Autor del libro "De Navarra a Nafarroa. La otra conquista", editado por La Tribuna del País Vasco
Vaquero Oroquieta: "'Nafarroa'" es un producto ideológico que acarrea inevitablemente violencia, fractura tensiones”
El pasado 9 de mayo, en un acto impulsado por la Asociación Hablamos Español, se presentó en Vitoria el libro "De Navarra a Nafarroa. La otra conquista", de Fernando José Vaquero Oroquieta. En el encuentro, el autor del ensayo estuvo acompañado por el escritor y analista Ernesto Ladrón de Guevara y por Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco, editor del libro. A continuación, reproducimos íntegramente la conferencia de Fernando José Vaquero Oroquieta.
Buenas tardes. Muchísimas gracias a todos ustedes por acompañarnos hoy en esta presentación del libro De Navarra a Nafarroa. La otra conquista; un evento que tiene una significación muy precisa que en ningún momento escondemos: en concreto, quienes nos sentamos en esta mesa, cada uno desde su temperamento y criterio propio, creemos firmemente en España, su Historia, su integridad y su libertad. Mencionemos por ello, especialmente, a Ernesto Ladrón de Guevara, a quien debemos el espíritu e impulso de esta convocatoria, a la asociación «Hablamos Español» y a Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco y audaz editor de este modesto libro.
En mi caso, constituye todo un reto, además de una gran alegría, poder dirigirme a amigos muy queridos, presentes entre el público, quienes nos han querido acompañar, así como a todo los presentes; y más en la ilustre, muy querida y españolísima ciudad de Vitoria.
Finalmente, mi agradecimiento a los responsables de esta Casa de Cultura Ignacio Aldecoa por acoger, entre sus paredes, este acto.
¿Por qué este título?
Porque sintetiza, en unas pocas palabras, el tránsito socio-político en el que vivimos los navarros; especialmente desde hace unas décadas.
Partamos de un hecho que nos proporciona la realidad: Navarra es una comunidad española, foral y autónoma.
Recordemos que el territorio de la actual Navarra formó parte pacífica de la Hispania romana, posteriormente del reino visigótico de Toledo, auténtica memoria remota de España o de “las Españas”, según se prefiera.
En la Edad Media fue reino independiente, un tiempo vinculado a Francia y, finalmente, hasta hace muy poco, a Castilla; y por medio de ella, al resto de las Españas.
Recordemos, igualmente, al rey Sancho III el Mayor, rex hispaniorum, quien proporcionó rostro y empeño a la memoria y voluntad colectiva de unidad.
Otro rey navarro, Sancho el Fuerte, participaría en la batalla de las Navas de Tolosa; una empresa en continuidad con aquella Hispania, España o Españas, de nuestros antepasados. Finalmente, Navarra selló la empresa peninsular española a principios del siglo XVI; perdiendo su condición de reino a resultas de la primera guerra carlista.
Navarra es –ha sido- una comunidad humana, social, cultural y política fruto de una tradición destilada en las vivencias de sucesivas generaciones implicadas en la empresa española. En palabras tomadas del pensador conservador inglés Rogert Scrutton, Navarra sería “el producto del libre acontecer de las cosas”.
Nafarroa es, por el contrario, un objetivo táctico; una fase intermedia del panvasquismo militante en aras de su particular proyecto nacionalista.
Dicho empeño revolucionario está dirigido a la construcción ex novo de una estructura estatal, conquistando para ello mentes y voluntades, por medio de diversas tácticas denominadas en su conjunto “construcción nacional vasca”; entendida como una fase transitoria plural hasta la edificación definitiva de Euskal Herria. Hasta entonces, una fase intermedia es Nafarroa.
Nafarroa, desde nuestra perspectiva, es un producto ideológico que, por su propia naturaleza, acarrea inevitablemente violencia, fractura y tensiones; tanto en el seno de las familias, como de las comunidades. Prueba de ello ha sido el hecho de que, en su conjunto, no ha tenido reparos en servirse de los efectos perversos de un terrorismo que, todavía hoy, se prolongan en el tiempo.
Pero, ¿cómo situar a Navarra en el mundo circundante?
A lo largo de las últimas décadas, toda España viene sufriendo un proceso acelerado de transformación social y cultural, inducido por las ideologías hoy predominantes; una dinámica implementada por diversas técnicas de ingeniería social -con aval estatal- que viene generando, entre otros, los siguientes efectos: desaparición progresiva de la familia; extinción del estilo de vida rural; «empoderamiento» de «las mujeres» y diversas minorías, junto al blindaje de sus correspondientes «nuevos derechos»; desaparición de estructuras comunitarias y jerárquicas tradicionales; acción invasiva de los denominados «organismos populares» a modo de alternativa a la sociedad civil; deconstrucción de la educación; arrinconamiento de las humanidades; abandono del cultivo de la excelencia y la voluntad; degradación del arte; aggiornamento o-según se mire- desarme de la Iglesia católica; reducción de la sacralidad europea a una pseudo-espiritualidad de supermercado New Age; infantilización de personas y masas; divinización acrítica de las apetencias adolescentes; desaparición de las clases medias; etc. En definitiva: una reducción monetarista y sentimental de todas las dimensiones de la existencia humana, sometida al tamiz individualista del disfrute inmediato al servicio de un poder económico anónimo y global.
