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Antonio Ríos Rojas
Miércoles, 17 de Julio de 2019 Tiempo de lectura:

Información vs "literacura"

[Img #16052]Permítanme comenzar con frases cortas, a modo de premisas. Estas:

 

- Toda información, de ser veraz, es buena y necesaria. Nos ayuda a conocer mejor el mundo, a defendernos de peligros que la ceguera o la ingenuidad no nos permiten ver.

 

- No toda información es veraz.

 

- Al informador, por infinidad de motivos, le resulta imposible atenerse a los hechos porque generalmente nos viene servida por un periodista o por aficionado al periodismo y el ego de ambos es casi tan grande como el de los políticos. Limitarse a los meros hechos le dice tan poco al informador como al político arreglar de verdad el mundo.

 

- La democracia en la que vivimos funciona instigando vanidades individuales que deben permanecer en perpetua lucha. De ahí que el informador en democracia sea un elemento de tan poca fiabilidad como el informador en dictadura.

 

- Verificar o negar la información en democracia es sencillamente más cómodo, sólo  tendrá que contrastarse con las posiciones contrarias dentro del país, mientras que en una dictadura se tendrán que confrontar con las de fuera.

 

- No puede ningún ser humano ejercer su capacidad racional sin un mínimo de apoyo en hechos y estos se nos ofrecen por lo general a través de la información.

 

- Hoy la información abruma a la razón, la asfixia. Debería sólo servir de plataforma de despegue a la razón, pero la información ha desarrollado alas que la introducen en todos lados, ha adquirido el don de la ubicuidad, por lo que se ha hecho ya divina, luciferina sería mejor decir.

 

Estoy seguro que con estas premisas que me dispongo brevemente a desarrollar no estaré solo a la hora de mostrar cómo una información masificada es el enemigo fundamental de la razón.

 

Los enemigos de la razón tienen como fin rebelarse tarde o temprano contra ella. En realidad habrían de vivir con ella en una relación dialéctica pero siempre dejando a la razón un papel preponderante si queremos que el hombre lo sea en realidad. Tal como muchos ángeles se rebelaron contra Dios, los enemigos de la razón se amotinan contra ella. El sentimentalismo, el hedonismo, el deseo o el individualismo tienden a ver a la razón como un carcelero. Como el profesor exigente a los ojos de un alumno vago, la razón es un fastidio, algo que exige esfuerzo, sacrificio y a veces dolor. Recordaba Sánchez Tortosa en su obra “El profesor en la trinchera” que cuando suena el timbre, el alumno se cree liberado de ese profesor, pero es entonces cuando se introduce verdaderamente en la caverna. Cuando la razón reclama sus superiores y universales derechos, sus enemigos empujan al ser humano al salvajismo.

 

Hoy, a los enemigos ya citados se le ha sumado un potente aliado, es la información desbocada, o lo que es lo mismo, la información en las democracias modernas, o lo que es lo mismo, el guateque de la información. No se trata ya de la peste de una información falsa, sino del exceso, de la plaga de información. Esta constituye un ejército, una legión poderosa cargada de una facultad jamás vista para bombardear y para arrasar. Se reviste con  “ideas” e incluso con “ideologías”, pero utiliza en verdad el disfraz de un caballo de Troya, que se introduce en nuestra mente para embotarla y  asfixiarla. La información en democracia es un volcán que no cesa de vomitar una continua lava. Arrasa la tierra. Sus saetas no se acaban jamás, y desangran a los hombres, vaciándolos de la esencia que los constituye: su propio tiempo. Los hechos, recogidos en información, tendrían que ser amigos, aliados de la razón; sin embargo, en el mundo moderno, la información es el gran Lucifer que se ha rebelado contra la razón y que capitanea contra ella y contra la vida a los otros enemigos de esta. Es luciferina porque pocos ven que su refulgente luz ciega más que hace ver. Mucho más luciferina que el hedonismo, el individualismo o la pasión ciega, pues toda civilización siempre alertó del peligro de esos otros aspirantes, mientras que la información goza de un aura intocable, y los síntomas de la enfermedad que causa pasan incluso por signos de salud, contrariamente al hedonismo y el individualismo, que dejan rastros inequívocos de decrepitud física y moral en el cuerpo y en el rostro. Hasta el hombre de mayor preparación imaginable es víctima de la información.  Así es como muchos hombres de enorme preparación y de facultades racionales colosales acaban reducidos a infoesclavos. Hoy ser “culto” –aspiración de los necios- es estar informado, por eso el infoesclavo es el cultiesclavo. La información y la “cultura” son hermanos, y si no gemelos, se llevan poco. Su padre es el demonio que arrasa a nuestro tiempo, la tecnología. La información ha heredado de su padre la apariencia de neutralidad, sin embargo por “neutralidad” hay que entender tan sólo multiplicidad de caminos para deshumanizarse, porque el hombre se deshumaniza cuando deja que los enemigos de la razón y de la vida acaben amotinándose contra ellas.

 

Los infocultiesclavos son cebados hora tras hora, minuto tras minuto con un alimento seleccionado para cada uno de ellos, para cada grupo de infocultiesclavos, para cada “ideología”. Engordan con la información, convirtiéndose en san sebastianes modernos que ofrecen el blanco perfecto contra el que las fuerzas de poder no pueden fallar. Acontece una dialéctica de cebo, posterior atamiento al poste, lluvia de saetas y desangre final, proceso que se renueva una vez tras otra, hora tras hora, minuto tras minuto. Es el martirio informativo.

