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Jueves, 07 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

González Cuevas o del insulto y la calumnia como una de las malas artes

Estimado director:

 

Si uno no estuviera ya curado de espanto no me habría sorprendido lo más mínimo la nueva andanada que Pedro Carlos González Cuevas nos dedica a Manuel Tuñón de Lara (q.e.p.d.), Paul Preston, Ángel Viñas y a mí, todavía vivitos y coleando pese a sus denodados esfuerzos por enterrarnos en vida… No sé si cristianamente, a él que tanto le ha escandalizado el dehaucio del general Franco. De paso, como en él suele ser habitual, les manda un recadito a Josep Fontana (q.e.p.d.) (¡qué necrófila obsesión con ciertos muertos respetables ya desaparecidos!), a Francisco Espinosa y a Ricard Vinyes. Tal joyita la ha publicado ignominiosamente en su diario abusando de su buena fe bajo el señuelo de un pretendido obituario y amparándose en el prestigio de otro ilustre historiador recientemente fallecido ("Santos Juliá Díaz: la izquierda racional", La Tribuna del País Vasco, martes, 05 de noviembre de 2019).

 

Cinismo se llama la figura cuando antes lo había puesto a parir. Miserable es atribuir a Tuñón de Lara un modus operandi “plúmbeo y hórrido” cuando fue el historiador más leído de su época (se conoce que a sus lectores les gustaba aburrirse y les iba el horror picture show de este necrólogo). Miserable es referirse a nosotros como “acólitos”, pues ninguno hemos sido, que yo sepa, ni clérigos ni monaguillos de nadie. Miserable es referirse a nosotros como “pseudohistoriadores o paleohistoriadores” irracionales a diferencia de Santos Juliá -cabe inferir de su texto-, cuya obra pretende glosar. Impotencia y resentimiento se llama la figura. Miserable es referirse el deshaucio del único dictador europeo que se hizo erigir un mausolemo sobre la sangre y el hambre de su pueblo supuestamente “liberado” como una acción “ignominiosa” aprobada por mayoría absoluta el Congreso de los Diputados y sancionada por unanimidad por nuestro Tribunal Supremo.

 

Créame que semejante malévola insistencia utilizando torticeramente la figura de Santos Juliá que desde luego fue más compañero y colega, y estaba mucho más próximo de nosotros desde cualquier punto de vista, que de este necrólogo sobrevenido, entra de lleno en el terreno de las patologías obsesivo compulsivas.

 

Yo me juré a mí mismo, pues llueve mucho sobre mojado, no volver a replicarle, aunque me mentara a mi santísima madre (q.e.p.d.). Pero qué difícil es cumplir semejantes compromisos con un individuo de semejante catadura moral, que insulta y calumnia a discreción y, cuando es debidamente replicado, pone carita de “¡Mamá!, ha sido Juanito quien ha empezado a insultarme”. Dedíquese a sus libros que nadie lee ni toma en consideración y olvídese de nosotros, hombre de Dios, de una vez por todas o vamos a tener que pasarle factura por los derechos de autor que indirectamente le genere mentir sobre nosotros e insultarnos con tanta desvergüenza.

 

Permítame que bajo el amparo de “Cartas al Director”, que suelen ser una excelente fuente para conceptuar la calidad y seriedad de un medio informativo, le responda a este presunto caballero, empezando por decirle que usted, como responsable de un medio de comunicación respetable que, presumo, se esfuerza por dignificar día a día tratando de mejorarlo y llegar a hacerlo imprescindible, debería analizar bien a quién da cabida en sus páginas de opinión ¡y en la sección de cultura, además! No apelo en absoluto a censura alguna. Pero no me vale que se acoja a la insobornable libertad de expresión de su periódico, lo que me garantiza la publicación de esta inevitable réplica, y que cada colaborador sea responsable de sus escritos. Usted, como director y editor, es el máximo responsable de la imagen que quiera dar de su periódico acogiendo artículos serios y fundamentados que traten temas de interés general, o degradarlo acogiendo desahogos personales biliosos de profesores frustrados porque no se les hace el menor caso, y no les queda más recurso que el ataque personal por interposición a figuras de prestigio (lo que obviamente no va por mí), para ver si así se habla un poco de ellos aunque sea mal. Porque hacerlo bien de este “caballero”, es por completo imposible.

