Jueves, 23 de Octubre de 2025

Actualizada Jueves, 23 de Octubre de 2025 a las 11:33:05 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Winston Galt
Viernes, 01 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

Lo que el votante vota

Es una verdad universal que nadie quiere que desaparezca aquéllo de lo que vive y que le sirve de sustento.

 

Según los estudios más rigurosos, la mayoría de pobres de nuestro país no votan al partido comunista ni a su nueva versión posmoderna y engañosa: Podemos. La mayoría de nosotros podría pensar que Podemos sería el destino natural de ese voto de la pobreza. Pues no, la mayoría de los pobres vota al PSOE.

 

Y en el PSOE lo saben. Lo han sabido siempre, lo han provocado y sostienen todo su sistema de poder sobre esa premisa.

 

Esto implica que el PSOE sea el partido menos interesado en que desaparezca la pobreza. ¿Por qué va a querer que desaparezca si es lo que sustenta su poder? Saquen sus propias conclusiones. Los pobres deberían pensarse muy bien si votar a quien le interesa mantenerlos en esa situación.

 

Lo primero que ha de hacer quien quiere mantener la pobreza es controlar el desarrollo, pues en las sociedades avanzadas hay momentos en que la sociedad navega viento en popa, momentos que siempre coinciden con las mayores cotas de libertad económica.

 

La consecuencia no se hace esperar: que el PSOE ha intentado boicotear el desarrollo es evidente. Basta estudiar la historia reciente de Andalucía, el lugar donde más tiempo y con más continuidad y pleno poder ha gobernado en las últimas décadas. Cuando se dio cuenta de que no ganaba las elecciones en las zonas desarrollas, capitales de provincia y zonas de costa de Málaga y Almería, por ejemplo, se dedicó deliberadamente a limitar el desarrollo. La ley de Ordenación Urbanística de Andalucía es un buen ejemplo. El control indiscriminado y feroz de cualquier desarrollo empresarial también. En Andalucía ha habido pequeños negocios que han tardado nueve años en obtener todos los permisos necesarios para su puesta en marcha.

 

Otro ejemplo muy obvio del mantenimiento deliberado de la pobreza son los documentos descubiertos en el Ayuntamiento de Huévar de Aljarafe, que demuestran la compra de votos y ponen por escrito lo que todo el mundo ya conocía que era una práctica habitual en Andalucía. La reciente noticia de que ocurrió lo mismo en Vegas del Genil no es más que otra rutinaria confirmación de lo sabido.

 

La peor corrupción no es la puramente económica, cuando algunas personas aprovechan su situación política para desviar fondos o cobrar comisiones. Esta corrupción, siendo grave, no supone una destrucción del sistema y basta la respuesta penal para atajarla.

 

La peor corrupción es la moral e ideológica, cuando se entiende la política como un mensaje evangelizador frente al que no cabe objeción moral alguna sobre el medio de llevarlo a la práctica, sea cual sea; o cuando se entiende desde el más radical cinismo, lejos de tales creencias mesiánicas, pero se emplean los mismos mensajes y las mismas técnicas para conseguir el poder y asegurarse la permanencia en él. Da la impresión de que en el PSOE hay más de los segundos que de los apóstoles del primer supuesto.

 

Esta corrupción destruye el sistema y pudre la sociedad, pues la convierte en rehén de un sistema de valores incapaz de sobreponerse a la miseria cívica, en el cual el sacrificio, la fortaleza y la honradez quiebran en favor de la displicencia, la dejadez y la anomia social.

 

La corrupción económica roba millones por decenas, la corrupción moral e ideológica roba millones por miles. Porque no hay sentido del injusto, porque limita el crecimiento con coartadas como la sostenibilidad, que es un concepto tan volátil que cada vez puede utilizarlo a su antojo el político de turno abocando la decisión política a la discrecionalidad, o la insana proliferación legislativa, que organiza una maraña de normas que se contradicen entre sí abocando igualmente a la discrecionalidad y a la objeción y limitación de la libertad económica de los ciudadanos, ya convertidos en súbditos de su administración pública.

 

La compra de votos de la pobreza es muy barata, aunque su coste sea de miles de millones de euros para las arcas públicas, sobre las cuales no hay más conciencia que su uso indiscriminado y partidista. Este modelo de actuación corta las alas a la gente, no le permite prosperar, infantiliza sus proyectos vitales dejando a una gran masa al pairo de las decisiones políticas clientelares, adormece su voluntad y somete sus emociones anestesiando su ambición natural. Limita, por tanto, su libertad, pero también su vida.

 

El coste no es sólo económico, siendo altísimo. El coste es una sociedad sometida y el castigo de un futuro mucho peor del que podría ser.

 

Esa decisión política es una decisión criminal. Y eso es lo que realmente el votante vota.

 

(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela Frío Monstruo

 

Etiquetada en...

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.