Las cosas importantes de la existencia
He de reconocer que me aburre olímpicamente el culebrón del PP y Ciudadanos intentando salvar los muebles que hace tiempo ardieron por falta de convicciones, de ideología de la buena y de patriotismo.
Cuando yo hablo de patriotismo no me refiero al de Habermas. El patriotismo con adjetivo de coyuntura, el llamado constitucional.
Yo solo creo en un patriotismo: el que defiende la casa del padre. Aquel patriotismo que respeta y honra el sufrimiento, el sacrificio y los valores que surgieron de nuestros antepasados para construir un espacio de civilización, de verdaderas libertades que nacen de los valores eternos, aquellos valores que posibilitaron el gran espacio de coexistencia y de destino que fue la Hispanidad en el mundo. Un orden mundial que a punto estuvo de constituirse en gran espacio donde se cumplieran de verdad los derechos humanos y la dignidad de la persona, la defensa a ultranza de la verdad, o al menos su búsqueda, el desarrollo civilizador y el respeto a los aborígenes de las tierras evangelizadas, etc.
Valores como el honor, el compromiso con ideales fuertes, la identidad y la unidad, la transmisión de la cultura antropológica y su defensa a ultranza para preservarla, quedaron extirpados cuando murió la Hispanidad como concepto. Murieron cuando llegaron las modas foráneas que denigraban a lo propio, y los que deberían defender la casa del padre se sumaron a esas ideas de laicidad como objetivo, de desmantelamiento del edificio que estaba formando esa Hispanidad por un virus que se fue extendiendo como una pandemia; el virus de las logias que atacaban al catolicismo con furia alimentada desde la piratería protestante ávida de extender su imperialismo depredador, arrasando el imperialismo generador que trataba por igual a la metrópoli que las tierras conquistadas.
Esos son los especímenes que nos acompañaban en la aventura solamente con el ánimo de enriquecerse, traicionando, en cuanto tuvieron la primera oportunidad, el mandato testamentario de Isabel la Católica, el Cardenal Cisneros y Francisco de Vitoria que trasladaban el ideal renacentista sin abandonar la Escolástica, buscando nuevos mundos para abarcar espacios de civilidad. Los nuevos mercaderes de causas nobles, desvirtuándolas. Esos que se mesaban los cabellos al perder el negocio de Cuba y los negocios de ultramar, pegando una patada a la mesa porque ya no les servía el juego. Malos perdedores.
Me importa un bledo que al frente de un partido político u otro esté un tirio o un troyano si en el fondo de la cuestión no está la defensa de la casa común que es la Hispanidad, sino el reparto de despojos. Unos despojos derivados de la destrucción de la cultura antropológica no transmitida sino sustituida por ídolos de destrucción de la dignidad humana bajo apariencias de ideologías de nuevo cuño que en nada tienen que ver con el ideal del Hombre con mayúscula que se plantea ideas trascendentes, su propia esencia y existencia como ser con una misión de vida, con un sentido existencial, superador de relativismos inanes y vaciadores de todo significado existencial.
Sí. Soy un creyente dubitativo. Y creo en un Estado respetuoso de los diferentes cultos, pero sin olvidar cuál es nuestra civilización y de dónde venimos. Y, por tanto, defiendo la catolicidad de nuestra cultura porque es ecuménica, universal, en tanto que defiende la dignidad de cada una de las personas que formamos el universo civilizador hispano, o lo que es lo mismo aquel Imperio generador de los siglos XV y XVI que ignoramos porque hemos sido abducidos para extirparlo de nuestras conciencias colectivas. No pretendo que se imponga una religión, pretendo que se respete y se conserve nuestro éthos, nuestro sentido existencial y nuestro ánthropos.
Creo en que nuestra lengua común es la que define nuestra forma de pensar. El pensamiento es conocimiento y el conocimiento conforma y enriquece el pensamiento.
Cada una de las ideas que pasan por nuestro cerebro están formadas por palabras y cada una de ellas forma parte de nuestra cosmovisión por tener un significado. Si aceptamos que los ingenieros del comportamiento que tratan de subyugarnos, y llevarnos a cordel por donde ellos quieren que transitemos, modifiquen el significado etimológico de las palabras y de los conceptos, formando una masa teledirigida hacia conductas colectivas talladas a la medida de sus intereses de control y dominio, estaremos cayendo en una esclavitud y perdiendo la libertad que ha caracterizado nuestra forma de ser y de vivir.
Las expresiones de autodeterminación personal son propias de personas que no son asimilables a la idea de individuos alienados sujetos a planteamientos socializantes totalizadores, que asumen, sin que nadie se lo haya concedido, el atributo arbitrario del ejercicio de derechos colectivos vulneradores de la libertad y del albedrío individual.
La lengua española, no el dialecto castellano que es otra cosa, es la común de seiscientos millones de habitantes del mundo en plena expansión. Es nuestro orgullo como comunidad histórica. El ataque que está sufriendo en donde surgió y se expandió por leyes de la naturaleza, protagonizado por quienes quieren destruir nuestra personalidad colectiva, no está siendo frenado, y quienes tienen la responsabilidad institucional de hacerlo no están poniendo obstáculos a su demolición programada. Por eso, me importa un bledo quién gobierne si de entre ese conglomerado de intereses de control político no está contemplado en su programa la preservación del patrimonio cultural que supone nuestra historia, nuestra lengua, nuestra identidad y nuestra pertenencia a algo grande como fue la Hispanidad; que deberíamos recuperar uniendo a todas las naciones que surgieron de ella.
¿Partidos políticos, para qué? Si no me sirven para nada.