No obstante, a pesar de sus chillones colores, optimistas reclamos visuales, y la supuesta eliminación de fronteras y límites, tan poliédrica revolución cultural y mental viene acarreando un alto precio humano: violencia intrafamiliar; sentimiento de infelicidad creciente; extensión de la soledad; medicalización generalizada; consumo de todo tipo de drogas «ilegales» sin restricción; emigración de los mejor preparados; inmersión en el «invierno demográfico» sin colchón amortiguador ni previsiones; depreciación de la vida humana pareja a la imposición de tópicos animalistas; manipulación de la afectividad por medio del consumismo y las redes sociales; instalación territorial de minorías étnico-religiosas que carecen de voluntad alguna de integración; deterioro material y humano del sistema público de salud; crisis del régimen de las pensiones; precarización laboral; etc.
En el caso navarro, la crisis está dotada de unos ingredientes que no concurren en otras comunidades españolas; salvo aquellas otras que también sufren el impacto de las políticas públicas de los partidos separatistas allí predominantes. Es el caso de las antaño Vascongadas, hoy conocidas como Euskadi. ¿Y mañana?
Sin embargo, Navarra, durante décadas, permaneció inmune –supuestamente- al sarampión nacionalista, a la vez que mantendría una buena economía y un tono religioso envidiable; las tres presuntamente consustanciales a su naturaleza intrínseca. Pero, ¿realmente era así? Entonces, ¿qué es lo que ha pasado?
Mencionemos rápidamente aquellas otras causas, de tan rápida como extrema transformación de Navarra, más específicas y conforme nuestro juicio: la desintegración del carlismo; la permanente ofensiva panvasquista en todo plano de la vida pública; la instrumentalización del vascuence batúa como herramienta de la construcción nacional; el desinterés de los sucesivos gobiernos centrales ante la agenda de transformación implacablemente ejecutada por los agentes sociales que algunos calificamos de «euskolaboracionistas»; las continuas cesiones de navarristas y socialistas ante las presiones nacionalistas; la renuncia a la batalla cultural por parte de las antiguas élites navarras; la acogida sin apenas resistencias del feminismo radical en una nueva mentalidad común; la persistencia de los efectos perversos del terrorismo; el vaciamiento y distorsión de los Fueros…
Si los párrafos anteriores nos dibujan una Navarra aparentemente en descomposición, el realismo nos obliga a preguntarnos: ¿qué fue Navarra? ¿Qué puede ser?
Hipótesis sobre Navarra
Ya hemos esbozados algunos brochazos históricos.
Intentaremos ir un poco más allá.
Vamos a partir de una hipótesis: Navarra ha constituido una específica experiencia popular, comunitaria y de libertad, en el tiempo y en el espacio; una «república cristiana».
De entrada, a Navarra no la determinó una única lengua: se habló y se hablan varios idiomas. El euskera y el castellano, hoy; además de otros desaparecidos en su día, como el latín, hebreo, el provenzal, el navarro-aragonés, el árabe (quien está regresando con fuerza...).
Tampoco la raza la dibujó. Navarra siempre ha sido –y sigue siendo- crisol de etnias muy distintas: vascones, celtas, celtíberos, romanos, visigodos, árabes, judíos, francos… Y hoy, fusor de gentes procedentes de todo el orbe: desde los altiplanos andinos a las tierras negras de Ucrania.
Navarra, de tal modo, todavía hoy, nunca ha sido fruto de una construcción de base ideológica nacionalista; ni panvasquista, ni de cualquier otra.
En el centro de la hipótesis situábamos el concepto libertad, según veíamos; pero no en el sentido moderno o posmoderno que la concibe como radical autodeterminación personal, sin sujeción a regla o norma alguna; fruto, por tanto, de una deconstrucción social y personal que siempre arroja violencia.
Partamos de un hecho incuestionable: la libertad navarra ha sido fruto de la experiencia y la cultura cristianas; es decir, un movimiento personal y comunitario orientado al bien común: el de las personas concretas, las familias, las comunidades.
Esta pretensión colectiva de libertad edificó el instrumento jurídico de los fueros, o Fuero; a modo de articulación histórica de derechos y deberes, de personas, familias y comunidades, de poderes y jurisdicciones, en defensa de las libertades de los más frente a los posibles abusos de los menos, los poderosos.
El Fuero, por tanto, sintetizaba –también hoy, si bien acaso residualmente- una forma concreta de «república cristiana»; una precisa manera de situarse ante la vida y el mundo, que generó una mentalidad realista, comunitaria y enraizada en los valores derivados de la cultura cristiana. Católica en concreto; hispánica, globalmente.
Otro de los grandes logros de nuestros ancestros navarros fue la adaptación de los Fueros a periodos históricos muy diversos; sobreviviendo, así, a cambios dinásticos, sucesivos regímenes políticos, profundas transformaciones nacionales, exigencias transnacionales...
