La falacia del género o cómo destruir el feminismo
Pocas veces en el curso de las polémicas filosóficas que se han dirimido a lo largo de los siglos se han traspasado tantas reglas de la lógica ni se han defendido tales absurdos despropósitos que se pretenden convertir en leyes, reglas sociales, delitos punibles y acciones reivindicativas como en el momento actual con el “discurso del género”. Que hoy, tras haberlo consentido durante varias decenas de años, ha adquirido categoría de dogma y convertido en cuerpos legales.
Hace más dos décadas, en la presentación de un libro mío, declaré: “ya no hay mujeres, somos género. Pero las bofetadas se las dan los hombres a las mujeres, no al género”. Durante un cuarto de siglo me he batido, bien en solitario, por deslegitimar esa utilización de un término que sirve para categorizar muchos elementos, pero no precisamente a las mujeres, sin que las “popes” del feminismo (alguna de las cuales ahora se escandalizan por la ofensiva trans) instaladas en las cátedras y en los escaños parlamentarios me dirigieran más que miradas despectivas, empeñadas en sustituir las categorías marxistas por el lenguaje liberal que le sirve al Capital, y ahora tan suculentamente al Patriarcado.
Engañadas ellas mismas, o cómplices conscientes, se trataba de disgregar, confundir, dividir y engañar al Movimiento Feminista que se estaba fortaleciendo nuevamente. La Universidad fue una de las primeras que engendró en sus cátedras la teoría del género. En Francia, en EEUU, las catedráticas se esforzaron en construir una teoría que pretendía explicar la opresión femenina –de la explotación se habla menos, la Universidad está paralizada en las discusiones filosóficas tomistas que sólo tratan de las cuestiones superestructurales- en términos que creían “nuevos”.
Cuando la primera advertencia que ofrece Wikipedia sobre el término género es: “No debe confundirse con Género (biología), Género (gramática) o Sexo” indica que es un término que lleva a la confusión. Y a continuación explica:
“Género —del lat. genus, -ĕris.—1 es un término técnico específico en ciencias sociales que alude al «conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres». Al definirlo como término técnico se está prestigiando lo que no ha sido más que una invención para sustituir las categorías de mujer y feminismo. La palabra género se está remitiendo a una categoría relacional y no a una simple clasificación de los sujetos en grupos identitarios. Según la Organización Mundial de la Salud, se refiere a «los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres».
Lo que hasta entonces se describía como “ideología sexista” por la que el Patriarcado atribuye al varón la preeminencia social, con toda clase de privilegios, y a la mujer el papel secundario y sumiso, se convierte en una palabra indefinible que solo los especialistas conocen, que pierde toda connotación ideológica –se pretende técnica- y política, como es feminismo y biológica como es mujer. Con el sustantivo género se enmascaran los aspectos más conflictivos: feminismo, antifeminismo, machismo, sexismo, que con el sufijo “ismo” son políticos e implican lucha de clases, cuestión que desaparece en este universo posmoderno.
Al utilizar un término tan confuso que igualmente sirve para clasificar la obra artística: género lírico; los productos textiles, género de punto; los términos gramaticales, género femenino y masculino; o incluso en términos satíricos, género tonto, se ha desnaturalizado y despolitizado la denuncia de las opresiones y marginaciones que sufre la mujer y se desvanece el papel represor del hombre.
Si las agresiones de los hombres a las mujeres en vez de calificarlas de violencia machista se denominan violencia de género, queda indeterminado quién es el agresor y quién la víctima. Género lo tenemos todas las personas y por tanto ya no hay culpables e inocentes en la violencia, cualquiera puede ser víctima o agresor. La violencia de género no es una violencia de clase, ni siquiera de sexo, puesto que este sustantivo no se emplea nunca. Este término, que titula la Ley de Violencia, ha permitido que se organicen hombres maltratadores para denunciar que ellos son víctimas de la violencia feminista y permite que las formaciones de ultraderecha afirmen que cualquiera, hombre o mujer, puede ser agresor o víctima. Y dado lugar a que se hayan asentado despropósitos como las teorías de la “identidad de género” o “expresión de género” y hayan logrado que los lobbies gay y transexual legalicen lo que llaman “la autodeterminación de género” y el derecho a declararse del sexo contrario únicamente por su propio deseo, ocupando los espacios de las mujeres y enfrentándose agresivamente con todas las que no nos mostramos de acuerdo con ellos.
