmentación, que es algo casi similar al planteamiento estalinista de hacer la revolución mediante la guerra aprovechando la confusión. Como dicen los chinos que tienen muy arraigada la cultura maoísta, “en aguas limpias no se cogen peces”.
En esas seguimos.
Dicho de otra manera: “El fracaso histórico de las direcciones burguesas y pequeño-burguesas no depende ni de sus errores ni de sus traiciones. La causa reside en su incapacidad de compaginar hasta el final sus particulares intereses de clase y las reivindicaciones de las masas populares de la nacionalidad. Al desarrollarse la lucha de masas, de los objetivos democráticos se pasa a los objetivos anticapitalistas, y el triunfo del socialismo aparece a los ojos de las masas como condición de resolución de sus reivindicaciones populares y de su emancipación nacional”. A cualquiera que lea esto le sonará a batiburrillo de conceptos difícilmente asimilables. He de confesar que yo, que vengo de una tradición de izquierda de juventud, me cuesta entenderlo. Y solamente puedo interpretarlo si pienso en que la democracia es un mero instrumento para la revolución socialista en la mente de este tipo de análisis marxista; y que tras una “democratitis” de poca calidad enlazada a la idea de falsas nacionalidades, viene el salto subsiguiente: la conquista del poder para la dictadura del proletariado. O, dicho en palabras de Pablo Iglesias, el líder de Podemos: “El asalto al cielo”; idea leninista donde las haya. “La emancipación nacional del país oprimido es condición de la emancipación de la clase obrera de la nacionalidad dominante.” Decía el personaje bolchevique. Más claro agua.
El extraño fenómeno es que una llamada burguesía, contagiada de estupidez, se sume al proceso socializante en el sentido más casposo y bolchevique.
Tomo como referencia de este artículo divulgativo el magnífico estudio “Los nacionalismos en el Estado español contemporáneo” de Antonio Elorza, que se puede leer on-line en la Fundación Sancho El Sabio de Vitoria.
Caso Gallego
Tiene una base cultural, exclusivamente. Aunque entroncado con este fenómeno del galleguismo, basado en la lengua, se haya producido una tendencia secesionista encabezada por el Bloque Nacionalista Gallego; que basa su historicismo mítico en los suevos como fuente justificatoria, con unas connotaciones identitarias y etnicistas, basada en el origen celta de Galicia que no es exclusivo de esa Comunidad.
El idioma es la base del sustrato cultural que da fuerza a ese proceso de diferenciación, bajo el pretexto de que la centralización castellana pone en peligro la pervivencia del gallego, como esgrimía Castelao. Con esa argumentación tratan de poner en relieve la existencia de la nación gallega, estrechamente emparentada con la portuguesa lo que da pie a postular su conexión con el Estado vecino, más incluso que con España. En tal sentido, su vértice de asentamiento ha sido la escuela como vehículo de galleguización.
Ya en 1918 la Asamblea de Lugo demandaba… “la potestad docente del Estado actual pasará entera al poder gallego”, lo mismo que en 1931 tras la constitución del Partido Gallegista. El idioma será el eje nuclear de la consideración de nación gallega. Parece sorprendente que esa idea de nación cultural haya calado en partidos sobre los cuales ha pivotado la gobernabilidad de España durante la democracia constitucional actual, lo que dice muy poco de la personalidad política de esos partidos del actual turnismo político. Lo cual significa que se encuentran muy cómodos con el disfrute del poder, aunque no se sepa para qué lo ejercen más allá de las corruptelas económicas y políticas, y el ejercicio caciquil del poder autonómico.
Caso vasco
En el caso vasco, igualmente, el idioma es el elemento que sostiene como clave de bóveda la idea de nacionalidad, y por tanto las ansias independentistas. El vascuence es el elemento diferenciador, en ausencia de otros, teniendo en cuenta la escalada imparable de hibridación de la sociedad vasca; con un mestizaje multiplicador de la interculturalidad; estimulada por los propios nacionalistas, aunque resulte sorprendente. Solo cabe entenderlo desde el plano de sustitución de un electorado cada vez más distanciado del absurdo nacionalista por otro más adocenado y clientelizado.
Se ha superado el mito de la raza vasca de origen bíblico, que configuró la idea de nación creada “ex novo” por Arana sobre un concepto absolutamente artificioso de etnia vasca, que hoy resulta cómico. Tras el descrédito de las ideas racistas después de la derrota del nazismo, los nacionalistas vascos giraron su posición a tesis más culturales, afirmando sin ningún sentido ni rigor que el euskera es la lengua propia de los vascos, omitiendo que el castellano surgiera en la parte más occidental de las Vascongadas, extendiéndose por todo el territorio vasco. Eluden que los vascos, como afirma Sánchez Albornoz, hemos sido los gérmenes de la España reconquistada, y, por tanto la raíz de la España moderna y contemporánea, nación más antigua de Europa, en su significado más actual.
