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Pablo Mosquera
Domingo, 02 de Febrero de 2020 Tiempo de lectura:

No hice amigos en el Parlamento vasco

Vivo en Galicia, en plena naturaleza, al norte del norte, entre la mar y el viento. Las noticias me llegan tamizadas por la lluvia, las galernas cantábricas, las fragas milenarias y las leyendas celtas.

 

No podía dar crédito. Llaman desde Euskadi para localizarme a través de una librería. Al menos saben que soy asiduo para tales establecimientos. El motivo, ETB quiere hacer un audiovisual para celebrar los cuarenta años del Parlamento Vasco. ¡Han pasado cuarenta años! ¿Cómo es posible, y a qué velocidad?. Al menos, estamos vivos. Al menos, nos recuerdan. Al menos, pondré en orden ideas, recuerdos y papeles...

 

Hace poco, vinieron mis hijos y nietos a verme. Aproveché para regalarles las medallas que me dieron en mi condición de parlamentario vasco por Álava. Quiero que las conserven. Quiero que algún día les cuenten a mis sucesores Mosquera, que hubo uno de su estirpe luchando por la democracia y las libertades en tierra de vascones. Que llegué a ganar dos elecciones. Al Parlamento vasco por Vitoria en 1994, y a las Juntas Generales de Álava en 1992. ¡Sí, un gallego, como aquel Eduardo Dato al que le dedicaron la calle céntrica en Vitoria!. Menos mal que, en mi caso, no lograron quitarme del medio, aunque lo intentaron, desde el nacionalismo.

 

Cinco legislaturas en el antiguo edificio del Instituto de Enseñanza Media en el parque de la Florida en la capital alavesa que fue declarada capital de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Un médico hospitalario dedicado a tareas legislativas. Un Mariñano testigo de tantos y tantos acontecimientos, algunos públicos, otros discretos.  

 

Hay recuerdos para el orgullo. Nunca dependí de la política. Tenía mi carrera profesional. Había venido a Euskadi para servirles una organización sanitaria moderna. Les puse en marcha un Hospital que primero era del INP, pasó al Gobierno Vasco con las transferencias y la consecución del Servicio Vasco de Salud. Mientras otros parlamentarios/as se inventaban profesiones y se colocaban atributos en apellidos para darse postín y hacer creer eran de origen noble, yo siempre fui Mosquera, sin el 'De'. Y siempre fui un médico, un funcionario de un Cuerpo Nacional de élite.    

 

Como primer portavoz de Unidad Alavesa, en 1990, advertí que si el Parlamento vasco estaba por la autodeterminación, mis seguidores exigiríamos una consulta en Álava para ser como Navarra, una Comunidad Foral dentro de España y fuera de Euskadi.

 

En varias de mis intervenciones sobre el Estado de la Comunidad, advertí que se aproximaban tres graves problemas. Envejecimiento poblacional. Movimientos migratorios. Enfermedades Infectocontagiosas para las que no estábamos preparados.

 

Fui el portavoz que pidió un debate monográfico sobre la pobreza en el País Vasco, como consecuencia de la crisis que afectó a los Altos Hornos y a las Astilleros. Las medidas fueron muy novedosas. Entre ellas, el reparto del trabajo, el contrato relevo, la jornada semanal de 35 horas.

 

El desarrollo estatutario con la legislación en materias de sanidad, policía, radio-televisión, educación, drogodependencias, servicios sociales, salud laboral, consumo, comercio, turismo, deporte, ordenación del territorio, presupuestos generales, aportaciones entre Régimen Foral y Común. En todos estos debates participé con máxima notoriedad.   

 

Lo peor, sin duda, la violencia terrorista. Los atentados. El clima de crispación que se extendía por las calles y que tenía en la juventud sus principales protagonistas. Nunca olvidaré los cantos de los ultras de Mendizorroza: "¡Mosquera muérete. Mosquera, pin-pan-pum.!". Las continuas manifestaciones por los asesinatos. La chulería del nacionalismo contra los españoles. El odio.

 

También aprendí que la política puede ser miserable. Y así, descubrí que los peores enemigos estaban en mi propia formación. Miserables que se reían haciendo daño. La verdad es que no tengo ningunas ganas de ver a determinados coincidentes en las siglas. Los que se vendieron al PNV. Los que decidieron hacer de la política una forma de vida por encima de sus propios méritos. El racismo campando por las calles de Vitoria, recordando que yo no era alavés, que era gallego. Me encantaría que alguien hiciera una tesis doctoral sobre cada parlamentario. Su procedencia social. Sus méritos reales, más allá del ilustrísimo que alcanzaron, algunos sin titulación alguna. Algunas con negocios de dulcería que se convirtieron en portavoces y luego se permitieron señalar que a mí nunca me habrían hecho director de hospital público en Galicia si no hubiera sido por la política. Cuidado con ellos y ellas. Terminarán siendo cargos electos en Vox. 

 

Conocí a tres lendakaris. 'Garaico', un político sibilino. Ardanza, un caballero. Ibarretxe, una persona que terminó siendo un iluminado. Y luego aquellos profetas del PNV, convencidos que Euskadi era de su propiedad, y que sólo desde el nacionalismo daban carta de naturaleza a los de fuera. Admito que durante mucho tiempo consiguieron que odiara a los vascos. Y que en mi Galicia, cargada de historia, con idioma propio, con un patrimonio inmenso de identidad, me dispusiera a ajustar cuentas con vasquitos y nesquitas...

 

¡Me equivoqué!. La política afectó gravemente a mi vida, mi profesión, mi carrera socio-sanitaria, mi salud, mi familia. Total, para que algunos se hicieran ricos, pues los conflictos siempre son un gran negocio para unos pocos.    

 

No hice amigos en aquel Parlamento vasco. Cinco legislaturas que me pusieron en el disparadero. Algunos de los que allí se sentaban, no tenían nada que perder, pues no eran nada. Pero yo sí que era y me tocó perder...

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