Nuevo ataque a nuestra soberanía
La justicia debe de ser sensible al derecho público que protege las leyes nacionales que no están subordinadas al ámbito jurisdiccional de Luxemburgo ni de Bruselas, simplemente porque la principal regla del derecho es que sus leyes nazcan de la voluntad dimanada del pacto constitucional soberano, de la soberanía nacional. Porque, que sepamos, no existe soberanía europea, porque Europa no es una unidad política; ya que entre otras cosas los ciudadanos no votamos a los miembros del Consejo Europeo y su poder no dimana del pueblo, ni existe Constitución europea.
Por tanto, Europa es una filfa, un engaño. No hay entidad política en ese ámbito. Nos están engañando desde hace décadas. Aquel Tratado Europeo, suscrito por los países que luego formarían el núcleo inicial de la UE, fue firmado por los presidentes de esos países en 2004. Pero ninguno de esos presidentes, ni tan poco los españoles, han planteado referéndum alguno respecto a la necesidad de entrar en ese club gobernado por logias. Y menos, las políticas ajenas a los intereses de los ciudadanos españoles, que condicionaron nuestra entrada. Y de eso no se nos habla.
El Tribunal de Luxemburgo es extraño y ajeno a la soberanía nacional española y dicta sentencias que van contra los elementos centrales de nuestra unidad y seguridad, impidiendo el uso legítimo de nuestro Estado de Derecho para desarmar a los sediciosos en sus planes destructivos, al igual que en el pasado se dio cobijo a ETA. Con la misma intención: desestabilizarnos, con salvaje nocturnidad y alevosía.
Si un Tribunal como el de Luxemburgo hace caso omiso a las leyes constitucionales del Reino de España y dicta sentencias que contravienen las resoluciones judiciales de ese ámbito, si un ámbito soberano dentro de una Unión Europea que es un pacto de respeto a las soberanías (o si no, no sé qué es), no reconoce y respeta el ámbito de decisiones legítimas en el contexto del ordenamiento jurisdiccional español, ¿qué hacemos ahí compartiendo ámbitos de decisión que deberían estar sujetos al orden de los intereses colectivos respetando a las partes?
La sentencia en torno a los que se alzaron contra el orden constitucional y el Estado de Derecho en un Golpe de Estado programado y retransmitido en directo, se está convirtiendo en un atentado, un atropello contra la soberanía de esta nación milenaria que es España. ¿En Cataluña hubo un golpe de Estado? Sí, lo hubo. Hasta el mismo Torra lo reconoce auspiciando las algaradas callejeras y erigiéndose desde el Gobierno catalán en dirigente de ellas. ¿Hubo una sentencia condenatoria conforme a derecho con extremada cautela y moderación en sus resoluciones que condenaba a los sediciosos? Sí, la hubo. Esa sentencia condenatoria estaba fundada en derecho respecto a hechos concretos que eran una clara expresión de una actitud y un desarrollo premeditado de carácter sedicioso.
Una sentencia de ese Tribunal ajeno a nuestra soberanía que se constituye de facto como elemento para rearmar al secesionismo y potenciarlo no puede ser ingenuo. Responde a una premeditación. Y su objetivo no puede ser otro que dejar nuestra unidad constitucional al pairo. Pone contra las cuerdas la estabilidad.
Hace tiempo que Europa ni protege ni comprende la necesidad de los españoles de preservar su unidad o su Estado de Derecho, el orden y la armonía; que sólo son atribuibles al ámbito de la justicia soberana española, sin intromisiones.
Y lo que ha hecho la justicia de los Luxemburgo es atizar una patada más a la zona más sensible de nuestro ordenamiento constitucional y nuestra seguridad pública.
Ello nos debería llevar a considerar la necesidad de plantar cara y poner pie en pared para evitar más atropellos. Y, si es necesario, salirnos de Europa. Tenemos otros hermanos que, sin duda, nos serán más leales por tener nuestra sangre hermana. Son los del ámbito civilizatorio creado por la Hispanidad en los países hispanoamericanos, con excepciones de frutas corrompidas por el comunismo internacional.
