Una utopía para Europa
¿Por qué fue un error fundar las instituciones europeas como "parto por cesárea"? ¿Qué podrían los europeos de hoy aprender del Sacro Imperio Romano?
Una profunda crisis está instalada en Europa. No viene impuesta desde el exterior, sino que se gesta en casa. Ahora ya viene como revancha aquello que uno los padres fundadores, Robert Schuman, se temía, es decir, que una Europa unida no debería seguir siendo simplemente una empresa económica y tecnocrática: "Se necesita un alma, una conciencia de sus raíces históricas y de sus obligaciones presentes y futuras". Sin identidad común no puede haber solidaridad europea en unos tiempos de agitación como los de hoy; sin embargo, tal identidad debe referirse a algo más que los derechos humanos en general, ya que debe tener en cuenta lo que es signo inconfundible para Europa y los europeos: una imagen humana occidental profundamente arraigada en la tradición y la historia.
Si tal esfuerzo falla, solo hay dos posibilidades: la desintegración enuna serie de estados nacionales, que después se entregarán a poderes como China, Rusia, el mundo islámico o los Estados Unidos; o un centralismo sin alma, burocrático, dos riesgos éstos contra los que Schuman advirtió cuando escribió: "La democracia (europea) será cristiana o desaparecerá. Una democracia anticristiana se convertirá en una caricatura que degenera en tiranía o anarquía".
Entonces, ¿cómo podría una Europa alternativa de este tipo, una utopía-pastel [juego de palabras intraducible al español entre "Utopie", utopía y "pie", pastel, unidas por un guión, N. del T.], para el que me gustaría acuñar el término "Hesperialismo" en referencia al término griego –Hespérides- para referirse al extremo oeste del mundo. Esta utopía, ¿podría haber cobrado forma, tanto en espíritu como en las instituciones, y cómo podría llegar a tener algún día algún viso de realidad?
Fue un error fundamental justificar a las instituciones europeas como puros nacimientos por cesárea y dirigir su desarrollo a través del mecanismo profundamente deshonesto del "Método Mon-net", que no busca la profundización de su integración con el consentimiento de los ciudadanos, sino otro derivado de una compulsión administrativa constantemente provocada. Más bien, en vez de esto, el modelo elegido para impulsar una Europa unida debió haberse basado en esos siglos de la historia occidental que ya estaban marcados por una unificación defensiva del continente, una unificación de largo alcance, y también pacífica a la vez: el escaso milenio en el cual el Sacro Imperio Romano (más tarde con la adición de "nación alemana") mantuvo unida una totalidad que iba desde Francia a Polonia y desde Dinamarca a Italia, en una variedad armoniosa; una historia de éxito que también inspiró a otros estados, como el poderoso imperio polaco-lituano y que se basó en una convicción fundamental que podría ser fructífera incluso hoy.
Mientras que los estados parciales tenían máxima autonomía y coordinaban sus intereses en los días regulares del Reichstag, el Reichsspitze, que se determinaba mediante un acto de votación electoral, aseguraba exclusivamente las defensas militares al exterior, la solución interna de las disputas y la garantía de un estándar mínimo de normas necesarias que fueran económicamente y culturalmente viables. Con una vida útil de casi 1.000 años, ese imperio fue sin duda una de las instituciones más exitosas en la historia europea, mas hoy en día, donde se cumplen muchas de las predicciones de George Orwell, la diversidad interna de ese estado es difícil (como en el Siglo XIX) que se mantenga. En palabras de Karl Theodor von Dalberg, parecería más bien un garante de una humanidad cada vez más amenazada, o, en palabras de Karl Theodor von Dalberg, "un edificio gótico permanente que no se construye según todas las reglas de la arquitectura, sino en el que uno reside".
Por lo tanto, una Europa alternativa sustituiría el actual proceso de unificación incontrolado por un verdadero proyecto de Constitución único y definitivo. Esto se lograría en un futuro próximo mediante una reforma fundamental de la representación parlamentaria, en la que el Parlamento de la UE representaría a la cámara baja, pero el Consejo Europeo representaría a la cámara alta, y ambas en conjunto ejercerían todo el poder legislativo, así como la autoridad presupuestaria en línea con el antiguo Reichstag.
