Ensayo
Giulio Meotti: "La inmigración masiva está cambiando la composición interna de Europa"
Extractos del artículo "Los sueños europeos vs la inmigración masiva", publicado en la web del Gatestone Institute.
(...)
Por desgracia, el precio del relativismo cultural ha quedado dolorosamente patente en Europa. La desintegración de las naciones-Estado occidentales es ahora una posibilidad real. El multiculturalismo —construido en un contexto de descenso demográfico, descristianización masiva y autorrechazo cultural— no es más que una fase de transición que comporta el riesgo de la fragmentación de Occidente. En la lista de razones que lo explican, el historiador David Engels citó "la inmigración masiva, el envejecimiento de la población, la islamización y la disolución de las naciones-Estado".
La inmigración masiva ya ha socavado la unidad y la solidaridad de las sociedades occidentales —junto a la demonización de Israel con la esperanza de obtener un petróleo barato y evitar el terrorismo— ha desestabilizado el consenso político posterior a 1945.
La política de puertas abiertas de la canciller alemana, Angela Merkel —"Wirschaffendas" ("Podemos hacerlo") tuvo como resultado la entrada de un partido de derechas en su Parlamento. Alternativa para Alemania (AfD). (AfD) lidera ahora las encuestas para las elecciones regionales en la antigua Alemania del Este. El Partido Socialista francés, que gobernó el país con el presidente François Hollande, está ahora desapareciendo. Los dictados de Bruselas en lo relativo a la inmigración y las cuotas han roto la unidad de Europa y propiciado la práctica "secesión" del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia). La utopía migratoria de Suecia metió a un partido de derechas populista en el Parlamento, y la llegada de medio millón de inmigrantes ilegales aupó a la otrora marginal Liga de Matteo Salvini a lo alto del establishment político de Italia.
Esta lista ni siquiera incluye el Brexit, la votación de los británicos para salir de la UE. Según el periodista alemán Jochen Bittner, en un artículo en The New York Times del año pasado:
A finales de 2015, la campaña por el Leave empezó a colocar pancartas que mostraban el éxodo de los refugiados de Siria y otros países a través de los Balcanes, adornados con eslóganes como "El punto de ruptura" y "Recuperar el control". Cuando Merkel anunció su política de puertas abiertas, el mensaje fue un jarro de agua fría para millones de británicos y europeos preocupados. No por casualidad, fue entonces cuando el apoyo al Brexit empezó a crecer.
(...)
La inmigración masiva está cambiando la composición interna de Europa. En Amberes, la segunda mayor ciudad de Bélgica y capital de Flandes, la mitad de los niños matriculados en las escuelas de primaria son musulmanes. En la región de Bruselas, se puede atisbar el cambio si se estudia la asistencia a las clases de religión en las escuelas de primaria y secundaria: el 15,6% asisten a clases católicas, el 4,3% a protestantes y el 0,2% de judaísmo; el 51,4% asiste a clases de religión islámica y el 12,8% asiste a clases de "ética" laica. ¿Se ve más claro ahora qué pasará en la capital de la Unión Europea? No debería extrañarnos que la inmigración encabece la lista de preocupaciones de la población belga.
Marsella, la segunda ciudad mayor de Francia, ya es un 25% musulmana. Rotterdam, la segunda ciudad mayor de los Países Bajos, es un 20% musulmana. Birmingham, la segunda ciudad mayor de Gran Bretaña, es un 27% musulmana. Se calcula que, en una generación, un tercio de los ciudadanos de Viena serán musulmanes. "Suecia está en una situación en la que ningún país de Occidente se ha visto jamás", observó Christopher Caldwell. Según el Pew Research Center, Suecia podría ser perfectamente un 30% musulmana en 2050; y un 21% en el improbable caso de que el flujo de inmigrantes se detenga por completo. Hoy, el 30% de los bebés suecos nacen de madres extranjeras. La ciudad de Leicester, en Reino Unido, es actualmente un 20% musulmana. En Luton, 50.000 de cada 200.000 habitantes son musulmanes. La mayoría del crecimiento de la población de Francia entre 2011 y 2016 fue impulsado por las grandes áreas urbanas del país. En lo alto de la lista están Lyon, Toulouse, Burdeos y el área de París, según un estudio publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos de Francia. En Lyon, hay unos 150.000 musulmanes en una población de 400.000 habitantes. Según un artículo, el 18% de los recién nacidos en Francia reciben un nombre musulmán. En los años sesenta, la cifra era del 1%.
