La rebelión de lo obvio
El 23 de marzo de 1919, hace ahora cien años, nacía oficialmente en Italia un movimiento político de masas que en tan sólo seis años transformaría el régimen parlamentario y democrático en un estado totalitario regido por una total falta de libertades individuales y colectivas. El historiador italiano Emilio Gentile, destacado conocedor del fascismo italiano y de la profunda crisis política, social y económica en la que estaba sumida Europa en el período de entreguerras, explica con lucidez meridiana en una entrevista recientemente concedida a la BBC las diferencias entre el llamado fascismo histórico, esto es, el régimen político que marcó la historia del siglo XX a partir de su implantación en Italia, Alemania y otros países europeos, y lo que etiquetamos como fascismo a partir de 1945, y que no siempre coincide con aquellos movimientos o actitudes de extrema derecha que usan la violencia. Matiz sustancial teniendo en cuenta que no fueron precisamente los movimientos de extrema derecha los que generaron un régimen totalitario, sino la propia izquierda mediante la sumisión de la sociedad en un sistema jerárquico militarizado, con intención territorial expansionista y diseño, por medio de la propaganda y la ingeniería social, de una sociedad idílica sobre la base de un hombre puro y nuevo.
A pesar de las similitudes que pudieran encontrarse entre la crisis de los años 30 del siglo XX y la actualidad, pocos son los autores que hoy piensan que podrían repetirse las condiciones orgánicas que posibilitarían un regreso del fascismo histórico como modelo político viable. No es que estemos vacunados contra la violencia política y los cantos de sirena, lo que ocurre es que, de forma mucho más sutil, en nombre de la soberanía popular, la democracia puede volver a convertirse en una forma de represión con el consentimiento de la legitimidad que le otorgan los votos. De hecho, en parte hemos delegado la responsabilidad individual en el Estado en tantos aspectos y de tal manera que no sólo las fronteras de la libertad se han disuelto, sino que aceptamos gustosos que nuestra identidad de grupo sea asunto de interés social y que en nuestra próxima revolución consentida diseñemos sistemas de inteligencia artificial (IA) dotados de “razonamiento ético” que nos inhiban aún más de la responsabilidad de asumir riesgos.
Y es que ese hombre nuevo de individuos infantilizados, impertinentes y dependientes que la socialdemocracia sustentada en un Estado del Bienestar expansivo, subvencionado y extralimitado se apresuró a vacunar contra los paradigmas que nos han hecho personas, es el monstruo silencioso que sustituye la libertad individual por una suerte de visión específica de justicia social que invade hasta el disparate los aspectos regulatorios más inverosímiles por parte de Estados, instituciones transnacionales, ONG's, o grupos de intereses copados de iluminados del control económico pero también moral. Disciplinas y pseudo-ideologías - globalismo, feminismo, ideología de género, ecologismo, cambio climático, revisionismo histórico -revestidas de doctrina religiosa elevada a los altares del culto por estos profetas justicieros auto-arrogados del derecho a imponer qué pensar, cómo pensar, qué hablar y cómo hablar, qué leer, dónde y cómo moverse, en una manipulación de la realidad consentida por unos medios de comunicación que, perdiendo el sentido del decoro y del ridículo, son cómplices de esta inmoral ingeniería social a través de la perversión del lenguaje. Extremos ideológicos con barniz progresista y populismo mediático con tics inquietantes que empiezan a ser cuestionados por una esperanzadora rebelión de lo obvio que reacciona por la recuperación del sentido común contra este selecto grupo de salvadores postmodernos de la humanidad y el planeta.
Al pobre Isócrates, que ya en el 350 a. C. se quejaba de la autodestrucción de la democracia por abusar del derecho de igualdad y de libertad, le llamarían sin despeinarse facha si levantara la cabeza aquellos mismos que consideran la impertinencia – la suya, claro - un derecho, el no respeto a las leyes, libertad, y la anarquía, felicidad. Afortunadamente, parece que algo está cambiando, también en España. La fuerza de la minoría silenciada puede ser el principio de un largo camino juntos.
