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Sábado, 16 de Marzo de 2019 Tiempo de lectura:

Esos eurócratas que sueñan con una policía del pensamiento

Hace unos meses, el periodista Jack Dion escribía en la revista francesa Marianne (Nº 1122), de la que es Director Adjunto, un artículo titulado "Esos eurócratas que sueñan con una policía del pensamiento". Por su interés, reproducimos un amplio extracto del mismo. La traducción del texto ha sido realizada por Esther Herrera.

[Img #15386]A falta de muy poco tiempo para el escrutinio europeo, el 26 de mayo de 2019, la Comisión Europea ha lanzado un grito de alarma resumido así por Le Monde: “En Bruselas están preocupados por los riesgos de manipulación de las elecciones”. Nuestros amigos los eurócratas han propuesto a los países miembros una batería de medidas con el objetivo de evitar, según el periódico, “la desinformación, los ciberataques o las intrusiones extranjeras susceptibles de perturbar la consulta electoral”.   

 

Pero… ¿quién amenaza a la Unión Europea? ¿Extraterrestres localizados por los satélites? ¿Yihadistas acercándose a la costa mediterránea? ¿Agentes de Kim Jong-Un apadrinados por Gérard Depardieu? ¿Espías de Moscú?  Nadie lo sabe. Es un enemigo designado por la Comisión en unos términos dignos de novela de John Le Carré durante la guerra fría: “Los poderes globales que no comparten necesariamente todos nuestros intereses y todos nuestros valores”. Ahí se ve que la teoría del complot también la comparten incluso aquellos que la persiguen en las redes sociales. Si lo entendemos bien, las multinacionales, los lobbies, los bancos, los GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) la OTAN no serían sospechosos de ninguna veleidad intervencionista. Tomamos nota.

 

En verdad, los comisarios de Bruselas tienen menos miedo a la manipulación de las elecciones que a las elecciones mismas. Por eso quieren instaurar una especie de policía del pensamiento, con vistas a ganar una batalla ya perdida: la de la opinión. Con este objetivo, sueñan con hacer de las elecciones europeas un partido amañado: la Europa neoliberal o los “populistas”, como los llaman; la Europa de Juncker y de Macron o la de la extrema derecha; parece ser que no existe ninguna alternativa a esta oposición tan bien puesta en escena, y que toda crítica a la Unión Europea viene a ser lo mismo que alinearse con tesis xenófobas.

 

(...)

 

En estas condiciones, es divertido ver a la Comisión de Bruselas erigirse en profesor de virtud y lecciones cívicas. Este panel que nadie ha elegido, y que no es representativo, ha erigido los Tratados europeos en dogmas grabados en mármol, transformando cualquier voz crítica en un peligroso disidente.  En un día de lucidez, su Presidente Jean-Claude Juncker lo confesó: “No se pueden escoger cuestiones democráticas contra los Tratados europeos”. Es decir, tenemos derecho a votar, pero con la condición de votar bien. Si no, se vuelve a la casilla del principio, como se vio en 2005 con el Tratado de la Constitución Europea, rechazado por una mayoría de franceses, pero reciclado poco después bajo la forma del Tratado de Lisboa. En resumen, cuando se trata de disertar sobre lo que sucede con la expresión del sufragio universal en Rusia, hay atasco de artículos en los medios. Ahora bien, cuando son los dignatarios de Bruselas los que se saltan sus propias normas, silencio absoluto.

 

Hasta ahora, ningún representante de la Comisión Europea se ha dignado a cuestionar las manipulaciones de la opinión que han aumentado la fractura entre los pueblos y las élites de la Unión. En los estrados, se alaba una creación fantasmal que no corresponde a ninguna realidad, y que crea un fenómeno de rechazo sobre el cual se mueven los partidos de extrema derecha. A fuerza de justificar lo injustificable, de dejar a la globalización imponer la ley del capital y del librecambio, de santificar el euro, de acomodarse a una austeridad de sentido único, de enfrentar a los pobres con los más pobres sin regular la inmigración, los lumbreras de Bruselas han abierto las compuertas de una corriente que ya no pueden controlar. Resultado: con cada elección, los eurólatras se ven expulsados a su rincón. Sin embargo, ellos insisten una y otra vez, como si fuera intolerable preguntarse sobre sus resultados, e inconcebible defender otra concepción que la suya.

 

(...)

 


 

Traducción de Esther Herrera

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