Dicha asamblea también nombraría a varios secretarios de Estado, que sustituirían a la Comisión, la cual se disolvería y, teniendo en cuenta la representación regular de todos los Estados miembros, tendrían que realizar aquellas tareas que garantizarían la seguridad interna y externa del continente: mantener una fuerza común, organizar un servicio policial transnacional, incluida la protección de las fronteras exteriores, fortalecer las infraestructuras clave, la coordinación legal, asegurar recursos estratégicos, realizar proyectos de investigación conjuntos y, finalmente, administrar sus finanzas.
Sólo la política exterior y el liderazgo de una comisión de arbitraje permanente en las disputas entre los Estados miembros habrían de ser asignados a un presidente elegido por todos los ciudadanos, figura que tendría que representar a la Europa unida tanto interna como externamente según el modelo del antiguo jefe del imperio.
Sin embargo, más importante que las instituciones sería el espíritu que debería animarlas, cuyos valores fundamentales deberían consagrarse en una nueva Constitución que sirva de criterio para el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Estos valores no sólo deben incluir los derechos humanos en general, sino que también deben consagrar en la ley el apego de la Unión Occidental al mundo y a la imagen humana de su pasado milenario. Después de todo, el nacimiento de Europa no tuvo lugar en 1789 ni siquiera en 1945, sino que se remonta al pasado más profundo, o, según Paul Valéry: "Cada pueblo y cada país que ha sido romanizado, cristianizado y sometido a la disciplina espiritual de los griegos es absolutamente europeo". Esta es la "cultura guía " [Leitkultur] que necesita ser protegida y mantenida.
Europa es más que la simple suma de las personas que viven en nuestras tierras, pero tiene el deber legado de asegurar una relación positiva con la tradición antigua y cristiana, proteger el ideal occidental de la familia y un mostrar un orgullo saludable hacia la singularidad de su patrimonio. Debe permanecer fiel a los antepasados. Y mantener la obligación moral de tratar críticamente con los crímenes de la propia historia, lo cual se corresponde con la tarea de conmemorar también los logros de nuestra civilización.
Solo si esta realización moldea el espíritu de Europa será posible detener la actual decadencia, que resulta del hecho de que en todos los ámbitos de la vida ya no existe un divorcio entre regla y excepción sino que, en nombre de una diversidad mal entendida, se equiparan todas las pequeñas desviaciones de la norma de esta última, de modo que no se llega a la promoción de la cohesión y del compromiso, sino más bien a la fragmentación de nuestra sociedad y, por lo tanto, tarde o temprano, a la crisis y a la violencia.
¿Ya es demasiado tarde para una reflexión tan "hesperialista" sobre nuestras tradiciones occidentales? ¿Europa, como tantas sociedades en la historia mundial, necesita primero un período de caos para recordar sus verdaderos valores? Desafortunadamente, esto no es improbable. Y, sin embargo, incluso la perspectiva de una sucesión de "años de decisión" [Jahre der Entscheidung, en alemán; Engels parafrasea el título de una conocida obra de Spengler, que también podría conocerse en español como "Años de Incertidumbre", N. del T.] no debería eximirnos del deber de trabajar por Europa e, incluso ahora, aunque sea solo como una utopía, contemplar un objetivo doble. Prohibir el peligro del centralismo y el nacionalismo y, finalmente, ayudar a Europa a alcanzar su propia fuerza, que es necesaria en el caso de los desafíos a los que se enfrenta, no solo desde el exterior en forma de poderes en competencia con nosotros, sino también desde el interior bajo la forma de declive de los valores y la aparición de sociedades paralelas.
¿Es esta esperanza poco realista? En 2019, tal vez. Pero, ¿no ha llegado el momento en que una nueva crisis económica también está creando "condiciones griegas" en otros estados, de modo tal que la insatisfacción de los ciudadanos con sus élites fuera de Francia conduzca a más protestas? Condiciones en las que el terror político y religioso ha desgarrado la convivencia social y en las que la lucha entre la "partitocracia" y el "populismo" ha paralizado las instituciones nacionales y europeas; entonces, según nos dice la experiencia histórica, sólo se necesita un pequeño detonante para convertir el caos en un nuevo orden.
[Traducido de la revista Cicero, abril de 2019, con autorización del autor]
(*) David Engels, catedrático de Historia Antigua de Roma en la Universidad Libre de Bruselas, trabaja actualmente en el Instituto Zachodni, de Polonia. Es presidente de la Sociedad Internacional Oswald Spengler para el Estudio de la Humanidad y de la Historia Mundial.
