Ensayo
El coronavirus eres tú
Gobiernos incapaces de tomar las decisiones drásticas y necesarias (por cálculo político o negligencia manifiesta) o que las evitan todo lo posible hasta que los hechos obligan. Comunidades sin término medio cuando la crisis impacta (con compras compulsivas y teorías de la conspiración), entre el pánico a sobrevivir sin lo que se creía seguro y habitual o el desinterés por lo que le pase al vecino. Ciudadanos que no asumen su responsabilidad cívica (primando su derecho al ocio), haciendo caso omiso a recomendaciones necesarias o evadiendo obligaciones con los demás. Se propaga una enfermedad, se demuestra el estado de una nación.
El coronavirus eres tú, con tu acción o con tu omisión; podría estar en tu cuerpo y en los de tus allegados, está en tu vida y en la de tu comunidad. Y tú, o eres parte de un sistema de producción y consumo que no puede parar, y difunde a diestro y siniestro patógenos sin control en tus centros de ocio o en tus lugares de vicio; o tú eres parte de la solución de siempre, volviendo al hogar, a la familia, al barrio, a la tienda más cercana cuando el escenario se pone muy feo.
“¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños” (Isaias, 1:5-7).
“El pánico es más contagioso que la peste y se comunica en un instante”, señalaba Gogol. Y más en sociedades globales e hiperconsumistas con verdades siempre relativas, amplios medios digitales de comunicación y libertades consideradas sacrosantas. “Muchas veces nace la enfermedad del mismo remedio” nos enseñó Baltasar Gracián: sistemas globalistas que difunden tendencias y turistas pero que expanden también basura (contaminación) y enfermedades (pandemia); que imponen identidades individualistas sin freno en las buenas (con consumidores compulsivos y productores flexibles) pero “recomiendan” lealtades colectivas solidarias en las malas. En pleno siglo XXI y en pleno mundo occidental, calles desiertas y negocios cerrados, estanterías vacías y cuarentenas obligatorias, el desempleo creciendo y las Bolsas en caída, bulos en difusión y verdades escondidas, políticos contaminados y políticos contaminantes; el escenario después de una batalla posmoderna.
“!!Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!. ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento? ¿En dónde dejaréis vuestra gloria?. Sin mí se inclinarán entre los presos, y entre los muertos caerán. Ni con todo esto ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida” (Isaias, 10: 2-4).
Una crisis más, otra previsión que no se hizo. Había estudios previos, existían alarmas claras, conocíamos experiencias similares, se sucedían advertencias técnicas en las catástrofes económicas, convulsiones políticas, alarmas medioambientales, dramas sociales... y ahora en las alertas sanitarias. Siempre nos creímos inmunes o siempre tenemos miedo al que dirán. Habíamos olvidado pronto guerras y hambrunas de nuestro pasado; el Welfare State nos hacía supuestamente inmunes a la crisis; las redes sociales modernas fiscalizan a cada segundo; y los remedios rápidos y baratos se pueden visualizar en Youtube o adquirir en Amazon. Pero, como siempre en la Historia, lo frágil es antropológicamente humano, como obstáculo para la plenitud o como oportunidad de superarse. Y esa fragilidad la creíamos como un efecto no deseado, una consecuencia inevitable, otro fallo ajeno, un castigo divino… del que aprender o al que sobrevivir.
“¡Cómo se ha prostituido la villa fiel: estaba llena de rectitud; la justicia moraba en ella, y ahora moran los asesinos! Tu plata se ha vuelto escoria, está aguado tu vino; tus gobernantes son bandidos, cómplices de ladrones: amigos de sobornos, en busca de regalos. No protegen el derecho del huérfano, ni atienden la causa de la viuda” (Isaias, 1:21-23).
El coronavirus siempre has sido tu. Anida en tu cuerpo, afecta a tu salud, lo puedes propagar e impacta en nuestra forma de vida liberal-consumista. Sin ti no es nada. Hay tratamientos para luchar y habrá vacunas para evitarlo, hay medidas para contenerlo y ayudas para superar sus efectos. Sin ti no hay remedio que valga. Se irá este virus, y aparecerán otras crisis agudas; superaremos el Covid-19 pero quedarán, como nunca, efectos socioeconómicos terribles para los más humildes; aprenderemos la lección de la coyuntura y olvidaremos el cambio moral que nos exige el tiempo histórico.
Hay señales que siempre se ven a lo lejos y lecciones que enseñan la experiencia pasada. Nada es inevitable pero todo vuelve a suceder; la contradicción esencial del ser humano en sociedad. Sufrir y aguantar, colaborar y compartir, aceptar y acatar, restringir y racionar… verbos en nuestra Historia que durante siglos acompañaron los discursos y las súplicas ante el desastre provocado o acontecido. Y, para comprender, y para actuar, nos han dado en herencia el valioso instrumento comunitario (diverso en el espacio y el tiempo) que subrayaba ese sentido común, a veces cruel a veces descarnado, ante el choque, el miedo, la escasez. Lo conocemos desde antaño: un desarrollo humano sostenible e integral, basado en las “primeras verdades”, para todos los hombres y para todo el hombre que nos prepare para el infortunio y nos guíe en la reconstrucción. Pero a este desarrollo no sirve la propaganda de los lemas llamativos y las acciones mediáticas, o las fútiles tendencias de moda y construcciones ideológicas prefabricadas; a él solo sirve algo enraizado en nuestra débil y frágil humanidad, que comprende y ampara desde la solidaridad y el amor cuando la crisis llega.