Ese debería haber sido nuestro ámbito de pertenencia; y no el del eterno enemigo que está deseando hundirnos ya definitivamente en un plan mantenido en el tiempo desde el siglo XVII. Ya es hora de rebelarse contra esta situación. Entramos en Europa de rodillas, con la traición de nuestros representantes, que produjo el desmantelamiento salvaje de la industria y del sector primario para tener contenta a la parte central de Europa, dejando España para toros, playa y sol; y creando una desindustrialización apabullante (¿recuerdan ustedes el INI? ¿Dónde dejaron su desguace? ¿Quién compró a precios de saldo los bienes expropiados de Rumasa?).
En los años 80, ese fue el condicionante para que pudiéramos entrar en Europa. No nos lo han dicho y alguien nos lo debería contar. Y luego nos contentamos con unas migajas venidas con humillación limosnera. Lo derrocharon en iniciativas teóricamente laudables pero que han constituido un gran abrevadero para unos pocos. Lo hemos derrochado en lugar de crear economía productiva y riqueza económica para nuestros hijos. Pero con ello nos engañaron y quedamos tan frescos como si viniera de repente el oro de Moscú. Para engordar los bolsillos de unos cuantos a través de planes “Es” y cosas por el estilo. En España los socialistas han sido letales para nuestro futuro. Estamos en los coletazos finales de un desarrollo económico baldío con un nivel de paro generado por ese fallo estructural. Ya solamente queda corregir la situación con sangre, sudor y probablemente lágrimas, porque el Banco Central viene comprando una deuda generada por corruptos en los estados operativos del gasto público de España, en un proceso que nos trae ruina y dependencia. Y estamos cogidos por sálvese la parte, porque ni eso podemos salvar. Hay que decir a Europa que basta ya de meter las sucias manos en nuestro caldero. Porque lo único que nos queda es que sabemos comer sanamente. Que se coman sus salchichas.
La justicia debe de ser sensible al derecho público que protege las leyes nacionales que no están subordinadas al ámbito jurisdiccional de Luxemburgo ni de Bruselas, simplemente porque la principal regla del derecho es que sus leyes nazcan de la voluntad dimanada del pacto constitucional soberano, de la soberanía nacional. Porque, que sepamos, no existe soberanía europea, porque Europa no es una unidad política; ya que entre otras cosas los ciudadanos no votamos a los miembros del Consejo Europeo y su poder no dimana del pueblo, ni existe Constitución europea.
Por tanto, Europa es una filfa, un engaño. No hay entidad política en ese ámbito. Nos están engañando desde hace décadas. Aquel Tratado Europeo, suscrito por los países que luego formarían el núcleo inicial de la UE, fue firmado por los presidentes de esos países en 2004. Pero ninguno de esos presidentes, ni tan poco los españoles, han planteado referéndum alguno respecto a la necesidad de entrar en ese club gobernado por logias. Y menos, las políticas ajenas a los intereses de los ciudadanos españoles, que condicionaron nuestra entrada. Y de eso no se nos habla.
El Tribunal de Luxemburgo es extraño y ajeno a la soberanía nacional española y dicta sentencias que van contra los elementos centrales de nuestra unidad y seguridad, impidiendo el uso legítimo de nuestro Estado de Derecho para desarmar a los sediciosos en sus planes destructivos, al igual que en el pasado se dio cobijo a ETA. Con la misma intención: desestabilizarnos, con salvaje nocturnidad y alevosía.
Si un Tribunal como el de Luxemburgo hace caso omiso a las leyes constitucionales del Reino de España y dicta sentencias que contravienen las resoluciones judiciales de ese ámbito, si un ámbito soberano dentro de una Unión Europea que es un pacto de respeto a las soberanías (o si no, no sé qué es), no reconoce y respeta el ámbito de decisiones legítimas en el contexto del ordenamiento jurisdiccional español, ¿qué hacemos ahí compartiendo ámbitos de decisión que deberían estar sujetos al orden de los intereses colectivos respetando a las partes?
