Frío monstruo socialista
Fue Nietzsche quien dijo que el Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos. Es notorio que los españoles no hemos leído bien a Nietzsche porque mostramos un devoto vasallaje por el Estado y por las Administraciones Públicas en general, hasta el punto de que exhibimos hacia ellas una mezcla de veneración y rencor propia del que se tiene siempre frente al poderoso que nos somete.
Se dice también, con acierto, que el PSOE es el partido hegemónico en España porque es el partido que más se parece a los españoles. No me cabe la menor duda. La cuestión es por qué y la respuesta no deja de ser obvia: es el partido que más se parece al franquismo, cuyo borroso final en mi memoria tiene la imagen de millares de españoles rindiendo sentido homenaje ante el féretro del dictador. Esa muchedumbre que luego se pasó en masa, apenas unos pocos años después, al PSOE.
La dictadura de Franco no pasó como agua sobre superficie impermeable. Por el contrario, sus cuarenta años en el poder calaron bien hondo en el carácter de los españoles y en la forma de entender la política como una mixtura de vasallaje, desconfianza y provisión de privilegios y mercedes. En España hay muchos falangistas que no saben que lo son, pero que defienden los mismos postulados político-económicos y sociales que la Falange, excluido el elemento nacional.
No fue en vano que el PSOE no modificara las estructuras del Estado franquista y las mantuviera vivas tras la instauración de la democracia y aún hoy, momento en que perviven, en esencia, las reformas realizadas por el PSOE en los años ochenta, mucho más continuistas de lo que nos contaron si se observan en profundidad. Por mencionar algunos ejemplos significativos: el Estatuto de los Trabajadores era una copia bastante fiel del Fuero de los trabajadores franquista; el establecimiento de sindicatos subvencionados emula los sindicatos verticales de la dictadura; el sometimiento del poder judicial a través de la LOPJ que significa imponer los magistrados por el poder político; el sometimiento del cuarto poder mediante subvenciones; la búsqueda de afección popular con políticas como la preeminencia del arrendamiento sobre la propiedad y subvenciones de miseria como fórmula de permanente sometimiento; el control económico de la sociedad mediante limitación a la libertad empresarial y sostenimiento del oligopolio y control del poder financiero mediante las cajas de ahorros; el sometimiento a la burocracia de las administraciones públicas y la confusión partido-régimen.
Dijo Petros Márkaris, el famoso escritor griego, que siempre le llamó la atención el parecido entre el Partido Comunista y el Estado. Ese parecido es lo que ha buscado deliberadamente el PSOE, confundirse con el Estado para mantener el poder. Por eso, el PSOE es sólo un partido político, o no principalmente un partido político: el PSOE es una maquinaria de poder.
Y como tal maquinaria, no le importan excesivamente los principios ni los valores a defender, que pueden cambiar según las circunstancias, lo que motiva la más que evidente contradicción entre su discurso (constitucionalista) y sus hechos (anticonstitucionalistas).
Por ello, el principal problema de España es un partido con el que se identifica la mayoría de españoles y que, sin embargo, no los defiende más allá de la propaganda, aliándose sin demasiado disimulo con los que pretenden dividir la nación. No vamos a insistir en ello, pues es una cuestión comentada a diario.
Sin embargo, sí conviene detenerse en varias cuestiones y hacerse varias preguntas. En primer lugar, ¿alguien ha visto alguna propuesta del PSOE no tenga que ver con lo público, salvo la implantación de impuestos cada vez más altos y más amplios sobre cada actividad humana?
En este marco, no llama la atención que casi todos los políticos socialistas sean funcionarios con mentalidad de burócrata o, simplemente, elementos que provienen de las juventudes socialistas sin otra actividad profesional o vital que la propia política de partido. Por supuesto, no conciben otra forma de subsistencia que los fondos públicos para sostener su forma de vida, principalmente el Partido y los innumerables "chiringuitos" destinados a su ingeniería social. Por ello, el Partido/Estado lo es todo. Como dijo otro socialista: “Todo por el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado” (Mussollini). Para evitar que el Partido/Estado desfallezca hay que utilizar un férreo control de la actividad económica, de lo que serían ejemplos la limitación al crecimiento económico en Andalucía o el mantenimiento del oligopolio empresarial español.
