¿Una nueva Reconquista empieza en Covadonga?
Pobre de entre los más pobres es aquel que no posee patria. No digo nada nuevo con esto, antes bien, repito verdades que orren el peligro de ser sepultadas. Hay apátridas por necesidad, persecución o imposición. En esta tristísima tesitura, aún así, las personas llevan dentro de su alma el recuerdo de su hogar, la imagen de la tierra y el aliento de los antepasados. Emigrantes y exiliados añoran lo que es suyo. Porque un axioma roto por la Modernidad –léase, el liberalismo- es que la Patria es un nosotros. Robarnos la patria es robarnos nuestro ser. Añoran siempre los expatriados su propia y verdadera identidad. Robársela es cosa de crimen. Pero esta misma Modernidad nos ha traído otro género de desarraigados, no causados por las puntas de las bayonetas enemigas o por el miedo al hambre. Desarraigados por vocación, cosmopolitas antipatrióticos, aves volanderas que anidan un día en los huecos terrenos que dejan los árboles humanos arrancados de cuajo. ¡Qué pobre resulta no poseer patria! ¡Qué tristeza debe embargar a un "internacionalista"!.
Yo no soy tan pobre. De niño, como a todos los niños asturianos, me llevaron a Covadonga. Y allí he vuelto varias veces con devoción. Desde que tengo recuerdos, conocí la historia de la Gesta que allí se dio. Con el paso de los años, y ya no soy un imberbe, me doy cuenta de la exactitud con que la tradición oral y los supuestamente caducos sistemas escolares del pasado la han podido transmitir. Todo niño asturiano, antes de estos actuales días oscuros, etílicamente intoxicados por la ideología, escuchaba boquiabierto el relato de cómo don Pelayo, noble godo a la par que caudillo astur, había vencido a los moros. El relato de cómo el valor de unas gentes sencillas del norte montañoso junto al honor de unos pocos irredentos del poder visigodo, habían puesto freno a la expansión musulmana. La historia, también, de cómo el Poder Divino (personificado en el numen sagrado de los asturianos, La Santina) aprieta pero no ahoga, y presta su auxilio a quienes siguen fieles a una fe, a quienes luchan por conservarla. Así, con gran y sorprendente fidelidad a las viejas Crónicas del Reino Asturiano, los padres relataron durante siglos a sus niños la misma historia: las piedras y saetas que lanzaban los moros contra la Cueva eran devueltas a sus orígenes (infundíbulos, arcos, etc.) masacrando a los invasores. La propia Santina, devenida en diosa guerrera, había usado su mano sobrenatural para salvar a aquellos pocos valientes, cristianos fieles. Cristianos irredentos que universalmente habrían de ser reconocidos como los primeros españoles.
De esto, en cientos de generaciones, nos hemos preciado siempre los asturianos. De ser los primeros españoles. Primeros en el tiempo, cuando Hispania (todavía no "España") se hincaba de rodillas ante el invasor. Primeros en el gesto, cuando las élites pactaban ante el infiel, se convertían a la fe extranjera, se humillaban ante la media luna y escupían a la Cruz que antes adoraban y renunciaban a su identidad. Primeros en alzar la espada y la cruz ante un enemigo invasor, aunque bien es verdad que desde dentro y desde fuera del imperio mahometano nunca faltaron rebeldes montañeses, resistentes cristianos, mártires mozárabes y todo género de héroes de pura sangre ibérica. El islam aquí nunca estuvo en casa. Tardó ocho siglos en ser expulsado, y en esos ocho siglos nunca hincó sus raíces en este suelo. Las peñas del monte Auseva, la Cueva de Covadonga, la acción de Pelayo y de sus sucesores, los Reyes Caudillos (reyes asturianos) sólo fueron el principio del fin del dominio moro de la Península. El duro batallar de los posteriores reinos de León, Castilla, Aragón, Navarra, etc. siempre fue visto, rectamente, como parte de una misma labor: la recuperación de España. Reconquista es recuperación de aquel suelo de godos y romanos unidos por una corona y una fe. Reconquista es repoblación de un suelo que los invasores, aun llevando siglos ocupándolo, nunca habían sentido como propiamente suyo, sino como botín de conquista y bolsa receptora de tributos.