 

Este pedante cita a Fichte para reivindicar la libertad del ser humano olvidando las sabias palabras de Madame Roland camino del cadalso en plena vorágine del terror desatado por Robespierre en plena Revolución Francesa: “Liberté, que de crimes on commet en ton nom”.

 

La crítica política, literaria o cultural en general, es una noble práctica de la que no se puede prescindir, desgraciadamente no todos los que la practican se adecuan a unas reglas deontológicas mínimas como traté de evidenciar en mi libro, La crítica de la crítica (2017), donde salí en defensa de la honorabilidad de mis maestros, compañeros y colegas más prestigiosos, ante las burdas descalificaciones e insultos de que eran objeto de forma creciente, por exclusivas razones ideológicas bajo capa de una pretendida crítica académica.

 

Hay unas normas deontológicas que son de obligado cumplimiento, pero cuando se ignoran por sistema traspasando todos los límites, no es legítimo escandalizarse porque, hartos ya de estar hartos, se les replique adecuadamente a tales transgresores, y cuando la cosa ya se convierte en cansina y nos lleva a los receptores de su incontinente verborrea al hartazgo más absoluto, resulta inevitable recurrir a la ironía e incluso al sarcasmo para, precisamente, no ponernos a su altura, lo que es ciertamente un verdadero imposible metafísico con un mediocre de semejante entidad.

 

Este caballero del que estamos tratando, es uno de los boquirrotos más lamentables que me ha sido dado conocer (incluído Pío Moa Rodríguez, que ya es decir), y bien “ardido” como dicen en México, e incapaz de asimilar su propia “medicina”, reaccionó con su habitual impotencia intelectual tras toparse con las generosas dosis que le suministré gratuitamente para el tratamiento de su mal en el mentado libro. Ya lo dijo Mark Twain: “Más vale permanecer callado y que los demás piensen que eres idiota, que hablar y despejar todas las dudas”. Este caballero (presunto) tiene la tonta costumbre de hablar por no callar, con lo que despeja la más mínima duda que sus contradictores pudiéramos albergar sobre las razones de su incontinente verborrea.

 

Tengo observado con gran pesadumbre que mis generosos consejos no han surtido el más mínimo efecto, lo que le ha llevado a una severa, y quizás solo aparente, patología “intelectual” consistente en calumniar y distorsinar la obra de quienes no son de su cuerda ideológica a la primera oportunidad que se le ofrece. Y, ahora, ha tenido la desvergüenza de utilizar el buen nombre de Santos Juliá en vano para escribir unas cuantas simplezas sobre una obra que es obvio que desconoce, y algunos de cuyos títulos los ha tomado de nosotros, pues es evidente que, si no, no habría escrito algunas de las cosas que ha escrito. Véase en el libro citado, Alberto Reig Tapia, La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes. (Siglo XXI. Madrid, 2017), el cap. IV. “La crítica impotente”, pp. 259-335, https://www.sigloxxieditores.com/media/sigloxxi/files/book-attachment-627.pdf, para conocer los antecedentes “metodológicos” de nuestro sobrevenido experto “juliano”, que nos habla desvergozadamente, poco menos, que como si hubiera sido su amigo y colega.

 

Santos estaba en sus antípodas historiográficas y morales, no en las nuestras, y no tenía necesidad alguna de ser reivindicado como historiador por este mindundi habiendo sido ampliamente glosada su figura por quienes sí conocen su obra y eran sus colegas y amigos de verdad, como José Andrés Rojo, José Álvarez Junco o Fernando Vallespín. Santos Juliá ha debido de estremecerse en su tumba ante el abogado de oficio que le ha salido de forma tan inesperada. Me consta que Santos le recriminaba a este individuo el que fuera tan boquirroto e insultón, consejo que González Cuevas, como deja siempre en evidencia, se pasa por el arco de triunfo. Este necrólogo sobrevenido fue criticado inicialmente por los insultos, mentiras y distorsiones que dedicaba con obsesión enfermiza a ciertos historiadores, que tienen el grave defecto de no ser de su cuerda ideológica (cuestión aquí trivial).