El principal exponente de tales políticas es la industria política (que el otro partido que ha ostentado el poder, el Partido Popular, jamás ha hecho nada por liquidar). La industria política incluye desde las subvenciones a los partidos y a los sindicatos hasta el engorde musculado de las administraciones públicas y la infinita proliferación de organismos satélites subvencionados con dinero público para promocionar las más peregrinas (e innecesarias) políticas.
Tal industria no sólo es necesaria para el sostenimiento de esta clase de poder, sino que es imprescindible. Pero para sostenerla es necesario que el mensaje del Partido no se ponga en duda, haciendo un ejercicio permanente de proselitismo. Si antes era el marxismo, ahora su lugar lo ocupa su versión posmoderna: el Pensamiento Político Correcto, que cumple dos funciones esenciales: aleccionar a la población y ocultar la carencia de un pensamiento social profundo para un modelo de sociedad.
El pensamiento políticamente correcto no deja de ser la Inquisición de una iglesia al borde del colapso, pero cumple eficazmente su función porque supone imponer un modelo de pensamiento inalcanzable para la normal naturaleza humana cuya vulneración causa en las personas convencidas un sentimiento de frustración que, a su vez, limita la capacidad de crítica por temor a ser tachado de herejía. Así, si no se está de acuerdo con la discriminación positiva a favor de un determinado grupo previamente victimizado, cualquiera que ose discutir tales privilegios será inmediatamente acusado de homófobo, machista, etc. Esto es válido para cualquier discurso que se pretenda imponer.
Precisamente para imponer tal discurso es necesario, a su vez, crear el conflicto. No se puede predicar un evangelio donde cada persona es libre y piensa según sus propios criterios y no se siente vulnerable. Se habla mucho del reconocimiento de derechos que concedió Zapatero durante sus dos legislaturas en el Gobierno a homosexuales, mujeres, descendientes de víctimas de la guerra civil o su acercamiento a los nacionalistas. El reconocimiento de los derechos de esos grupos era innecesario porque la salvaguarda de los derechos humanos y de la igualdad entre todas las personas estaba consagrada en la Constitución y las leyes. El verdadero motivo fue llevar a la práctica un proyecto de ingeniería social para romper la concordia (recordemos que Zapatero llega al poder en 2004, momento en que el país estaba lanzado económicamente y ETA, el principal problema de orden público de entonces, casi derrotada policialmente).
Implantar la discordia era fundamental para que el PSOE pudiera recuperar el poder y mantenerse en él (sólo llegó al poder tras unas elecciones que tenía perdidas en un momento de trauma nacional por los atentados del 11M).
De su proyecto quedan sobradas muestras hoy: grupos de mujeres que se consideran víctimas de todos los hombres; colectivos LTGB que se consideran víctimas de no se sabe muy bien quién; grupos nacionalistas que se consideran víctimas de España, descendientes de un bando de la guerra civil que reviven viejos odios de generaciones ya extinguidas... El caso es crear víctimas y verdugos, de forma que éstos se sientan culpables y su culpabilidad cree un espejismo de virtud en el contrario.
Tal dialéctica supone que el creador del problema se presente como el solucionador de la crisis, crisis que mantendrá permanentemente porque es su creación y porque obtiene la ventaja de esa guerra civil fría.
Alguien que quiera ser un verdadero demócrata debe plantearse seriamente si lo es un partido político que intenta convencerte de un credo, imponerte una determinada forma de pensamiento. Alguien avisado siempre pensará que si el otro quiere imponerle una forma de pensar será por alguna razón oculta. Creo que no puede ser verdaderamente demócrata un partido que intenta imponer una doctrina a la sociedad. El Pensamiento Políticamente Correcto impone límites al pensamiento. Es lo que requiere una superstición, sublimar el pensamiento y convertirlo en una fe. El Pensamiento Político Correcto es una máscara. La máscara del pensamiento único, de la ausencia real de pensamiento, del totalitarismo.
No cabe peor corrupción que intentar hacer pensar a los demás de una determinada manera mediante coacciones más o menos sutiles.