“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaias, 1.16-17)
(*) El profesor Sergio Fernández Riquelme es autor del libro Perfiles Identitarios, publicado por La Tribuna del País Vasco
Gobiernos incapaces de tomar las decisiones drásticas y necesarias (por cálculo político o negligencia manifiesta) o que las evitan todo lo posible hasta que los hechos obligan. Comunidades sin término medio cuando la crisis impacta (con compras compulsivas y teorías de la conspiración), entre el pánico a sobrevivir sin lo que se creía seguro y habitual o el desinterés por lo que le pase al vecino. Ciudadanos que no asumen su responsabilidad cívica (primando su derecho al ocio), haciendo caso omiso a recomendaciones necesarias o evadiendo obligaciones con los demás. Se propaga una enfermedad, se demuestra el estado de una nación.
El coronavirus eres tú, con tu acción o con tu omisión; podría estar en tu cuerpo y en los de tus allegados, está en tu vida y en la de tu comunidad. Y tú, o eres parte de un sistema de producción y consumo que no puede parar, y difunde a diestro y siniestro patógenos sin control en tus centros de ocio o en tus lugares de vicio; o tú eres parte de la solución de siempre, volviendo al hogar, a la familia, al barrio, a la tienda más cercana cuando el escenario se pone muy feo.
“¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños” (Isaias, 1:5-7).
“El pánico es más contagioso que la peste y se comunica en un instante”, señalaba Gogol. Y más en sociedades globales e hiperconsumistas con verdades siempre relativas, amplios medios digitales de comunicación y libertades consideradas sacrosantas. “Muchas veces nace la enfermedad del mismo remedio” nos enseñó Baltasar Gracián: sistemas globalistas que difunden tendencias y turistas pero que expanden también basura (contaminación) y enfermedades (pandemia); que imponen identidades individualistas sin freno en las buenas (con consumidores compulsivos y productores flexibles) pero “recomiendan” lealtades colectivas solidarias en las malas. En pleno siglo XXI y en pleno mundo occidental, calles desiertas y negocios cerrados, estanterías vacías y cuarentenas obligatorias, el desempleo creciendo y las Bolsas en caída, bulos en difusión y verdades escondidas, políticos contaminados y políticos contaminantes; el escenario después de una batalla posmoderna.
“!!Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!. ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento? ¿En dónde dejaréis vuestra gloria?. Sin mí se inclinarán entre los presos, y entre los muertos caerán. Ni con todo esto ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida” (Isaias, 10: 2-4).
Una crisis más, otra previsión que no se hizo. Había estudios previos, existían alarmas claras, conocíamos experiencias similares, se sucedían advertencias técnicas en las catástrofes económicas, convulsiones políticas, alarmas medioambientales, dramas sociales... y ahora en las alertas sanitarias. Siempre nos creímos inmunes o siempre tenemos miedo al que dirán. Habíamos olvidado pronto guerras y hambrunas de nuestro pasado; el Welfare State nos hacía supuestamente inmunes a la crisis; las redes sociales modernas fiscalizan a cada segundo; y los remedios rápidos y baratos se pueden visualizar en Youtube o adquirir en Amazon. Pero, como siempre en la Historia, lo frágil es antropológicamente humano, como obstáculo para la plenitud o como oportunidad de superarse. Y esa fragilidad la creíamos como un efecto no deseado, una consecuencia inevitable, otro fallo ajeno, un castigo divino… del que aprender o al que sobrevivir.
“¡Cómo se ha prostituido la villa fiel: estaba llena de rectitud; la justicia moraba en ella, y ahora moran los asesinos! Tu plata se ha vuelto escoria, está aguado tu vino; tus gobernantes son bandidos, cómplices de ladrones: amigos de sobornos, en busca de regalos. No protegen el derecho del huérfano, ni atienden la causa de la viuda” (Isaias, 1:21-23).
El coronavirus siempre has sido tu. Anida en tu cuerpo, afecta a tu salud, lo puedes propagar e impacta en nuestra forma de vida liberal-consumista. Sin ti no es nada. Hay tratamientos para luchar y habrá vacunas para evitarlo, hay medidas para contenerlo y ayudas para superar sus efectos. Sin ti no hay remedio que valga. Se irá este virus, y aparecerán otras crisis agudas; superaremos el Covid-19 pero quedarán, como nunca, efectos socioeconómicos terribles para los más humildes; aprenderemos la lección de la coyuntura y olvidaremos el cambio moral que nos exige el tiempo histórico.
Hay señales que siempre se ven a lo lejos y lecciones que enseñan la experiencia pasada. Nada es inevitable pero todo vuelve a suceder; la contradicción esencial del ser humano en sociedad. Sufrir y aguantar, colaborar y compartir, aceptar y acatar, restringir y racionar… verbos en nuestra Historia que durante siglos acompañaron los discursos y las súplicas ante el desastre provocado o acontecido. Y, para comprender, y para actuar, nos han dado en herencia el valioso instrumento comunitario (diverso en el espacio y el tiempo) que subrayaba ese sentido común, a veces cruel a veces descarnado, ante el choque, el miedo, la escasez. Lo conocemos desde antaño: un desarrollo humano sostenible e integral, basado en las “primeras verdades”, para todos los hombres y para todo el hombre que nos prepare para el infortunio y nos guíe en la reconstrucción. Pero a este desarrollo no sirve la propaganda de los lemas llamativos y las acciones mediáticas, o las fútiles tendencias de moda y construcciones ideológicas prefabricadas; a él solo sirve algo enraizado en nuestra débil y frágil humanidad, que comprende y ampara desde la solidaridad y el amor cuando la crisis llega.
“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaias, 1.16-17)
(*) El profesor Sergio Fernández Riquelme es autor del libro Perfiles Identitarios, publicado por La Tribuna del País Vasco