Propiedad privada
Uno de los derechos fundamentales, inalienables e irrenunciables de toda persona es la propiedad privada; algo privado es lo particular y personal de cada individuo que el Estado o cualquier otro ente o poder público tiene la obligación de proteger con firmeza.
Vemos que, desgraciadamente, todos los poderes públicos han decidido socavar dicho derecho mediante el intrusismo, adoptando medidas inquisitoriales, coaccionando y amedrentando a quienes no acaten sus imposiciones; las medidas que se están pergeñando a cuenta de los inmuebles vacíos son a todas luces intervencionistas y denotan una merma en la calidad democrática de una sociedad libre, de mercado.
Todos conocemos gente que gracias a un ímprobo esfuerzo han adquirido otro inmueble, a veces, dos. Decidieron en su día trabajar muy duro y a fuerza de privaciones y tesón lograron su objetivo; los hay que lo hicieron para algún día dárselos a sus hijos, otros como inversión, alquilándolos si lo veían atractivo, y seguro o, llegado el caso, venderlos para obtener un beneficio. Todo legal y legítimo, nada que objetar.
Nos encontramos que ahora son tratados como si fuesen delincuentes, buitres que se aprovechan de la desgracia ajena. Pequeños propietarios que cumplen religiosamente con todas las obligaciones que ello comporta y que están en su derecho de mantener cerrada su propiedad si así lo estiman conveniente; son los poderes públicos quienes deben solucionar el problema de la vivienda con nuevas construcciones para ponerlas al servicio de quienes buscan un inmueble y no atacando a sus legítimos propietarios que no han hecho más que trabajar honradamente. El dueño es el único que tiene potestad para decidir qué hacer con lo suyo.
Da la sensación que muchos políticos se consideran Robin Hood, quien se avergonzaría de estos pésimos imitadores que ni viven ocultos en el bosque de Sherwood ni luchan contra el sheriff de Nottingham defendiendo a los oprimidos. La propiedad privada es la argamasa, el andamiaje y la esencia de la libertad.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria
Uno de los derechos fundamentales, inalienables e irrenunciables de toda persona es la propiedad privada; algo privado es lo particular y personal de cada individuo que el Estado o cualquier otro ente o poder público tiene la obligación de proteger con firmeza.
Vemos que, desgraciadamente, todos los poderes públicos han decidido socavar dicho derecho mediante el intrusismo, adoptando medidas inquisitoriales, coaccionando y amedrentando a quienes no acaten sus imposiciones; las medidas que se están pergeñando a cuenta de los inmuebles vacíos son a todas luces intervencionistas y denotan una merma en la calidad democrática de una sociedad libre, de mercado.
Todos conocemos gente que gracias a un ímprobo esfuerzo han adquirido otro inmueble, a veces, dos. Decidieron en su día trabajar muy duro y a fuerza de privaciones y tesón lograron su objetivo; los hay que lo hicieron para algún día dárselos a sus hijos, otros como inversión, alquilándolos si lo veían atractivo, y seguro o, llegado el caso, venderlos para obtener un beneficio. Todo legal y legítimo, nada que objetar.
Nos encontramos que ahora son tratados como si fuesen delincuentes, buitres que se aprovechan de la desgracia ajena. Pequeños propietarios que cumplen religiosamente con todas las obligaciones que ello comporta y que están en su derecho de mantener cerrada su propiedad si así lo estiman conveniente; son los poderes públicos quienes deben solucionar el problema de la vivienda con nuevas construcciones para ponerlas al servicio de quienes buscan un inmueble y no atacando a sus legítimos propietarios que no han hecho más que trabajar honradamente. El dueño es el único que tiene potestad para decidir qué hacer con lo suyo.
Da la sensación que muchos políticos se consideran Robin Hood, quien se avergonzaría de estos pésimos imitadores que ni viven ocultos en el bosque de Sherwood ni luchan contra el sheriff de Nottingham defendiendo a los oprimidos. La propiedad privada es la argamasa, el andamiaje y la esencia de la libertad.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria