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Antonio Ríos Rojas
Domingo, 19 de Enero de 2020 Tiempo de lectura:

Pedro Sánchez y el problema del doble

[Img #16938]1.- Ni loco ni descerebrado

 

Creo una tarea necesaria presentar la figura de Pedro Sánchez a la luz del problema psicológico y literario del doble. Me permitirán adelantarles ya la conclusión de este artículo; una conclusión a la que con toda probabilidad ustedes ya han llegado sin necesidad de contrastar al personaje a la luz del problema del doble. Sí, en efecto, Pedro Sánchez no está loco. Es sencillamente un hombre malvado. Pero puesto que la maldad no es unívoca, trataremos de ver el modo de maldad del que participa nuestro presidente.

 

Ante sus cambios de opinión tan drásticos y enérgicos en asuntos cruciales, muchos hemos querido ver en Pedro Sánchez una especie de desdoblamiento de la personalidad; un caso psiquiátrico. Yo confieso haber estado también tentado a pensar que el síndrome Sánchez era otro, el síndrome del espantapájaros de “El Mago de Oz”, personaje que dice a Dorita: “Ahí está el mal; cambio de opinión constantemente porque no tengo cerebro”. Pero Sánchez no es ni lo primero ni lo segundo. Si fuera lo primero -un loco- habríamos de tratarlo con más benevolencia, indulgencia y cariño en el Parlamento, en los periódicos, en las conversaciones del día a día. Si fuera lo segundo -un descerebrado- habría que tratarlo con la misma comprensión que Dorita trata al espantapájaros, o con la moderna intuición sanadora con que lo trata el mago de Oz cuando concede al buen espantapájaros un título de doctor con el que la ignorancia queda “saldada”. En este último caso, una institución de beneficencia –también llamada “universidad”- actuó así con Sánchez. Pero el mal sigue, signo de que esta segunda solución fue errónea.

 

Pedro Sánchez es un ser malévolo y lo es al modo moderno, mejor dicho, al modo posmoderno. Un modo de ser malvado que tiene que ver con la carencia absoluta de principios, de palabra y de honor, pues la posmodernidad se ríe de estas tres “antiguallas”. Una persona carente de principios es una persona carente de la capacidad de razonar, o mejor dicho, es alguien que, teniendo dicha capacidad, renuncia a ella al renunciar a los principios. Sólo en este sentido es Sánchez un descerebrado. Es pues un descerebrado voluntario –culpable- rodeado de una legión de otros tales. Ahí está el verdadero mal. En otras épocas uno no era tan culpable de su ignorancia como hoy, pero hoy el ignorante es en buena parte culpable, porque se enrosca voluntariamente en prejuicios, en tópicos, en frases hechas, dando vueltas y vueltas sobre sí mismo hasta parecer una peonza ante los ojos del hombre racional. Es así como el culpable descerebrado renuncia voluntariamente a la razón. Sánchez está más cerca del síndrome del espantapájaros que del síndrome de Orestes; es decir, es más un descerebrado que un loco pero, igual que llamar burro a una persona es en la mayoría de los casos un injusto insulto al burro, no podemos asociar a Sánchez con el encantador espantapájaros de “El mago de Oz”, ya que este, sabiendo de su ignorancia anhela tener un cerebro; es más, mientras carece de él llega a decir: “como no tengo cerebro, no querré mandar en nada”. Nótese la honestidad del espantapájaros y contrástese con la del personaje que nos ocupa (escríbanlo con “k” si quieren).

 

Quien renuncia al cerebro, quien renuncia a la razón, ha renunciado voluntariamente a la realidad, pues la razón no opera sobre la nada, sino sobre unos principios que se asientan en la realidad. El hombre incapaz de razonar (sobre principios asentados en la realidad) se vuelve el ser más peligroso de todos porque es el que no cuenta con la realidad ni para pensar ni para actuar (para empezar Sánchez no cuenta con la realidad de la otra media España, a la que afrenta día tras día). El mal del feminismo histérico y vengativo o el mal del amenazante transhumanismo es ejercido por este tipo de malvados –y malvadas- que se sitúan por encima de la realidad, siendo ellos los que, como nuevos dioses, quieren crear la realidad “ex nihilo”, despreciando todo lo sido como la “historia de un error”. No son meramente locos -ni locas-, pues la locura del loco procede en buena medida de un choque moral con una realidad que ha acabado venciéndole.

 

Yo sé que ustedes saben que Pedro Sánchez no está loco, pero también sé que ustedes, a la luz de sus actos y palabras, lo han sospechado como lo he sospechado yo. Si el problema de Pedro Sánchez fuera un problema de desdoblamiento de la personalidad, tarde o temprano acabaría dando síntomas de ello. Pero no hay absolutamente nada en el personaje que haga presagiar esos síntomas. El rey Felipe VI mostró una ingenuidad y candidez acorde a la de sus discursos cuando tras la toma de posesión de Sánchez, le dijo a este: “la toma del poder no es nada, lo peor viene después”. El rey creía estar dirigiéndose a un hombre con escrúpulos y principios, un hombre asentado en la realidad, pero no es el caso (al menos que el rey fuera un guasón y por “lo peor viene después” se refiriera a España y a él mismo). El rey no sabía que Pedro Sánchez se siente mejor cuanto más tiempo lleva en el poder. No tiene síntomas de cansancio, de agotamiento, de remordimiento, de ser ofendido, de ser compasivo. Son estas cosas las que hacen que cualquier hombre normal quede desgastado por el poder y la responsabilidad. Sánchez está cada día más atractivo, no mengua sino que parece crecer; sus problemas en la piel han desaparecido, consciente también de que su aspecto físico condiciona a una buena parte de sus votantes, que no están ciegos sino que ven muy bien: la superficie (lo único que puede verse diría Deleuze).

