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Viernes, 24 de Mayo de 2019 Tiempo de lectura:

El centrismo como miseria política

[Img #15733]Hacia el año 386, San Agustín publicaba su libro Contra  los académicos, en cuyas páginas criticaba el escepticismo de algunos filósofos de la época. Hoy, creo necesario someter a crítica los fundamentos de lo que algunos denominan “centrismo”, a mi modo de ver un conjunto de falacias políticas. Escribo como profesor universitario, no como estratega político, que quede claro. 

 

Viene esto a colación por la crisis que atraviesa el Partido Popular, que es, mi juicio, muy anterior a la debacle electoral del pasado 28 de abril. Decía Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, que el peronismo no era bueno ni malo; es que era incorregible. Y lo mismo ocurre con el Partido Popular. Tras las elecciones de abril, su líder Pablo Casado Blanco no sólo ha tachado a VOX, el nuevo partido conservador emergente, de “ultraderecha”, lo que, en el contexto español, equivale a la pretensión de sumirle en la marginación política y social más absoluta, sino que pretende retorno  al “centro”. Mal vamos.

 

No parece que el señor Casado Blanco haya sido consciente de la contradicción en la que incurría, ya que poco antes del fin de la campaña electoral había ofrecido al partido de Santiago Abascal participación en un Gobierno presidido por él. Ahora VOX es la “ultraderecha”; antes, no. Curiosa paradoja. Sin embargo, existe una consecuencia aún más grave en la declaración del líder popular. Y es, ¿qué hacer entonces en Andalucía?. ¿Renunciará el Popular, junto a Ciudadanos, a gobernar en esta comunidad autónoma?. Eso es lo que le pedía El País hace casi un mes, disfrutando como nadie de las contradicciones del señor Casado... Por supuesto, esto es una broma. Sin embargo, con estas declaraciones, el señor Casado se ha mostrado como lo que es, un “hollow men”, un “hombre hueco”, sin sustancia, tal como describía esta especie el gran poeta T.S. Eliot, en uno de sus grandes poemas. Y, como era de esperar, el melifluo señor Casado ha tenido que sufrir su particular Canossa. A semejanza de Enrique IV, hubo de viajar a Galicia, donde Alberto Núñez Feijóo, el Gregorio VII de la religión “centrista”, le dio, al menos por el momento, si no la absolución o el perdón, si, al menos, una tregua. Sin embargo, el asunto no concluye aquí; todo lo contrario. El señor Esteban González Pons ha hecho unas declaraciones a El Mundo, que no tienen desperdicio. Autor de un libro, Camisa limpia, cuyo contenido produce auténtica vergüenza ajena, ante todo por su mediocridad interpretativa, se ha atrevido a sostener no sólo que VOX es de “ultraderecha”, sino que el “nacionalismo español” es tan peligroso como el vasco, catalán y gallego. “A España hay que libarla de todos los nacionalistas, y la UE es una vacuna contra ellos”. No sabemos lo que ha hecho el señor González Pons como eurodiputado estos cuatro años, aparte claro está de cobrar y de votar lo que le dicen sus jerifaltes; en todo lo demás, seguro que nada. Pero nos ha salido cosmopolita y partidario de una federación europea, es decir, una auténtica monstruosidad política, social y económica, una cárcel de pueblos. Una vez más, el PP se ha mostrado no sólo incorregible, sino como una amenaza. Así se explica la inacción “centrista” de Mariano Rajoy. En el fondo, cree que la federación europea acabará con el “problema español”, diluyendo la nación en el conjunto indiferenciado europeo. Craso error; y una auténtica traición. En realidad, ese monstruoso proyecto de federación diluiría, sin duda, a las naciones, pero favorecería y daría impulso a los nacionalismos étnicos y tribales. Eso por no hablar de los demenciales artículos de José María Lassalle en El País y La Vanguardia. Por si se la ha olvidado, amigo lector, el señor Lassalle fue uno de los pseudointelectuales orgánicos de Mariano Rajoy, que ocupó, entre 2011 y 2016, la secretaría de Cultura en el Ministerio de Educación. Nada sabemos de su labor en ese cargo.

