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Miércoles, 19 de Febrero de 2020 Tiempo de lectura:

Malditos sean. Dejen de profanar el Templo de la Infancia

[Img #17097]Existe toda una literatura, muy subvencionada y objeto de promoción, destinada a la corrupción de menores. En principio, tal horrendo género viene encubierto por un término ambiguo como es el de “igualdad”. ¿Qué persona en su sano juicio iba a oponerse a la sagrada igualdad? De la misma manera que bajo el término “democracia” se han ocultado los más atroces genocidios y las más fieras dictaduras, ahora, bajo la dictadura posmoderna de esta “igualdad”, en la que, como dijo un profeta del siglo XX, unos somos más iguales que otros, es lícito adoctrinar a los niños y deviene legal ensuciar sus mentes.

 

Otra necia palabra de nuestro tiempo es “normalizar”, vocablo que, junto con otros horrores léxicos –cuales son “visibilizar”, “poner en valor” y “empoderar”- reservan tras su cacofonía un no menor horror ideológico. Se normaliza aquello que no es normal, aquello que siempre ha sido -a ojos vulgares y sabios- una anormalidad o una subnormalidad pero que, por obra y gracia de inyecciones de doctrina, autoritariamente puestas en colegios e institutos, aplicadas por personal debidamente descualificado, se logra elevar a pensamiento atmosférico, inconsciente, respirable y vegetativo justamente aquellas anormalidades que no admitiría salvo un chalado o un pervertido.

 

El demonio inspira a estos escritores y escritoras que “normalizan” lo que no es normal, sino enfermo y pecaminoso. El demonio, sí, y también las lindas subvenciones y posibilidades publicitarias que la literatura ensuciadora y adoctrinadora ofrecen. El demonio y esa degeneración del feminismo que, como señala en este medio una valiente defensora de este movimiento (Lidia Falcón), ha sido creado para dividirlo, dinamitarlo y hacerlo desaparecer, sustituyéndolo por la ideología de género. Cientos de géneros e identidades “fluidas” y “deconstruidas”, y cuentistas especializados en intoxicar, vienen a escena, cual tropa misionera, con ánimo de usurpar el cuerpo y el cerebro de los niños y las niñas. Y vienen sembrándoles dudas, arrebatándoles infancias e ingenuos placeres lúdicos. Vienen trocándoselos por dudas y porquerías que sólo adultos torturados deberían albergar, y matan al niño en cuanto tal niño.

 

¿No hacemos nada por defender a nuestros niños? Cualquier pelagatos de una fundación o consultoría desplaza a un docente que ha sacado su plaza por oposición y, en horas lectivas cedidas a la fuerza o en periodos de “tutoría”, contratados por los poderes “que nos hemos dado”, se dedica dicho enchufado a ensuciar el ya de por sí vomitado y degenerado ámbito escolar y académico. ¿Los padres callarán, consentirán? ¿Hasta dónde llegarán sus tragaderas? Y los inspectores, directores de centros y demás “supervisores educativos” (que son legión, sobre todo a la hora de verificar si un docente pone “links” en las programaciones o “pondera” los “estándares” adecuadamente”): ¿nunca aplicarán este celo inquisidor a los talleres de empoderamiento, igualdad, a los cursos de iniciación sexual y a las vacunas contra la elegetebeifobia, etc.?

 

Una sociedad enferma y marrana hemos creado. Una España maníaca y depravada, que no protege a sus hijos y permite que la ideología (la más feroz ideología, la ideología de género) se apropie de sus mentes y cuerpos, les robe la infancia y extermine su santa ingenuidad. El pecado de un partido que lanzó a España a la guerra, matando a religiosos y a rivales, todos inocentes, volando por los aires los lugares sagrados y profanando símbolos de fe y patria, incendiando templos y dañando la convivencia, se consuma y potencia en el siglo siguiente, este XXI, con la peor irrupción de su turba y de su veneno: la irrupción en ese Templo de la Humanidad que es la infancia para quemarlo y violarlo. Malditos sean.

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