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Ernesto Ladrón de Guevara
Domingo, 05 de Enero de 2020 Tiempo de lectura:

España, víctima del pensamiento adolescente

[Img #16890]He inaugurado el año con un tuit con este texto: “Militantes socialistas… no me habéis contestado. ¿Por qué permitís el derrumbe y destrucción de vuestra patria a cambio de un plato de lentejas? Pasaréis a la historia como cómplices de esta felonía”. El tuit en cuestión se refería a otro que puse horas antes donde hacía referencia a mi militancia en el PSOE allá por los años ochenta y en el que me preguntaba sobre cómo era posible que ningún afiliado del partido de Sánchez no cuestione nada en público ni emita criterio alguno para oponerse al golpe de Estado constitucional que viene implícito en los acuerdos de investidura con los enemigos de España, que es un acto, en sí mismo, de alta traición. Este último tuit ha sido apoyado por casi cuatro mil “me gusta”, pero un tal  “Der Biologie Lehrer” me respondía con el siguiente texto: “Mi patria no es un trapo de colores ni una demarcación geográfica, ni un idioma. Es mi familia. El resto es accesorio y me importa un bledo. Lo que quiero son servicios sociales y justicia social y fiscal. Estoy harto de tanto patriota fetichista de trapos.” 

 

De forma inconsciente este anti-fetiche me ha dado la clave del grave síndrome de autodestrucción que afecta al cuerpo nacional, es decir, a España como nación histórica y nación política, cuyo origen es imperial.  La afectación colectiva que tiene su origen en la filosofía existencialista que ha llevado a un relativismo suicida que conlleva un individualismo patológico que se sustrae al hecho antropológico y filogenético que nos debería hacer plantearnos de dónde venimos para saber a dónde vamos. 

 

Ese individualismo considera que debe haber un ente en abstracto que proporcione servicios y seguridades sin tener que aportar nada al conjunto social, al entramado institucional que forma el Estado. Y que un Estado se pueda sostener sin que haya una nación previa que de sentido a esa superestructura en la orientación de una pervivencia y sostenibilidad a lo largo del tiempo.

 

Ese individualismo niega la preexistencia de una patria, es decir, de una historia, de una antropogenia y de una forma de ser común que nos da cobijo, nos protege desde el plano de la estructura colectiva que transmite una forma civilizatoria. Considera que los individuos son sujetos de derechos y no de deberes, y no se plantea que esas obligaciones vienen ligadas a un ethos o moral colectiva transmitida desde generaciones atrás en el proceso de construcción de esa cultura compartida. Para él, no hay lenguas ni vínculos que nos unan, más allá del interés indvidual por la supervivencia. Pero eso sí: se contradice cuando considera que alguien, de forma espectral, debe proveer los servicios y protecciones que garanticen sus derechos, como si éstos vinieran del cielo.

       

Este es el problema del carácter “ni-ni” de una parte de nuestra sociedad, educada en un déficit absoluto de exigencias, que considera que el Estado ha de proveer todas sus necesidades, y en caso contrario se siente en el derecho de “okupar” aquellos bienes cuya propiedad debiera ser inviolable y no lo es, porque el Estado hace tiempo ha dejado de ser un ente garantizador de los derechos individuales y cada vez está más en manifiesto de que vivimos en un “sálvese quien pueda” o la ley de la selva que consiste en que el que no lleve garrote recibe palos. Eso sí. A la hora de la intervención en el aspecto privado, el margen de maniobra de los individuos se va estrechando hasta llegar a un momento que produzca la asfixia. Y ese es el momento en el que los grupos humanos suelen sublevarse, porque las personas tenemos implícito en nuestro mesencéfalo que la libertad va implícita en el sentido vital, y que ésta, si no se concede, se conquista.

 

La historia de las sociedades nos desvela que las relaciones entre los pueblos y naciones se desarrollan igual que los biotopos en la ecología animal. Es decir, que unos son depredadores y otros consumidores. Los depredadores se comen a los consumidores. Normalmente, los que depredan son carnívoros y los consumidores herbívoros. Y en esa cadena alimenticia los más susceptibles de ser alimento de los depredadores desarrollan mecanismos de supervivencia basados en la capacidad de huida, en el camuflaje o mimetización con el entorno; u otras formas de dar continuidad a la especie, como es una prole que permita que sobreviva un porcentaje de individuos suficiente para dar continuidad a la especie.

 

En el plano de los grupos humanos, ocurre lo propio. De ahí los fenómenos de la alta natalidad en las etnias con alta mortalidad por razón de escasez de alimentos o dificultad de adaptación al medio. Así se producen los fenómenos emigratorios masivos, fenómeno muy actual en la problemática de las sociedades de acogida que hace peligrar la estabilidad del grupo. 

 

Pero lo que importa a estos efectos es que la biocenosis, tal como la denomina el filósofo Gustavo Bueno padre, ya fallecido, determina que aquellos grupos sociales que caen en situaciones de desmoronamiento o de debilitación en sus estructuras de defensa y seguridad, o que transitan por caminos de autodestrucción política, llevando a una inestabilidad económica, política o social, son absorbidos y colonizados por otras estructuras políticas más poderosas. Ya que el equilibrio entre las naciones solamente existe si hay un respeto y colaboración que tienen su base en el prestigio o en el temor a la posible respuesta en caso de invasión o agresión de una u otra forma. Tenemos estos días el ejemplo de la decisión del reino de Marruecos de extender sus aguas territoriales a zonas colindantes a las islas de Canarias. Eso nunca se haría si nuestro país tuviera la suficiente fuerza y prestigio para oponerse de forma eficaz. La debilidad produce hechos como que los tribunales de justicia europeos dicten sentencias que invaden la soberanía de la justicia española sin ningún pudor ni ninguna respuesta por las autoridades nacionales españolas.

 

Quiero decir con esto que hay un problema colectivo con gente que no ha salido del pensamiento adolescente y que piensa que puede sobrevivir su familia sin una nación con Estado, con fortalezas que le den protección, seguridad jurídica y servicios. Esta infantilización de nuestras sociedades, originada por una ingenuidad peligrosa, una ignorancia supina y un sentido de pertenencia que hace tiempo ha perdido su identidad, se ha producido porque se han disuelto los elementos cognitivos, antropológicos y culturales. Y para ello, los que toman como modelo la revolución de Gramsci de “hegemonía cultural” mediante la sustitución de los elementos previos transmitidos por los ancestros a través de una ingeniería política que ha fomentado una hispanofobia por los medios de comunicación, la escuela y el acoso a todo aquel que manifieste sus vínculos con la nación. Salvo que sean las neonaciones catalana o vasca o las que se sumen a esta fiesta del disparate “nacional”.

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