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Pablo Mosquera
Viernes, 03 de Enero de 2020 Tiempo de lectura:

Progresistas, feministas, machistas...

Deberíamos establecer a quién corresponde la máxima autoridad científica para acotar las coordenadas para definir los términos que titulan nuestro artículo, y que se repitieron hasta la saciedad durante el año que hoy finaliza, y con tal, las primeras dos décadas del siglo XXI.

 

Sabemos que el progresismo tiene mucho que ver con la implantación del denominado Estado del bienestar. En su núcleo intangible está la libertad. Tiene sus raíces en los postulados de la Revolución Francesa y se desarrolla con los movimientos pro-derechos civiles, lo que lleva a un reformismo continuado y desde la iniciativa ciudadana, precisamente por ser tal estado el que se nutre con los avances reformistas del progresismo. En tal dinámica, los partidos políticos se conforman como conservadores y progresistas. A partir de aquí, el término se usa de forma peyorativa por las derechas, lo que coloca tal conducta en la izquierda de la oferta política al ciudadano. Si tengo que señalar la corriente política genuinamente progresista en el siglo XX, me quedo con la socialdemocracia de Olof Palme -conciencia sueca- .

 

A estas alturas del siglo XXI, y analizando comparativamente los credos de las formaciones políticas que luchan por el poder, nada tiene que ver el progresismo del siglo XIX con el actual. Si tuviéramos que ceñirnos a las coordenadas progresistas del siglo XIX, nos encontramos que todos los partidos políticos del arco democrático tienen postulados del progresismo. Y debemos fijar nuestra atención más que en los derechos sociales, en el modelo económico-financiero que cada partido defiende.

 

Me quedo con ese modelo de Estado que interviene, repartiendo la riqueza, garantizando la igualdad de oportunidades, organizando la solidaridad entre territorios y clases sociales, evitando la manipulación mediática y educativa, trabajando para la verdad y la justicia social.

 

"Los conservadores lo son porque estiman la autoridad clara, el respeto por las costumbres arraigadas en la tradición o la divinidad, el patriotismo y la identidad colectiva. Los progresistas no nos identificamos con los autoritarismos o populismos de izquierda porque no creemos que sean progresistas. El alma progresista, en todo el mundo, durante toda la historia de la humanidad, ha tenido siempre una fuerte componente de protección de los seres humanos y de otras especies (y por tanto la solidaridad, la comprensión, la escucha, la democracia, la tolerancia...) y de defensa de la justicia (y por tanto la proporcionalidad de premios y castigos, la defensa de la igualdad de oportunidades y la extensión de derechos para todos). Los progresistas tienen el desafío de hacer y enmarcar sistemáticamente sus políticas como políticas de protección y justicia social, la protección de los débiles frente a las fuertes".

 

Si somos progresistas sabemos que la ciudadanía es fuente de derechos y que no tiene género. Nunca tuve dudas al respecto. Mi profesión se caracteriza por dos hechos. Tratas igual las enfermedades sin reparar en el sexo. Hay muchas más mujeres ejerciendo las profesiones sanitarias que hombres. Nunca nos hemos quejado. Pero como esto siga así, habrá que pedir efecto cremallera en la distribución de los puestos de trabajo en la Sanidad y la paridad en la resolución de los concursos oposiciones y ofertas públicas de empleo.

 

Lo del machismo nos puede llevar a quemar las obras de los escritores del Siglo de Oro. Han logrado introducir un nuevo temor, un nuevo complejo, un nuevo estigma, una perversa sospecha...

 

Pero empecemos por centrar el concepto. Machismo según la Real Academia de la Lengua es "actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres"; o también, "forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón". El que es prepotente lo es siempre, no necesita tener ante sí a una mujer. Pero también hay prepotencia de mujeres con respecto a varones y a otras mujeres. Con esto quiero afirmar que la prepotencia es una conducta reprobable que no tiene género. Menospreciar o despreciar a las mujeres, no tiene sentido alguno, ni merece considerarse como una "especialidad" en el trato entre seres humanos. Es sencillamente una actitud perversa dónde el que la practica demuestra mala educación, problemas conductuales y esconde siempre algún complejo no superado.   

 

Y nadie reclama un Gobierno para progresar. Quizá por requerir que sus miembros sean los mejores ciudadanos. Hombres y mujeres, mujeres y hombres, de prestigio, solvencia, méritos probados y a disposición de la sociedad civil que tendrán el deber de servir. Y nadie denuncia que tras las varonías se esconden mediocres, aprovechados y egoístas con indigencia cultural. Pero también sucede lo mismo tras las exigencias de paridad en el género a la hora de elegir o nombrar las élites del poder público o privado.

 

Estamos hartos de cargos de confianza, que producen una legión de súbditos para con el poder que ostentan los viejos y nuevos poderes fácticos. Lo único que ahora quieren cambiar es repartir tales perversiones entre hombres y mujeres, a partes iguales.

 

Me gustaría que un partido político, reformara y regenerara, con valentía, tal dislate. Por unos momentos vi a Ciudadanos con tal compromiso. Lamentablemente, cayeron en la trampa. Llegaron a la conclusión que era mucho más importante sustituir al PP en el añejo arco de la oferta parlamentaria. Y ahí estuvo el error básico. Dejaron de ser una corriente de aire fresco para impregnarse con la contaminación ambiental y dejar de ser útiles para los urgentes y necesarios cambios que necesita nuestro sistema democrático.

 

Por todo lo que antecede, que no es poco, llego a tres conclusiones personales. La izquierda española ha perdido el rumbo y navega patroneada por la ambición de un empecinado que hace virguerías con aquella perversa definición de "política es el arte de hacer posible lo imposible". Ante la situación que se avecina, dónde los filibusteros han conquistado el poder y encarcelado a la dama Democracia, sólo caben dos posturas: el exilio voluntario o ponerse la camisa partisana para luchar por nuestro linaje. La unidad de tierras y gentes, tal como demostramos en el País Vasco, incluso jugándonos la vida, es la mejor herramienta para abrir las ventanas y que salga la indecencia o entre un soplo de dignidad hispana en nuestro viejo Camelot.    

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