Totalitarismo también es decirnos cómo debemos entender la historia y dividir los sucesos históricos en el infantilismo maniqueo de buenos y malos. Todos debemos conocer la verdad y opinar según nuestros propios criterios. Un Gobierno que intenta imponer un punto de vista sobre la historia es plenamente totalitario.
Como lo es la aberración jurídica que imponen las leyes de género al vulnerar en la práctica el principio de presunción de inocencia. Supone un regreso jurídico de décadas hasta la Alemania nazi, donde se instauró el derecho penal de autor, en el que no importaban los hechos y las pruebas sino la identidad del supuesto agresor y de la víctima. No se ha calibrado debidamente el alcance terrible de tal práctica que supone, por sí misma, la ruptura del Estado de Derecho en su integridad.
Del mismo modo es totalitaria la imposición de respeto a las posiciones nacionalistas e independentistas en un alarde evidente de falta de escrúpulos y complicidad con la intransigencia. Si frente a los herederos de ETA se muestra complacencia, comprensión y connivencia, así como con los nacionalistas de derechas, lo que se evidencia es que puede permitirse en su onanista satisfacción ir de la mano de gente que a la mayoría, incluso a muchos de sus votantes, daría asco. El reconocimiento de las aspiraciones "nacionales" de Cataluña es un ejemplo; el apoyo de las juventudes socialistas de Madrid al "Tsunami democrático", (rápidamente retirado por el inoportuno momento en que se dijo), es otro ejemplo. Votar PSOE hoy es votar independencia de Cataluña en el futuro (respuesta de Iceta para cuando el porcentaje de la población que desee la independencia sea de, pongamos por caso, un sesenta por ciento).
El PSOE lo niega, porque confía en mantener el estado actual de cosas de forma indefinida. Sabe que a la izquierda proetarra y a los nacionalistas les conviene un Gobierno de su partido y éste es el verdadero vínculo del PSOE con España en este momento.
Pero ninguna situación de conflicto puede ser mantenida indefinidamente. Por tanto, sólo queda esperar el momento de la implosión.
(*) Winston Galt es el autor de la novela de culto "Frío Monstruo"
Fue Nietzsche quien dijo que el Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos. Es notorio que los españoles no hemos leído bien a Nietzsche porque mostramos un devoto vasallaje por el Estado y por las Administraciones Públicas en general, hasta el punto de que exhibimos hacia ellas una mezcla de veneración y rencor propia del que se tiene siempre frente al poderoso que nos somete.
Se dice también, con acierto, que el PSOE es el partido hegemónico en España porque es el partido que más se parece a los españoles. No me cabe la menor duda. La cuestión es por qué y la respuesta no deja de ser obvia: es el partido que más se parece al franquismo, cuyo borroso final en mi memoria tiene la imagen de millares de españoles rindiendo sentido homenaje ante el féretro del dictador. Esa muchedumbre que luego se pasó en masa, apenas unos pocos años después, al PSOE.
La dictadura de Franco no pasó como agua sobre superficie impermeable. Por el contrario, sus cuarenta años en el poder calaron bien hondo en el carácter de los españoles y en la forma de entender la política como una mixtura de vasallaje, desconfianza y provisión de privilegios y mercedes. En España hay muchos falangistas que no saben que lo son, pero que defienden los mismos postulados político-económicos y sociales que la Falange, excluido el elemento nacional.
No fue en vano que el PSOE no modificara las estructuras del Estado franquista y las mantuviera vivas tras la instauración de la democracia y aún hoy, momento en que perviven, en esencia, las reformas realizadas por el PSOE en los años ochenta, mucho más continuistas de lo que nos contaron si se observan en profundidad. Por mencionar algunos ejemplos significativos: el Estatuto de los Trabajadores era una copia bastante fiel del Fuero de los trabajadores franquista; el establecimiento de sindicatos subvencionados emula los sindicatos verticales de la dictadura; el sometimiento del poder judicial a través de la LOPJ que significa imponer los magistrados por el poder político; el sometimiento del cuarto poder mediante subvenciones; la búsqueda de afección popular con políticas como la preeminencia del arrendamiento sobre la propiedad y subvenciones de miseria como fórmula de permanente sometimiento; el control económico de la sociedad mediante limitación a la libertad empresarial y sostenimiento del oligopolio y control del poder financiero mediante las cajas de ahorros; el sometimiento a la burocracia de las administraciones públicas y la confusión partido-régimen.
