Fallece David Rentero Corral
Ayer, día 1 de mayo, fallecía, tras una larga enfermedad, David Rentero Corral, articulista de La Tribuna del País Vasco desde el nacimiento del periódico y una de las personas más queridas en esta casa.
David R., nacido en Barcelona en 1964, era doctor en Ciencias Políticas y Sociología y analista de estructuras sociales, y trajo su experiencia a La Tribuna del País Vasco tras su retiro profesional y después de destacar como un brillante investigador de grupos y actividades terroristas.
En estos momentos muy difíciles para todos quienes conocíamos a David, solamente puedo recordarle por su enorme valentía, por su aplastante coherencia intelectual y por su fuerza casi sobrehumana para enfrentarse a las más diversas, peligrosas y dramáticas situaciones, incluida la propia enfermedad que ha acabado con su vida. Hasta el último momento de su existencia estuvo escribiendo, analizando, pensando y reflexionando con la claridad que le caracterizaba sobre el mundo que nos rodea y que él, desde la nave nodriza en que había convertido su casa tras los primeros momentos de su dolencia, contemplaba con la misma pasión de siempre.
Tanto es así que apenas hace unos meses, e instalado ya en lo más duro de su afección, David escribía un libro, “Misión Vivir: el combate de un boina verde contra una grave enfermedad”, en el que, además de recordar algunas de sus experiencias vitales más queridas, reflexionaba con serenidad y una emocionante lucidez, sobre el dolor, la enfermedad, la degeneración física, el paso del tiempo, la amistad, el conocimiento, la juventud, la madurez, la vida y la muerte.
Tuve el honor de escribir el prólogo para ese libro, y en él trataba de explicar cómo, en sus últimos días, David se había convertido en un hombre diferente que, como me dijo en una de nuestras últimas conversaciones, había vuelto a la sencillez del origen para apreciar el brillo diferente de la luz, el poder evocador de un perfume, el valor de las cosas pequeñas, la pasión por lo hermoso hecho cotidiano y el encanto de los objetos simplemente bellos.
De hecho, él mismo lo dejo escrito en su libro: “Actualmente me fijo en los detalles de tal manera que las 24 horas que dura un día se me quedan cortas, son escasas e insuficientes para todo lo que quiero hacer y vivir. Hace ya muchos meses me di cuenta de que ahora sí podía decir que vivo al día. De hecho, últimamente suelo decir que en realidad vivo al minuto, o al momento. Todo, absolutamente todo lo que ocurre y de lo que soy capaz de percatarme, es importante, y es mi pretensión que no se me escape nada. Como se trata de una misión imposible, lo que intento es esforzarme en ello, sin el agobio de conseguirlo en su plenitud, porque reconozco esa imposibilidad, pero también que el simple hecho de reconocerlo y actuar en consecuencia me lleva a vivir mucha más vida. Todo es importante y motivo de satisfacción, y como decía antes, las cosas efímeras o las más sencillas tienen la misma importancia que otras más espectaculares o complicadas. Vivo la vida con una intensidad inusitada, tan intensa que yo no sabía que podía existir esta sensación. Es fantástico. Mientras el cerebro funcione correctamente, jamás me aburriré, porque en la vida hay tantas cosas en las que fijarse que no se pueden abarcar todas”.
En estos momentos, apenas puedo escribir una palabra tras otra. Y solo puedo pensar que David adoraba a su mujer, quería a sus amigos y últimamente había descubierto el cariño de un nuevo colega, un perrito llamado “Pintxo”. Disfrutaba pilotando avionetas, le fascinaban los helicópteros, le apasionaba la física cuántica, le encantaba esquiar, se entusiasmaba mirando los mapas climatológicos y haciendo tablas estadísticas, le gustaba jugar al billar y, sobre todo, tenía una capacidad extraordinaria para descomponer cualquier cosa, material o inmaterial, en sus partes más pequeñas para tratar de alcanzar su comprensión más absoluta. Y esa inmensa capacidad para el análisis la aplicó hasta el final de sus días: “Pienso que cuando te han diagnosticado una situación de terminalidad es básico actuar con racionalidad y lógica, para lo cual la mejor herramienta es un buen análisis con el propósito de llegar a conclusiones correctas. (...) Es muy importante hacer lo que quieras, aquello que de verdad quieras hacer, pero hacer, no parar de hacer cosas. Las cosas que uno puede y quiere hacer han de ser hechas, más allá de lo que opinen terceras personas. Cada cosa que se haga puede ser irrepetible (...) En la medida de las posibilidades, hay que vivir la vida con la máxima intensidad. El vaso se puede ver medio lleno o medio vacío, siempre hay que verlo medio lleno, pues algo parecido ocurre con el reloj, cuando miramos la aguja que indica los segundos podemos pensar que va muy lenta o que va muy deprisa. Yo me fijo en cómo se escapan los segundos, y no me parece buena idea perder el tiempo mirando esa aguja o a las musarañas (...) El final del viaje es la muerte, y a esa, cuando llega, hay que mirarla a la cara, sin ningún tipo de miedo, porque es algo natural. Todos nacemos para morir”.
Descansa en paz, amigo. Y, como te dije un día, para mí siempre estarás ahí, al menos espiritualmente, para coger el teléfono y llamarte para preguntarte algo, consultarte dudas, recibir ideas y escuchar tus consejos siempre sabios. Hasta siempre, David.
