Las políticas lingüísticas van por un camino y la realidad por otro
El programa de TV3 “Llengua ferits” dejaba constancia recientemente de la inferioridad del catalán para competir con el español en casi todas las esferas del uso social, incluidos los recreos de los colegios, en los que no hay manera de que los niños abandonen la lengua común en sus comunicaciones espontáneas. Lo mismo ocurre en la esfera de las redes sociales y de la comunicación, allí donde no hay medios subvencionados, como es el caso de YouTube, etc.
De hecho, La “Plataforma per la Llengua” reconocía recientemente en su “InformeCAT 2018” que el catalán ha perdido 300.000 hablantes en los últimos quince años.
El uso social del euskera o del catalán, allí donde la mano larga de las instituciones gobernadas por caciques o diseñadores sociales no llega, en aquellos ámbitos en los que hay una cierta libertad y no prácticas coactivas o coercitivas, es pobre e incapaz de competir con la lengua de Cervantes, que es la que se extiende por el mundo a velocidad supersónica.
Es una realidad imposible de soslayar o de impedir. No se puede poner puertas al campo o remar en contra de la naturaleza de las cosas. Es tan evidente que supone una estupidez negar lo que es obvio. La realidad o se ve o no se ve. Pero cuando no se percibe, la psicopatología de la vida cotidiana suele atribuirlo a la percepción de realidades paralelas o inexistentes. Y ese grado de distorsión de la percepción tiene un nombre: alucinación, lo cual indica que puede ser atribuido a una paranoia, esquizofrenia o perturbación sensorial de algún grado.
Este tipo de síndromes afecta a personas particulares, pero también lo sufren las sociedades. Si no, no se entiende que haya colectividades que persistan en negar los hechos como son y que vivan en realidades virtuales, contra la evolución objetiva de las cosas. Pero hay gentes que prefieren creerse las mentiras, vivir sumidos en mitos, transcurrir en un pensamiento mágico sostenido en el tiempo.
Esto puede ser debido a la ignorancia o a la complicidad consciente e interesada para el lucro personal. Es un psicodrama que impide hacer frente a las cosas tal como suceden en el transcurso de nuestra vida cotidiana. Ese grado de neurosis colectiva que consiste en sustraerse a la evidencia de la realidad sensible tiene mucho que ver con la conformación de las masas, es decir, con una programación de las mentes para que vivan en la irrealidad y que su forma de interpretar lo evidente sea hipnótica.
Las cosas son como son. Y es una verdad de Perogrullo que las lenguas no se pueden imponer. Que las lenguas no tienen derechos. Que los territorios no tienen derechos. Que las lenguas siguen la evolución natural que quieren los hablantes, los cuales son los propietarios de los usos lingüísticos y por tanto los detentadores de derechos. Que por mucho dinero que se gaste en promocionar y extender una lengua, las comunidades son pertinaces en uno de los principios de su uso en todo el mundo, que es que se utiliza aquella lengua que resulta más eficaz para comunicarse y entenderse con el mayor número de personas.
Es agotador tener que insistir que ese interés por buscar la lengua de comunicación de más prestigio y vehículo eficaz de cultura y de disfrutar con las relaciones interpersonales, no coincide con el propósito de ciertos políticos que entienden su acción como un pastoreo de gente sin criterio, con el cerebro perfectamente acondicionado para recibir las consignas totalitarias preparadas para el control social.
Las rejas de esa cárcel virtual con las que se trata de limitar las ansias de libertad y el ejercicio del libre albedrío son sistemáticamente traspasadas, pues no hay nada más humano que el ansia de libertad.
Parece mentira que los políticos que creen que la democracia es el ejercicio del poder pisando derechos e imponiendo paradigmas, arrasando lo que se les cruza por el camino, no entiendan que aquel aserto de Goebbels: “Repite una mentira mil veces que se convertirá en verdad”, siempre tiene caducidad, y la realidad de las cosas se impone sobre la voluntad de los tiranos.
Y es que la realidad es tozuda, queridos amigos.
Es, simplemente, la evolución de las cosas, imbéciles totalitarios.