Otra circunstancia relevante a destacar de nuestra particular historia: católicos y agnósticos, tradicionalistas y liberales, montañeses y riberos, castellanoparlantes y euskaldunes… a todos nosotros nos ha unido el Fuero.
Pero, frente a esta vocación y experiencia universal a la vez que plural propia de la empresa española, la ideología particularista del nacionalismo vasco persigue una mutación absoluta de sus gentes, sus espacios, sus símbolos y de su propia Historia; no en vano Pamplona sería «la Jerusalén del pueblo vasco» (Arnaldo Otegi dixit). Así, sin Navarra, como sin Vasconia, España no existiría. Tampoco Navarra –como las Vascongadas- puede autoconcebirse fuera de España; salvo aplicándole dosis letales de violencia e ingeniería social. Y así viendo siendo.
Navarra nunca ha sido una realidad al margen de la Historia, de los cambios culturales y de las modas. Ha sufrido el impacto de las diversas ideologías de la modernidad y posmodernidad; uno de cuyos efectos más visibles ha sido la progresiva pérdida de densidad del pueblo cristiano que configuró, alimentó y encarnó, viviéndolo, el Fuero.
De hecho, uno de los más nocivos efectos de tamaño tránsito ideológico ha sido la disolución del concepto central de la navarridad: nos referimos a la mismísima percepción y vivencia de la libertad. Así, de manera progresiva y ocasionalmente muy abrupta, el bien común dejó de ser objetivo final y compartido de nuestras gentes; siendo relevado por subjetividades relativistas derivadas de una percepción en exceso optimista de los avances científicos, el lucro personal y un obsesivo crecimiento económico, la radical autonomía individualista… o, como alternativa radical a todo ello, la ilusión colectiva de la «construcción nacional vasca».
El nacionalismo vasco es inconcebible sin Navarra, territorio en el que, pese a todo, siempre ha sido minoritario y así continúa siendo. No en vano Navarra le puede proporcionar Historia, cultura, espacio y voluntades.
La hybris panvasquista
En los tiempos de la Transición española a la democracia, buena parte del nacionalismo panvasquista se radicalizó en extremo, particularmente en Navarra; acreditando una sorprendente capacidad camaleónica, asimilando el feminismo radical, el pensamiento crítico, aspectos de la Teología de la Liberación, el ecologismo holístico… todas las contraculturas eclosionadas desde el francés y californiano mayo del 68. En resumen: un marxismo-leninismo táctico, un desarrollo contracultural y un nacionalismo estratégico. Una poliédrica criatura sociológica. Un grupo terrorista-partido-movimiento-pueblo en marcha.
Liderado por ETA y su autodenominado MLNV, no obstante, se viene observando que este nacionalismo radical viene diseñando fórmulas más pragmáticas. Así, al igual que en la vecina Comunidad Autónoma Vasca -si bien por medio de otros actores dada la irrelevancia navarra del PNV-, moderados y radicales pugnan por dirigir al nuevo «pueblo elegido»; modulando etapas y ralentizando rupturas.
Navarra no permanece ajena a la globalización y al impacto de las tendencias del mundialismo, decíamos. Es más, su alto nivel económico de vida acaso le haya facilitado una recepción más rápida de tan universales tendencias. Pero es, ante todo, la acción socio-política-cultural del panvasquismo, la que ha generado, de manera progresiva y con el aval acelerador del terrorismo de ETA, una «contrasociedad» en la que puede vivirse 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 días al año.
Este tejido comunitario-identitario, de tan potentes evocaciones míticas, como omnicomprensivas implicaciones vitales, ha sabido beneficiarse de las quiebras propiciadas por las ideologías de la deconstrucción; incorporando a su agenda gramsciana cuantos valores operativos permitían un cambio de «hegemonía».
De tal modo, los apologetas del Gobierno panvasquista de Navarra –paralelamente a su acción de gobierno- han elaborado un neolenguaje en el que, entre otros, el concepto de «cambio de régimen» explica muy bien sus intenciones reales: no en vano perciben que cuando «echaron» a UPN del Gobierno Foral (merced a un pacto entre las dos coaliciones nacionalistas, Podemos e Izquierda Unida), así como de las alcaldías de la inmensa mayoría de los ayuntamientos y de la dirección de las principales instituciones públicas, hace ya cuatro años, no se trataba de un mero relevo de partidos al modo de la Europa democrática. Este «cambio de régimen» pretende relevar unas élites por otras, apropiarse sin disidencias de los mecanismos de reproducción cultural, eliminar los símbolos tradicionales por los propios del panvasquismo; soterrar de facto la sociedad navarra por esas nuevas formas de contrasociedad que cualquier visitante de Navarra puede observar en un normal deambular por estos lares. Un cambio permanente e irrevocable, en suma, del paradigma cultural y mental imperante. Y en ello persisten sin desmayo, sin complejos; con toda su potencia y a fondo.
La actualidad de Navarra es, por tanto, la crónica de un laboratorio social en marcha, a escala territorial, sometido a una altísima presión; incomprensible de no considerarse las categorías específicas de la metapolítica y del gramscismo cultural que tantos y tan conscientes activistas lo han acogido en el Viejo Reyno en aras de una deconstrucción irremediable.
