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Winston Galt
Miércoles, 22 de Enero de 2020 Tiempo de lectura:

Los moderados

[Img #16949]Probablemente, en el futuro, cuando alguien estudie la España contemporánea no dará crédito a lo que está ocurriendo. La ventaja de nuestros días es que los historiadores no tendrán que buscar la información en viejos legajos comidos de humedad y medio rotos. Tendrán a su disposición toda una suerte de dispositivos y podrán analizar la política del siglo XXI con absoluta fidelidad hasta obtener un total conocimiento de lo ocurrido.

 

Caso de que el órdago del actual Gobierno y de sus cómplices prospere habrá que esperar mucho más, hasta que colapse, como Venezuela, la URSS o Cuba, en cuyo caso se habrá escrito, con faltas de ortografía y lenguaje inclusivo, una historia oficial tan falsa como los que ahora dirigen el Gobierno de la nación. Caso de que finalmente el país pueda sobreponerse a este órdago y no perezca, también habrán de buscar bajo la tapadera con que los gobiernos de derechas oculten las tropelías de la izquierda, como han hecho hasta ahora, temerosos de la reacción.

 

Podrán entonces esos estudiosos analizar las políticas de la izquierda española y, seguramente escandalizados, mostrarlas en las escuelas de historia, de economía, de sociología, de políticas, como ejemplos de la más burda idiocracia, de la más patética y grotesca forma de hacer política.

 

Miembros de la más obvia ineptocracia, muchos de nuestros políticos en el poder son activistas. Y activistas, la inmensa mayoría, de movimientos políticos, de auténticas sectas políticas, que nada tienen que ver con la democracia, sino que, hasta hace muy poco lo reconocían con sinceridad, su intención era acabar con el sistema político (la democracia liberal), cambiar el modelo económico (al socialismo más vetusto y fracasado, denominado con nuevas palabras vacías) y cambiar la sociedad (al modelo cubano de igualdad extrema en la miseria). Muchos pueden pensar que esto es una exageración, pero convendría apartar la hojarasca de la retórica de instituto que utilizan y analizar el verdadero sentido de las palabras.

 

Nadie puede sinceramente extrañarse ahora de lo que está ocurriendo a la luz de lo que hacía el PSOE hace diez o quince años, por lo que también son responsables los socialistas o "progresistas" moderados. Hace pocos días, uno de ellos, periodista, se lamentaba de ser ahora tachado de "facha" por no aceptar la deriva actual del PSOE a pesar de haber sido votante incluso de Zapatero. Pero es lo bueno que tiene la actual situación: haber quitado la careta de moderación del PSOE que, en realidad, no lo ha sido en toda su historia salvo el paréntesis de González. Los polvos que han traído estos lodos son los años de Zapatero, y quien entonces no quisiera verlo es porque se escondía tras su fe socialista como un creyente tras su irreal fantasía. Tales moderados forjaron las bases de lo que ocurre ahora, con votos y complacencia ante las políticas de Zapatero.

 

Del mismo modo que los moderados de derechas que obviaban el debate político y moral para refugiarse en los desastres económicos del zapaterismo son también culpables. Su moderación tiene mucho de Síndrome de Estocolmo: qué fastidio tener que discutir los principios morales y políticos o, bueno, tienen razón en muchos principios socialistas aunque sean económicamente inviables. La dejadez intelectual de la derecha española, su vacío moral, es una rémora tan terrible como una complacencia con el crimen. Si no combates la ideología de quien te consume, eres corresponsable de su opresión.

 

Los "moderados" de tales ideologías son culpables porque, siendo la gran mayoría, su ausencia o displicencia permiten la imposición de la coacción. El nazismo no hubiera sido posible sin el voto de los no asesinos.

 

Grandes capas de población que se consideran moderados de derechas no se percatan de que su rechazo a determinados mensajes "duros" no es porque consideren que tales mensajes no son ciertos, sino porque, en el fondo, temen que provoquen rechazo precisamente en aquéllos a los que deben combatir. El votante moderado de derechas, votante de Ciudadanos y del PP, principalmente, está más preocupado porque el mensaje de su partido o de los adláteres de su partido no provoque rechazo en la izquierda que de la verdad esencial del mensaje.

