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Winston Galt
Viernes, 20 de Diciembre de 2019 Tiempo de lectura:

¿Emergencia climática o emergencia psiquiátrica?

[Img #16816]Concluye estos días el aquelarre celebrado en Madrid advirtiéndonos del pronto advenimiento del Apocalipsis climático que ha provocado auténticos episodios de histeria colectiva honoríficamente presididos siempre por esa mezcla de Carrie de Stephen King y el muñeco diabólico que es la pobre niña sueca Greta Thumberg.

 

Ésta oficia como sacerdotisa y musa de la nueva iglesia del catastrofismo, habitual en la historia y objeto de culto de los milenaristas de todas las épocas bajo distintas visiones del advenimiento del apoteósico y crítico final. Recuerda también la nueva religión al lysenkismo soviético que despreció la ciencia genética para crear una alternativa propia cuyas consecuencias fueron el desastre, la hambruna y la muerte.

 

Según nos cuentan, no hay alternativa al cambio climático que, si bien se trataba de un enfriamiento severo hace cincuenta años, ahora se ha convertido en un calentamiento tan acelerado que algunos ya vaticinan el final del mundo para 2030. El "científico" que así lo asevera se ha construido incluso un sótano completamente abastecido para resistir, no se sabe hasta cuándo ni para qué.

 

No es el primer intento: el científico J. P. Logde predijo en 1970 que a comienzos del siglo XXI comenzaría una nueva era de hielo porque la polución acabaría con la llegada de los rayos de sol a la Tierra. Otro científico predijo que en 2020 se produciría una bajada de temperatura global de más de seis grados. Otros anunciaron desde la necesidad de racionar el agua en la década de los 70 en USA hasta la muerte de los océanos en diez años. Otros pronosticaban que el agujero de la capa de ozono era irreversible y alcanzaría tales proporciones que la Tierra sería calcinada. Otros predijeron sequías irreversibles y otros amenazaron con la lluvia ácida. El Club de Roma profetizó que el mundo no podría sobrevivir a mil millones de personas más (desde entonces, la población mundial se ha incrementado en casi tres mil millones y no se ha producido colapso alguno, sino todo lo contrario: vivimos muchos más y mucho mejor casi todos).

 

Los apóstoles de la nueva religión deben tener cuidado con sus vaticinios, pues muchos pueden pensar que, si estamos llegando al final, ¿para qué pagar impuestos a los mismos que nos dicen que esto prácticamente no tiene solución y que pronto seremos pasto de las más terribles epidemias, plagas e inundaciones? Lo de pagar impuestos a los mismos que vaticinan el desastre no es baladí, puesto que nuestros admirados políticos europeos están dispuestos a gastar el dinero que no tenemos en intentar detener el fin del mundo a base de pasta que saldrá de nuestros bolsillos.

 

Tras el estandarte de la niña sueca sigue la nueva fe, con amplias manifestaciones de histeria colectiva, la que dicen generación mejor preparada de todos los tiempos, jóvenes occidentales sin más acervo propio que el smartphone que no usan generalmente para optimizar sus conocimientos y su inteligencia sino para comunicarse entre sí en una suerte de solipsismo onanista que da pena. Antes de protestar, como les ha sugerido un inteligente periodista australiano a estos jóvenes, tal vez deberían apagar sus dispositivos, hacer algo por ellos mismos y leer y razonar. Si lo hicieran, tal vez dejarían de ser ganado. ¿Qué clase de nuevas generaciones hemos educado para que sigan alucinados a esta niña histérica? ¿Qué clase de políticos le hacen el juego? ¿No da vergüenza ajena su mesianismo?

 

Tal vez deberían acordarse, por ejemplo, del Club de Roma y de los Maltusianos que han profetizado en tantas ocasiones el fin del mundo por diversas causas que siempre abocan al miedo, al rechazo del progreso, al milenarismo más medieval e intelectualmente ridículo.

 

Casi siempre han coincidido los miedos milenaristas con épocas de cambio, como la actual. Nuestra época, que deberíamos henchirnos de satisfacción porque la incertidumbre que alberga no puede ser más prometedora, sin embargo provoca temor milenarista en muchos a lo que se une la manipulación política e informativa.