Dijo Petros Márkaris, el famoso escritor griego, que siempre le llamó la atención el parecido entre el Partido Comunista y el Estado. Ese parecido es lo que ha buscado deliberadamente el PSOE, confundirse con el Estado para mantener el poder. Por eso, el PSOE es sólo un partido político, o no principalmente un partido político: el PSOE es una maquinaria de poder.
Y como tal maquinaria, no le importan excesivamente los principios ni los valores a defender, que pueden cambiar según las circunstancias, lo que motiva la más que evidente contradicción entre su discurso (constitucionalista) y sus hechos (anticonstitucionalistas).
Por ello, el principal problema de España es un partido con el que se identifica la mayoría de españoles y que, sin embargo, no los defiende más allá de la propaganda, aliándose sin demasiado disimulo con los que pretenden dividir la nación. No vamos a insistir en ello, pues es una cuestión comentada a diario.
Sin embargo, sí conviene detenerse en varias cuestiones y hacerse varias preguntas. En primer lugar, ¿alguien ha visto alguna propuesta del PSOE no tenga que ver con lo público, salvo la implantación de impuestos cada vez más altos y más amplios sobre cada actividad humana?
En este marco, no llama la atención que casi todos los políticos socialistas sean funcionarios con mentalidad de burócrata o, simplemente, elementos que provienen de las juventudes socialistas sin otra actividad profesional o vital que la propia política de partido. Por supuesto, no conciben otra forma de subsistencia que los fondos públicos para sostener su forma de vida, principalmente el Partido y los innumerables "chiringuitos" destinados a su ingeniería social. Por ello, el Partido/Estado lo es todo. Como dijo otro socialista: “Todo por el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado” (Mussollini). Para evitar que el Partido/Estado desfallezca hay que utilizar un férreo control de la actividad económica, de lo que serían ejemplos la limitación al crecimiento económico en Andalucía o el mantenimiento del oligopolio empresarial español.
El principal exponente de tales políticas es la industria política (que el otro partido que ha ostentado el poder, el Partido Popular, jamás ha hecho nada por liquidar). La industria política incluye desde las subvenciones a los partidos y a los sindicatos hasta el engorde musculado de las administraciones públicas y la infinita proliferación de organismos satélites subvencionados con dinero público para promocionar las más peregrinas (e innecesarias) políticas.
Tal industria no sólo es necesaria para el sostenimiento de esta clase de poder, sino que es imprescindible. Pero para sostenerla es necesario que el mensaje del Partido no se ponga en duda, haciendo un ejercicio permanente de proselitismo. Si antes era el marxismo, ahora su lugar lo ocupa su versión posmoderna: el Pensamiento Político Correcto, que cumple dos funciones esenciales: aleccionar a la población y ocultar la carencia de un pensamiento social profundo para un modelo de sociedad.
El pensamiento políticamente correcto no deja de ser la Inquisición de una iglesia al borde del colapso, pero cumple eficazmente su función porque supone imponer un modelo de pensamiento inalcanzable para la normal naturaleza humana cuya vulneración causa en las personas convencidas un sentimiento de frustración que, a su vez, limita la capacidad de crítica por temor a ser tachado de herejía. Así, si no se está de acuerdo con la discriminación positiva a favor de un determinado grupo previamente victimizado, cualquiera que ose discutir tales privilegios será inmediatamente acusado de homófobo, machista, etc. Esto es válido para cualquier discurso que se pretenda imponer.
Precisamente para imponer tal discurso es necesario, a su vez, crear el conflicto. No se puede predicar un evangelio donde cada persona es libre y piensa según sus propios criterios y no se siente vulnerable. Se habla mucho del reconocimiento de derechos que concedió Zapatero durante sus dos legislaturas en el Gobierno a homosexuales, mujeres, descendientes de víctimas de la guerra civil o su acercamiento a los nacionalistas. El reconocimiento de los derechos de esos grupos era innecesario porque la salvaguarda de los derechos humanos y de la igualdad entre todas las personas estaba consagrada en la Constitución y las leyes. El verdadero motivo fue llevar a la práctica un proyecto de ingeniería social para romper la concordia (recordemos que Zapatero llega al poder en 2004, momento en que el país estaba lanzado económicamente y ETA, el principal problema de orden público de entonces, casi derrotada policialmente).
