¿Qué podemos hacer cada uno por España?
Un 20 de enero de 1961, J.F.K, presidente de los Estados Unidos de América, pronunció su primer discurso presidencial con el que inauguraba lo que se vino a denominar "nueva frontera", que pasaría a la historia. "No te preguntes lo que los Estados Unidos pueden hacer por ti. Pregúntate qué puede hacer tú por tu país".
Hemos dejado atrás el siglo XX. Lo malo está en que tenemos un cierto apego a repetir sus errores. Cuando escucho aquel hermoso e inmortal tango "Cambalache", que se cantaba y bailaba en el primer tercio del pasado siglo, debo reconocer su vigencia para cada una de sus estrofas.
Cuando leo aquel trabajo que publicitaron los socialistas franceses señalando las perversiones del sistema democrático, creo firmemente que seguimos estando inmersos en tal situación, sin propósito de enmienda, con una partitocracia que ha capturado a la democracia, con unos poderes públicos al servicio de una minoría selecta, con unos dirigentes que no dan la talla y que no han leído a Platón, cuando éste señalaba, como virtudes del ungido, a la cultura y la decencia; que sólo se acuerdan del pueblo durante el teatro que supone la campaña electoral, sin perder de vista a las encuestas.
Pero hay dos hechos nuevos. El calendario electoral que ha concentrado en dos meses hasta cinco urnas para que el ciudadano haga uso del voto y posibilite la alternancia en el poder. Pero los "duendes" han cambiado los papeles. Éramos un país en el que las elecciones locales actuaban de antesala para las generales, esta vez, será al contrario. Es muy probable que las elecciones generales condicionen a las demás, pudiendo éstas últimas actuar como segunda vuelta de las primeras, para acrecentar victorias y derrotas.
La otra circunstancia es que nos hemos alejado del bipartidismo. Hay dos partidos en la izquierda y tres en la derecha, amén de los nacionalistas, que pueden condicionar parlamentos y gobiernos para los próximos años, como una oportunidad para la regeneración del sistema, tanto por la presencia de nuevos políticos, como por los compromisos que se están adquiriendo con el cuerpo electoral.
Pero la madurez democrática viene dada, más que por las intenciones reales o publicitarias de los partidos, por la capacidad del ciudadano para hacer uso de sus potencias y obligar al cambio preciso. Para lo cual resulta muy necesario nos dispongamos a votar sin "aprioris" tradicionales, derecha-izquierda; la madurez se demuestra, primero votando, y segundo, haciéndolo a quien coincide con nosotros en la escala de valores que deseamos se aplique en España.
A estas alturas de mi propia vida, no tengo por menos que confesar cuál es mi escala de valores. Primero, la unidad de España. Por tanto, haré lo posible para que tal hecho que ampara la Ley, se cumpla a rajatabla. No en vano me jugué la vida en aquella Euskadi de plomo. Lo dicho no sirve de comodín para afirmar que la España tal como está sea de mi agrado, ni siquiera la Constitución española se me antoja como adecuada a los tiempos que vivimos, ya muy lejos de 1978. Pero la alternativa son las reformas pertinentes, nunca la ruptura convivencial, que además la propugnan aquellos que han sido tratados de usía por el Estado, derivando las riquezas del país y dotándolos de competencias e inversiones que les colocan en la España rica, a la que se han visto obligados e emigran los españoles de la España pobre. Tenemos la obligación moral de garantizar la ciudadanía española en Cataluña y en el País Vasco, por encima de cualquier otra consideración en cuanto al modelo de Estado. Con el separatismo no cabe diálogo, sólo cabe el imperio de la Ley. Tengo muy claro que no se puede ser nacionalista-separatista y progresista. Es incompatible.
Como es incompatible propiciar un Estado asimétrico. Los derechos sociales y los avances tecnológicos o de infraestructuras que son el núcleo sobre el que se construye el progreso, no pueden generar las desigualdades y desequilibrios que sufrimos, entre comunidades con "presuntos derechos históricos" y comunidades con trato de simples regiones. Hay que disfrutar y votar a quien garantice un Estado fuerte, con vocación solidaria, capaz de intervenir para organizar la igualdad de oportunidades entre territorios y personas.