Recordemos otros hechos más puntuales y específicos que las categorías antes mencionadas: la criminal «manada» sanferminera de la que se han servido tantos en aras de la criminalización de colectivos mayoritarios de varones españoles, profundizando en la agenda LGTB; las claves internas de la disolución del partido abertzale Aralar, quien tanto contribuyó al decisivo cambio del mapa político navarro y al consiguiente cuatripartito hoy en el poder; las sucesivas crisis de los «podemitas» locales; las actitudes «napartarras», a modo de acomplejado nacionalismo navarro en tránsito al separatismo vasquista entre no pocos navarristas; la imposición en todos los ámbitos de la vida –incluso en la privada- del intervencionismo estatista más descarnado; el retroceso del sindicalismo «de clase» frente a su agresivo rival panvasquista; el hostigamiento a las expresiones públicas del catolicismo; etc.
En todo caso, semejante presencia nacionalista, si observamos las tendencias sociológicas predominantes en el resto del continente, constituye una verdadera anomalía histórica: ¿por qué tamaña excepción?
Ya hemos proporcionado suficientes claves, al respecto, a lo largo de esta intervención. Entendemos, resumiéndolas, que tal excepcionalidad panvasquista es fruto de su particular y compleja naturaleza, a la que caracterizaríamos, en sus mimbres fundamentales, con las siguientes notas: ferozmente identitaria, militantemente comunitaria, estructuralmente totalitaria; no en vano en su dinámica contrasociedad puede articularse toda la vida de la persona. Afectos, ocio, mitos, formación, compromisos sociales, educación, sentido, pertenencia, celebración… identidad y arraigo.
Entonces, visto el anterior panorama: ¿no hay razones para la esperanza? ¿Es irreversible este tránsito? De entrada, una afirmación básica: la Historia nunca está escrita de antemano; es imprevisible.
Por supuesto, siempre las hay. Ciertamente partimos de una situación muy difícil. El cuatripartito en el poder (Geroa Bai, EH Bildu, las dos facciones de Podemos e I-E) vienen realizando una formidable labor de deconstrucción de la identidad navarra en clave panvasquista. Y puede que repita a partir de mayo. Solos o con los socialistas navarros.
El cuatripartito, de hecho, ya tenía mucho trabajo anticipado desde las instituciones públicas, la iniciativa social, la calle y la inhibición de los gobiernos anteriores.
El futuro de la navarridad
En estos casi cuatro años, y sin complejos, por su parte, ha acelerado los «tiempos» de la «construcción nacional vasca». Pero la oposición partidaria navarrista, en las instituciones y en la vida pública, ha ido por detrás de los acontecimientos. Por el contrario, en la calle se han desarrollado iniciativas populares importantes, caso de dos grandes manifestaciones en Pamplona: una en defensa de los símbolos de Navarra y otra frente a la imposición lingüística. Además, han surgido nuevas entidades político-culturales, como son la Asociación Navarra de Víctimas del Terrorismo, Doble 12, Azpilicueta Center, Banderazo, Sociedad Civil Navarra... La actividad en redes sociales e internet ha sido desbordante.
Varios libros se han editado en respuesta a las políticas panvasquistas, caso de Navarra en la Historia, Cuatripartito Kanpora, 20 años de letxe y miel y el que hoy presentamos.
A nivel de presencia callejera, el colectivo Navarra Resiste ha realizado un trabajo extraordinario: mediante la colocación de decenas de miles de pegatinas, pintadas y murales, sucesivas celebraciones de la fiesta de la Hispanidad con decenas de pancartas por toda la geografía foral...
En suma: hay ganas de trabajar, de responder, de resistir y de tomar la iniciativa. Si bien, los partidos políticos no ofrecen cauces para todo ello: no es posible dada su naturaleza intrínseca. Así, la gente, la sociedad, deberán seguir organizándose.
En este contexto, debemos señalar como retos de la navarridad, si le concebimos un futuro, los siguientes:
.- Afrontar el desafío cultural y político del nacionalismo vasco.
.- La recuperación de su naturaleza y dinámica comunitarias, como sustrato propio, sugestivo, antídoto de las aventuras identitarias panvasquistas.
.- Dotarse de instrumentos comunitarios propios dirigidos a la defensa, promoción y transmisión generacional de la navarridad.
Volvamos a los orígenes. Si la navarridad nació y se alimentó del cristianismo y de sus sucesivas propuestas comunitarias socialcatólicas: ¿podrá sobrevivir sin esas raíces? Tal y como puede observarse, se trata de un reto común al experimentado por el resto de Europa.
¿Puede reedificarse –todavía- una navarridad que ponga en su centro la libertad, entendida como una fuerza personal y colectiva dinámicas, orientada al bien común, fruto del diálogo de sus diversas identidades culturales: católica, liberal, socialista, musulmana… vasca?
Tal es el reto. Y la única oportunidad de supervivencia para este enclave histórico moldeado por el trabajo de las generaciones pasadas, las presentes, y las que han de venir.