Implantar la discordia era fundamental para que el PSOE pudiera recuperar el poder y mantenerse en él (sólo llegó al poder tras unas elecciones que tenía perdidas en un momento de trauma nacional por los atentados del 11M).
De su proyecto quedan sobradas muestras hoy: grupos de mujeres que se consideran víctimas de todos los hombres; colectivos LTGB que se consideran víctimas de no se sabe muy bien quién; grupos nacionalistas que se consideran víctimas de España, descendientes de un bando de la guerra civil que reviven viejos odios de generaciones ya extinguidas... El caso es crear víctimas y verdugos, de forma que éstos se sientan culpables y su culpabilidad cree un espejismo de virtud en el contrario.
Tal dialéctica supone que el creador del problema se presente como el solucionador de la crisis, crisis que mantendrá permanentemente porque es su creación y porque obtiene la ventaja de esa guerra civil fría.
Alguien que quiera ser un verdadero demócrata debe plantearse seriamente si lo es un partido político que intenta convencerte de un credo, imponerte una determinada forma de pensamiento. Alguien avisado siempre pensará que si el otro quiere imponerle una forma de pensar será por alguna razón oculta. Creo que no puede ser verdaderamente demócrata un partido que intenta imponer una doctrina a la sociedad. El Pensamiento Políticamente Correcto impone límites al pensamiento. Es lo que requiere una superstición, sublimar el pensamiento y convertirlo en una fe. El Pensamiento Político Correcto es una máscara. La máscara del pensamiento único, de la ausencia real de pensamiento, del totalitarismo.
No cabe peor corrupción que intentar hacer pensar a los demás de una determinada manera mediante coacciones más o menos sutiles.
Totalitarismo también es decirnos cómo debemos entender la historia y dividir los sucesos históricos en el infantilismo maniqueo de buenos y malos. Todos debemos conocer la verdad y opinar según nuestros propios criterios. Un Gobierno que intenta imponer un punto de vista sobre la historia es plenamente totalitario.
Como lo es la aberración jurídica que imponen las leyes de género al vulnerar en la práctica el principio de presunción de inocencia. Supone un regreso jurídico de décadas hasta la Alemania nazi, donde se instauró el derecho penal de autor, en el que no importaban los hechos y las pruebas sino la identidad del supuesto agresor y de la víctima. No se ha calibrado debidamente el alcance terrible de tal práctica que supone, por sí misma, la ruptura del Estado de Derecho en su integridad.
Del mismo modo es totalitaria la imposición de respeto a las posiciones nacionalistas e independentistas en un alarde evidente de falta de escrúpulos y complicidad con la intransigencia. Si frente a los herederos de ETA se muestra complacencia, comprensión y connivencia, así como con los nacionalistas de derechas, lo que se evidencia es que puede permitirse en su onanista satisfacción ir de la mano de gente que a la mayoría, incluso a muchos de sus votantes, daría asco. El reconocimiento de las aspiraciones "nacionales" de Cataluña es un ejemplo; el apoyo de las juventudes socialistas de Madrid al "Tsunami democrático", (rápidamente retirado por el inoportuno momento en que se dijo), es otro ejemplo. Votar PSOE hoy es votar independencia de Cataluña en el futuro (respuesta de Iceta para cuando el porcentaje de la población que desee la independencia sea de, pongamos por caso, un sesenta por ciento).
El PSOE lo niega, porque confía en mantener el estado actual de cosas de forma indefinida. Sabe que a la izquierda proetarra y a los nacionalistas les conviene un Gobierno de su partido y éste es el verdadero vínculo del PSOE con España en este momento.
Pero ninguna situación de conflicto puede ser mantenida indefinidamente. Por tanto, sólo queda esperar el momento de la implosión.
(*) Winston Galt es el autor de la novela de culto "Frío Monstruo"