En el escenario más extremo, los porcentajes de musulmanes en Europa que se calculan para 2050 son: Francia (18%), Reino Unido (17,2%), Países Bajos (15,2%), Bélgica (18,2%), Italia (14,1%), Alemania (19,7%), Austria (19,9%) y Noruega (17%). El año 2050 está ahí mismo. ¿Qué cabe esperar, entonces, dentro de dos o tres generaciones, cuando señaló el difunto historiador que Europa sería "como mínimo" islámica?
Por desgracia, la mentalidad europea se niega a afrontar la realidad, como si el desafío fuese demasiado difícil para abordarlo. "La progresión imparable de este sistema me hace pensar en una taza de té a bordo del Titanic", como escribe el destacado filósofo francés Alain Finkielkraut.
No será apartando la mirada de la tragedia como evitaremos que esto pase. ¿Cómo será el rostro de Francia dentro de cincuenta años? ¿Cómo serán las ciudades de Mulhouse, Roubaix, Nantes, Angers, Toulouse, Tarascon, Marsella y todo Seine Saint-Denis?
Si la población cambia, después le sigue la cultura. Como el señala el escritor Éric Zemmour, "después de un cierto tiempo, lo cuantitativo se vuelve cualitativo".
Mientras que el poder del cristianismo europeo parece estar cayéndose por un precipicio demográfico y cultural, el islam está avanzando a pasos agigantados. No es sólo una cuestión de tasas de inmigración y nacimientos: también de influencia. "En septiembre de 2002, participé en una reunión de los centros culturales de los principales estados miembros de la Unión Europea en Bruselas", escribió el intelectual germano-sirio Bassam Tibi, profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Gotinga.
"El congreso se desarrolló sobre el tema "Penser l'Europe" ["Pensar Europa"], pero se titulaba "El islam en Europa". Allí, me molestó oír a Tariq Ramadan referirse a Europa como "dar al Shahada" es decir, como la casa de la fe islámica. El público se alarmó, pero no captó el mensaje de la mentalidad islamista que ve Europa como parte de la casa del islam. Si Europa ya no se percibe como "dar al Harb", la casa de la guerra, sino como parte de una pacífica casa del islam, eso no es una señal de moderación, como se supone equivocadamente: es la mentalidad de una islamización de Europa".
La buena noticia es que nada está escrito en piedra. Los europeos aún pueden decidir por sí mismos cuántos inmigrantes necesitan sus sociedades. Podrían aplicar una solución que fuese coherente, en vez de caótica. Podrían querer seguir redescubriendo su herencia humanista. Podrían volver a tener hijos y lanzar un verdadero programa de integración para los inmigrantes que ya hay en Europa. Pero no se está dando ninguno de esos pasos, necesarios para evitar la transformación de grandes áreas del continente y su quiebra.
Es importante escuchar el pronóstico de Pierre Manent y rechazar la actual tendencia a la autohumillación. Europa parece afligida por el escepticismo sobre el futuro, como si el declive de Occidente fuese en realidad un castigo justificado y una liberación de las culpas del pasado. Sí, puede haber tenido defectos terribles, pero ¿de verdad son mucho peores que los de otros países, como Irán, China, Corea del Norte, Rusia, Mauritania, Cuba, Nigeria, Venezuela o Sudán, por citar sólo algunos? Más importante es que al menos Occidente, a diferencia de muchos otros lugares, ha intentado corregir sus fallas. Lo más importante es evitar excederse en las correcciones y acabar en una situación peor que la anterior.