 

Creo que el señor Casado Blanco debería reflexionar. No lo hará, porque pertenece, como Adolfo Suárez, Mariano Rajoy e incluso José María Aznar, a esa clase de políticos en los que domina la praxis sobre la teoría; que sustituye el pensamiento sistemático por un conjunto de equívocos y  mixtificaciones generalizadas. Bien es verdad, que el señor Casado está siendo sometido a una insoportable presión por parte tanto de la prensa conservadora como de la progresista. En el caso de la derecha, vuelve el mito “centrista”, viejo bálsamo de Fierabrás de la política española. ¿Es cierto que las elecciones se ganan siempre por el “centro”?. Históricamente, nunca ha sido así; todo depende de los distintos contextos sociales, políticos y culturales, así como la capacidad de los distintos actores políticos. Ronald Reagan y Margaret Thatcher –tan admirados por el sector liberal de nuestras derechas- nunca apostaron por el “centro”; todo lo contrario, fueron portavoces de un proyecto político claro y nítido, jugaron fuerte y, al final, triunfaron. Y es que no fueron esclavos de las ideas de sus antagonistas. Lejos de nuestro ánimo poner como ejemplo a Donald Trump, pero el hecho es que triunfó frente a la “centrista” Hillary Clinton. Y lo mismo podemos decir en naciones europeas como Austria, Polonia, Hungría, Gran Bretaña, etc. En Francia, estamos viendo la mediocridad del “centrista” Emmanuel Macron y lo precario de su victoria; y eso que fue el candidato de las elites económicas y mediáticas francesas. Veremos lo que ocurre en Alemania, donde la decadencia de Angela Merkel y su partido resultan más que evidentes. Los contextos cambian. Y, como ha señalado el politólogo liberal Ivan Krastev, el principal conflicto que afecta a las sociedades europeas es entre los “cosmopolitas”, una elite beneficiaria de la globalización, y los “arraigados”, víctimas de dicho proceso. A finales del siglo XIX, este dilema ya fue planteado, sobre todo a nivel cultural, por el gran escritor Maurice Barrès.

 

Y es que hoy existe, al menos en algunas sociedades europeas, una evidente contradicción en la praxis de los partidos conservadores. Por un lado, un importante sector de sus bases sociales se muestra partidario de las tradiciones, del orden moral basado en fundamentos religiosos, de estabilidad vital y de las ideas de Patria y Nación. Sin embargo, estos principios chocan con la globalización, es decir, con la realidad de un marco socioeconómico que necesita ante todo fluidez, ausencia de fronteras y de tradiciones, un orden que, en el fondo, se basa en el cambio permanente. Los partidos denominados “centristas”, en general, y el Partido Popular, en particular, han optado, como hemos visto en el señor González Pons, por la segunda alternativa en detrimento de la primera; lo cual inevitablemente tiene sus consecuencias.

  

Porque, a fin de cuentas, ¿qué es el centro?. La voz “centro” viene del griego “kentron” o punto fijo del compás que traza un círculo. Se trata, pues, de un concepto geométrico: el punto equidistante entre los extremos. Esta opción carece de entidad desde el punto de vista estrictamente político, lo mismo que desde el doctrinal. Como señala el gran politólogo belga Julien Freund, “la política es una cuestión de decisión y eventualmente de compromiso”. En ese sentido, lo que se denomina “centrismo” es una manera de “anular”, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo al enemigo interior, sino a las opiniones divergentes. Por eso, el “centro” es, para Freund, “el agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos, que pueden degenerar en conflictos violentos”.