He de reconocer que me aburre olímpicamente el culebrón del PP y Ciudadanos intentando salvar los muebles que hace tiempo ardieron por falta de convicciones, de ideología de la buena y de patriotismo.
Cuando yo hablo de patriotismo no me refiero al de Habermas. El patriotismo con adjetivo de coyuntura, el llamado constitucional.
Yo solo creo en un patriotismo: el que defiende la casa del padre. Aquel patriotismo que respeta y honra el sufrimiento, el sacrificio y los valores que surgieron de nuestros antepasados para construir un espacio de civilización, de verdaderas libertades que nacen de los valores eternos, aquellos valores que posibilitaron el gran espacio de coexistencia y de destino que fue la Hispanidad en el mundo. Un orden mundial que a punto estuvo de constituirse en gran espacio donde se cumplieran de verdad los derechos humanos y la dignidad de la persona, la defensa a ultranza de la verdad, o al menos su búsqueda, el desarrollo civilizador y el respeto a los aborígenes de las tierras evangelizadas, etc.
Valores como el honor, el compromiso con ideales fuertes, la identidad y la unidad, la transmisión de la cultura antropológica y su defensa a ultranza para preservarla, quedaron extirpados cuando murió la Hispanidad como concepto. Murieron cuando llegaron las modas foráneas que denigraban a lo propio, y los que deberían defender la casa del padre se sumaron a esas ideas de laicidad como objetivo, de desmantelamiento del edificio que estaba formando esa Hispanidad por un virus que se fue extendiendo como una pandemia; el virus de las logias que atacaban al catolicismo con furia alimentada desde la piratería protestante ávida de extender su imperialismo depredador, arrasando el imperialismo generador que trataba por igual a la metrópoli que las tierras conquistadas.
Esos son los especímenes que nos acompañaban en la aventura solamente con el ánimo de enriquecerse, traicionando, en cuanto tuvieron la primera oportunidad, el mandato testamentario de Isabel la Católica, el Cardenal Cisneros y Francisco de Vitoria que trasladaban el ideal renacentista sin abandonar la Escolástica, buscando nuevos mundos para abarcar espacios de civilidad. Los nuevos mercaderes de causas nobles, desvirtuándolas. Esos que se mesaban los cabellos al perder el negocio de Cuba y los negocios de ultramar, pegando una patada a la mesa porque ya no les servía el juego. Malos perdedores.
Me importa un bledo que al frente de un partido político u otro esté un tirio o un troyano si en el fondo de la cuestión no está la defensa de la casa común que es la Hispanidad, sino el reparto de despojos. Unos despojos derivados de la destrucción de la cultura antropológica no transmitida sino sustituida por ídolos de destrucción de la dignidad humana bajo apariencias de ideologías de nuevo cuño que en nada tienen que ver con el ideal del Hombre con mayúscula que se plantea ideas trascendentes, su propia esencia y existencia como ser con una misión de vida, con un sentido existencial, superador de relativismos inanes y vaciadores de todo significado existencial.
Sí. Soy un creyente dubitativo. Y creo en un Estado respetuoso de los diferentes cultos, pero sin olvidar cuál es nuestra civilización y de dónde venimos. Y, por tanto, defiendo la catolicidad de nuestra cultura porque es ecuménica, universal, en tanto que defiende la dignidad de cada una de las personas que formamos el universo civilizador hispano, o lo que es lo mismo aquel Imperio generador de los siglos XV y XVI que ignoramos porque hemos sido abducidos para extirparlo de nuestras conciencias colectivas. No pretendo que se imponga una religión, pretendo que se respete y se conserve nuestro éthos, nuestro sentido existencial y nuestro ánthropos.
Creo en que nuestra lengua común es la que define nuestra forma de pensar. El pensamiento es conocimiento y el conocimiento conforma y enriquece el pensamiento.
Cada una de las ideas que pasan por nuestro cerebro están formadas por palabras y cada una de ellas forma parte de nuestra cosmovisión por tener un significado. Si aceptamos que los ingenieros del comportamiento que tratan de subyugarnos, y llevarnos a cordel por donde ellos quieren que transitemos, modifiquen el significado etimológico de las palabras y de los conceptos, formando una masa teledirigida hacia conductas colectivas talladas a la medida de sus intereses de control y dominio, estaremos cayendo en una esclavitud y perdiendo la libertad que ha caracterizado nuestra forma de ser y de vivir.
Las expresiones de autodeterminación personal son propias de personas que no son asimilables a la idea de individuos alienados sujetos a planteamientos socializantes totalizadores, que asumen, sin que nadie se lo haya concedido, el atributo arbitrario del ejercicio de derechos colectivos vulneradores de la libertad y del albedrío individual.
La lengua española, no el dialecto castellano que es otra cosa, es la común de seiscientos millones de habitantes del mundo en plena expansión. Es nuestro orgullo como comunidad histórica. El ataque que está sufriendo en donde surgió y se expandió por leyes de la naturaleza, protagonizado por quienes quieren destruir nuestra personalidad colectiva, no está siendo frenado, y quienes tienen la responsabilidad institucional de hacerlo no están poniendo obstáculos a su demolición programada. Por eso, me importa un bledo quién gobierne si de entre ese conglomerado de intereses de control político no está contemplado en su programa la preservación del patrimonio cultural que supone nuestra historia, nuestra lengua, nuestra identidad y nuestra pertenencia a algo grande como fue la Hispanidad; que deberíamos recuperar uniendo a todas las naciones que surgieron de ella.
¿Partidos políticos, para qué? Si no me sirven para nada.