El transgénero
La invisibilización del sexo biológico como condición fundamental de la clasificación de los seres humanos en hombres y mujeres y que justifica la preeminencia de unos y el sometimiento de las otras, como ha ya tanto tiempo escribió Engels en El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: “La primera división de clase fue la del hombre y la mujer para la procreación de los hijos”, ha dado lugar al agrío debate sobre lo que ahora llaman el transgénero y a la peligrosa ofensiva desencadenada por los lobbies gays y trans contra la racionalidad, que deriva inevitablemente contra las mujeres. De esos polvos estos lodos.
Ya no es condición sine qua non para clasificarnos como mujer la construcción anatómica del cuerpo con los órganos precisos para poder realizar la reproducción en los complicados procesos del embarazo, del parto y de la lactancia, mientras el cuerpo masculino posee los genitales preparados para la inseminación. La base material de la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres para la reproducción queda oculta por un discurso simbólico. Del materialismo al idealismo. El triunfo de la ideología capitalista.
El postmodernismo (o deconstruccionismo) afirma que no existe una realidad objetiva, que es sólo una entre un número ilimitado de narraciones posibles, que ningún sistema político u obra de arte es superior a ningún otro. Desde este punto de vista, la literatura (como Los miserables, Las uvas de la ira o La habitación de las mujeres) que pone de manifiesto la desigualdad social y estructural no es mejor que la literatura (como Cincuenta sombras de Grey) que erotiza y legitima dicha desigualdad. El postmodernismo es una doctrina profundamente conservadora que ofusca la realidad política y social. A la par, es sorprendente que este término esté decidido por la Organización Mundial de la Salud y no por la OIT, por ejemplo. Considerando a la mujer un sujeto patológico se la sitúa como en el siglo XIX en la clasificación de las enfermas: histéricas, menopáusicas. De haberse ocupado de ellas, la OIT al menos tendrían la consideración de trabajadoras, lo que las acercaría más al sujeto social que es la clase mujer.
La discusión de los universales: la esencia y la existencia. El sexo transformado, el sexo negado. Como si estuviéramos en la Edad Media, profesoras, políticas, activistas, y especialmente los y las defensoras de la transexualidad, se han enzarzado en una polémica interminable y muy agresiva sobre el género, el transgénero, la intersexualidad. ¿Qué es más importante: la imagen o la realidad ante el mundo virtual que nos domina? Cuando no existía lo digital la pregunta de los filósofos era, ¿el pensamiento, la imaginación, es más importante que la realidad? ¿Responde la realidad a la imagen? ¿Existe una realidad única y distinguible o sólo es nuestra idea de ella? La famosa definición de Descartes: “Pienso, luego existo”, base del pensamiento idealista. La idea crea la existencia.
No importa que el ser humano tenga un cuerpo que exige alimentarse y cuidarse para sobrevivir, que posee unos atributos sexuales diferenciados para poder realizar una reproducción determinada por la especie, así como unas pulsiones dirigidas a lograr el intercurso sexual. Para estas y estos seguidores de la escuela idealista lo único que lo define es qué piensa e imagina. La existencia demostrada por el pensamiento no por su realidad corporal sobre el planeta.
El camino que ha recorrido esta ideología idealista inventada por los expertos de la propaganda capitalista, nos ha llevado al peligroso despropósito de aprobar leyes que eliminan la realidad material de la mujer y del hombre, ya no sitúan a la mujer como la clase explotada, permite que los menores de edad sean hormonados para cambiar de sexo y nos denominan “progenitores no gestantes” y “progenitores gestantes”, entre los que incluyen a los hombres trans, como si viviéramos una distopía.