Podemos, a veces, parecer demasiado orgullosos los asturianos. Lucir como timbre de honor unos lejanos hechos de nuestros antepasados, los hechos de Pelayo y de los Reyes Caudillos, en feo contraste con un gris presente postindustrial, arruinado moral y socialmente por el régimen socialista de los últimos cuarenta años... El Principado se muestra al visitante de hoy como un territorio arruinado, envejecido, contaminado. El PSOE, que dominó esta antaño boyante comunidad autónoma, ha provocado una ruina moral e intelectual mucho más grave que cualquier otro caciquismo, un daño más difícil de revertir que cualquiera de sus reconversiones e ineptitudes: la deformación de la historia.
En tiempos del general Franco, Asturias, la cuna de España y de la Reconquista, llegó a contar con una renta per cápita semejante a las de Madrid, Barcelona y el País Vasco, es decir, de las más altas de España, junto con un elevado nivel de instrucción y capacitación técnica. La mina, la industria, la pesca, el campo… Asturias era una pequeña potencia. Pero los socialistas han conseguido incluso convertirnos en una reserva de indígenas acomplejados. Don Pelayo ya no es políticamente correcto, y la Santina no es compatible con su cantinela de la "alianza de civilizaciones" y laicismo obligatorio. Cuarenta años de gobierno socialista, subvencionando marcas blancas y satélites (Izquierda Unida, asturianismo, podemismo, etc.) han ocasionado innúmeras averías cerebrales en generaciones de izquierdistas y multiculturalistas. Se esconden los símbolos, se denigran banderas y escudos. Se revisa la Historia, se mutilan las cruces y se ofende a los próceres. La Asturias de mi corazón es ahora casi un vertedero en manos de esos nuevos apátridas. A la bandera regional, azul con la Cruz de la Victoria, le despojan de su alfa y omega y le añaden una estrella roja. A la estatua de Pelayo le incorporan –sin respeto alguno- botellas de sidra y vaso de cristal, como burla y escarnio. A las Crónicas de la Batalla y de la Reconquista les lanzan montañas de objeciones y dudas, y se reconcilia al propio héroe con los caudillos moros, haciéndole pasar casi como uno de los suyos. Hay incluso "asturianistas" que niegan en letra impresa la existencia de la misma batalla, o se empeñan en hacerla pasar como un instrumento del franquismo.
Modestamente, he escrito un libro, "La Luz del Norte", con el ánimo de salvar y recrear a nuestro héroe, el primer asturiano y el primer español: don Pelayo. Con acierto literario o sin él, en esas páginas quise dejar constancia de un escenario que me sigue conmoviendo cada vez que vuelvo a él: el valle de Covadonga y las peñas agrestes que forman ese núcleo astur-cántabro donde España tuvo su cuna. Allí, como tantos asturianos, bendigo a la "Reina de Nuestras Montañas". Allí, junto con tantos compatriotas, ateos confesos algunos de ellos, damos gracias a ese numen que nos libró de ser una provincia del África. Apenas he conseguido que la prensa regional, corrupta y subvencionada por el socialismo en buena medida, se haga eco del mismo. Con esta novela he cruzado los límites de lo políticamente admisible por el Régimen. No se puede hablar de don Pelayo ni de la Batalla que supuso el inicio de España.