 

Que el humano es un ser de creencias no ofrece duda. Y cuanto más irracional sea la creencia más éxito tiene, al menos momentáneamente. Nos basta con recordar los ejemplos del comunismo o del fascismo, que movilizaron masas con los resultados evidentes que son parte de la historia y que deberían ser parte de nuestra memoria y ejemplo de aprendizaje, aunque lamentablemente no parece que esto suceda.

 

Como toda religión, el apocalipsis climático encuentra adeptos rápidamente, apóstoles que abominan de cualquier otro credo o descreimiento, y masas enfervorizadas por la novedad del nuevo credo que otorga sentido a sus vidas. Pero también, como toda religión, se pueden encontrar rincones oscuros en su nacimiento. Parece ser que el encuentro casual entre el apóstol sueco Ingmar Rentzhog, fundador de la plataforma We don´t have time (el propio nombre ya indica por dónde respira), no se encontró casualmente con el icono verde Greta Thunberg, sino que el encuentro fue oportunamente preparado como una anécdota que sería la primera escena de la posterior representación.

 

Del mismo modo, no están nada claras las intenciones de otros promotores del apocalipsis. La ONU necesita un nuevo marco de autoridad moral cuando ya no le queda otra en el ámbito político, y el apocalipsis climático es un motivo tan oportuno como cualquier otro para recobrar algo de protagonismo internacional al tiempo que se predica la paralización y ralentización del brutal progreso asiático y africano debido a la globalización.

 

La difuminación de los poderes económicos nacionales perjudica a los "propietarios" de la ONU (China, Rusia y Francia, especialmente), que ven cómo los países asiáticos y algunos africanos están viviendo un auge que pone en peligro no sólo sus zonas de influencia sino también su propia posición en el mundo. Recordemos que se está pidiendo a tales países emergentes que controlen sus emisiones, lo que no pueden hacer sin paralizar su industrialización, industrialización que perjudica a muchos, como los países citados. Los países asiáticos, especialmente, han dedicado una displicente peineta a tal petición. Deben pensar, con razón, que si los demás nos hemos enriquecido sin detenernos a controlar nuestras emisiones, ¿por qué deben hacerlo ahora ellos?. Lo que no deja de ser cierto.

 

Por otra parte, el gobierno de la Unión Europea está encantado con el apocalipsis. Parece ser que se han prometido 100.000 millones de euros en los próximos años para combatir tamaña amenaza. Es evidente de dónde va a salir ese dinero: de nuestros bolsillos.

 

Pero, además, tal inversión tiene dos consecuencias evidentes: la primera, controlar aún más a las poblaciones europeas, ya sometidas a los múltiples controles socialdemócratas  (un motivo más para sostener el sistema).

 

La segunda es una evidencia derivada: ¿quién se beneficiará de tales brutales inversiones de cien mil millones de euros? ¿Usted, yo? ¿Nuevas empresas emprendedoras que podremos crear usted o yo?  ¿De verdad somos tan ingenuos para pensar que eso es posible? Por el contrario, serán las mismas empresas que llevan décadas viviendo de la socialdemocracia, ancladas en el sistema, beneficiándose de monopolios u oligopolios controlados por el poder político, que luego dan cabida a esos políticos cuando dejan la política en sus consejos de administración y que obtienen unos beneficios mucho más elevados de los que obtendrían en un régimen de real mercado libre. ¿No se le ocurre el nombre de ninguna empresa? Seguro que sí. Serán las mismas que ya están relamiéndose como los perros de Pavlov pensando en el suculento negocio que pasará del petróleo a sus manos. No sólo pasará dicho negocio, sino que, encima, se lo vamos a costear a base de subvenciones y ayudas a la inversión en energía, carísima y poco eficiente.

 

Cuando el único criterio para el desarrollo de las nuevas tecnologías de la energía debería ser la eficiencia para cada uno de los consumidores en particular, se pretende articular un gigantesco movimiento interestatal para colapsar las escasas libertades individuales que nos van quedando a los ciudadanos. Pensar que no hay intereses ocultos tras esta nueva religión es una ingenuidad rayana en la estulticia. ¿Cuál será la consecuencia inevitable de todo esto?: Mayor poder estatal.