Pues bien, señoras y señores, de todas estas cuestiones, bien explícita o implícitamente, se habla en el libro que hoy presentamos en Vitoria. Y acerca de todas ellas, modestamente, nos someteremos a sus reflexiones, interrogantes y aportaciones.
Muchas gracias.
Buenas tardes. Muchísimas gracias a todos ustedes por acompañarnos hoy en esta presentación del libro De Navarra a Nafarroa. La otra conquista; un evento que tiene una significación muy precisa que en ningún momento escondemos: en concreto, quienes nos sentamos en esta mesa, cada uno desde su temperamento y criterio propio, creemos firmemente en España, su Historia, su integridad y su libertad. Mencionemos por ello, especialmente, a Ernesto Ladrón de Guevara, a quien debemos el espíritu e impulso de esta convocatoria, a la asociación «Hablamos Español» y a Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco y audaz editor de este modesto libro.
En mi caso, constituye todo un reto, además de una gran alegría, poder dirigirme a amigos muy queridos, presentes entre el público, quienes nos han querido acompañar, así como a todo los presentes; y más en la ilustre, muy querida y españolísima ciudad de Vitoria.
Finalmente, mi agradecimiento a los responsables de esta Casa de Cultura Ignacio Aldecoa por acoger, entre sus paredes, este acto.
¿Por qué este título?
Porque sintetiza, en unas pocas palabras, el tránsito socio-político en el que vivimos los navarros; especialmente desde hace unas décadas.
Partamos de un hecho que nos proporciona la realidad: Navarra es una comunidad española, foral y autónoma.
Recordemos que el territorio de la actual Navarra formó parte pacífica de la Hispania romana, posteriormente del reino visigótico de Toledo, auténtica memoria remota de España o de “las Españas”, según se prefiera.
En la Edad Media fue reino independiente, un tiempo vinculado a Francia y, finalmente, hasta hace muy poco, a Castilla; y por medio de ella, al resto de las Españas.
Recordemos, igualmente, al rey Sancho III el Mayor, rex hispaniorum, quien proporcionó rostro y empeño a la memoria y voluntad colectiva de unidad.
Otro rey navarro, Sancho el Fuerte, participaría en la batalla de las Navas de Tolosa; una empresa en continuidad con aquella Hispania, España o Españas, de nuestros antepasados. Finalmente, Navarra selló la empresa peninsular española a principios del siglo XVI; perdiendo su condición de reino a resultas de la primera guerra carlista.
Navarra es –ha sido- una comunidad humana, social, cultural y política fruto de una tradición destilada en las vivencias de sucesivas generaciones implicadas en la empresa española. En palabras tomadas del pensador conservador inglés Rogert Scrutton, Navarra sería “el producto del libre acontecer de las cosas”.
Nafarroa es, por el contrario, un objetivo táctico; una fase intermedia del panvasquismo militante en aras de su particular proyecto nacionalista.
Dicho empeño revolucionario está dirigido a la construcción ex novo de una estructura estatal, conquistando para ello mentes y voluntades, por medio de diversas tácticas denominadas en su conjunto “construcción nacional vasca”; entendida como una fase transitoria plural hasta la edificación definitiva de Euskal Herria. Hasta entonces, una fase intermedia es Nafarroa.
Nafarroa, desde nuestra perspectiva, es un producto ideológico que, por su propia naturaleza, acarrea inevitablemente violencia, fractura y tensiones; tanto en el seno de las familias, como de las comunidades. Prueba de ello ha sido el hecho de que, en su conjunto, no ha tenido reparos en servirse de los efectos perversos de un terrorismo que, todavía hoy, se prolongan en el tiempo.
Pero, ¿cómo situar a Navarra en el mundo circundante?
A lo largo de las últimas décadas, toda España viene sufriendo un proceso acelerado de transformación social y cultural, inducido por las ideologías hoy predominantes; una dinámica implementada por diversas técnicas de ingeniería social -con aval estatal- que viene generando, entre otros, los siguientes efectos: desaparición progresiva de la familia; extinción del estilo de vida rural; «empoderamiento» de «las mujeres» y diversas minorías, junto al blindaje de sus correspondientes «nuevos derechos»; desaparición de estructuras comunitarias y jerárquicas tradicionales; acción invasiva de los denominados «organismos populares» a modo de alternativa a la sociedad civil; deconstrucción de la educación; arrinconamiento de las humanidades; abandono del cultivo de la excelencia y la voluntad; degradación del arte; aggiornamento o-según se mire- desarme de la Iglesia católica; reducción de la sacralidad europea a una pseudo-espiritualidad de supermercado New Age; infantilización de personas y masas; divinización acrítica de las apetencias adolescentes; desaparición de las clases medias; etc. En definitiva: una reducción monetarista y sentimental de todas las dimensiones de la existencia humana, sometida al tamiz individualista del disfrute inmediato al servicio de un poder económico anónimo y global.