El 23 de marzo de 1919, hace ahora cien años, nacía oficialmente en Italia un movimiento político de masas que en tan sólo seis años transformaría el régimen parlamentario y democrático en un estado totalitario regido por una total falta de libertades individuales y colectivas. El historiador italiano Emilio Gentile, destacado conocedor del fascismo italiano y de la profunda crisis política, social y económica en la que estaba sumida Europa en el período de entreguerras, explica con lucidez meridiana en una entrevista recientemente concedida a la BBC las diferencias entre el llamado fascismo histórico, esto es, el régimen político que marcó la historia del siglo XX a partir de su implantación en Italia, Alemania y otros países europeos, y lo que etiquetamos como fascismo a partir de 1945, y que no siempre coincide con aquellos movimientos o actitudes de extrema derecha que usan la violencia. Matiz sustancial teniendo en cuenta que no fueron precisamente los movimientos de extrema derecha los que generaron un régimen totalitario, sino la propia izquierda mediante la sumisión de la sociedad en un sistema jerárquico militarizado, con intención territorial expansionista y diseño, por medio de la propaganda y la ingeniería social, de una sociedad idílica sobre la base de un hombre puro y nuevo.
A pesar de las similitudes que pudieran encontrarse entre la crisis de los años 30 del siglo XX y la actualidad, pocos son los autores que hoy piensan que podrían repetirse las condiciones orgánicas que posibilitarían un regreso del fascismo histórico como modelo político viable. No es que estemos vacunados contra la violencia política y los cantos de sirena, lo que ocurre es que, de forma mucho más sutil, en nombre de la soberanía popular, la democracia puede volver a convertirse en una forma de represión con el consentimiento de la legitimidad que le otorgan los votos. De hecho, en parte hemos delegado la responsabilidad individual en el Estado en tantos aspectos y de tal manera que no sólo las fronteras de la libertad se han disuelto, sino que aceptamos gustosos que nuestra identidad de grupo sea asunto de interés social y que en nuestra próxima revolución consentida diseñemos sistemas de inteligencia artificial (IA) dotados de “razonamiento ético” que nos inhiban aún más de la responsabilidad de asumir riesgos.
Y es que ese hombre nuevo de individuos infantilizados, impertinentes y dependientes que la socialdemocracia sustentada en un Estado del Bienestar expansivo, subvencionado y extralimitado se apresuró a vacunar contra los paradigmas que nos han hecho personas, es el monstruo silencioso que sustituye la libertad individual por una suerte de visión específica de justicia social que invade hasta el disparate los aspectos regulatorios más inverosímiles por parte de Estados, instituciones transnacionales, ONG's, o grupos de intereses copados de iluminados del control económico pero también moral. Disciplinas y pseudo-ideologías - globalismo, feminismo, ideología de género, ecologismo, cambio climático, revisionismo histórico -revestidas de doctrina religiosa elevada a los altares del culto por estos profetas justicieros auto-arrogados del derecho a imponer qué pensar, cómo pensar, qué hablar y cómo hablar, qué leer, dónde y cómo moverse, en una manipulación de la realidad consentida por unos medios de comunicación que, perdiendo el sentido del decoro y del ridículo, son cómplices de esta inmoral ingeniería social a través de la perversión del lenguaje. Extremos ideológicos con barniz progresista y populismo mediático con tics inquietantes que empiezan a ser cuestionados por una esperanzadora rebelión de lo obvio que reacciona por la recuperación del sentido común contra este selecto grupo de salvadores postmodernos de la humanidad y el planeta.
Al pobre Isócrates, que ya en el 350 a. C. se quejaba de la autodestrucción de la democracia por abusar del derecho de igualdad y de libertad, le llamarían sin despeinarse facha si levantara la cabeza aquellos mismos que consideran la impertinencia – la suya, claro - un derecho, el no respeto a las leyes, libertad, y la anarquía, felicidad. Afortunadamente, parece que algo está cambiando, también en España. La fuerza de la minoría silenciada puede ser el principio de un largo camino juntos.