 

La nueva religión no deja de tener tufo. Uno olfatea un poco y descubre que la Monalisa del apocalipsis no sólo habla de ecologismo. Habla de cuentos de hadas del capitalismo que promete progreso y crecimiento, lo cual le parece fatal, y solicita, por supuesto, mayor control estatal de la economía, profetizando los peores desastres ecológicos de la mano precisamente de los países que mejor lo combaten, que son los capitalistas. Por supuesto, cuando la infantil musa habla a los líderes políticos, no menciona los países que más contaminan, excepto a USA. Curiosamente, olvida que los países más contaminantes han sido precisamente los alejados de la órbita capitalista, especialmente los socialistas.

 

El ecologismo, como otras nuevas religiones, como el feminismo, no son sino nuevas formas de la lucha de clases anticapitalista. No extraña que la izquierda en masa se pegue a estos postulados como las moscas a la miel cuando el evangélico mensaje se mezcla con la supuesta crisis de derechos humanos y de justicia (despreciando la evidencia de que nos encontramos en el momento histórico de mayor respecto a los derechos humanos y, por tanto, de mayor justicia de la historia) y de los supuestos sistemas de opresión colonial (confundiendo la globalización económica con el colonialismo, cuando no tienen nada que ver) y los supuestos sistemas de opresión heteropatriarcales y racistas (que, por supuesto, no se critican ni se mencionan sino para aplicarlos a los países occidentales, paradójicamente donde más libertad hay para las mujeres y donde la ley consagra la igualdad extrema ante la Ley). Como se puede comprobar, en el fondo, no es sino el mensaje del marxismo cultural, una vez más, que aparece en el trasfondo de la lucha contra lo que significa Occidente, con su democracia liberal y su capitalismo (que conlleva el progreso que ha dejado moribundo al socialismo radical).

 

Es evidente que para la nueva religión, sólo el estatismo cada vez más exacerbado puede parar esta deriva apocalíptica. Esto es, sin decirlo, se dice: sólo el socialismo, cuanto más extremo mejor, puede detener nuestro terrible, agónico y próximo final.

 

Por supuesto, mencionar estos asuntos y que detrás de esta nueva religión hay algo más que una preocupación razonable por el medio ambiente, supone que los que no aceptamos el próximo apocalipsis y sus evangelios derivados seamos tratados como apestados y se nos llame nada menos que "negacionistas", como a los que niegan el Holocausto, intentando colocarnos en una similar posición moral. Así lo atestiguaba hace poco un escritor de dominicales cuando mencionaba que quienes se oponen a una visión apocalíptica del cambio climático, o a aceptar la vulneración del principio de presunción de inocencia en los crímenes de pareja, somos "negacionistas". Los supuestos intelectuales siempre han sido la avanzadilla de los más sórdidos evangelios que en la Tierra ha habido, siempre han sido los acusadores del dedo extendido, siempre han sido la mano que te empuja al patíbulo o la hoguera. Los nuevos inquisidores están ufanos de su labor y no admiten más redención que la aceptación sin fisuras de su credo o la muerte civil (afortunadamente, de la otra aún no). Como toda nueva religión, el apocalipsis climático no puede subsistir sin sus voceros, sin sus apóstoles, sin sus apologetas y sin su Inquisición. Tampoco sin sus bufones. Un conocido actor, millonario y muy progre, alzó la voz para insultar a algunos políticos. Bardem, ese Torrente de la izquierda, por supuesto no insultó a Maduro, ni a Xi Jinping, sino al presidente democráticamente elegido de EEUU y al alcalde democráticamente elegido de Madrid.

 

Los milenaristas de todas las épocas han sido idénticos rehenes de ese pensamiento desde la inferioridad del que hablaba Kaczynski al analizar la izquierda americana. En el futuro, cuando algún historiador estudie nuestra época, cambiará el capítulo correspondiente a "emergencia climática" por "emergencia psiquiátrica", alucinado de que aún en pleno siglo XXI, en la época de la globalización del conocimiento, en la época de la hiperconectividad, pervivan episodios multitudinarios de histeria colectiva en nada diferentes esencialmente de los de la Edad Media.

 

(*) Winston Galt es el autor de la exitosa novela de culto "Frío Monstruo", de venta en exclusiva a través de Amazon

 

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