No obstante, a pesar de sus chillones colores, optimistas reclamos visuales, y la supuesta eliminación de fronteras y límites, tan poliédrica revolución cultural y mental viene acarreando un alto precio humano: violencia intrafamiliar; sentimiento de infelicidad creciente; extensión de la soledad; medicalización generalizada; consumo de todo tipo de drogas «ilegales» sin restricción; emigración de los mejor preparados; inmersión en el «invierno demográfico» sin colchón amortiguador ni previsiones; depreciación de la vida humana pareja a la imposición de tópicos animalistas; manipulación de la afectividad por medio del consumismo y las redes sociales; instalación territorial de minorías étnico-religiosas que carecen de voluntad alguna de integración; deterioro material y humano del sistema público de salud; crisis del régimen de las pensiones; precarización laboral; etc.
En el caso navarro, la crisis está dotada de unos ingredientes que no concurren en otras comunidades españolas; salvo aquellas otras que también sufren el impacto de las políticas públicas de los partidos separatistas allí predominantes. Es el caso de las antaño Vascongadas, hoy conocidas como Euskadi. ¿Y mañana?
Sin embargo, Navarra, durante décadas, permaneció inmune –supuestamente- al sarampión nacionalista, a la vez que mantendría una buena economía y un tono religioso envidiable; las tres presuntamente consustanciales a su naturaleza intrínseca. Pero, ¿realmente era así? Entonces, ¿qué es lo que ha pasado?
Mencionemos rápidamente aquellas otras causas, de tan rápida como extrema transformación de Navarra, más específicas y conforme nuestro juicio: la desintegración del carlismo; la permanente ofensiva panvasquista en todo plano de la vida pública; la instrumentalización del vascuence batúa como herramienta de la construcción nacional; el desinterés de los sucesivos gobiernos centrales ante la agenda de transformación implacablemente ejecutada por los agentes sociales que algunos calificamos de «euskolaboracionistas»; las continuas cesiones de navarristas y socialistas ante las presiones nacionalistas; la renuncia a la batalla cultural por parte de las antiguas élites navarras; la acogida sin apenas resistencias del feminismo radical en una nueva mentalidad común; la persistencia de los efectos perversos del terrorismo; el vaciamiento y distorsión de los Fueros…
Si los párrafos anteriores nos dibujan una Navarra aparentemente en descomposición, el realismo nos obliga a preguntarnos: ¿qué fue Navarra? ¿Qué puede ser?
Hipótesis sobre Navarra
Ya hemos esbozados algunos brochazos históricos.
Intentaremos ir un poco más allá.
Vamos a partir de una hipótesis: Navarra ha constituido una específica experiencia popular, comunitaria y de libertad, en el tiempo y en el espacio; una «república cristiana».
De entrada, a Navarra no la determinó una única lengua: se habló y se hablan varios idiomas. El euskera y el castellano, hoy; además de otros desaparecidos en su día, como el latín, hebreo, el provenzal, el navarro-aragonés, el árabe (quien está regresando con fuerza...).
Tampoco la raza la dibujó. Navarra siempre ha sido –y sigue siendo- crisol de etnias muy distintas: vascones, celtas, celtíberos, romanos, visigodos, árabes, judíos, francos… Y hoy, fusor de gentes procedentes de todo el orbe: desde los altiplanos andinos a las tierras negras de Ucrania.
Navarra, de tal modo, todavía hoy, nunca ha sido fruto de una construcción de base ideológica nacionalista; ni panvasquista, ni de cualquier otra.
En el centro de la hipótesis situábamos el concepto libertad, según veíamos; pero no en el sentido moderno o posmoderno que la concibe como radical autodeterminación personal, sin sujeción a regla o norma alguna; fruto, por tanto, de una deconstrucción social y personal que siempre arroja violencia.
Partamos de un hecho incuestionable: la libertad navarra ha sido fruto de la experiencia y la cultura cristianas; es decir, un movimiento personal y comunitario orientado al bien común: el de las personas concretas, las familias, las comunidades.
Esta pretensión colectiva de libertad edificó el instrumento jurídico de los fueros, o Fuero; a modo de articulación histórica de derechos y deberes, de personas, familias y comunidades, de poderes y jurisdicciones, en defensa de las libertades de los más frente a los posibles abusos de los menos, los poderosos.
El Fuero, por tanto, sintetizaba –también hoy, si bien acaso residualmente- una forma concreta de «república cristiana»; una precisa manera de situarse ante la vida y el mundo, que generó una mentalidad realista, comunitaria y enraizada en los valores derivados de la cultura cristiana. Católica en concreto; hispánica, globalmente.
Otro de los grandes logros de nuestros ancestros navarros fue la adaptación de los Fueros a periodos históricos muy diversos; sobreviviendo, así, a cambios dinásticos, sucesivos regímenes políticos, profundas transformaciones nacionales, exigencias transnacionales...
Otra circunstancia relevante a destacar de nuestra particular historia: católicos y agnósticos, tradicionalistas y liberales, montañeses y riberos, castellanoparlantes y euskaldunes… a todos nosotros nos ha unido el Fuero.