Hay un partido que iniciará oficialmente su campaña electoral en Covadonga. Rechazo la actitud de parte clero asturiano, en parte un clero witiziano, ante el gesto de Vox. Este partido nos hace un honor a todos los asturianos que nos sentimos españoles. Hacer la apertura de la campaña electoral en el Santuario no es "politizarlo". Es un gesto simbólico de primer orden. Allí se va a rezar, en efecto. Pero allí también se va a conmemorar la Batalla que nos dio la identidad, no ya la identidad de godos o la identidad de hispanorromanos. La identidad –todavía embrionaria- de ser españoles. La identidad que consiste en ser parte de una cristiandad occidental celtogermánica y romana, en gran medida, y no fracción del mundo árabe, bereber, sirio o… simplemente, mahometano. Volver a poner a Covadonga en el centro de nuestras referencias simbólicas, históricas, identitarias, es volver a iniciar una Reconquista. Se trata hoy de otro tipo de guerra: los invasores no poseen cimitarras, pero la cizaña de la división entre españoles y la sustitución de nuestra fe y nuestra cultura por otras extrañas, son procesos ya muy avanzados y bajo meticulosa planificación del enemigo. Sólo el hecho de tener el valor de "principiar" en el Principado (perdónese el juego de palabras), y de tomar como epicentro de este temor y temblor ante la pérdida de nuestro ser, la Santa Cueva de Covadonga, es un gesto que honra al líder de Vox y a la formación que él dirige. Yo ignoro si podrá iniciarse la Reconquista con estas siglas o tendrá que hacerse con otras. Yo ignoro si caerán en el traidor patrioterismo de la época de Aznar y del americanismo anti-español y antieuropeo o, por el contrario, crearán por fin una verdadera alternativa nacional y patriótica. El comienzo para esto último es un paso efectivo, ya está dado en las elecciones de Andalucía, así como en la elección del Santuario asturiano. En Covadonga, la Patria se densifica. Los socialistas y los separatistas la han ido vendiendo a trocitos, pero debajo de la Cueva hay una fuente de la que manan esencias de patria resistente. Como asturiano, me cabe el honor de descender de aquellos que supieron decir "¡no!" a la invasión. El Santuario no es sólo un lugar de rezo y liturgia, señores del clero. En el Santuario se puede percibir todavía el griterío de la Batalla, la sangre derramada, los truenos divinos. Y un poco más al Oriente, en camino a la Liébana, todavía se esconden los huesos del ejército moro aplastado por la montaña. Se tiene patria si todavía se oye por dentro todo eso.
Hace escasas horas, Abascal escribió un tweet diciendo: "Claudio Sánchez Albornoz será nuestro abogado defensor frente a una fiscalía que pretende arrebatarnos nuestra libertad, nuestra identidad y nuestra obligación de reivindicar nuestra Historia." No podrán con don Claudio, ni con la Historia. La Historia moviliza los instintos y los corazones incluso cuando los intelectos han sido afectados por los virus del revisionismo y la ingeniería social. Espero que la Reconquista se reinicie de nuevo en mi (y en vuestra) Covadonga.
Pobre de entre los más pobres es aquel que no posee patria. No digo nada nuevo con esto, antes bien, repito verdades que orren el peligro de ser sepultadas. Hay apátridas por necesidad, persecución o imposición. En esta tristísima tesitura, aún así, las personas llevan dentro de su alma el recuerdo de su hogar, la imagen de la tierra y el aliento de los antepasados. Emigrantes y exiliados añoran lo que es suyo. Porque un axioma roto por la Modernidad –léase, el liberalismo- es que la Patria es un nosotros. Robarnos la patria es robarnos nuestro ser. Añoran siempre los expatriados su propia y verdadera identidad. Robársela es cosa de crimen. Pero esta misma Modernidad nos ha traído otro género de desarraigados, no causados por las puntas de las bayonetas enemigas o por el miedo al hambre. Desarraigados por vocación, cosmopolitas antipatrióticos, aves volanderas que anidan un día en los huecos terrenos que dejan los árboles humanos arrancados de cuajo. ¡Qué pobre resulta no poseer patria! ¡Qué tristeza debe embargar a un "internacionalista"!.
Yo no soy tan pobre. De niño, como a todos los niños asturianos, me llevaron a Covadonga. Y allí he vuelto varias veces con devoción. Desde que tengo recuerdos, conocí la historia de la Gesta que allí se dio. Con el paso de los años, y ya no soy un imberbe, me doy cuenta de la exactitud con que la tradición oral y los supuestamente caducos sistemas escolares del pasado la han podido transmitir. Todo niño asturiano, antes de estos actuales días oscuros, etílicamente intoxicados por la ideología, escuchaba boquiabierto el relato de cómo don Pelayo, noble godo a la par que caudillo astur, había vencido a los moros. El relato de cómo el valor de unas gentes sencillas del norte montañoso junto al honor de unos pocos irredentos del poder visigodo, habían puesto freno a la expansión musulmana. La historia, también, de cómo el Poder Divino (personificado en el numen sagrado de los asturianos, La Santina) aprieta pero no ahoga, y presta su auxilio a quienes siguen fieles a una fe, a quienes luchan por conservarla. Así, con gran y sorprendente fidelidad a las viejas Crónicas del Reino Asturiano, los padres relataron durante siglos a sus niños la misma historia: las piedras y saetas que lanzaban los moros contra la Cueva eran devueltas a sus orígenes (infundíbulos, arcos, etc.) masacrando a los invasores. La propia Santina, devenida en diosa guerrera, había usado su mano sobrenatural para salvar a aquellos pocos valientes, cristianos fieles. Cristianos irredentos que universalmente habrían de ser reconocidos como los primeros españoles.
