Velo: Los artificios de una ideología
Por su interés, La Tribuna del País Vasco reproduce íntegramente el artículo editorial escrito por Yves Thréard para Le Figaro (16-10-2019)
Para decirlo francamente, hace treinta años que Francia está enredada en el velo islámico. Desde 1989, tras la presencia de dos chicas universitarias veladas en una clase de la población de Creil, se promulgaron dos leyes. La primera, en 2004, para prohibir cualquier signo religioso ostentoso en las escuelas. Otra, en 2010, para castigar cualquier ocultamiento de la cara en los espacios públicos. En ambas ocasiones se eligieron las palabras adecuadas para no "estigmatizar" a los musulmanes y para no ofender a los defensores de los derechos humanos. Aunque las prohibiciones están cuidadosamente explicadas, el debate resurge a intervalos regulares. Esta misma semana ocurrió después de que una madre usara el velo durante una excursión escolar extracurricular.
El caso divide al Gobierno en sus emociones y en su mayoría numérica. Por decir que el velo no es algo "deseable en nuestra sociedad", el Ministro de Educación Nacional ha atraído la ira de muchas mentes bienpensantes. A decir verdad, todos los poderes hasta el momento han temblado ante la idea de intervenir en este tema, refugiándose detrás de diferentes interpretaciones de geometría variable sobre la laicidad francesa. Emmanuel Macron, que había prometido entregar su propia actualización de la Ley de 1905 sobre la separación de las iglesias y el Estado, continúa posponiendo la fecha límite. El temor a ser acusado de "islamofobia" sigue siendo más fuerte.
Sin embargo, es urgente comprender que el uso del velo, de la abaya o del burkini, que se extiende en Francia, no es una nueva tendencia en el vestir ni una señal de respeto por una tradición. Es un acto de activismo político y de proselitismo que tiene la intención de cuestionar nuestra forma de vida, nuestras leyes, nuestra sociedad. Estos no son los artificios de una moda, sino los de una ideología, el islamismo, que niega a las mujeres y que, en todas partes del mundo donde domina, pisotea las libertades. Y como si fuera un “soft power” (“poder blando”), progresa insidiosamente en nuestro país. ¿Podemos aceptarlo durante mucho tiempo, incluso con ocasión de una simple salida extracurricular?
Artículo original en Le Figaro
Para decirlo francamente, hace treinta años que Francia está enredada en el velo islámico. Desde 1989, tras la presencia de dos chicas universitarias veladas en una clase de la población de Creil, se promulgaron dos leyes. La primera, en 2004, para prohibir cualquier signo religioso ostentoso en las escuelas. Otra, en 2010, para castigar cualquier ocultamiento de la cara en los espacios públicos. En ambas ocasiones se eligieron las palabras adecuadas para no "estigmatizar" a los musulmanes y para no ofender a los defensores de los derechos humanos. Aunque las prohibiciones están cuidadosamente explicadas, el debate resurge a intervalos regulares. Esta misma semana ocurrió después de que una madre usara el velo durante una excursión escolar extracurricular.
El caso divide al Gobierno en sus emociones y en su mayoría numérica. Por decir que el velo no es algo "deseable en nuestra sociedad", el Ministro de Educación Nacional ha atraído la ira de muchas mentes bienpensantes. A decir verdad, todos los poderes hasta el momento han temblado ante la idea de intervenir en este tema, refugiándose detrás de diferentes interpretaciones de geometría variable sobre la laicidad francesa. Emmanuel Macron, que había prometido entregar su propia actualización de la Ley de 1905 sobre la separación de las iglesias y el Estado, continúa posponiendo la fecha límite. El temor a ser acusado de "islamofobia" sigue siendo más fuerte.
Sin embargo, es urgente comprender que el uso del velo, de la abaya o del burkini, que se extiende en Francia, no es una nueva tendencia en el vestir ni una señal de respeto por una tradición. Es un acto de activismo político y de proselitismo que tiene la intención de cuestionar nuestra forma de vida, nuestras leyes, nuestra sociedad. Estos no son los artificios de una moda, sino los de una ideología, el islamismo, que niega a las mujeres y que, en todas partes del mundo donde domina, pisotea las libertades. Y como si fuera un “soft power” (“poder blando”), progresa insidiosamente en nuestro país. ¿Podemos aceptarlo durante mucho tiempo, incluso con ocasión de una simple salida extracurricular?
Artículo original en Le Figaro