¿O la estamos viviendo?
Pocas veces en el curso de las polémicas filosóficas que se han dirimido a lo largo de los siglos se han traspasado tantas reglas de la lógica ni se han defendido tales absurdos despropósitos que se pretenden convertir en leyes, reglas sociales, delitos punibles y acciones reivindicativas como en el momento actual con el “discurso del género”. Que hoy, tras haberlo consentido durante varias decenas de años, ha adquirido categoría de dogma y convertido en cuerpos legales.
Hace más dos décadas, en la presentación de un libro mío, declaré: “ya no hay mujeres, somos género. Pero las bofetadas se las dan los hombres a las mujeres, no al género”. Durante un cuarto de siglo me he batido, bien en solitario, por deslegitimar esa utilización de un término que sirve para categorizar muchos elementos, pero no precisamente a las mujeres, sin que las “popes” del feminismo (alguna de las cuales ahora se escandalizan por la ofensiva trans) instaladas en las cátedras y en los escaños parlamentarios me dirigieran más que miradas despectivas, empeñadas en sustituir las categorías marxistas por el lenguaje liberal que le sirve al Capital, y ahora tan suculentamente al Patriarcado.
Engañadas ellas mismas, o cómplices conscientes, se trataba de disgregar, confundir, dividir y engañar al Movimiento Feminista que se estaba fortaleciendo nuevamente. La Universidad fue una de las primeras que engendró en sus cátedras la teoría del género. En Francia, en EEUU, las catedráticas se esforzaron en construir una teoría que pretendía explicar la opresión femenina –de la explotación se habla menos, la Universidad está paralizada en las discusiones filosóficas tomistas que sólo tratan de las cuestiones superestructurales- en términos que creían “nuevos”.
Cuando la primera advertencia que ofrece Wikipedia sobre el término género es: “No debe confundirse con Género (biología), Género (gramática) o Sexo” indica que es un término que lleva a la confusión. Y a continuación explica:
“Género —del lat. genus, -ĕris.—1 es un término técnico específico en ciencias sociales que alude al «conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres». Al definirlo como término técnico se está prestigiando lo que no ha sido más que una invención para sustituir las categorías de mujer y feminismo. La palabra género se está remitiendo a una categoría relacional y no a una simple clasificación de los sujetos en grupos identitarios. Según la Organización Mundial de la Salud, se refiere a «los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres».
Lo que hasta entonces se describía como “ideología sexista” por la que el Patriarcado atribuye al varón la preeminencia social, con toda clase de privilegios, y a la mujer el papel secundario y sumiso, se convierte en una palabra indefinible que solo los especialistas conocen, que pierde toda connotación ideológica –se pretende técnica- y política, como es feminismo y biológica como es mujer. Con el sustantivo género se enmascaran los aspectos más conflictivos: feminismo, antifeminismo, machismo, sexismo, que con el sufijo “ismo” son políticos e implican lucha de clases, cuestión que desaparece en este universo posmoderno.
Al utilizar un término tan confuso que igualmente sirve para clasificar la obra artística: género lírico; los productos textiles, género de punto; los términos gramaticales, género femenino y masculino; o incluso en términos satíricos, género tonto, se ha desnaturalizado y despolitizado la denuncia de las opresiones y marginaciones que sufre la mujer y se desvanece el papel represor del hombre.
Si las agresiones de los hombres a las mujeres en vez de calificarlas de violencia machista se denominan violencia de género, queda indeterminado quién es el agresor y quién la víctima. Género lo tenemos todas las personas y por tanto ya no hay culpables e inocentes en la violencia, cualquiera puede ser víctima o agresor. La violencia de género no es una violencia de clase, ni siquiera de sexo, puesto que este sustantivo no se emplea nunca. Este término, que titula la Ley de Violencia, ha permitido que se organicen hombres maltratadores para denunciar que ellos son víctimas de la violencia feminista y permite que las formaciones de ultraderecha afirmen que cualquiera, hombre o mujer, puede ser agresor o víctima. Y dado lugar a que se hayan asentado despropósitos como las teorías de la “identidad de género” o “expresión de género” y hayan logrado que los lobbies gay y transexual legalicen lo que llaman “la autodeterminación de género” y el derecho a declararse del sexo contrario únicamente por su propio deseo, ocupando los espacios de las mujeres y enfrentándose agresivamente con todas las que no nos mostramos de acuerdo con ellos.