 

2.-El problema del doble

 

Como íbamos diciendo, Sánchez no tiene síntomas de desgaste, sino todo lo contrario. El desdoblamiento de la personalidad que muchos diagnosticaron –y aún diagnostican- en Sánchez supone, como se suponía en el tema romántico del “doble”, un atisbo de moralidad en Sánchez. Recordemos al Dr. Jeckyll, cuyo doble Mr. Hyde mostraba los síntomas de la maldad en su aspecto físico, llegaba a ser repugnante en comparación con el honorable Jeckyll. Es probable que en Sánchez haya acontecido un leve desdoblamiento de la personalidad; esta cambiaba conforme cambiaba el viento del poder: si este viento venía del noreste catalán, o de la meseta castellana o del Sáhara podemita. Pero estos giros bruscos  son los propios del hombre posmoderno y sofista, es la mera regla moderna del poder sin principios, que produce desdoblamientos relativamente normales a la luz de la modernidad.

 

Lo que se ha producido en Sánchez es muy parecido a lo que se produjo en Jeckyll, que al elegir finalmente el mal, al tomar la amalgama de todos los vientos nocivos, ha acabado convirtiendo a la conciencia en su esclava y no al revés como en todo hombre decente. De esta forma, al igual que al final del relato de Stevenson, Hyde ya no puede convertirse en Jeckyll porque el mal ha triunfado sobre el bien, Sánchez ha acabado por convertirse en un eterno Hyde, pero con una diferencia fundamental: en nuestro presidente no hay signos de maldad, signos de fealdad moral, y sobre todo, en él no habrá el arrepentimiento del que incluso da muestras Hyde, quien incapaz de volver a ser Jeckyll, se da muerte a sí mismo para evitar que el mal acabe triunfando. Este desenlace que no deseamos no acontecerá en el presidente de España porque a diferencia, incluso de Mr. Hyde, Sánchez no da signos de tener conciencia. La conciencia es una palabra obsoleta para un discípulo de Maquiavelo.

 

Recordemos ahora el turbador y aterrador lied de Schubert “Der Doppelgänger” (“el doble”), en el que el amante personaje no puede huir de su dolor, viendo a su yo doliente desdoblado como otro ser distinto. Este personaje de Schubert (el texto es de Heine) es un loco, pero como todo loco -también incluso como Jeckyll/Hyde- está aferrado a principios, a un eterno dolor, a –como dice el texto del poema- “una misma casa que siempre permanece en el mismo lugar”. Esa casa es la conciencia, que no se mueve, por eso la mayoría de los locos tienen aún conciencia y tienen por ello dolor, y dolor eterno.

 

Creo que para seguir la pista de la personalidad de Pedro Sánchez no hemos tanto de acudir al Doppelgänger de Heine/Schubert ni al Dr. Jekyll y Mr.  Hyde de Stevenson, ni al William Wilson de Poe, sino que hemos de fijarnos más bien en “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde.  No hay signos de maldad en Dorian, la fealdad moral de su “pacto con el diablo” sólo se refleja en un viejo retrato que guarda muy escondido. El retrato -reflejo de la realidad de su propia conciencia-, está marcado con los signos de la maldad, del rencor y del odio, de la huida de la realidad que en este relato de Wilde es también la huida del tiempo. Sin embargo, no hay síntomas, ni pista alguna de que en algún rincón de la Moncloa se guarde un retrato similar. No lo hay porque el problema del doble en la literatura -también en el tratamiento que Wilde hace de él- refleja y manifiesta un problema moral, y Sánchez como político sin principios, carece de moral, pues esta se asienta en un reconocimiento casi amoroso de una realidad a la que él ha renunciado. Esa realidad a la que han renunciado también los catalanes, socios de Sánchez, convencidos de no haber cometido delito alguno; es más, convencidos de que se han cometido delitos contra ellos. Este delirio al que conduce la falta de principios nos hace ser muy pesimistas respecto a una posible “toma de conciencia” de Pedro Sánchez, porque repito, Sánchez parece no tener conciencia; probablemente ha renunciado a ella por el poder, de igual manera que Dorian renuncia a ella por la eterna belleza.

 

Pero al fin y a la postre, Oscar Wilde acaba poniéndonos ante los ojos la maldad de Dorian cuando, tras la muerte del personaje, el cuadro recobra la normalidad original y el eterno joven aparece tendido en el suelo con todos sus rasgos de la decrepitud moral. Ante la negativa del personaje a ver su propia maldad, Wilde se ve obligado, como Stevenson y Poe, a aniquilar a su personaje para que la maldad del mismo se manifieste. Una maldad que se han negado a ver muchos de los amigos de Dorian, quienes  vivían envidiando su belleza y adulando a su dios. Sólo unos pocos de sus allegados intentan en vano advertirle a Dorian de la realidad y de su carencia de moral. El caso de Sánchez está muy próximo al del relato de Wilde. Sólo la muerte política del personaje (no le deseamos otra) podrá hacer ver a sus allegados y votantes –y quizás a él mismo- la gran traición y el gran odio que escondía. Quizás este cuadro moral se destape algún día en los tribunales españoles, cuando dentro de –me temo- muchos años a Sánchez se le obligue a ver la realidad de sus actos. Se lo deseamos sin excesiva animadversión, porque creemos que una vida sin conciencia no merece ser vivida. Le deseamos con sinceridad remisión y la posibilidad de recuperar su conciencia si es que alguna vez la tuvo.

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