No puedo votar a quien pretenda convertir los derechos sociales en mercancías. En la lista de tales derechos que son los marcos de la ciudadanía real, coloco el derecho a la salud, la educación, las pensiones, el trabajo y la cultura. Pero voy más lejos, entre determinados programas de inversiones que desvían los recursos hacía obras públicas o contratas de empresas privadas con el dinero público, y la inversión para el mantenimiento y adecuación del Estado del Bienestar Social, me quedo con esto último. Por tanto, las cuentas de mi país deben gestionarse con una escala de valores, que eviten la deuda, que impidan la ineficiencia del gasto, que promuevan los ingresos procedentes de aquellos que más tienen, y que protejan a los más desfavorecidos.
La primera cuestión que exijo, en razón a lo que antecede es, la garantía de la sostenibilidad del gasto para las pensiones. No se pueden tolerar más prejubilaciones. No se pueden tolerar más consejos de administración de grandes compañías en las que sus altos directivos tienen fondos de pensiones millonarios, mientras se le discute el poder adquisitivo a la pensión de un trabajador o de una viuda.
España necesita recuperar la integridad de sus territorio. España necesita concienciar y promover la cultura del ahorro. España necesita educar a sus ciudadanos en el mantenimiento del medio ambiente, entre otros motivos, por razones de salud pública.
La integridad territorial viene dada por aquellas intervenciones desde los poderes públicos a fin de evitar la despoblación del medio rural, o de aquellas provincias que se encuentran al pairo del envejecimiento y despoblación.
Hace falta emocionar a nuestros compatriotas. Hay que eliminar todas las conductas torticeras que han alejado la confianza del tejido social en el sistema, con el peligro que supone por ser la semilla de corrientes extremistas que pueden provocar enfrentamientos gravísimos entre españoles.
Un 20 de enero de 1961, J.F.K, presidente de los Estados Unidos de América, pronunció su primer discurso presidencial con el que inauguraba lo que se vino a denominar "nueva frontera", que pasaría a la historia. "No te preguntes lo que los Estados Unidos pueden hacer por ti. Pregúntate qué puede hacer tú por tu país".
Hemos dejado atrás el siglo XX. Lo malo está en que tenemos un cierto apego a repetir sus errores. Cuando escucho aquel hermoso e inmortal tango "Cambalache", que se cantaba y bailaba en el primer tercio del pasado siglo, debo reconocer su vigencia para cada una de sus estrofas.
Cuando leo aquel trabajo que publicitaron los socialistas franceses señalando las perversiones del sistema democrático, creo firmemente que seguimos estando inmersos en tal situación, sin propósito de enmienda, con una partitocracia que ha capturado a la democracia, con unos poderes públicos al servicio de una minoría selecta, con unos dirigentes que no dan la talla y que no han leído a Platón, cuando éste señalaba, como virtudes del ungido, a la cultura y la decencia; que sólo se acuerdan del pueblo durante el teatro que supone la campaña electoral, sin perder de vista a las encuestas.
Pero hay dos hechos nuevos. El calendario electoral que ha concentrado en dos meses hasta cinco urnas para que el ciudadano haga uso del voto y posibilite la alternancia en el poder. Pero los "duendes" han cambiado los papeles. Éramos un país en el que las elecciones locales actuaban de antesala para las generales, esta vez, será al contrario. Es muy probable que las elecciones generales condicionen a las demás, pudiendo éstas últimas actuar como segunda vuelta de las primeras, para acrecentar victorias y derrotas.
La otra circunstancia es que nos hemos alejado del bipartidismo. Hay dos partidos en la izquierda y tres en la derecha, amén de los nacionalistas, que pueden condicionar parlamentos y gobiernos para los próximos años, como una oportunidad para la regeneración del sistema, tanto por la presencia de nuevos políticos, como por los compromisos que se están adquiriendo con el cuerpo electoral.