De esto, en cientos de generaciones, nos hemos preciado siempre los asturianos. De ser los primeros españoles. Primeros en el tiempo, cuando Hispania (todavía no "España") se hincaba de rodillas ante el invasor. Primeros en el gesto, cuando las élites pactaban ante el infiel, se convertían a la fe extranjera, se humillaban ante la media luna y escupían a la Cruz que antes adoraban y renunciaban a su identidad. Primeros en alzar la espada y la cruz ante un enemigo invasor, aunque bien es verdad que desde dentro y desde fuera del imperio mahometano nunca faltaron rebeldes montañeses, resistentes cristianos, mártires mozárabes y todo género de héroes de pura sangre ibérica. El islam aquí nunca estuvo en casa. Tardó ocho siglos en ser expulsado, y en esos ocho siglos nunca hincó sus raíces en este suelo. Las peñas del monte Auseva, la Cueva de Covadonga, la acción de Pelayo y de sus sucesores, los Reyes Caudillos (reyes asturianos) sólo fueron el principio del fin del dominio moro de la Península. El duro batallar de los posteriores reinos de León, Castilla, Aragón, Navarra, etc. siempre fue visto, rectamente, como parte de una misma labor: la recuperación de España. Reconquista es recuperación de aquel suelo de godos y romanos unidos por una corona y una fe. Reconquista es repoblación de un suelo que los invasores, aun llevando siglos ocupándolo, nunca habían sentido como propiamente suyo, sino como botín de conquista y bolsa receptora de tributos.
Podemos, a veces, parecer demasiado orgullosos los asturianos. Lucir como timbre de honor unos lejanos hechos de nuestros antepasados, los hechos de Pelayo y de los Reyes Caudillos, en feo contraste con un gris presente postindustrial, arruinado moral y socialmente por el régimen socialista de los últimos cuarenta años... El Principado se muestra al visitante de hoy como un territorio arruinado, envejecido, contaminado. El PSOE, que dominó esta antaño boyante comunidad autónoma, ha provocado una ruina moral e intelectual mucho más grave que cualquier otro caciquismo, un daño más difícil de revertir que cualquiera de sus reconversiones e ineptitudes: la deformación de la historia.
En tiempos del general Franco, Asturias, la cuna de España y de la Reconquista, llegó a contar con una renta per cápita semejante a las de Madrid, Barcelona y el País Vasco, es decir, de las más altas de España, junto con un elevado nivel de instrucción y capacitación técnica. La mina, la industria, la pesca, el campo… Asturias era una pequeña potencia. Pero los socialistas han conseguido incluso convertirnos en una reserva de indígenas acomplejados. Don Pelayo ya no es políticamente correcto, y la Santina no es compatible con su cantinela de la "alianza de civilizaciones" y laicismo obligatorio. Cuarenta años de gobierno socialista, subvencionando marcas blancas y satélites (Izquierda Unida, asturianismo, podemismo, etc.) han ocasionado innúmeras averías cerebrales en generaciones de izquierdistas y multiculturalistas. Se esconden los símbolos, se denigran banderas y escudos. Se revisa la Historia, se mutilan las cruces y se ofende a los próceres. La Asturias de mi corazón es ahora casi un vertedero en manos de esos nuevos apátridas. A la bandera regional, azul con la Cruz de la Victoria, le despojan de su alfa y omega y le añaden una estrella roja. A la estatua de Pelayo le incorporan –sin respeto alguno- botellas de sidra y vaso de cristal, como burla y escarnio. A las Crónicas de la Batalla y de la Reconquista les lanzan montañas de objeciones y dudas, y se reconcilia al propio héroe con los caudillos moros, haciéndole pasar casi como uno de los suyos. Hay incluso "asturianistas" que niegan en letra impresa la existencia de la misma batalla, o se empeñan en hacerla pasar como un instrumento del franquismo.