 

El mejor ejemplo de ello es la actitud de los partidos políticos españoles hegemónicos, PSOE y Partido Popular, en Cataluña y el País Vasco; lo que ha puesto en peligro, y cada vez más, la unidad nacional española. En parecidos términos se expresa Chantal Mouffe, cuando afirma que el “centrismo”, al impedir la distinción neta entre derecha e izquierda, socava la creación de “identidades colectivas en torno a posturas claramente diferenciadas, así como la posibilidad de escoger entre auténticas alternativas”. Esto resulta especialmente pertinente para el Partido Popular, que ha sido incapaz de crear una clara identificación con sus votantes. Muy pocos saben hoy, en realidad, qué es o qué significa ser de derechas en España. Tampoco desde el punto de vista doctrinal el “centro” resulta un concepto medianamente esclarecedor. Sólo tendrá algún fundamento cuando entre dos posiciones hubiera diversos niveles intermedios. En tanto que entre la derecha y la izquierda no existe una posición dialéctica en sentido estricto, no puede existir una tercera posición que las supere. Entre ambas existe una dinámica continua, contrastes, tensiones, pero no cabe una posición de perfiles imprecisos, carente de sustantividad por sí mismo, ya que depende de posicionamientos ajenos y más cerca entonces de lo que sería un simple señuelo electoral. En el fondo, el “centrismo” no es más que la consagración del oportunismo político. Y no es casualidad que sea, de hecho, la opción preferida de los empresarios y del mundo del dinero en general. Lo estamos viendo ahora cuando las elites económicas apuestan por un Gobierno entre PSOE y Ciudadanos. El “centrismo” es la filosofía política del mercachifle.

 

En realidad, la crisis que experimenta el Partido Popular no procede de una supuesta radicalización derechista, sino, muy al contrario, de su “centrismo” irredento y acrítico. En una sociedad vertebrada y estable, esta forma de escepticismo absoluto, de “razón cínica”, como hubiera dicho el filósofo Peter Sloterdijk, podría ser operativa, pero no en una sociedad como la española que, aunque la mayoría de sus ciudadanos no sea consciente de ello, padece una profunda crisis. Un Estado de las autonomías, que produce una imparable y sistemática desnacionalización de España; la crisis del Estado benefactor y del sistema de pensiones; la hegemonía absoluta de un progresismo infantil y acrítico; la insoportable partitocracia; el invierno demográfico; la ausencia de una narración histórica compartida, etc, etc.

 

Centrado en la economía, el Gobierno de Mariano Rajoy, con mayoría absoluta, desatendió e incluso despreció los deseos de una parte importante de su electorado. Las reformas de carácter moral y cultural brillaron por su ausencia; tampoco se derogó la infame Ley de Memoria Histórica; sometió al conjunto de la sociedad, y sobre todo a las clases medias, a una política fiscal confiscadora; el Estado de las autonomías no sufrió mengua alguna; dio su adhesión a la política de Rodríguez Zapatero respecto a ETA; no atajó la corrupción existente en su partido;  fue incapaz de despolitizar el poder judicial; no paró el proceso separatista en Cataluña; pactó con el PNV, que luego le traicionó; y cayó de una manera absolutamente humillante ante la moción de censura del PSOE. El balance no pudo ser más mediocre y desastrado. Y tuvo su culmen en su vergonzosa actuación en la crisis catalana y en su caída como consecuencia del triunfo de la moción de censura liderada por Pedro Sánchez. Visto lo cual, nos preguntamos, ¿de qué sirvió votar al Partido Popular, es decir, al “centro-derecha”?. Para mí, sigue siendo una incógnita. Lo misterioso es que, pese a todo ello, el Partido Popular exista todavía; y que VOX no apareciera antes. El partido de Santiago Abascal ha tenido la virtud de plantear con nitidez algunos de los graves problemas que acucian a nuestra sociedad y desafiar la hegemonía de una izquierda que se siente feliz. ¿Puede el Partido Popular decir lo mismo?. ¿Es el “centrismo” la solución?. ¿Será Núñez Feijóo en nuevo mesías “centrista”?. La verdad, lo dudo mucho.

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