Pero, frente a esta vocación y experiencia universal a la vez que plural propia de la empresa española, la ideología particularista del nacionalismo vasco persigue una mutación absoluta de sus gentes, sus espacios, sus símbolos y de su propia Historia; no en vano Pamplona sería «la Jerusalén del pueblo vasco» (Arnaldo Otegi dixit). Así, sin Navarra, como sin Vasconia, España no existiría. Tampoco Navarra –como las Vascongadas- puede autoconcebirse fuera de España; salvo aplicándole dosis letales de violencia e ingeniería social. Y así viendo siendo.
Navarra nunca ha sido una realidad al margen de la Historia, de los cambios culturales y de las modas. Ha sufrido el impacto de las diversas ideologías de la modernidad y posmodernidad; uno de cuyos efectos más visibles ha sido la progresiva pérdida de densidad del pueblo cristiano que configuró, alimentó y encarnó, viviéndolo, el Fuero.
De hecho, uno de los más nocivos efectos de tamaño tránsito ideológico ha sido la disolución del concepto central de la navarridad: nos referimos a la mismísima percepción y vivencia de la libertad. Así, de manera progresiva y ocasionalmente muy abrupta, el bien común dejó de ser objetivo final y compartido de nuestras gentes; siendo relevado por subjetividades relativistas derivadas de una percepción en exceso optimista de los avances científicos, el lucro personal y un obsesivo crecimiento económico, la radical autonomía individualista… o, como alternativa radical a todo ello, la ilusión colectiva de la «construcción nacional vasca».
El nacionalismo vasco es inconcebible sin Navarra, territorio en el que, pese a todo, siempre ha sido minoritario y así continúa siendo. No en vano Navarra le puede proporcionar Historia, cultura, espacio y voluntades.
La hybris panvasquista
En los tiempos de la Transición española a la democracia, buena parte del nacionalismo panvasquista se radicalizó en extremo, particularmente en Navarra; acreditando una sorprendente capacidad camaleónica, asimilando el feminismo radical, el pensamiento crítico, aspectos de la Teología de la Liberación, el ecologismo holístico… todas las contraculturas eclosionadas desde el francés y californiano mayo del 68. En resumen: un marxismo-leninismo táctico, un desarrollo contracultural y un nacionalismo estratégico. Una poliédrica criatura sociológica. Un grupo terrorista-partido-movimiento-pueblo en marcha.
Liderado por ETA y su autodenominado MLNV, no obstante, se viene observando que este nacionalismo radical viene diseñando fórmulas más pragmáticas. Así, al igual que en la vecina Comunidad Autónoma Vasca -si bien por medio de otros actores dada la irrelevancia navarra del PNV-, moderados y radicales pugnan por dirigir al nuevo «pueblo elegido»; modulando etapas y ralentizando rupturas.
Navarra no permanece ajena a la globalización y al impacto de las tendencias del mundialismo, decíamos. Es más, su alto nivel económico de vida acaso le haya facilitado una recepción más rápida de tan universales tendencias. Pero es, ante todo, la acción socio-política-cultural del panvasquismo, la que ha generado, de manera progresiva y con el aval acelerador del terrorismo de ETA, una «contrasociedad» en la que puede vivirse 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 días al año.
Este tejido comunitario-identitario, de tan potentes evocaciones míticas, como omnicomprensivas implicaciones vitales, ha sabido beneficiarse de las quiebras propiciadas por las ideologías de la deconstrucción; incorporando a su agenda gramsciana cuantos valores operativos permitían un cambio de «hegemonía».
De tal modo, los apologetas del Gobierno panvasquista de Navarra –paralelamente a su acción de gobierno- han elaborado un neolenguaje en el que, entre otros, el concepto de «cambio de régimen» explica muy bien sus intenciones reales: no en vano perciben que cuando «echaron» a UPN del Gobierno Foral (merced a un pacto entre las dos coaliciones nacionalistas, Podemos e Izquierda Unida), así como de las alcaldías de la inmensa mayoría de los ayuntamientos y de la dirección de las principales instituciones públicas, hace ya cuatro años, no se trataba de un mero relevo de partidos al modo de la Europa democrática. Este «cambio de régimen» pretende relevar unas élites por otras, apropiarse sin disidencias de los mecanismos de reproducción cultural, eliminar los símbolos tradicionales por los propios del panvasquismo; soterrar de facto la sociedad navarra por esas nuevas formas de contrasociedad que cualquier visitante de Navarra puede observar en un normal deambular por estos lares. Un cambio permanente e irrevocable, en suma, del paradigma cultural y mental imperante. Y en ello persisten sin desmayo, sin complejos; con toda su potencia y a fondo.
La actualidad de Navarra es, por tanto, la crónica de un laboratorio social en marcha, a escala territorial, sometido a una altísima presión; incomprensible de no considerarse las categorías específicas de la metapolítica y del gramscismo cultural que tantos y tan conscientes activistas lo han acogido en el Viejo Reyno en aras de una deconstrucción irremediable.