Ayer, día 1 de mayo, fallecía, tras una larga enfermedad, David Rentero Corral, articulista de La Tribuna del País Vasco desde el nacimiento del periódico y una de las personas más queridas en esta casa.
David R., nacido en Barcelona en 1964, era doctor en Ciencias Políticas y Sociología y analista de estructuras sociales, y trajo su experiencia a La Tribuna del País Vasco tras su retiro profesional y después de destacar como un brillante investigador de grupos y actividades terroristas.
En estos momentos muy difíciles para todos quienes conocíamos a David, solamente puedo recordarle por su enorme valentía, por su aplastante coherencia intelectual y por su fuerza casi sobrehumana para enfrentarse a las más diversas, peligrosas y dramáticas situaciones, incluida la propia enfermedad que ha acabado con su vida. Hasta el último momento de su existencia estuvo escribiendo, analizando, pensando y reflexionando con la claridad que le caracterizaba sobre el mundo que nos rodea y que él, desde la nave nodriza en que había convertido su casa tras los primeros momentos de su dolencia, contemplaba con la misma pasión de siempre.
Tanto es así que apenas hace unos meses, e instalado ya en lo más duro de su afección, David escribía un libro, “Misión Vivir: el combate de un boina verde contra una grave enfermedad”, en el que, además de recordar algunas de sus experiencias vitales más queridas, reflexionaba con serenidad y una emocionante lucidez, sobre el dolor, la enfermedad, la degeneración física, el paso del tiempo, la amistad, el conocimiento, la juventud, la madurez, la vida y la muerte.
Tuve el honor de escribir el prólogo para ese libro, y en él trataba de explicar cómo, en sus últimos días, David se había convertido en un hombre diferente que, como me dijo en una de nuestras últimas conversaciones, había vuelto a la sencillez del origen para apreciar el brillo diferente de la luz, el poder evocador de un perfume, el valor de las cosas pequeñas, la pasión por lo hermoso hecho cotidiano y el encanto de los objetos simplemente bellos.
De hecho, él mismo lo dejo escrito en su libro: “Actualmente me fijo en los detalles de tal manera que las 24 horas que dura un día se me quedan cortas, son escasas e insuficientes para todo lo que quiero hacer y vivir. Hace ya muchos meses me di cuenta de que ahora sí podía decir que vivo al día. De hecho, últimamente suelo decir que en realidad vivo al minuto, o al momento. Todo, absolutamente todo lo que ocurre y de lo que soy capaz de percatarme, es importante, y es mi pretensión que no se me escape nada. Como se trata de una misión imposible, lo que intento es esforzarme en ello, sin el agobio de conseguirlo en su plenitud, porque reconozco esa imposibilidad, pero también que el simple hecho de reconocerlo y actuar en consecuencia me lleva a vivir mucha más vida. Todo es importante y motivo de satisfacción, y como decía antes, las cosas efímeras o las más sencillas tienen la misma importancia que otras más espectaculares o complicadas. Vivo la vida con una intensidad inusitada, tan intensa que yo no sabía que podía existir esta sensación. Es fantástico. Mientras el cerebro funcione correctamente, jamás me aburriré, porque en la vida hay tantas cosas en las que fijarse que no se pueden abarcar todas”.
En estos momentos, apenas puedo escribir una palabra tras otra. Y solo puedo pensar que David adoraba a su mujer, quería a sus amigos y últimamente había descubierto el cariño de un nuevo colega, un perrito llamado “Pintxo”. Disfrutaba pilotando avionetas, le fascinaban los helicópteros, le apasionaba la física cuántica, le encantaba esquiar, se entusiasmaba mirando los mapas climatológicos y haciendo tablas estadísticas, le gustaba jugar al billar y, sobre todo, tenía una capacidad extraordinaria para descomponer cualquier cosa, material o inmaterial, en sus partes más pequeñas para tratar de alcanzar su comprensión más absoluta. Y esa inmensa capacidad para el análisis la aplicó hasta el final de sus días: “Pienso que cuando te han diagnosticado una situación de terminalidad es básico actuar con racionalidad y lógica, para lo cual la mejor herramienta es un buen análisis con el propósito de llegar a conclusiones correctas. (...) Es muy importante hacer lo que quieras, aquello que de verdad quieras hacer, pero hacer, no parar de hacer cosas. Las cosas que uno puede y quiere hacer han de ser hechas, más allá de lo que opinen terceras personas. Cada cosa que se haga puede ser irrepetible (...) En la medida de las posibilidades, hay que vivir la vida con la máxima intensidad. El vaso se puede ver medio lleno o medio vacío, siempre hay que verlo medio lleno, pues algo parecido ocurre con el reloj, cuando miramos la aguja que indica los segundos podemos pensar que va muy lenta o que va muy deprisa. Yo me fijo en cómo se escapan los segundos, y no me parece buena idea perder el tiempo mirando esa aguja o a las musarañas (...) El final del viaje es la muerte, y a esa, cuando llega, hay que mirarla a la cara, sin ningún tipo de miedo, porque es algo natural. Todos nacemos para morir”.
Descansa en paz, amigo. Y, como te dije un día, para mí siempre estarás ahí, al menos espiritualmente, para coger el teléfono y llamarte para preguntarte algo, consultarte dudas, recibir ideas y escuchar tus consejos siempre sabios. Hasta siempre, David.