España se asoma al abismo
La historia del PSOE, ese Partido Socialista que perdió la O de Obrero por el camino de la sustitución de la lucha de clases por la lucha de clanes, es, desde su origen, la historia de una conjunción de traiciones entre las pulsiones revolucionarias y las renovadas a partir de esa idea metafísica de progreso, entendido por la mayoría de los iluminados que se apropian de los conceptos de igualdad, justicia, solidaridad y libertad como el paso de la oscuridad de la ignorancia a la luz del porvenir.
Como si la evolución fuera una foto fija y la acumulación sucesiva de conocimientos y la herencia de los tiempos pasados no diera continuidad a la Historia y no nos permitiera ser cada vez mejores. Pero es que esa revolución que cambiaría para siempre el mundo – la Revolución Francesa – instauró un Reino de la Virtud que consagró a sus sumos sacerdotes como mesías de una nueva teología para la que los individuos y los pueblos no somos sino meros instrumentos. Útiles en función de su finalidad, y en todo caso, prescindibles en ese paraíso de perfección, armonía y reconciliación que es el marxismo, disfrazado entre los distintos partidos socialistas que se convirtieron en socialdemócratas en 24 horas y actualizado por el Foro de Sao Paulo en esa entelequia denominada democracia popular. Y si no, que se lo digan al amigo Lenin y a todos los sátrapas que, desde él mismo, pasando por Stalin, Mao, Ho Chi Minh, Pol-Pot, los Ceausescu o los Castro, y terminando por sus aprendices en España y en toda América Latina, han provocado la friolera cifra de más de 120 millones de muertos en el mundo por extenuación en campos de trabajo forzado, fusilamientos, checas, hambrunas provocadas, persecuciones o deportaciones.
La historia criminal del PSOE, como la del comunismo, ha quedado recluida en esos ángulos ciegos de la Memoria Histérica de una izquierda irracional, sectaria, liberticida y blanqueadora de un pasado idílico que nunca existió. De tomar los cielos por asalto a la perseverancia de esperar el momento oportuno para destruir desde dentro el consenso de un sistema constitucional que consideran ilegítimo. De ahí toda esa legislación a golpe de Decreto Ley que deja sin respiración a todos los que, todavía, creemos que los ataques a la libertad tienen en el poder judicial el último asidero de defensa para una sociedad civil cada vez más desarmada. O la suplantación de las funciones del Jefe del Estado aprovechando el vacío institucional tras unas Cortes todavía no constituidas y un Rey ausente del país por una visita oficial ni necesaria ni deseada. España se asoma al abismo, con el corazón encogido, tras la imagen del abrazo de un Frente Popular por segunda vez en nuestra reciente Historia. Y la experiencia nos recuerda que nunca la democracia formó parte del espíritu de estas fuerzas, y que una vez en el poder, el único lenguaje que entienden para abandonarlo es el de la violencia. Aunque las circunstancias sean distintas, entran escalofríos al comprobar las similitudes entre aquel bienio negro del 34-36 y el momento actual, con un PSOE igualmente radicalizado y escorado a la extrema izquierda, y con una imposición de la izquierda sobre la derecha en todos los sectores políticos, sociales, culturales y mediáticos. Mismas propuestas y objetivos congelados en el tiempo: excarcelación de presos políticos (golpistas, terroristas y delincuentes), reforma agraria e incautación de fincas (hoy reforma laboral y expropiaciones de la banca y el sector privado) y violencia callejera (actualmente en forma de una violencia de baja intensidad y una fijación enfermiza contra Vox).
El arte de la mentira política tiene en el actual inquilino de la Moncloa su mejor discípulo. Si Pedro Sánchez ha escenificado este paripé que nos tiene a la mitad de los españoles hiperventilados para forzar al principal partido de la oposición a un pacto de concentración nacional como un mal menor, lo veremos en los próximos días. El deterioro de la situación política ha llegado a un punto que puede ser sin retorno si no abordamos con seriedad y sentido de Estado la reforma electoral, la cuestión territorial o el problema de los nacionalismos. Hay líneas morales que no se deben cruzar, porque el bien y el mal existen, y hay que saber elegir porque nos jugamos algo tan básico como la libertad. Cuesta creer que un psicópata narcisista, nihilista y ávido de poder no vaya a priorizar una agenda fundamentalmente ideológica y destructiva de la convivencia. La duda es si esta destrucción de las bases de nuestro sistema constitucional lo hará en modo susto o muerte.