La idea de vasquidad surge en Navarra con Campión, cuando afirma que “el tipo euskaro pierde terreno. La marea sube; el agua corruptora de la asimilación empuja su limo hasta las cumbres de las altas montañas. Todo conspira contra él: la facilidad de comunicaciones; la proscripción oficial de la lengua; el utilitarismo; la emigración a América; ese necio impulso de hombres y monos que se llama imitación; el abominable ejemplo de las clases que sacrifican a la moda y a lo que denominan buen tono los hábitos sencillos y el idioma admirable de sus abuelos elevadas” Nótese el afán pueblerino y endogámico de ese planteamiento.
Nuevamente aparece la resistencia a la formación de un sistema unitario de enseñanza en España para la configuración del Estado Nacional, con un siglo de retraso respecto a otros países de nuestro entorno europeo que ya lo habían hecho, con lo que ello supuso para la modernización de sus estados, para el avance de sus economías e industria y para el bienestar de sus ciudadanos. Se culpará al maestro, por no ser nativo, de todos los males en la búsqueda de las esencias míticas del nacionalismo. “Les aterra el oír que a los maestros maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah, la gente amiga de la paz…! Es la más digna del odio de los patriotas”. (Sabino Arana en Bizkaitarra)
Dice Antonio Elorza:
“Pero por encima de la cercanía foral hay dos elementos que cobran una intensidad específica en el nacionalismo vasco: esa acción negativa del maestro tiene una clara connotación política, de vehículo de liberalismo y aun de jacobinismo, condenados desde el discurso vejatorio de inspiración tradicionalista que asumen plenamente los primeros nacionalistas; más aún, se trata de imponer a través de la crítica una visión social orientada según un esquema dualista, maniqueo, donde el polo positivo corresponde a la moralidad de la sociedad agraria, tradicional y euskaldún, mientras el negativo a las formas urbanas castellanas, de forma que el paso de una a las otras es descrito como una degeneración. En suma, la crítica de la castellanización resulta absorbida por un marco de referencia tradicionalista y arcaizante.”
En Sabino Arana el idioma es el medio instrumental, no el elemento clave del problema, que es la raza. De hecho, entre otros muchos exabruptos propios de un demente, escribió: “Si nos dieran a elegir entre una Bizcaya poblada de maketos que sólo hablasen el euskera y una Bizcaya poblada de bizcaínos (sic) que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda, porque es preferible la sustancia bizkaína por accidentes exóticos que pudiesen eliminarse y sustituirse por naturales, a una sustancia exótica con propiedades bizkaínas que nunca podrían cambiarla”. Y en parte, esa visión se trasladó a etapas actuales. No se trataba tanto de euskaldunizar al llamado profesorado “transferido” sino de sustituirlo, como todo observador informado puede contrastar y comprobar, desde un análisis de la realidad pura y dura. El resultado está a la vista y es más que evidente. Porque prevalecía –y prevalece- el objetivo político de una depuración lingüística que haga infranqueable el foso en torno al idioma racial. La finalidad inconfesa ha sido y es no tanto el difundir y transmitir el euskera, patrimonio cultural, sino la sustitución política, social y cultural; para asaltar y tomar de forma subrepticia el poder político de forma totalizadora.
Ariztimuño asume este ideario a través de estas palabras: “No solamente el niño, netamente euskaldun, está divorciado del maestro extraño sino que también lo está en mucho el niño vasco erdeldun. Porque el maestro extraño no puede sentir el destino de la raza, ni comprender los misteriosos secretos de su alma”
La lengua es la conexión de Navarra con las Vascongadas como vínculo nacionalista en el ideario separatista. Y Euskal Herria es la fórmula para unir a los siete herrialdes, es decir, la lengua como argumento de nacionalización. Por ello, el empeño año tras año de subvencionar las ikastolas de Iparralde, del sur francés aquitano, a los efectos de extender la mancha, de hacer anidar en los espíritus la cosmovisión nacionalista. Desde Krutwig la raza deja de ser el vínculo, pues deja de tener sentido. Lo será la lengua.
El mundo urbano es la rémora, por concitar la idea moderna, abierta, plural. Es el mundo rural el caldo de cultivo de esa concepción de las cosas. Se repite caso por caso en la idiosincrasia nacionalista.
Caso catalán
El nacionalismo catalán tiene un componente muy parecido al vasco, ambos tienen factores de frontera que motivan el anhelo expansionista que les da razón argumentativa para configurar un ideario nacionalista: el de la parte francesa de cultura vasca y la parte francesa de impregnaciones catalanas, ligadas a la Marca Hispana durante el Imperio Carolingio. Ello, unido a la lengua como argamasa, aunque sea un cemento de baja calidad, por la hegemonía avasalladora del francés como lengua nacional inequívoca e irrenunciable del País vecino, hace alimentar un sentimiento bastante artificial pero con fuertes elementos emocionales. Sobre todo cuando se asocia lo rural a la pureza, al mantenimiento de las costumbres y tradiciones, de fuerte arraigo carlista en su componente conservador y ultrarreligioso; aunque sea una religiosidad de carácter puramente litúrgica. La llegada de la industrialización suponía la invasión de elementos exógenos contra los que había que plantear barreras defensivas. Y, sobre todo, tras el desastre del 98 y la Restauración se debía intentar la separación respecto al Estado español pues éste representaba el fracaso y la decadencia; más cuando se abría la búsqueda de un Estado nacional estructurado y con política unitaria que diera continuidad a la Restauración tras el inequívoco fracaso de la Primera República y el cantonalismo.