 

Es un votante derrotado. Un votante muerto moral y políticamente. Un votante que asume la propagandísticamente enarbolada (y falsa) superioridad moral de la izquierda. Dicha izquierda, que maneja los secretos de la propaganda política, hace coincidir muchos de sus valores con paralelos valores aceptados por la sociedad, principalmente de herencia cristiana. El votante de derechas no es capaz de reaccionar ante ello, entendiendo que una oposición a tales valores supondrá una consideración moral perjudicial de sí mismo. Ha sido abducido por la propaganda casi tan eficazmente como el votante de izquierdas (recuerden aquello que dijo una presentadora de tv: soy de izquierdas porque soy buena persona). Esta idiotez ha calado tan profundamente en muchos corazones que es muy difícil oponerse a tales planteamientos.

 

El "moderado" ha de percatarse de que las luchas que enarbola la izquierda no provienen de una defensa real de tales valores sino de una manipulación de los mismos. Tales valores y principios ya están consagrados en nuestras leyes, por lo que no existe ningún conflicto con ellos más que el conflicto inventado por la izquierda para hacerse presente y manipular las conciencias. Ha de percatarse de que esa hipersensibilidad inventada por la izquierda es una falacia perjudicial para las personas a las que, precisamente, tendría que beneficiar. Las connotaciones negativas de los términos hipermanipulados por la izquierda han sido impuestas por esa misma izquierda. Nadie en nuestra sociedad (más que los habituales maleducados o criminales, que nunca desaparecerán, ni siquiera en la perfecta sociedad socialista) ha visto connotación negativa alguna desde hace décadas en ser mujer, en ser homosexual o en ser negro, por poner algunos ejemplos. Las implicaciones negativas de tales términos han sido inventadas y realzadas por la izquierda para obtener una narrativa a la que sea difícil oponerse, y muchos votantes (excepto aquellos a los que domina el hartazgo -Vox-) no son capaces de enfrentarse a esta manipulación, del mismo modo que son incapaces de ver el bosque tras el árbol. Y en dicho bosque de la España democrática no se veía una sola minoría discriminada (por mucho que lo repitan las televisiones de la izquierda). Las únicas minorías realmente sometidas y amenazadas eran los no independentistas en el País Vasco y en Cataluña. Hemos de hacer un esfuerzo y comprender que esos grupos victimizados por la izquierda (mujeres, homosexuales, LTGB, etc.) no son víctimas, sino ciudadanos como cualesquiera otros a los que sólo la victimización de la izquierda ha sometido. A los izquierdistas les ocurre como a alguien de izquierdas que conozco: habla maravillas de los homosexuales como colectivo, pero desprecia a todos los homosexuales individuales con los que se relaciona. Es la hipocresía habitual de la izquierda. Nada nuevo bajo el sol. Aunque muchos la ven claramente, les preocupa más lo que piense el hipócrita sobre ellos. Si usted incurre en tamaño error estará derrotado.

 

Esta imposición moral de la izquierda sólo tiene un objetivo: no dejarle pensar, involucrarlo en la visión colectiva de la vida de modo que la considere (la vida) como conflicto permanente entre grupos. Pero la vida no es así. La vida son personas individuales con nombres y apellidos. Cada una es un mundo y así debe ser. Quienes se integran en grupos y piensan como grupo no son más que personas que se han abandonado al pensamiento de la inferioridad, que necesitan someterse a un movimiento y a un pensamiento conjunto porque no tienen valor por sí mismos. Su credo los arropa con consignas simples para mentes sencillas. No acatan la realidad porque son incapaces de distinguir la verdad de la mentira. Culpan a la sociedad de sus limitaciones sin mirarse al espejo y enarbolan la hostilidad como mecanismo de amedrentamiento. No buscan ayudar a la gente, sino servirse de ella para obtener el poder. Poder que no cambia cuando lo alcanzan sino que se ensombrece bajo una maraña de nuevas fórmulas lingüísticas para ocultar una mayor opresión. No son rebeldes, pero necesitan adoctrinarlo a usted para que no dude de ellos, aunque la evidencia de la realidad o de los hechos le diga lo contrario. Cree en mi palabra y no creas en tus ojos, es su primer mandamiento. Su totalitarismo fuerza su pensamiento hasta el absurdo. Puede usted confiar en que rindiéndose lo dejarán en paz. Es usted un ingenuo. Una religión totalitaria siempre necesita más. Vive de retroalimentarse hasta el infinito. Cuando lo convenzan de un mensaje por agotamiento o lo acepte por coacción, atacarán con un nuevo alegato, más falaz aún que el anterior.

 

Libérese y mire a la realidad de frente, por sí mismo. Verá que, una vez la careta ha caído al suelo, la calavera es horrorosa.

 

Winston Galt es escritor. Autor de la distopía política Frío Monstruo

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