La historia del PSOE, ese Partido Socialista que perdió la O de Obrero por el camino de la sustitución de la lucha de clases por la lucha de clanes, es, desde su origen, la historia de una conjunción de traiciones entre las pulsiones revolucionarias y las renovadas a partir de esa idea metafísica de progreso, entendido por la mayoría de los iluminados que se apropian de los conceptos de igualdad, justicia, solidaridad y libertad como el paso de la oscuridad de la ignorancia a la luz del porvenir.
Como si la evolución fuera una foto fija y la acumulación sucesiva de conocimientos y la herencia de los tiempos pasados no diera continuidad a la Historia y no nos permitiera ser cada vez mejores. Pero es que esa revolución que cambiaría para siempre el mundo – la Revolución Francesa – instauró un Reino de la Virtud que consagró a sus sumos sacerdotes como mesías de una nueva teología para la que los individuos y los pueblos no somos sino meros instrumentos. Útiles en función de su finalidad, y en todo caso, prescindibles en ese paraíso de perfección, armonía y reconciliación que es el marxismo, disfrazado entre los distintos partidos socialistas que se convirtieron en socialdemócratas en 24 horas y actualizado por el Foro de Sao Paulo en esa entelequia denominada democracia popular. Y si no, que se lo digan al amigo Lenin y a todos los sátrapas que, desde él mismo, pasando por Stalin, Mao, Ho Chi Minh, Pol-Pot, los Ceausescu o los Castro, y terminando por sus aprendices en España y en toda América Latina, han provocado la friolera cifra de más de 120 millones de muertos en el mundo por extenuación en campos de trabajo forzado, fusilamientos, checas, hambrunas provocadas, persecuciones o deportaciones.
La historia criminal del PSOE, como la del comunismo, ha quedado recluida en esos ángulos ciegos de la Memoria Histérica de una izquierda irracional, sectaria, liberticida y blanqueadora de un pasado idílico que nunca existió. De tomar los cielos por asalto a la perseverancia de esperar el momento oportuno para destruir desde dentro el consenso de un sistema constitucional que consideran ilegítimo. De ahí toda esa legislación a golpe de Decreto Ley que deja sin respiración a todos los que, todavía, creemos que los ataques a la libertad tienen en el poder judicial el último asidero de defensa para una sociedad civil cada vez más desarmada. O la suplantación de las funciones del Jefe del Estado aprovechando el vacío institucional tras unas Cortes todavía no constituidas y un Rey ausente del país por una visita oficial ni necesaria ni deseada. España se asoma al abismo, con el corazón encogido, tras la imagen del abrazo de un Frente Popular por segunda vez en nuestra reciente Historia. Y la experiencia nos recuerda que nunca la democracia formó parte del espíritu de estas fuerzas, y que una vez en el poder, el único lenguaje que entienden para abandonarlo es el de la violencia. Aunque las circunstancias sean distintas, entran escalofríos al comprobar las similitudes entre aquel bienio negro del 34-36 y el momento actual, con un PSOE igualmente radicalizado y escorado a la extrema izquierda, y con una imposición de la izquierda sobre la derecha en todos los sectores políticos, sociales, culturales y mediáticos. Mismas propuestas y objetivos congelados en el tiempo: excarcelación de presos políticos (golpistas, terroristas y delincuentes), reforma agraria e incautación de fincas (hoy reforma laboral y expropiaciones de la banca y el sector privado) y violencia callejera (actualmente en forma de una violencia de baja intensidad y una fijación enfermiza contra Vox).
El arte de la mentira política tiene en el actual inquilino de la Moncloa su mejor discípulo. Si Pedro Sánchez ha escenificado este paripé que nos tiene a la mitad de los españoles hiperventilados para forzar al principal partido de la oposición a un pacto de concentración nacional como un mal menor, lo veremos en los próximos días. El deterioro de la situación política ha llegado a un punto que puede ser sin retorno si no abordamos con seriedad y sentido de Estado la reforma electoral, la cuestión territorial o el problema de los nacionalismos. Hay líneas morales que no se deben cruzar, porque el bien y el mal existen, y hay que saber elegir porque nos jugamos algo tan básico como la libertad. Cuesta creer que un psicópata narcisista, nihilista y ávido de poder no vaya a priorizar una agenda fundamentalmente ideológica y destructiva de la convivencia. La duda es si esta destrucción de las bases de nuestro sistema constitucional lo hará en modo susto o muerte.