Por ello había que hacer un revisionismo histórico un tanto esperpéntico y alucinógeno, imposible de anidar en mentes bien amuebladas, por lo que uno de los objetivos sería degradar la calidad cultural y provocar la desinformación sistemática para que las víctimas de ese proceso de adoctrinamiento tuvieran un marco de ruptura con la cultura heredada.
El elemento nuclear de esa revisión histórica será la Guerra de Sucesión entre el aspirante borbón y la dinastía de los Austrias convertida artificialmente en una guerra entre catalanes y castellanos, como si este conflicto que tenía connotaciones internacionales no fuera entre españoles como más tarde la guerra carlista y la del 36; convertidos en episodios míticos de guerras banderizas.
Este nacionalismo es expansionista y pretende la anexión de todo el litoral mediterráneo hasta Andalucía, incluidas las islas.
Omito reseñar la importancia que, en ese constructo mítico, ha tenido el dialecto latino catalán como vínculo que uniera al conjunto de los catalanes en la vía promisoria hacia la independencia.
Y, finalmente, en ese abordaje al problema de los nacionalismos una breve referencia al caso andaluz. La idealización de la cultura musulmana y su ligazón a una supuesta cultura homogénea del andalucismo, más orientado hacia Marruecos que hacia Europa como idea modernizadora, ha alimentado el imaginario ideológico y fantaseante de la cultura heredada de la época musulmana sobreponiéndola a la cristiana; e incluso abogado por la anexión de esa tierra a Marruecos.
El sincretismo entre la lucha por la emancipación del proletariado andaluz y la lucha contra el latifundismo, unido al intento de recuperación de la cultura musulmana en el ámbito nacionalista andaluz, provoca una amalgama un tanto incomprensible para mentes racionales, pero de fácil abono en personas de baja formación y fácil manipulación cognitiva. Poco hay que añadir a lo anteriormente dicho.
En conclusión, obran en estas orientaciones fuerzas disgregadoras que buscan la ruptura de la unidad española, alimentada desde intereses foráneos que concurren con la histórica tentación de agregar las partes descompuestas al área de influencia francesa, a la británica, portuguesa o magrebí; pudiera ser que para controlar de forma más eficaz un foco geoestratégico fundamental para el dominio mundial.
En todo este panorama hay que intentar interpretar el papel de la izquierda en todo esto. Sin pretender hacer un análisis descriptivo exhaustivo, cabe mencionar estas palabras de Ramón Zallo de hace unas décadas en un artículo titulado “Marxismo y cuestión nacional: Euskadi”. Dice: “La opción federal en la autodeterminación aparece, hoy por hoy y en tanto las circunstancias de la lucha de clases no cambien, como una fórmula que combinaría una amplia autonomía política de la nacionalidad con la unidad de la clase obrera en la lucha por la revolución proletaria, primero; por la construcción del socialismo después”. Es decir, para hacer la revolución mediante la fragmentación, que es algo casi similar al planteamiento estalinista de hacer la revolución mediante la guerra aprovechando la confusión. Como dicen los chinos que tienen muy arraigada la cultura maoísta, “en aguas limpias no se cogen peces”.
En esas seguimos.
Dicho de otra manera: “El fracaso histórico de las direcciones burguesas y pequeño-burguesas no depende ni de sus errores ni de sus traiciones. La causa reside en su incapacidad de compaginar hasta el final sus particulares intereses de clase y las reivindicaciones de las masas populares de la nacionalidad. Al desarrollarse la lucha de masas, de los objetivos democráticos se pasa a los objetivos anticapitalistas, y el triunfo del socialismo aparece a los ojos de las masas como condición de resolución de sus reivindicaciones populares y de su emancipación nacional”. A cualquiera que lea esto le sonará a batiburrillo de conceptos difícilmente asimilables. He de confesar que yo, que vengo de una tradición de izquierda de juventud, me cuesta entenderlo. Y solamente puedo interpretarlo si pienso en que la democracia es un mero instrumento para la revolución socialista en la mente de este tipo de análisis marxista; y que tras una “democratitis” de poca calidad enlazada a la idea de falsas nacionalidades, viene el salto subsiguiente: la conquista del poder para la dictadura del proletariado. O, dicho en palabras de Pablo Iglesias, el líder de Podemos: “El asalto al cielo”; idea leninista donde las haya. “La emancipación nacional del país oprimido es condición de la emancipación de la clase obrera de la nacionalidad dominante.” Decía el personaje bolchevique. Más claro agua.
El extraño fenómeno es que una llamada burguesía, contagiada de estupidez, se sume al proceso socializante en el sentido más casposo y bolchevique.