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Manuel I. Cabezas González
Martes, 26 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

Los del pasamontañas

Aquellos individuos, que no son delincuentes de cuello blanco (éstos actúan a cara descubierta) y que actúan fuera de los límites legales, suelen cometer sus fechorías con nocturnidad, cuidándose muy mucho de no ser reconocidos. Para ello, utilizan pasamontañas, que velan la cabeza y que sólo dejan al descubierto los ojos. Hago referencia a esta prenda de la indumentaria de los discípulos de Monipodio para establecer una analogía con esos internautas que intervienen en las redes sociales, portando precisamente el pasamontañas o la capucha del anonimato.

 

En las redes sociales podemos diferenciar dos arquetipos de internautas, con comportamientos totalmente diferentes e incluso opuestos. Por un lado, están aquellos que hacen un estriptis constante, esclavos de un narcisismo exacerbado y patológico: cuelgan continuamente fotos y cuentan, con pelos y señales, lo que han hecho, lo que dicen que están haciendo o lo que piensan hacer. Y, por otro lado, están los portadores del pasamontañas, que interactúan parapetados tras el burladero del anonimato, del seudónimo o del falso nombre. Hoy dejamos para otra ocasión a los desenfrenados y enfermizos narcisistas digitales y nos ocuparemos sólo de los portadores del pasamontañas.

 

En mis paseos por las redes sociales, a estos portadores de la capucha no les suelo prestar atención y los llamo “anónimos” (sin nombre), “descarados” (sin cara) y “desalmados” (sin alma, que se refleja en el rostro y en el nombre). Algunos analistas, por el contenido y la forma de sus intervenciones en las redes, los tildan también de “talibanes”, de “hooligans”, de “francotiradores” o de “troles”, denominaciones todas ellas con connotaciones peyorativas. Estos internautas suelen tener una muy mala reputación digital. Otros estudiosos los consideran equivocadamente “abogados del diablo”, “moscas cojoneras” o “tábanos sociales”, denominaciones parasinonímicas con connotaciones, más bien, laudatorias. Ahora bien, los llamados “tábanos sociales”, portadores del pasamontañas, no le llegan ni a la suela de la sandalia del “Tábano de Atenas”, el honesto radical e insobornable Sócrates.

 

Los del pasamontañas son los internautas que tiran la piedra lingüística y esconden el nombre real. Esto denota no sólo un acto de cobardía por parte de los escribidores que, como aquel torero miedoso que se cortó la coleta, no tienen bragueta (o dídimos u ovarios) para apechugar con las consecuencias de sus actos lingüísticos. Es también un signo de desconfianza o de falta de seguridad en lo que han escrito o en cómo lo han escrito. Y esto revela, a su vez, que no han cuidado ni lo que dicen ni cómo lo dicen. Esta aseveración coincide con las  declaraciones de Victor García de la Concha, Ex Director de la RAE, cuando afirma que el hablar zarrapastroso de los del pasamontañas “rebaja el nivel, cierra los cauces para un discurso abierto al matiz, a la reflexión, a la crítica, a la racionalidad”. Por eso, los del pasamontañas no dan la filiación a sus textos y los abandona “gallinaceamente”, como hicieron con Moisés sus padres en el Nilo.

 

En efecto, los del pasamontañas se dedican a colgar en las redes mensajes provocadores, irrelevantes e inapropiados. Mean sistemáticamente fuera del tiesto y se van siempre por los cerros de Úbeda. De esta forma, intentan molestar, provocar, linchar y “escrachear” a otros internautas; crear confusión y alterar el debate sobre un tema concreto; perturbar una comunicación natural y normal; generar violencia verbal y actitudes encontradas; ocupar las redes sociales, provocando así un colapso en el tráfico digital, para que no se hable de las cosas que interesan a los ciudadanos;… “Que sais-je encore”. Para eso, no dudan en utilizar groserías y expresiones ofensivas, en verbalizar mentiras o en producir mensajes incendiarios, sarcásticos y disruptivos. Esto no parece estar amparado por la libertad de expresión o, por lo menos, por la cortesía lingüística. Por eso, Manuel Vicent ha escrito muy certeramente que “la técnica ha hecho posible que estemos todos a merced de los rebuznos que nos deparan las ondas [y las redes sociales]”.

 

Estos internautas portadores de pasamontañas actúan, unas veces, como lobos solitarios: viven las interacciones en las redes como un juego o divertimento o instrumento para huir de la soledad o para satisfacer su narcisismo patológico exacerbado, buscando siempre el aplauso de la manada. Y, otras veces, intervienen en comandita o manada,  como auténticos “bots”. Son los tontos útiles, que no dudan en alistarse para formar batallones de mercenarios al servicio de una organización (partido, sindicato, empresa), de un movimiento o de una causa, para desinformar y manipular a los incautos internautas. Son agentes de la “agitprop” (agitación y propaganda) para influir sobre la opinión pública, en el marco de las campañas electorales o publicitarias por ejemplo, y para que los comanditarios y ellos mismos puedan obtener réditos políticos, sindicales, empresariales o crematísticos.

 

Las redes sociales, como todo en la vida, no son ni buenas ni malas “per se”. Son buenas o malas según el uso que se hace de ellas. Son una herramienta neutra, pero podemos convertirlas, por el uso que hacemos, en un instrumento negativo (de destrucción) o positivo (de construcción). Ahora bien, creo que el anonimato puede arrumbar, si no lo ha hecho ya, la potencialidad y la funcionalidad de las Redes Sociales, si no se pone coto a esas termitas humanas, los portadores del pasamontañas, que están convirtiendo las Redes en instrumentos de acoso, de opresión y de odio, y no de comunicación, de liberación y de respeto hacia los demás. Como ha escrito atinadamente Manuel Vicent, ¡que triste que haya en el mundo más de 2.000 millones de pollos y gallinas picoteando, día y noche, banalidades, rebuznos y sandeces en los teclados del ordenador”!.

 

Por eso, habría que desratizar las Redes Sociales de estos roedores portadores del pasamontañas, no dándoles carnaza, que sólo los ceba, ignorándolos y creando en torno a ellos un cordón sanitario. Así se evitaría que sigan contaminando y prostituyendo el comercio lingüístico en las Redes Sociales. Ignorándolos y privándolos de los púlpitos o tribunas a los que se han encaramado, desaparecerán como un terrón de azúcar en un vaso de agua. O acabamos con los del pasamontañas y “se educa a los niños en el pensamiento crítico o seremos los borregos más tontos de la historia de la humanidad, caminando al matadero y balando mentiras todos a una”, Rosa Montero dixit.

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