Vampiros exquisitos
He visto, no muy sorprendido, la negativa del representante del Partido Nacionalista Vasco (PNV) a estrecharle la mano al representante de Vox tras el debate televisado del viernes por la noche. Se justificó luego diciendo que no saludaba a franquistas. Se le olvidó decir que sí estrecha la mano cuantas veces sea necesario a los terroristas de ETA.
Los que no creemos en vampiros tenemos la imagen grotesca de éstos que nos ha proporcionado el cine. Los grandes incisivos nos recuerdan las máscaras de carnaval, y la boca desmesuradamente abierta presta al bocado invita a la risa. Por supuesto, el mito nos convoca a la terrorífica convicción de que todo aquél que es mordido acaba transformado, a su vez, en un nuevo vampiro. Nos tranquiliza creer que sólo es literatura y cine.
Uno no pensaría eso jamás de los insignes representantes del PNV. Al aspecto pueril de Aitor Esteban, que parece que te va a proponer firmar una póliza de seguros un momento después, se une el aspecto bonachón de Ortuzar, quien parece haberse dejado el tractor en la puerta.
Sin embargo, si uno analiza fríamente lo que ambos representan, comprueba que, efectivamente, los vampiros existen, con un aire inofensivo y a plena luz del día, pero dispuestos a morderte a las primeras de cambio y a chuparte la sangre sin descanso hasta dejarte convertido en una lívida carne desangrada o en uno de los suyos, si estás bajo su poder.
El PNV no puede esconder su origen: nació de los delirios de un retrasado mental racista y supremacista y buscó la alianza con el nazismo. Si esto es historia, agua pasada, no lo son sus principios inspiradores, de los que nunca ha abjurado que se sepa, y su historia reciente, de deliberado aprovechamiento de la sangre derramada por el terrorismo de ETA. Nadie puede poner en duda esto último, porque lo reconoció expresamente el líder más sólido que ha tenido este partido en las últimas décadas. Ya saben, aquéllo de que unos mueven el árbol y otros recogen los frutos.
El PNV ha recogido los frutos sin importarle que estén manchados de sangre. Sus vínculos con los chicos de las pistolas, que sólo ejecutaban "una forma moderna de hacer política", son de todos conocidos y difícilmente pueden ser negados. Aprovechar el clima sangriento y el exilio forzoso de cientos de miles de ciudadanos amenazados y afianzarse en el poder confundiendo partido con régimen es vampirizar una sociedad. En mi novela Frío Monstruo menciono que la sociedad vasca de hoy es el fruto de una sociedad enferma y de una iglesia criminal. Aitor Esteban es el representante perfecto de esa sucia comunión: un aspecto inofensivo y ni una buena obra.
El nacionalismo es la guerra, dijo con acierto Mitterrand. El PNV lleva el apelativo en su propio nombre. No engaña a nadie.
El ofensivo y maleducado gesto de Esteban, apellido muy castellano por cierto, es igualmente ofensivo para todos los españoles, independientemente del partido político al que pertenezca el representante objeto del agravio.
He visto, no muy sorprendido, la negativa del representante del Partido Nacionalista Vasco (PNV) a estrecharle la mano al representante de Vox tras el debate televisado del viernes por la noche. Se justificó luego diciendo que no saludaba a franquistas. Se le olvidó decir que sí estrecha la mano cuantas veces sea necesario a los terroristas de ETA.
Los que no creemos en vampiros tenemos la imagen grotesca de éstos que nos ha proporcionado el cine. Los grandes incisivos nos recuerdan las máscaras de carnaval, y la boca desmesuradamente abierta presta al bocado invita a la risa. Por supuesto, el mito nos convoca a la terrorífica convicción de que todo aquél que es mordido acaba transformado, a su vez, en un nuevo vampiro. Nos tranquiliza creer que sólo es literatura y cine.
Uno no pensaría eso jamás de los insignes representantes del PNV. Al aspecto pueril de Aitor Esteban, que parece que te va a proponer firmar una póliza de seguros un momento después, se une el aspecto bonachón de Ortuzar, quien parece haberse dejado el tractor en la puerta.
Sin embargo, si uno analiza fríamente lo que ambos representan, comprueba que, efectivamente, los vampiros existen, con un aire inofensivo y a plena luz del día, pero dispuestos a morderte a las primeras de cambio y a chuparte la sangre sin descanso hasta dejarte convertido en una lívida carne desangrada o en uno de los suyos, si estás bajo su poder.
El PNV no puede esconder su origen: nació de los delirios de un retrasado mental racista y supremacista y buscó la alianza con el nazismo. Si esto es historia, agua pasada, no lo son sus principios inspiradores, de los que nunca ha abjurado que se sepa, y su historia reciente, de deliberado aprovechamiento de la sangre derramada por el terrorismo de ETA. Nadie puede poner en duda esto último, porque lo reconoció expresamente el líder más sólido que ha tenido este partido en las últimas décadas. Ya saben, aquéllo de que unos mueven el árbol y otros recogen los frutos.
El PNV ha recogido los frutos sin importarle que estén manchados de sangre. Sus vínculos con los chicos de las pistolas, que sólo ejecutaban "una forma moderna de hacer política", son de todos conocidos y difícilmente pueden ser negados. Aprovechar el clima sangriento y el exilio forzoso de cientos de miles de ciudadanos amenazados y afianzarse en el poder confundiendo partido con régimen es vampirizar una sociedad. En mi novela Frío Monstruo menciono que la sociedad vasca de hoy es el fruto de una sociedad enferma y de una iglesia criminal. Aitor Esteban es el representante perfecto de esa sucia comunión: un aspecto inofensivo y ni una buena obra.
El nacionalismo es la guerra, dijo con acierto Mitterrand. El PNV lleva el apelativo en su propio nombre. No engaña a nadie.
El ofensivo y maleducado gesto de Esteban, apellido muy castellano por cierto, es igualmente ofensivo para todos los españoles, independientemente del partido político al que pertenezca el representante objeto del agravio.