Querido Gregorio
Un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel aciago lunes 23 de enero de 1995 en el que fuiste asesinado por un encapuchado, quien te disparó por la espalda.
Fuiste un adalid en defensa del respeto al prójimo y en tu lucha contra el totalitarismo de la banda asesina contra quien te enfrentaste a pecho descubierto, utilizando como única arma, tu palabra; no contentos con tu muerte, llegaron incluso a profanar varias veces tu sepultura, pintarrajeándola y garabateando sus pérfidos lemas. Qué heroicidad.
Mucho ha llovido desde entonces querido Gregorio; nos encontramos con que hace unos años unos políticos europeos decidieron aplicar una doctrina, maldita doctrina, y nuestros gobernantes la ejecutaron de forma inmediata, sumisa y complaciente excarcelando a los victimarios antes de cumplir sus penas. Qué excusa tan propicia.
Los familiares, amigos y compañeros de muchas víctimas han sufrido y sufren el escarnio, la mofa y la burla al ver los recibimientos y agasajos con los que son objeto los "segalaris" al volver a sus localidades de origen. Música y danza para los dioses.
A día de hoy vemos cómo las instituciones han sido prostituidas y en todas ellas antiguos terroristas y sus voceros pisan moqueta y cobran un pingüe salario a costa del presupuesto, no haciéndoles falta ya cobrar aquel mal llamado "impuesto revolucionario". Quién te lo iba a decir.
Por si todo lo anterior fuese poco, nos encontramos con algo más de trescientos casos de compatriotas como tú, asesinados por la misma banda, pero sin saber quiénes fueron los esbirros que apretaron el gatillo o activaron los siniestros artefactos. Qué zalantza (incertidumbre) tan angustiosa.
Han inaugurado una exposición en tu querido San Sebastián donde poder ver quién fuiste y cuál fue tu labor, una magnífica oportunidad para que los alumnos de las ikastolas y colegios vayan y se empapen de democracia y respeto, valores que fueron tu santo y seña y por los que fuiste martirizado; una clase práctica que los alumnos no olvidarán, caso que decidan llevarlos. Me malicio que va a ser que no.
Tu esposa e hijo recorren de vez en cuando varios cientos de kilómetros para visitarte en el camposanto, pero nadie se entera, no hacen publicidad de ello, no se quejan y se limitan a llevar la pesada mochila sobre sus hombros, donde siempre la llevarán cual tatuaje indeleble.
En fin, Gregorio, no olvidaré jamás aquella mañana sabatina en la que nos conocimos en una pequeña tienda de ultramarinos en la Plaza del Sauce, donde estabas haciendo la compra, ya que Ana estaba en casa, ocupándose del txiki Javier. Fueron unos quince minutos de conversación y confidencias cuyo recuerdo guardo como si se tratase de la piedra preciosa más valiosa. No nos permitieron repetir el encuentro.
Algún día volveremos a vernos. Gracias por tu ejemplo, querido amigo Gregorio.
Un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel aciago lunes 23 de enero de 1995 en el que fuiste asesinado por un encapuchado, quien te disparó por la espalda.
Fuiste un adalid en defensa del respeto al prójimo y en tu lucha contra el totalitarismo de la banda asesina contra quien te enfrentaste a pecho descubierto, utilizando como única arma, tu palabra; no contentos con tu muerte, llegaron incluso a profanar varias veces tu sepultura, pintarrajeándola y garabateando sus pérfidos lemas. Qué heroicidad.
Mucho ha llovido desde entonces querido Gregorio; nos encontramos con que hace unos años unos políticos europeos decidieron aplicar una doctrina, maldita doctrina, y nuestros gobernantes la ejecutaron de forma inmediata, sumisa y complaciente excarcelando a los victimarios antes de cumplir sus penas. Qué excusa tan propicia.
Los familiares, amigos y compañeros de muchas víctimas han sufrido y sufren el escarnio, la mofa y la burla al ver los recibimientos y agasajos con los que son objeto los "segalaris" al volver a sus localidades de origen. Música y danza para los dioses.
A día de hoy vemos cómo las instituciones han sido prostituidas y en todas ellas antiguos terroristas y sus voceros pisan moqueta y cobran un pingüe salario a costa del presupuesto, no haciéndoles falta ya cobrar aquel mal llamado "impuesto revolucionario". Quién te lo iba a decir.
Por si todo lo anterior fuese poco, nos encontramos con algo más de trescientos casos de compatriotas como tú, asesinados por la misma banda, pero sin saber quiénes fueron los esbirros que apretaron el gatillo o activaron los siniestros artefactos. Qué zalantza (incertidumbre) tan angustiosa.
Han inaugurado una exposición en tu querido San Sebastián donde poder ver quién fuiste y cuál fue tu labor, una magnífica oportunidad para que los alumnos de las ikastolas y colegios vayan y se empapen de democracia y respeto, valores que fueron tu santo y seña y por los que fuiste martirizado; una clase práctica que los alumnos no olvidarán, caso que decidan llevarlos. Me malicio que va a ser que no.
Tu esposa e hijo recorren de vez en cuando varios cientos de kilómetros para visitarte en el camposanto, pero nadie se entera, no hacen publicidad de ello, no se quejan y se limitan a llevar la pesada mochila sobre sus hombros, donde siempre la llevarán cual tatuaje indeleble.
En fin, Gregorio, no olvidaré jamás aquella mañana sabatina en la que nos conocimos en una pequeña tienda de ultramarinos en la Plaza del Sauce, donde estabas haciendo la compra, ya que Ana estaba en casa, ocupándose del txiki Javier. Fueron unos quince minutos de conversación y confidencias cuyo recuerdo guardo como si se tratase de la piedra preciosa más valiosa. No nos permitieron repetir el encuentro.
Algún día volveremos a vernos. Gracias por tu ejemplo, querido amigo Gregorio.