El programa de TV3 “Llengua ferits” dejaba constancia recientemente de la inferioridad del catalán para competir con el español en casi todas las esferas del uso social, incluidos los recreos de los colegios, en los que no hay manera de que los niños abandonen la lengua común en sus comunicaciones espontáneas. Lo mismo ocurre en la esfera de las redes sociales y de la comunicación, allí donde no hay medios subvencionados, como es el caso de YouTube, etc.
De hecho, La “Plataforma per la Llengua” reconocía recientemente en su “InformeCAT 2018” que el catalán ha perdido 300.000 hablantes en los últimos quince años.
El uso social del euskera o del catalán, allí donde la mano larga de las instituciones gobernadas por caciques o diseñadores sociales no llega, en aquellos ámbitos en los que hay una cierta libertad y no prácticas coactivas o coercitivas, es pobre e incapaz de competir con la lengua de Cervantes, que es la que se extiende por el mundo a velocidad supersónica.
Es una realidad imposible de soslayar o de impedir. No se puede poner puertas al campo o remar en contra de la naturaleza de las cosas. Es tan evidente que supone una estupidez negar lo que es obvio. La realidad o se ve o no se ve. Pero cuando no se percibe, la psicopatología de la vida cotidiana suele atribuirlo a la percepción de realidades paralelas o inexistentes. Y ese grado de distorsión de la percepción tiene un nombre: alucinación, lo cual indica que puede ser atribuido a una paranoia, esquizofrenia o perturbación sensorial de algún grado.
Este tipo de síndromes afecta a personas particulares, pero también lo sufren las sociedades. Si no, no se entiende que haya colectividades que persistan en negar los hechos como son y que vivan en realidades virtuales, contra la evolución objetiva de las cosas. Pero hay gentes que prefieren creerse las mentiras, vivir sumidos en mitos, transcurrir en un pensamiento mágico sostenido en el tiempo.
Esto puede ser debido a la ignorancia o a la complicidad consciente e interesada para el lucro personal. Es un psicodrama que impide hacer frente a las cosas tal como suceden en el transcurso de nuestra vida cotidiana. Ese grado de neurosis colectiva que consiste en sustraerse a la evidencia de la realidad sensible tiene mucho que ver con la conformación de las masas, es decir, con una programación de las mentes para que vivan en la irrealidad y que su forma de interpretar lo evidente sea hipnótica.
Las cosas son como son. Y es una verdad de Perogrullo que las lenguas no se pueden imponer. Que las lenguas no tienen derechos. Que los territorios no tienen derechos. Que las lenguas siguen la evolución natural que quieren los hablantes, los cuales son los propietarios de los usos lingüísticos y por tanto los detentadores de derechos. Que por mucho dinero que se gaste en promocionar y extender una lengua, las comunidades son pertinaces en uno de los principios de su uso en todo el mundo, que es que se utiliza aquella lengua que resulta más eficaz para comunicarse y entenderse con el mayor número de personas.
Es agotador tener que insistir que ese interés por buscar la lengua de comunicación de más prestigio y vehículo eficaz de cultura y de disfrutar con las relaciones interpersonales, no coincide con el propósito de ciertos políticos que entienden su acción como un pastoreo de gente sin criterio, con el cerebro perfectamente acondicionado para recibir las consignas totalitarias preparadas para el control social.
Las rejas de esa cárcel virtual con las que se trata de limitar las ansias de libertad y el ejercicio del libre albedrío son sistemáticamente traspasadas, pues no hay nada más humano que el ansia de libertad.
Parece mentira que los políticos que creen que la democracia es el ejercicio del poder pisando derechos e imponiendo paradigmas, arrasando lo que se les cruza por el camino, no entiendan que aquel aserto de Goebbels: “Repite una mentira mil veces que se convertirá en verdad”, siempre tiene caducidad, y la realidad de las cosas se impone sobre la voluntad de los tiranos.
Y es que la realidad es tozuda, queridos amigos.
Es, simplemente, la evolución de las cosas, imbéciles totalitarios.











