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Enrique Arias Vega
Martes, 03 de Septiembre de 2019 Tiempo de lectura:

Europa mira hacia otra parte

Socialistas y conservadores alemanes están contentos porque la nueva extrema derecha no ha ganado en las elecciones estatales de Sajonia ni en Brandeburgo. Aun así, los ultras han obtenido tantos votos como el partido de Angela Merkel y casi el doble que los socialdemócratas. ¿A qué viene, pues, tanta alegría?: a que ambos han conseguido conservar su respectivo poder regional y los cargos y las prebendas anejas a él, y a que mañana será otro día.

 

El futuro de su país, y de Europa, se les da una higa. El camino de los partidos que han sostenido históricamente la UE parece simplemente el de la supervivencia y no el de un ilusionante proyecto común. En ese contexto, ¿por qué les extraña que haya cada vez más euroescépticos?

 

La Unión Europea, pese a sus crecientes contradicciones, quiso al comienzo de su decadencia emerger todavía como un poder autónomo e intervenir en la política internacional. Animó a los países árabes a tener sus primaveras democráticas sin ofrecerles una ayuda eficiente ni pedirles un programa de reformas, y con su actitud errática ha propiciado el caos con varios Gobiernos simultáneos en Libia, el crecimiento del Estado Islámico, la quiebra de los regímenes laicos y el deterioro y degradación global de la zona. ¿De parte de quién está la Unión Europea? Ni ella misma lo sabe.

 

No hay que ir más allá de nuestras fronteras comunitarias para observar mayúsculas contradicciones en política fiscal, colaboración policial o normativa migratoria. Ni hay una actitud coherente con los países de origen de los emigrantes, ni una política de acogida/rechazo, ni el cumplimiento de la ley de extranjería. La policía y los tribunales europeos conocen con exactitud el aumento de la delincuencia en el interior de la UE y la incidencia  en ella de la inmigración ilegal, con actitudes delictivas ya en el mismo ingreso en la Europa comunitaria, pero no se atreven a dar cifras por su temor ante el buenismo social y a la inmediata acusación de racismo y xenofobia que eso aparejaría.

 

Ante tanta dificultad, y previendo un futuro más que negro, las autoridades europeas prefieren mirar hacia otro lado y que salga el sol por Antequera. Pero de no coger por los cuernos el toro de la evolución social que se avecina, ni saldrá el sol por ninguna parte, ni habrá ya Europa a la que éste pueda iluminar.    

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