 

El grave pecado que desata las iras de nuestro “racional” glosador es apenas estar en sus antípodas políticas, éticas y morales, por lo que sólo cabe calificarlo a estas alturas de paranoico obsesionado con personas honorables de indiscutible prestigio con una obra historiográfica inmensa a sus espaldas, pero sobre las que carga una y otra vez como quien maja en hierro frío, como Manuel Tuñón de Lara (muerto hace más de 20 años), un hombre entrañable que contribuyó a la renovación de nuestra historia contemporánea y que se hizo respetar por sus colegas de profesión con independencia de su adscripción ideológica; Paul Preston, nuestro hispanista contemporaneísta de mayor relevancia internacional, Gran Cruz de Isabel La Católica, Comendador de la Orden del Mérito Civil, Miembro de la Academia Británica, etc.; Ángel Viñas, nuestro mayor experto en nuestra historia de la República, la Guerra Civil y el franquismo, que fuera jefe de la Delegación de la Unión Europea ante Naciones Unidas en Nueva York y en posesión de la Gran Cruz del Mérito Civil, etc. ¿Envidia insuperable, quizás?

 

A la vista del mentado capítulo que dediqué a nuestro incansable calumniador, me dedicó en un diario local un insustancial panfletillo de dos páginas para repudiar las 76 que tan generosamente le había dedicado sobre la base de argumentos y razones bien documentadas, y un análisis comparativo inevitablemente aderezado de mordaz ironía. No le negamos su derecho al pataleo -es humano- tras la andanada recibida. Pero, aún escocido, volvió a la carga en una revista digital donde se explayan a placer ciertos escribidores sin la menor audiencia académica, y aún incandescente, insistió de nuevo en una revista a cuyo comité de dirección pertenece este personaje, mostrando así su absoluta falta no ya de deontología profesional, sino de un mínimo de decencia intelectual.

 

No me sorprendió su previsible réplica al verse puesto en ridículo, pero hacerlo por triplicado ya me pareció excesivo. En semejante tesitura opté también por ser redundante y le obsequié con una definitiva contrarréplica no fuera a pensar que me había dejado mudo. Véase el link que adjunto al final de estas páginas, donde el lector encontrará todas las claves. Pero, incansable, vuelve a la carga a las primeras de cambio cual avezado trilero. Todo lo que se le ocurre desde entonces a este pretendido “justiciero” cada vez que publica en el periódico de Eduardo Inda (un auténtico lince a la hora de captar a bragados neocruzados para combatir con ardor al rojerío irredento) un nuevo ataque a escritores e intelectuales de izquierdas como Manuel Sacristán, Manuel Azaña, Santos Juliá…, es aprovechar la ocasión para aludir de pasada, como el que no quiere la cosa, al “esquizofrénico” de Reig Tapia. Eso sí, los que insultamos y somos vulgares somos los demás. Pues bien, concluyamos. Esquizofrenia deriva del griego clásico σχίζειν schizein 'dividir, escindir, hendir, romper' y φρήν phrēn, 'entendimiento, razón, mente'. ¿Esquizofrénico, yo? Por una sóla vez y sin que sirva de precedente tengo que darle la razón. Es cierto, mi mente se haya abiertamente escindida ante la consideración que me merece este singular individuo. Unas veces, pienso que es un tonto-tonto de baba, un tonto superlativo, pero otras, cuando recapacito, tomo conciencia de que es apenas un pobre diablo que vive del cuento y de calumniar al prójimo. Eso sí, muy cristianamente.

 

Y ahora, estimado director, este falso necrólogo se acoge a su generosidad para seguir dando rienda suelta a sus propios fantasmas y colocarle su material averiado que no podría haber publicado sin recurrir a la mala fe y al engaño. Remito a quien le interese, pues me aburre soberanamente hasta lo indecible referirme a este caballero, a mi aludida definitiva réplica:  https://www.academia.edu/36785750/PEDRO_CARLOS_GONZ%C3%81LEZ_CUEVAS_COMO_PARADIGMA_DEL_INSULTO_Y_LA_DISTORSI%C3%93N_DE_LA_HISTORIA._EL_PAT%C3%89TICO_CASO_DEL_PROFESOR_CHIFLADO

 

(*) Alberto Reig Tapia, es Catedrático y Jefe de Área de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili (URV) de Tarragona.

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