La sentencia en torno a los que se alzaron contra el orden constitucional y el Estado de Derecho en un Golpe de Estado programado y retransmitido en directo, se está convirtiendo en un atentado, un atropello contra la soberanía de esta nación milenaria que es España. ¿En Cataluña hubo un golpe de Estado? Sí, lo hubo. Hasta el mismo Torra lo reconoce auspiciando las algaradas callejeras y erigiéndose desde el Gobierno catalán en dirigente de ellas. ¿Hubo una sentencia condenatoria conforme a derecho con extremada cautela y moderación en sus resoluciones que condenaba a los sediciosos? Sí, la hubo. Esa sentencia condenatoria estaba fundada en derecho respecto a hechos concretos que eran una clara expresión de una actitud y un desarrollo premeditado de carácter sedicioso.
Una sentencia de ese Tribunal ajeno a nuestra soberanía que se constituye de facto como elemento para rearmar al secesionismo y potenciarlo no puede ser ingenuo. Responde a una premeditación. Y su objetivo no puede ser otro que dejar nuestra unidad constitucional al pairo. Pone contra las cuerdas la estabilidad.
Hace tiempo que Europa ni protege ni comprende la necesidad de los españoles de preservar su unidad o su Estado de Derecho, el orden y la armonía; que sólo son atribuibles al ámbito de la justicia soberana española, sin intromisiones.
Y lo que ha hecho la justicia de los Luxemburgo es atizar una patada más a la zona más sensible de nuestro ordenamiento constitucional y nuestra seguridad pública.
Ello nos debería llevar a considerar la necesidad de plantar cara y poner pie en pared para evitar más atropellos. Y, si es necesario, salirnos de Europa. Tenemos otros hermanos que, sin duda, nos serán más leales por tener nuestra sangre hermana. Son los del ámbito civilizatorio creado por la Hispanidad en los países hispanoamericanos, con excepciones de frutas corrompidas por el comunismo internacional.
Ese debería haber sido nuestro ámbito de pertenencia; y no el del eterno enemigo que está deseando hundirnos ya definitivamente en un plan mantenido en el tiempo desde el siglo XVII. Ya es hora de rebelarse contra esta situación. Entramos en Europa de rodillas, con la traición de nuestros representantes, que produjo el desmantelamiento salvaje de la industria y del sector primario para tener contenta a la parte central de Europa, dejando España para toros, playa y sol; y creando una desindustrialización apabullante (¿recuerdan ustedes el INI? ¿Dónde dejaron su desguace? ¿Quién compró a precios de saldo los bienes expropiados de Rumasa?).
En los años 80, ese fue el condicionante para que pudiéramos entrar en Europa. No nos lo han dicho y alguien nos lo debería contar. Y luego nos contentamos con unas migajas venidas con humillación limosnera. Lo derrocharon en iniciativas teóricamente laudables pero que han constituido un gran abrevadero para unos pocos. Lo hemos derrochado en lugar de crear economía productiva y riqueza económica para nuestros hijos. Pero con ello nos engañaron y quedamos tan frescos como si viniera de repente el oro de Moscú. Para engordar los bolsillos de unos cuantos a través de planes “Es” y cosas por el estilo. En España los socialistas han sido letales para nuestro futuro. Estamos en los coletazos finales de un desarrollo económico baldío con un nivel de paro generado por ese fallo estructural. Ya solamente queda corregir la situación con sangre, sudor y probablemente lágrimas, porque el Banco Central viene comprando una deuda generada por corruptos en los estados operativos del gasto público de España, en un proceso que nos trae ruina y dependencia. Y estamos cogidos por sálvese la parte, porque ni eso podemos salvar. Hay que decir a Europa que basta ya de meter las sucias manos en nuestro caldero. Porque lo único que nos queda es que sabemos comer sanamente. Que se coman sus salchichas.