El transgénero
La invisibilización del sexo biológico como condición fundamental de la clasificación de los seres humanos en hombres y mujeres y que justifica la preeminencia de unos y el sometimiento de las otras, como ha ya tanto tiempo escribió Engels en El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: “La primera división de clase fue la del hombre y la mujer para la procreación de los hijos”, ha dado lugar al agrío debate sobre lo que ahora llaman el transgénero y a la peligrosa ofensiva desencadenada por los lobbies gays y trans contra la racionalidad, que deriva inevitablemente contra las mujeres. De esos polvos estos lodos.
Ya no es condición sine qua non para clasificarnos como mujer la construcción anatómica del cuerpo con los órganos precisos para poder realizar la reproducción en los complicados procesos del embarazo, del parto y de la lactancia, mientras el cuerpo masculino posee los genitales preparados para la inseminación. La base material de la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres para la reproducción queda oculta por un discurso simbólico. Del materialismo al idealismo. El triunfo de la ideología capitalista.
El postmodernismo (o deconstruccionismo) afirma que no existe una realidad objetiva, que es sólo una entre un número ilimitado de narraciones posibles, que ningún sistema político u obra de arte es superior a ningún otro. Desde este punto de vista, la literatura (como Los miserables, Las uvas de la ira o La habitación de las mujeres) que pone de manifiesto la desigualdad social y estructural no es mejor que la literatura (como Cincuenta sombras de Grey) que erotiza y legitima dicha desigualdad. El postmodernismo es una doctrina profundamente conservadora que ofusca la realidad política y social. A la par, es sorprendente que este término esté decidido por la Organización Mundial de la Salud y no por la OIT, por ejemplo. Considerando a la mujer un sujeto patológico se la sitúa como en el siglo XIX en la clasificación de las enfermas: histéricas, menopáusicas. De haberse ocupado de ellas, la OIT al menos tendrían la consideración de trabajadoras, lo que las acercaría más al sujeto social que es la clase mujer.
La discusión de los universales: la esencia y la existencia. El sexo transformado, el sexo negado. Como si estuviéramos en la Edad Media, profesoras, políticas, activistas, y especialmente los y las defensoras de la transexualidad, se han enzarzado en una polémica interminable y muy agresiva sobre el género, el transgénero, la intersexualidad. ¿Qué es más importante: la imagen o la realidad ante el mundo virtual que nos domina? Cuando no existía lo digital la pregunta de los filósofos era, ¿el pensamiento, la imaginación, es más importante que la realidad? ¿Responde la realidad a la imagen? ¿Existe una realidad única y distinguible o sólo es nuestra idea de ella? La famosa definición de Descartes: “Pienso, luego existo”, base del pensamiento idealista. La idea crea la existencia.
No importa que el ser humano tenga un cuerpo que exige alimentarse y cuidarse para sobrevivir, que posee unos atributos sexuales diferenciados para poder realizar una reproducción determinada por la especie, así como unas pulsiones dirigidas a lograr el intercurso sexual. Para estas y estos seguidores de la escuela idealista lo único que lo define es qué piensa e imagina. La existencia demostrada por el pensamiento no por su realidad corporal sobre el planeta.
El camino que ha recorrido esta ideología idealista inventada por los expertos de la propaganda capitalista, nos ha llevado al peligroso despropósito de aprobar leyes que eliminan la realidad material de la mujer y del hombre, ya no sitúan a la mujer como la clase explotada, permite que los menores de edad sean hormonados para cambiar de sexo y nos denominan “progenitores no gestantes” y “progenitores gestantes”, entre los que incluyen a los hombres trans, como si viviéramos una distopía.
¿O la estamos viviendo?