"Para mí, hoy, lo más esencial es la civilización europea", señala Finkielkraut.
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Por desgracia, el precio del relativismo cultural ha quedado dolorosamente patente en Europa. La desintegración de las naciones-Estado occidentales es ahora una posibilidad real. El multiculturalismo —construido en un contexto de descenso demográfico, descristianización masiva y autorrechazo cultural— no es más que una fase de transición que comporta el riesgo de la fragmentación de Occidente. En la lista de razones que lo explican, el historiador David Engels citó "la inmigración masiva, el envejecimiento de la población, la islamización y la disolución de las naciones-Estado".
La inmigración masiva ya ha socavado la unidad y la solidaridad de las sociedades occidentales —junto a la demonización de Israel con la esperanza de obtener un petróleo barato y evitar el terrorismo— ha desestabilizado el consenso político posterior a 1945.
La política de puertas abiertas de la canciller alemana, Angela Merkel —"Wirschaffendas" ("Podemos hacerlo") tuvo como resultado la entrada de un partido de derechas en su Parlamento. Alternativa para Alemania (AfD). (AfD) lidera ahora las encuestas para las elecciones regionales en la antigua Alemania del Este. El Partido Socialista francés, que gobernó el país con el presidente François Hollande, está ahora desapareciendo. Los dictados de Bruselas en lo relativo a la inmigración y las cuotas han roto la unidad de Europa y propiciado la práctica "secesión" del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia). La utopía migratoria de Suecia metió a un partido de derechas populista en el Parlamento, y la llegada de medio millón de inmigrantes ilegales aupó a la otrora marginal Liga de Matteo Salvini a lo alto del establishment político de Italia.
Esta lista ni siquiera incluye el Brexit, la votación de los británicos para salir de la UE. Según el periodista alemán Jochen Bittner, en un artículo en The New York Times del año pasado:
A finales de 2015, la campaña por el Leave empezó a colocar pancartas que mostraban el éxodo de los refugiados de Siria y otros países a través de los Balcanes, adornados con eslóganes como "El punto de ruptura" y "Recuperar el control". Cuando Merkel anunció su política de puertas abiertas, el mensaje fue un jarro de agua fría para millones de británicos y europeos preocupados. No por casualidad, fue entonces cuando el apoyo al Brexit empezó a crecer.
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La inmigración masiva está cambiando la composición interna de Europa. En Amberes, la segunda mayor ciudad de Bélgica y capital de Flandes, la mitad de los niños matriculados en las escuelas de primaria son musulmanes. En la región de Bruselas, se puede atisbar el cambio si se estudia la asistencia a las clases de religión en las escuelas de primaria y secundaria: el 15,6% asisten a clases católicas, el 4,3% a protestantes y el 0,2% de judaísmo; el 51,4% asiste a clases de religión islámica y el 12,8% asiste a clases de "ética" laica. ¿Se ve más claro ahora qué pasará en la capital de la Unión Europea? No debería extrañarnos que la inmigración encabece la lista de preocupaciones de la población belga.
Marsella, la segunda ciudad mayor de Francia, ya es un 25% musulmana. Rotterdam, la segunda ciudad mayor de los Países Bajos, es un 20% musulmana. Birmingham, la segunda ciudad mayor de Gran Bretaña, es un 27% musulmana. Se calcula que, en una generación, un tercio de los ciudadanos de Viena serán musulmanes. "Suecia está en una situación en la que ningún país de Occidente se ha visto jamás", observó Christopher Caldwell. Según el Pew Research Center, Suecia podría ser perfectamente un 30% musulmana en 2050; y un 21% en el improbable caso de que el flujo de inmigrantes se detenga por completo. Hoy, el 30% de los bebés suecos nacen de madres extranjeras. La ciudad de Leicester, en Reino Unido, es actualmente un 20% musulmana. En Luton, 50.000 de cada 200.000 habitantes son musulmanes. La mayoría del crecimiento de la población de Francia entre 2011 y 2016 fue impulsado por las grandes áreas urbanas del país. En lo alto de la lista están Lyon, Toulouse, Burdeos y el área de París, según un estudio publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos de Francia. En Lyon, hay unos 150.000 musulmanes en una población de 400.000 habitantes. Según un artículo, el 18% de los recién nacidos en Francia reciben un nombre musulmán. En los años sesenta, la cifra era del 1%.