 

El individuo engorda con la información, pero no crece. Aumenta en horizontal, jamás en vertical. El cebo aumenta la grasa en torno a la cintura, y deja intacto al cerebro, mejor dicho, lo daña. Como donuts que caducaran en 24 horas, el que se ceba de información debe hacer la compra cada día. Ese artículo, excepcionalmente bueno y meditado está caducado; es de ayer. Esta es la forma por la que se mantiene vivo el eterno conflicto entre individuos y grupos que forman el mundo actual, el de las democracias “avanzadas”. Con el cebo de productos de caducidad express está garantizado el debate continuo, el show televisivo, las fábricas de información, o lo que es lo mismo, el triunfo de la tecnología sobre el ser humano. La información desbocada constriñe el pensar. Decía Machado que “ha habido sabios con tantos conocimientos –información- que nunca se pararon a pensar” (citado por Sánchez Tortosa en la obra mencionada más arriba), y el gran ensayista inglés del siglo XVIII, William Hazlitt en su gran ensayo “De la ignorancia de los doctos” sentenciaba: “El hombre que colecciona conocimientos teme aventurarse en un razonamiento cualquiera, sea del orden que sea. Podría decirse de él que lleva su razonamiento en el bolsillo a modo de libro, o que lo dejó en la biblioteca” (hoy diríamos en los móviles o en “mis favoritos” del ordenador).

 

Ante tal evidencia existe una liberación. Este verdadero liberarse implica salir de la caverna informativa que es el hogar posmoderno y democrático. Para convertir en un ser libre al esclavo del mito platónico, había que estimularle los músculos, atrofiados por estar encadenado de por vida a un poste. Al esclavo posmoderno, al hombre cebado de información, al coleccionista de conocimientos, por el contrario, hay que relajarle unos músculos que continuamente están al servicio de deglutir información como una vaca la hierba. No para, no encuentra descanso porque su comer es su pacer.

 

Tengo a los clásicos de la literatura y especialmente a la gran literatura de aventuras por esos liberadores. Las objeciones a esta propuesta ya se dejan notar, pues existen por todos lados notarios de los enemigos de la razón y de la vida. Así hablan esos notarios: “Sin información, entregándose a la literatura, el hombre acaba en el quietismo. Nos haríamos más manipulables y más esclavos”. Sin embargo, y sin que sirva de precedente, sigamos a Karl Popper por una vez y veamos qué es más falible a la hora de ser más libre, si la sobrealimentación por información, o la aventura. Que cada uno contraste su propia vida. El ensayista, el filósofo, y también el informador veraz realizan una necesaria labor, la de hacernos ver que vivimos en un engaño, interpelándonos a salir de él. Pero no nos ayudan a dar el paso definitivo, porque salir del engaño exige vivir realmente y a ello nos ayuda más un gran narrador de aventuras que un triste filósofo o un  triste informador. Entregarse a la literatura de aventuras tiene también su riesgo, pues puede usarse para el mal. Sabido es que “El conde de Montecristo” era el libro de cabecera que amenizaba junto a un buen puro las noches tórridas de la Habana a un tal Fidel Castro.

 

Tampoco todos los personajes de los relatos de aventuras son los jóvenes stevensonianos o dickensianos, también a los viejos les cabe el honor de ser protagonistas, así el Peyrol de “El pirata” de Conrad, o el ingenioso hidalgo manchego. La literatura de aventuras no es literatura infantil ni juvenil. Es literatura sanadora, que nos hemos permitido llamar en este artículo “literacura”. Implica arriesgarse a fallar, a cometer errores; pero la aventura, invitándonos a vivir, nos hace crecer o caer, pero nunca engordar. El escritor de historias de aventuras sabe muy bien lo que el filósofo y el informador se empeñan  en decirle a cada minuto, que vive en un engaño. Al saberlo, el literato está en otra cosa más importante, en vivir, en liberarse ya de ese continuo engaño. El narrador de aventuras sabe que la tuerca de la vida ya está apretada e intenta aflojarla para escapar, mientras que el informador –y el “intelectual” convertido en informador- no cesa en su empeño de girar y girar la tuerca. Como la información es luciferina, ofrece la sensación de que con cada información se afloja la tuerca; sin embargo, cada información la aprieta más, hasta que se oxidan tuerca y tornillos. Podría decirse,  para ser más preciso, que al loco de hoy no le falta un tornillo, sino que todos sus tornillos se encuentran en un proceso de oxidación continua por intoxicación informativa. Insistimos: la información (y hablamos siempre de información veraz) no es un veneno, el veneno es la sobrealimentación por información, eje de un mundo moderno fundado en la tecnología.

 

Ansiamos un retorno a una vida más sencilla. Pero lo más sencillo que habría de hacer un hombre es vivir y no cebarse, no permitir que la tuerca se siga apretando, un día y otro, un minuto y otro. La literatura clásica de aventuras  nos ofrece precisamente vida, vida concentrada, vida sublimada. Todo lo que la posmodernidad ha puesto en duda: la lealtad, el sacrificio, el mérito, la amistad, la bondad y la maldad, todo está concentrado en los  clásicos de aventuras. Por eso es un antídoto ya de suyo contra la peste moderna.

 

Ustedes han leído al comienzo un encomio de la razón como facultad verdaderamente libre. La filosofía (la razón) nació en buena medida como crítica a la literatura de entonces. Pero queremos reivindicar que a ambas les ha salido un poderoso demonio: la tecnología y la información. Es en la lucha contra esta familia malévola cuando literatura y filosofía, cuando vida concentrada y razón libre han de unirse. El resultado de esta unión le mira a usted a los ojos y se atreve a decirle: ¡Viva usted de una vez!

 

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