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El Club de los Viernes
Jueves, 02 de Mayo de 2019 Tiempo de lectura:

Liberalismo de trinchera

Autor: Óscar Ramos del Cano (El Club de los Viernes). Más allá de cualquier análisis técnico y partidista de las elecciones de este 28 de abril, los datos fríos arrojan una preocupante verdad objetiva: en España, siete millones y medio de personas han votado a un partido denominado socialista y cerca de cuatro millones a uno de ideología comunista.

 

Para un liberal, este panorama es a priori justificadamente desolador. Sin embargo, estas elecciones han sido sólo una circunstancial derrota dentro de la batalla cultural-ideológica de nuestro tiempo; una amarga derrota, sí; pero el éxito final en la guerra es perfectamente factible y en estas líneas propongo, y sin que sirva de precedente, fijarnos en el enemigo.

 

Cuando el joven Karl Marx comenzó su actividad política en la primera mitad del siglo XIX, sus ideas eran consideradas como marginales y chocaban contra la corriente liberal que de un modo más o menos firme dominaba la cultura occidental del momento. A lo largo de los años, y a pesar del espectacular fracaso teórico y empírico de la puesta en práctica de sus ideas, el marxismo ha logrado contra todo viento y marea de realidad convertirse en el estándar cultural de nuestro tiempo.

 

¿Cómo lo ha conseguido? En primer lugar, el marxismo es un conglomerado ideológico perfectamente estructurado internamente, que no se reduce a unos postulados económicos, sino que se constituye como un todo filosófico integral. Su análisis económico deriva de sus postulados fundamentales éticos y ontológicos. Partimos de que el hombre es pura materia carente de libre albedrío, condicionado en su comportamiento por el ambiente (“¿libertad para qué?”, preguntaba coherentemente Lenin). Si no existe el individuo, el criterio del bien y el mal es el beneficio del colectivo, de la masa social.

 

Obviamente, el sistema político que se deriva de estas premisas es el socialismo. A los liberales nos encanta exponer las maravillas del capitalismo y la eficiencia económica del mercado. Sin embargo, las cosas no están tan claras cuando nos movemos en terrenos más abstractos como la ética y la ontología, áreas de la realidad secuestradas por el marxismo sin excesivo obstáculo por nuestra parte. Si queremos tener éxito, debemos desechar todas las justificaciones colectivistas del mercado y enfatizar nuestro mensaje en el estándar del individualismo ético. Debemos desenmascarar la falsa dicotomía izquierdista de la oposición entre los intereses del bien común y los fríos y egoístas intereses individuales. El común es un conglomerado de individuos, que deberían de cooperar libremente entre sí en un contexto institucional sancionador del respeto a la soberanía individual a través de los derechos individuales.

 

Por otra parte, estos derechos derivan del hecho fundamental de que el hombre es libre en el ejercicio de su conciencia. De este modo, no podemos por ejemplo asentir escrupulosamente ante los ataques al libre albedrío de un neurocientífico materialista y progre y pretender después defender el capitalismo. Las ideas no son islas carentes de contexto, sino que están relacionadas con un todo y el éxito a la hora de transmitirlas depende en parte significativa del grado de coherencia interna que empleemos.

 

El segundo pilar del éxito marxista es la elefantíasica diversificación de su mensaje. Sus postulados, ya sean a nivel ontológico, ético o político, se hacen presentes prácticamente en cualquier fenómeno cultural que analicemos. Nuestra lucha debe de ser, por tanto, de trinchera: debemos de intentar hacer frente en el mayor número de ocasiones posibles, en la cotidianeidad de nuestras vidas, al mensaje marxista. Debemos de estar listos para el combate en toda situación: desde cuando visualizamos una película progre que proyecta un mundo materialista, decadente y sin valores (cuyo efecto psicológico es la falta de autoestima y de ganas de luchar por la soberanía propia); a cuando en la barra de un bar un familiar o amigo nos habla del imperativo moral de controlar el precio del alquiler.

 

Nuestros frentes son el académico y el informal, sin desatender ninguno de los dos. Con la pasión que otorgan la coherencia y profundidad en el mensaje y junto a una sistemática voluntad de dar la cara en toda ocasión posible, nuestra lucha de trinchera nos llevará al éxito para defender una España en libertad.

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