Una profunda crisis está instalada en Europa. No viene impuesta desde el exterior, sino que se gesta en casa. Ahora ya viene como revancha aquello que uno los padres fundadores, Robert Schuman, se temía, es decir, que una Europa unida no debería seguir siendo simplemente una empresa económica y tecnocrática: "Se necesita un alma, una conciencia de sus raíces históricas y de sus obligaciones presentes y futuras". Sin identidad común no puede haber solidaridad europea en unos tiempos de agitación como los de hoy; sin embargo, tal identidad debe referirse a algo más que los derechos humanos en general, ya que debe tener en cuenta lo que es signo inconfundible para Europa y los europeos: una imagen humana occidental profundamente arraigada en la tradición y la historia.
Si tal esfuerzo falla, solo hay dos posibilidades: la desintegración enuna serie de estados nacionales, que después se entregarán a poderes como China, Rusia, el mundo islámico o los Estados Unidos; o un centralismo sin alma, burocrático, dos riesgos éstos contra los que Schuman advirtió cuando escribió: "La democracia (europea) será cristiana o desaparecerá. Una democracia anticristiana se convertirá en una caricatura que degenera en tiranía o anarquía".
Entonces, ¿cómo podría una Europa alternativa de este tipo, una utopía-pastel [juego de palabras intraducible al español entre "Utopie", utopía y "pie", pastel, unidas por un guión, N. del T.], para el que me gustaría acuñar el término "Hesperialismo" en referencia al término griego –Hespérides- para referirse al extremo oeste del mundo. Esta utopía, ¿podría haber cobrado forma, tanto en espíritu como en las instituciones, y cómo podría llegar a tener algún día algún viso de realidad?
Fue un error fundamental justificar a las instituciones europeas como puros nacimientos por cesárea y dirigir su desarrollo a través del mecanismo profundamente deshonesto del "Método Mon-net", que no busca la profundización de su integración con el consentimiento de los ciudadanos, sino otro derivado de una compulsión administrativa constantemente provocada. Más bien, en vez de esto, el modelo elegido para impulsar una Europa unida debió haberse basado en esos siglos de la historia occidental que ya estaban marcados por una unificación defensiva del continente, una unificación de largo alcance, y también pacífica a la vez: el escaso milenio en el cual el Sacro Imperio Romano (más tarde con la adición de "nación alemana") mantuvo unida una totalidad que iba desde Francia a Polonia y desde Dinamarca a Italia, en una variedad armoniosa; una historia de éxito que también inspiró a otros estados, como el poderoso imperio polaco-lituano y que se basó en una convicción fundamental que podría ser fructífera incluso hoy.
Mientras que los estados parciales tenían máxima autonomía y coordinaban sus intereses en los días regulares del Reichstag, el Reichsspitze, que se determinaba mediante un acto de votación electoral, aseguraba exclusivamente las defensas militares al exterior, la solución interna de las disputas y la garantía de un estándar mínimo de normas necesarias que fueran económicamente y culturalmente viables. Con una vida útil de casi 1.000 años, ese imperio fue sin duda una de las instituciones más exitosas en la historia europea, mas hoy en día, donde se cumplen muchas de las predicciones de George Orwell, la diversidad interna de ese estado es difícil (como en el Siglo XIX) que se mantenga. En palabras de Karl Theodor von Dalberg, parecería más bien un garante de una humanidad cada vez más amenazada, o, en palabras de Karl Theodor von Dalberg, "un edificio gótico permanente que no se construye según todas las reglas de la arquitectura, sino en el que uno reside".
Por lo tanto, una Europa alternativa sustituiría el actual proceso de unificación incontrolado por un verdadero proyecto de Constitución único y definitivo. Esto se lograría en un futuro próximo mediante una reforma fundamental de la representación parlamentaria, en la que el Parlamento de la UE representaría a la cámara baja, pero el Consejo Europeo representaría a la cámara alta, y ambas en conjunto ejercerían todo el poder legislativo, así como la autoridad presupuestaria en línea con el antiguo Reichstag.