Recordemos otros hechos más puntuales y específicos que las categorías antes mencionadas: la criminal «manada» sanferminera de la que se han servido tantos en aras de la criminalización de colectivos mayoritarios de varones españoles, profundizando en la agenda LGTB; las claves internas de la disolución del partido abertzale Aralar, quien tanto contribuyó al decisivo cambio del mapa político navarro y al consiguiente cuatripartito hoy en el poder; las sucesivas crisis de los «podemitas» locales; las actitudes «napartarras», a modo de acomplejado nacionalismo navarro en tránsito al separatismo vasquista entre no pocos navarristas; la imposición en todos los ámbitos de la vida –incluso en la privada- del intervencionismo estatista más descarnado; el retroceso del sindicalismo «de clase» frente a su agresivo rival panvasquista; el hostigamiento a las expresiones públicas del catolicismo; etc.
En todo caso, semejante presencia nacionalista, si observamos las tendencias sociológicas predominantes en el resto del continente, constituye una verdadera anomalía histórica: ¿por qué tamaña excepción?
Ya hemos proporcionado suficientes claves, al respecto, a lo largo de esta intervención. Entendemos, resumiéndolas, que tal excepcionalidad panvasquista es fruto de su particular y compleja naturaleza, a la que caracterizaríamos, en sus mimbres fundamentales, con las siguientes notas: ferozmente identitaria, militantemente comunitaria, estructuralmente totalitaria; no en vano en su dinámica contrasociedad puede articularse toda la vida de la persona. Afectos, ocio, mitos, formación, compromisos sociales, educación, sentido, pertenencia, celebración… identidad y arraigo.
Entonces, visto el anterior panorama: ¿no hay razones para la esperanza? ¿Es irreversible este tránsito? De entrada, una afirmación básica: la Historia nunca está escrita de antemano; es imprevisible.
Por supuesto, siempre las hay. Ciertamente partimos de una situación muy difícil. El cuatripartito en el poder (Geroa Bai, EH Bildu, las dos facciones de Podemos e I-E) vienen realizando una formidable labor de deconstrucción de la identidad navarra en clave panvasquista. Y puede que repita a partir de mayo. Solos o con los socialistas navarros.
El cuatripartito, de hecho, ya tenía mucho trabajo anticipado desde las instituciones públicas, la iniciativa social, la calle y la inhibición de los gobiernos anteriores.
El futuro de la navarridad
En estos casi cuatro años, y sin complejos, por su parte, ha acelerado los «tiempos» de la «construcción nacional vasca». Pero la oposición partidaria navarrista, en las instituciones y en la vida pública, ha ido por detrás de los acontecimientos. Por el contrario, en la calle se han desarrollado iniciativas populares importantes, caso de dos grandes manifestaciones en Pamplona: una en defensa de los símbolos de Navarra y otra frente a la imposición lingüística. Además, han surgido nuevas entidades político-culturales, como son la Asociación Navarra de Víctimas del Terrorismo, Doble 12, Azpilicueta Center, Banderazo, Sociedad Civil Navarra... La actividad en redes sociales e internet ha sido desbordante.
Varios libros se han editado en respuesta a las políticas panvasquistas, caso de Navarra en la Historia, Cuatripartito Kanpora, 20 años de letxe y miel y el que hoy presentamos.
A nivel de presencia callejera, el colectivo Navarra Resiste ha realizado un trabajo extraordinario: mediante la colocación de decenas de miles de pegatinas, pintadas y murales, sucesivas celebraciones de la fiesta de la Hispanidad con decenas de pancartas por toda la geografía foral...
En suma: hay ganas de trabajar, de responder, de resistir y de tomar la iniciativa. Si bien, los partidos políticos no ofrecen cauces para todo ello: no es posible dada su naturaleza intrínseca. Así, la gente, la sociedad, deberán seguir organizándose.
En este contexto, debemos señalar como retos de la navarridad, si le concebimos un futuro, los siguientes:
.- Afrontar el desafío cultural y político del nacionalismo vasco.
.- La recuperación de su naturaleza y dinámica comunitarias, como sustrato propio, sugestivo, antídoto de las aventuras identitarias panvasquistas.
.- Dotarse de instrumentos comunitarios propios dirigidos a la defensa, promoción y transmisión generacional de la navarridad.
Volvamos a los orígenes. Si la navarridad nació y se alimentó del cristianismo y de sus sucesivas propuestas comunitarias socialcatólicas: ¿podrá sobrevivir sin esas raíces? Tal y como puede observarse, se trata de un reto común al experimentado por el resto de Europa.
¿Puede reedificarse –todavía- una navarridad que ponga en su centro la libertad, entendida como una fuerza personal y colectiva dinámicas, orientada al bien común, fruto del diálogo de sus diversas identidades culturales: católica, liberal, socialista, musulmana… vasca?
Tal es el reto. Y la única oportunidad de supervivencia para este enclave histórico moldeado por el trabajo de las generaciones pasadas, las presentes, y las que han de venir.
Pues bien, señoras y señores, de todas estas cuestiones, bien explícita o implícitamente, se habla en el libro que hoy presentamos en Vitoria. Y acerca de todas ellas, modestamente, nos someteremos a sus reflexiones, interrogantes y aportaciones.
Muchas gracias.