Modestamente, he escrito un libro, "La Luz del Norte", con el ánimo de salvar y recrear a nuestro héroe, el primer asturiano y el primer español: don Pelayo. Con acierto literario o sin él, en esas páginas quise dejar constancia de un escenario que me sigue conmoviendo cada vez que vuelvo a él: el valle de Covadonga y las peñas agrestes que forman ese núcleo astur-cántabro donde España tuvo su cuna. Allí, como tantos asturianos, bendigo a la "Reina de Nuestras Montañas". Allí, junto con tantos compatriotas, ateos confesos algunos de ellos, damos gracias a ese numen que nos libró de ser una provincia del África. Apenas he conseguido que la prensa regional, corrupta y subvencionada por el socialismo en buena medida, se haga eco del mismo. Con esta novela he cruzado los límites de lo políticamente admisible por el Régimen. No se puede hablar de don Pelayo ni de la Batalla que supuso el inicio de España.
Hay un partido que iniciará oficialmente su campaña electoral en Covadonga. Rechazo la actitud de parte clero asturiano, en parte un clero witiziano, ante el gesto de Vox. Este partido nos hace un honor a todos los asturianos que nos sentimos españoles. Hacer la apertura de la campaña electoral en el Santuario no es "politizarlo". Es un gesto simbólico de primer orden. Allí se va a rezar, en efecto. Pero allí también se va a conmemorar la Batalla que nos dio la identidad, no ya la identidad de godos o la identidad de hispanorromanos. La identidad –todavía embrionaria- de ser españoles. La identidad que consiste en ser parte de una cristiandad occidental celtogermánica y romana, en gran medida, y no fracción del mundo árabe, bereber, sirio o… simplemente, mahometano. Volver a poner a Covadonga en el centro de nuestras referencias simbólicas, históricas, identitarias, es volver a iniciar una Reconquista. Se trata hoy de otro tipo de guerra: los invasores no poseen cimitarras, pero la cizaña de la división entre españoles y la sustitución de nuestra fe y nuestra cultura por otras extrañas, son procesos ya muy avanzados y bajo meticulosa planificación del enemigo. Sólo el hecho de tener el valor de "principiar" en el Principado (perdónese el juego de palabras), y de tomar como epicentro de este temor y temblor ante la pérdida de nuestro ser, la Santa Cueva de Covadonga, es un gesto que honra al líder de Vox y a la formación que él dirige. Yo ignoro si podrá iniciarse la Reconquista con estas siglas o tendrá que hacerse con otras. Yo ignoro si caerán en el traidor patrioterismo de la época de Aznar y del americanismo anti-español y antieuropeo o, por el contrario, crearán por fin una verdadera alternativa nacional y patriótica. El comienzo para esto último es un paso efectivo, ya está dado en las elecciones de Andalucía, así como en la elección del Santuario asturiano. En Covadonga, la Patria se densifica. Los socialistas y los separatistas la han ido vendiendo a trocitos, pero debajo de la Cueva hay una fuente de la que manan esencias de patria resistente. Como asturiano, me cabe el honor de descender de aquellos que supieron decir "¡no!" a la invasión. El Santuario no es sólo un lugar de rezo y liturgia, señores del clero. En el Santuario se puede percibir todavía el griterío de la Batalla, la sangre derramada, los truenos divinos. Y un poco más al Oriente, en camino a la Liébana, todavía se esconden los huesos del ejército moro aplastado por la montaña. Se tiene patria si todavía se oye por dentro todo eso.
Hace escasas horas, Abascal escribió un tweet diciendo: "Claudio Sánchez Albornoz será nuestro abogado defensor frente a una fiscalía que pretende arrebatarnos nuestra libertad, nuestra identidad y nuestra obligación de reivindicar nuestra Historia." No podrán con don Claudio, ni con la Historia. La Historia moviliza los instintos y los corazones incluso cuando los intelectos han sido afectados por los virus del revisionismo y la ingeniería social. Espero que la Reconquista se reinicie de nuevo en mi (y en vuestra) Covadonga.