Dicha asamblea también nombraría a varios secretarios de Estado, que sustituirían a la Comisión, la cual se disolvería y, teniendo en cuenta la representación regular de todos los Estados miembros, tendrían que realizar aquellas tareas que garantizarían la seguridad interna y externa del continente: mantener una fuerza común, organizar un servicio policial transnacional, incluida la protección de las fronteras exteriores, fortalecer las infraestructuras clave, la coordinación legal, asegurar recursos estratégicos, realizar proyectos de investigación conjuntos y, finalmente, administrar sus finanzas.
Sólo la política exterior y el liderazgo de una comisión de arbitraje permanente en las disputas entre los Estados miembros habrían de ser asignados a un presidente elegido por todos los ciudadanos, figura que tendría que representar a la Europa unida tanto interna como externamente según el modelo del antiguo jefe del imperio.
Sin embargo, más importante que las instituciones sería el espíritu que debería animarlas, cuyos valores fundamentales deberían consagrarse en una nueva Constitución que sirva de criterio para el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Estos valores no sólo deben incluir los derechos humanos en general, sino que también deben consagrar en la ley el apego de la Unión Occidental al mundo y a la imagen humana de su pasado milenario. Después de todo, el nacimiento de Europa no tuvo lugar en 1789 ni siquiera en 1945, sino que se remonta al pasado más profundo, o, según Paul Valéry: "Cada pueblo y cada país que ha sido romanizado, cristianizado y sometido a la disciplina espiritual de los griegos es absolutamente europeo". Esta es la "cultura guía " [Leitkultur] que necesita ser protegida y mantenida.
Europa es más que la simple suma de las personas que viven en nuestras tierras, pero tiene el deber legado de asegurar una relación positiva con la tradición antigua y cristiana, proteger el ideal occidental de la familia y un mostrar un orgullo saludable hacia la singularidad de su patrimonio. Debe permanecer fiel a los antepasados. Y mantener la obligación moral de tratar críticamente con los crímenes de la propia historia, lo cual se corresponde con la tarea de conmemorar también los logros de nuestra civilización.
Solo si esta realización moldea el espíritu de Europa será posible detener la actual decadencia, que resulta del hecho de que en todos los ámbitos de la vida ya no existe un divorcio entre regla y excepción sino que, en nombre de una diversidad mal entendida, se equiparan todas las pequeñas desviaciones de la norma de esta última, de modo que no se llega a la promoción de la cohesión y del compromiso, sino más bien a la fragmentación de nuestra sociedad y, por lo tanto, tarde o temprano, a la crisis y a la violencia.
¿Ya es demasiado tarde para una reflexión tan "hesperialista" sobre nuestras tradiciones occidentales? ¿Europa, como tantas sociedades en la historia mundial, necesita primero un período de caos para recordar sus verdaderos valores? Desafortunadamente, esto no es improbable. Y, sin embargo, incluso la perspectiva de una sucesión de "años de decisión" [Jahre der Entscheidung, en alemán; Engels parafrasea el título de una conocida obra de Spengler, que también podría conocerse en español como "Años de Incertidumbre", N. del T.] no debería eximirnos del deber de trabajar por Europa e, incluso ahora, aunque sea solo como una utopía, contemplar un objetivo doble. Prohibir el peligro del centralismo y el nacionalismo y, finalmente, ayudar a Europa a alcanzar su propia fuerza, que es necesaria en el caso de los desafíos a los que se enfrenta, no solo desde el exterior en forma de poderes en competencia con nosotros, sino también desde el interior bajo la forma de declive de los valores y la aparición de sociedades paralelas.
¿Es esta esperanza poco realista? En 2019, tal vez. Pero, ¿no ha llegado el momento en que una nueva crisis económica también está creando "condiciones griegas" en otros estados, de modo tal que la insatisfacción de los ciudadanos con sus élites fuera de Francia conduzca a más protestas? Condiciones en las que el terror político y religioso ha desgarrado la convivencia social y en las que la lucha entre la "partitocracia" y el "populismo" ha paralizado las instituciones nacionales y europeas; entonces, según nos dice la experiencia histórica, sólo se necesita un pequeño detonante para convertir el caos en un nuevo orden.
[Traducido de la revista Cicero, abril de 2019, con autorización del autor]
(*) David Engels, catedrático de Historia Antigua de Roma en la Universidad Libre de Bruselas, trabaja actualmente en el Instituto Zachodni, de Polonia. Es presidente de la Sociedad Internacional Oswald Spengler para el Estudio de la Humanidad y de la Historia Mundial.