Pero la madurez democrática viene dada, más que por las intenciones reales o publicitarias de los partidos, por la capacidad del ciudadano para hacer uso de sus potencias y obligar al cambio preciso. Para lo cual resulta muy necesario nos dispongamos a votar sin "aprioris" tradicionales, derecha-izquierda; la madurez se demuestra, primero votando, y segundo, haciéndolo a quien coincide con nosotros en la escala de valores que deseamos se aplique en España.
A estas alturas de mi propia vida, no tengo por menos que confesar cuál es mi escala de valores. Primero, la unidad de España. Por tanto, haré lo posible para que tal hecho que ampara la Ley, se cumpla a rajatabla. No en vano me jugué la vida en aquella Euskadi de plomo. Lo dicho no sirve de comodín para afirmar que la España tal como está sea de mi agrado, ni siquiera la Constitución española se me antoja como adecuada a los tiempos que vivimos, ya muy lejos de 1978. Pero la alternativa son las reformas pertinentes, nunca la ruptura convivencial, que además la propugnan aquellos que han sido tratados de usía por el Estado, derivando las riquezas del país y dotándolos de competencias e inversiones que les colocan en la España rica, a la que se han visto obligados e emigran los españoles de la España pobre. Tenemos la obligación moral de garantizar la ciudadanía española en Cataluña y en el País Vasco, por encima de cualquier otra consideración en cuanto al modelo de Estado. Con el separatismo no cabe diálogo, sólo cabe el imperio de la Ley. Tengo muy claro que no se puede ser nacionalista-separatista y progresista. Es incompatible.
Como es incompatible propiciar un Estado asimétrico. Los derechos sociales y los avances tecnológicos o de infraestructuras que son el núcleo sobre el que se construye el progreso, no pueden generar las desigualdades y desequilibrios que sufrimos, entre comunidades con "presuntos derechos históricos" y comunidades con trato de simples regiones. Hay que disfrutar y votar a quien garantice un Estado fuerte, con vocación solidaria, capaz de intervenir para organizar la igualdad de oportunidades entre territorios y personas.
No puedo votar a quien pretenda convertir los derechos sociales en mercancías. En la lista de tales derechos que son los marcos de la ciudadanía real, coloco el derecho a la salud, la educación, las pensiones, el trabajo y la cultura. Pero voy más lejos, entre determinados programas de inversiones que desvían los recursos hacía obras públicas o contratas de empresas privadas con el dinero público, y la inversión para el mantenimiento y adecuación del Estado del Bienestar Social, me quedo con esto último. Por tanto, las cuentas de mi país deben gestionarse con una escala de valores, que eviten la deuda, que impidan la ineficiencia del gasto, que promuevan los ingresos procedentes de aquellos que más tienen, y que protejan a los más desfavorecidos.
La primera cuestión que exijo, en razón a lo que antecede es, la garantía de la sostenibilidad del gasto para las pensiones. No se pueden tolerar más prejubilaciones. No se pueden tolerar más consejos de administración de grandes compañías en las que sus altos directivos tienen fondos de pensiones millonarios, mientras se le discute el poder adquisitivo a la pensión de un trabajador o de una viuda.
España necesita recuperar la integridad de sus territorio. España necesita concienciar y promover la cultura del ahorro. España necesita educar a sus ciudadanos en el mantenimiento del medio ambiente, entre otros motivos, por razones de salud pública.
La integridad territorial viene dada por aquellas intervenciones desde los poderes públicos a fin de evitar la despoblación del medio rural, o de aquellas provincias que se encuentran al pairo del envejecimiento y despoblación.
Hace falta emocionar a nuestros compatriotas. Hay que eliminar todas las conductas torticeras que han alejado la confianza del tejido social en el sistema, con el peligro que supone por ser la semilla de corrientes extremistas que pueden provocar enfrentamientos gravísimos entre españoles.