En el escenario más extremo, los porcentajes de musulmanes en Europa que se calculan para 2050 son: Francia (18%), Reino Unido (17,2%), Países Bajos (15,2%), Bélgica (18,2%), Italia (14,1%), Alemania (19,7%), Austria (19,9%) y Noruega (17%). El año 2050 está ahí mismo. ¿Qué cabe esperar, entonces, dentro de dos o tres generaciones, cuando señaló el difunto historiador que Europa sería "como mínimo" islámica?
Por desgracia, la mentalidad europea se niega a afrontar la realidad, como si el desafío fuese demasiado difícil para abordarlo. "La progresión imparable de este sistema me hace pensar en una taza de té a bordo del Titanic", como escribe el destacado filósofo francés Alain Finkielkraut.
No será apartando la mirada de la tragedia como evitaremos que esto pase. ¿Cómo será el rostro de Francia dentro de cincuenta años? ¿Cómo serán las ciudades de Mulhouse, Roubaix, Nantes, Angers, Toulouse, Tarascon, Marsella y todo Seine Saint-Denis?
Si la población cambia, después le sigue la cultura. Como el señala el escritor Éric Zemmour, "después de un cierto tiempo, lo cuantitativo se vuelve cualitativo".
Mientras que el poder del cristianismo europeo parece estar cayéndose por un precipicio demográfico y cultural, el islam está avanzando a pasos agigantados. No es sólo una cuestión de tasas de inmigración y nacimientos: también de influencia. "En septiembre de 2002, participé en una reunión de los centros culturales de los principales estados miembros de la Unión Europea en Bruselas", escribió el intelectual germano-sirio Bassam Tibi, profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Gotinga.
"El congreso se desarrolló sobre el tema "Penser l'Europe" ["Pensar Europa"], pero se titulaba "El islam en Europa". Allí, me molestó oír a Tariq Ramadan referirse a Europa como "dar al Shahada" es decir, como la casa de la fe islámica. El público se alarmó, pero no captó el mensaje de la mentalidad islamista que ve Europa como parte de la casa del islam. Si Europa ya no se percibe como "dar al Harb", la casa de la guerra, sino como parte de una pacífica casa del islam, eso no es una señal de moderación, como se supone equivocadamente: es la mentalidad de una islamización de Europa".
La buena noticia es que nada está escrito en piedra. Los europeos aún pueden decidir por sí mismos cuántos inmigrantes necesitan sus sociedades. Podrían aplicar una solución que fuese coherente, en vez de caótica. Podrían querer seguir redescubriendo su herencia humanista. Podrían volver a tener hijos y lanzar un verdadero programa de integración para los inmigrantes que ya hay en Europa. Pero no se está dando ninguno de esos pasos, necesarios para evitar la transformación de grandes áreas del continente y su quiebra.
Es importante escuchar el pronóstico de Pierre Manent y rechazar la actual tendencia a la autohumillación. Europa parece afligida por el escepticismo sobre el futuro, como si el declive de Occidente fuese en realidad un castigo justificado y una liberación de las culpas del pasado. Sí, puede haber tenido defectos terribles, pero ¿de verdad son mucho peores que los de otros países, como Irán, China, Corea del Norte, Rusia, Mauritania, Cuba, Nigeria, Venezuela o Sudán, por citar sólo algunos? Más importante es que al menos Occidente, a diferencia de muchos otros lugares, ha intentado corregir sus fallas. Lo más importante es evitar excederse en las correcciones y acabar en una situación peor que la anterior.
"Para mí, hoy, lo más esencial es la civilización europea", señala Finkielkraut.