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Pablo Mosquera
Domingo, 17 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

¿Y ahora qué?

La falta de nivel en los que mandan nos ha llevado a unas elecciones que han dejado tres espacios a cual más perverso. Unas Cortes más fragmentadas en las que resultan muy caros para España sumar acuerdos y coaliciones. Una presencia diabólica del nacionalismo que no sólo ha revalidado o mejorado su presencia sino que tiene clara constancia de la debilidad del Estado para darle jaque mate. Una Cámara que recuerda aquellos tiempos del siglo XX cuando se acuñó el término "las dos Españas".

 

No es cuestión de simplificar. No se trata de valorar si son precisas nuevas actitudes en los gobernantes. Ya sabíamos que se terminó la etapa de aquellas cómodas mayorías absolutas. Buenas para los políticos y malas para los ciudadanos. Sobre todo, cuando los mayoritarios hicieron de su capa un sayo y olvidaron sus deberes para con el tejido social y sus problemas reales, dando lugar a la desafección del paisano con las instituciones públicas de nuestra democracia constitucional.    

 

No es cuestión de asustar al personal. Aquel grito de "¡que vienen los rojos!", lo hemos superado. Entre otras razones, por ser los "rojos de ahora" menos rojos que aquellos relatados por nuestros padres. Tras la caída del Muro de Berlín, se terminaron las derivadas de aquella revolución bolchevique que desde la madre Rusia se extendió por la vieja Europa. Lamentablemente, la desaparición del socialismo ortodoxo permitió el crecimiento del capitalismo obsceno que acuñó la teoría de la globalización.

 

No olvidemos que la democracia goza de dos excelencias. El derecho e igualdad para los ciudadanos ante las urnas. La capacidad del sistema para promover la alternancia en el poder. Y es que de una dictadura no se sale, de un mal gobierno, en democracia, se sale votando.

 

Pero las prisas del actual inquilino de la Moncloa para hacer posible lo que antes era imposible, nos produce malestar, incertidumbre y señales inequívocas de que cualquier situación anterior, por mala que fuera, puede convertirse en algo peor en el cercano 2020. La fractura entre territorios. La ruptura de la convivencia. La caída en un régimen insolvente. La pérdida del prestigio de las instancias europeas. El incremento de la deuda y las peligrosas medidas que pueden desencadenar a posteriori del gasto público. Y lo peor de todo. Los poderosos, los que acumulan la riqueza, los que disponen de capacidad para "escaparse" que no es lo mismo que "exiliarse", se pondrán a cubierto, mientras las clases medias y populares sufrirán la galerna.

 

No quiero caer en esas obviedades contradictorias. Bueno ha sido el acuerdo de las derechas en Murcia, Madrid, Castilla-León y Andalucía, y 'per se' no tienen que ser malos los acuerdos entre socialistas y "podemitas" en otras comunidades, amén del Gobierno para la nación. Lo que nos debe preocupar son los cambios. Sobre todo, si se hacen vulnerando la Ley. Haciendo interpretaciones 'ad personan' del derecho constitucional. Y algo sagrado para un demócrata: la unidad de España y la igualdad de oportunidades para todos sus habitantes. No podemos tolerar que Cataluña se desgaje del Estado. Pero tampoco podemos consentir un modelo "federal" que sirva para aumentar desigualdad y desequilibrio entre ciudadanos.

 

No se puede ejercer de progresista y de nacionalista. Progresismo representa un Gobierno fuerte que garantice el acceso a los derechos fundamentales y sociales, que organice la solidaridad, que impida el egoísmo sectario de quienes se han creído sus propios mitos y han decidido tener derechos históricos, al margen de los derechos del resto del mismo país.

 

Ante una tormenta perfecta se hace indispensable un buen patrón de altura. En el momento presente, por más que busco, no encuentro a ninguno; sólo chalanes y malos actores que son capaces de mentir, usar y tirar la esperanza de las gentes; o lo que es peor, atender a sus miserables intereses usando los intereses de todos como si se tratara de quincalla barata.

 

Por lo que antecede, y como casi siempre, me refugio en los pensadores de antaño, aquellos españoles que con su pensamiento y su verbo nos alertaron sobre cómo superar la galerna de la inmundicia. Pero lo primero, como en sanidad pública y ante enfermedades sociales, es saber que hay enfermedad y cuáles son sus causas -etiología-.

 

Acudo a Ortega y Gasset. Recuerdo y comparto lo que dice en su obra España invertebrada: "Unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría". Lo peor es que no hemos aprendido nada; en política todo vale con tal de estar en el poder; el desprecio hacia la voluntad popular es infinita.

 

Sánchez tiene ante sí una enorme responsabilidad. No se puede soplar y sorber a la vez. Si quiere que los catalanes de ERC le apoyen la investidura, tendrá que tragarse muchas de sus soflamas. Pero lo peor es que aun así no podrá evitar la derivada secesionista cada vez más violenta que se ha instalado en Cataluña. Además, terminará por chocar con el poder judicial, que se está enfrentando con los sucesos y a los que ni puede ni debe enmendar la conducta. Los españoles somos todos iguales ante la Ley. La división de poderes concede su propia autonomía al poder judicial. Los sucesos en Cataluña son más que indicios racionales de vulneración de la Ley. Requiere investigar quiénes son los promotores más allá de esa primera línea que se dedica a quemar y violentar a la vista de todos.

   

Además, los viejos socialistas ya le están avisando de qué líneas rojas no se pueden pasar. Pero en la compañía de personajes como Ada Colau, Irene Montero, Echenique, Iglesias, todo augura unos Consejos de Ministros divididos y con filtraciones escandalosas.

 

Para llegar a donde nos han colocado estos políticos, no hacía falta celebrar elecciones. Bastaba con un gran acuerdo de Estado entre las dos grandes fuerzas que hicieron posible saltar de la dictadura franquista a la democracia constitucional.

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