Covid-19: una corona para los muertos
Lo más desolador de estos dos meses de pandemia en España es la respuesta que el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, ofreció cuando se le preguntó por qué en Alemania hay muchísimas menos muertes que en España. El "no lo puedo explicar" causa un estupor terrorífico y explica la mayor parte de las cosas que están ocurriendo en nuestro país. Explica la ineptitud de los que se enfrentan desde el punto de vista técnico, científico y político a la emergencia.
Ante una circunstancia tan evidente como la diferencia de víctimas mortales entre un país y otro, alguien con un mínimo de cerebro y conciencia lo primero que hace es preguntarse y preguntar qué están haciendo otros que no hayamos hecho nosotros. Es desolador comprobar que esa respuesta es de hace apenas unos días, avanzada ya la segunda quincena de marzo. Si usted, como científico o, al menos, técnico, y con el cargo que ocupa, no se ha preocupado de saber qué han hecho bien otros países que no hayamos hecho nosotros demuestra estar incapacitado para seguir en ese cargo un minuto más. Y con usted los que lo han designado. No nos referimos sólo a Alemania, sino a Corea del Sur, Taiwán o Singapur.
Pero en España, las responsabilidades políticas son sólo para la denostada derecha. La izquierda no ha de asumir responsabilidades políticas. Todo, siempre, es culpa de otros.
Según las investigaciones internacionales, mencionadas en un artículo de este periódico recientemente, los infectados no detectados ni diagnosticados son responsables de más del 70% de los afectados y, en consecuencia, en lógica proporción, de las muertes. Si una de las cosas que sí han hecho Alemania y otros países de los mencionados y no ha hecho España (ni siquiera a estas alturas) son los test masivos, hay alguien que tomó la decisión de no hacerlos. Si no se hicieron porque no había suficientes aparatos, hay alguien responsable de no haberlos conseguido en dos meses.
Pero la izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna. Siempre es culpa de otros.
Si alguien, alertado, ahora lo sabemos, cuando menos desde el día 2 de febrero, optó por no tomar medidas y permitir manifestaciones multitudinarias, eventos deportivos multitudinarios y asambleas políticas multitudinarias sin tomar medida alguna, es responsable, en lógica proporción, de casi el 80% de los contagios y de casi el 80% de las muertes.
Pero la izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna. Siempre es culpa de otros.
Tal vez tenga que ver con las decisiones que se tomaron esa ventaja que la izquierda siempre encuentra en el dolor y la muerte: la politización del dolor de la que ha pontificado en varias ocasiones el Pequeño Lenin es un buen caldo de cultivo para el populismo, versión aparente del comunismo. No voy a insistir en lo que sabe todo el mundo: el Gobierno español no sólo decidió restringir los test de corovanirus sino que no tuvo la previsión de adquirirlos por si fueran necesarios. A pesar de ser la única Administración que tenía toda la información sobre la epidemia, no tomó medida alguna preventiva, no ya de prohibir las reuniones públicas, sino tampoco de adquirir material de equipamiento médico para su eventual uso posterior. Se negó a actuar como sí hicieron otros países tan democráticos o más que el nuestro: Corea del Sur, Singapur, Taiwan o Alemania. Con lo fácil que es imitar, y ni para esto sirven algunos.
Esos retrasos deliberados en tomar medidas, de acuerdo a nuestro Código Penal, tienen varios encajes: desde el delito de prevaricación al homicidio imprudente, pasando por un delito contra la salud pública.
¿Alguna esperanza de que se depuren responsabilidades penales en la España que viene?
La izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna y, mucho menos, penal.
No sólo no cabe esperanza en tal sentido, sino que sólo se puede esperar una respuesta de este gobierno a lo que está ocurriendo: la ‘bunkerización’ del PSOE y de Podemos en el poder. No les queda otra alternativa si no quieren correr el riesgo de asumir responsabilidades políticas (elecciones) e, incluso, responsabilidades penales. Mientras estén en el poder, están a salvo. Fuera, no se sabe.
Para ello, ya se han tomado las primeras medidas chavistas: suspender la actividad parlamentaria para que no haya oposición en su momento más delicado; dictar normas con carácter retroactivo, colando por la puerta de atrás, en un Decreto de medidas de urgencia por el estado de alarma, una disposición para salvar la permanencia del Pequeño Lenin en la comisión que controla el CNI; manipular la información sobre la epidemia convirtiendo las ruedas de prensa de Sánchez en un mitin y en un ‘Aló presidente’; ordenar el secreto a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado sobre cómo y de qué manera se distribuyen los equipamientos médicos y, por supuesto, ordenar a sus ejércitos mediáticos lavar la cara del Gobierno durante la crisis.
Todo esto se está llevando a cabo ante nuestras narices de una forma obscena, sin apenas disimulo. Pocos reparan en lo que dijo Noah Harari hace poco, que estas medidas que, supuestamente, son temporales, tienden a permanecer una vez se solventa la situación de crisis.
Los partidos de la oposición, acuciados por la exigencia de responsabilidad (como si criticar no fuera una actitud responsable) que los culpables hacen pesar sobre ellos, obvian cualquier crítica más allá del tuit de turno o del mensaje de Whatsapp. Estupidizados por la izquierda mediática, no se atreven a abrir el pico. Se someten ante unos medios que jamás les darán más que coces. Seguramente serían más respetados, incluso por esos mismos medios, si dijeran la verdad. Pero sólo la dijo Álvarez de Toledo y todos los cobardes de su partido corrieron a poner paños calientes.
Así les va. Así nos va.
Pedro Sánchez ha prometido que cuando pase la crisis se elaborará por expertos un Libro Blanco para que no vuelva a ocurrir. Ese libro blanco será, como imagina cualquiera que conozca a la izquierda y no sea un ingenuo patológico, un compendio de malas excusas para justificar los resultados de la crisis y unas conclusiones, para la izquierda evidentes, de que la culpa de los miles de infestados y muertos es de la derecha y del neoliberalismo.
Algún día España debería pasar la factura a la mentira.
La segunda deriva de la epidemia tiene una consecuencia obvia: el desastre económico que se avecina y que nadie discute que llegará.
Las medidas del Gobierno, como de todo el que no sabe qué hacer ni qué decir, fue prometer ingentes cantidades de dinero. Pero si uno escarba un poco en las medidas ofrecidas comprobará que son fuegos de artificio, pues no hay bajadas ni suspensiones de impuestos, sólo retrasos en el pago. El dinero que ha de ir a las pequeñas empresas y a los autónomos, que en la primera comparecencia de Sánchez sería de 83.000 millones de euros ha bajado en la comparecencia de ayer de la portavoz del Gobierno a 20.000 millones y, como era de esperar viniendo la promesa de quien viene, no será tal, pues es dinero que habrán de poner las entidades bancarias que, aunque estén avalados por el Estado en un alto porcentaje, tendrán que pagar los que pidan tales préstamos (y si no los pagan que se atengan a las consecuencias, pues pasarán a ser morosos y no se ha descartado que el Estado repita contra ellos tras hacer efectivos los avales). Los préstamos del ICO no se conceden a empresas con problemas, sino a proyectos prometedores, etc.
El Gobierno promete gastar mucho más dinero, pero cuando la política fiscal y monetaria, dado el alto endeudamiento público español, no permite alegrías, todo quedará en poco más que palabras y, caso de hacerse, corremos un riesgo elevado de hiperinflación, con lo que hay que tener cuidado.
Sólo una brutal exoneración y bajada de impuestos puede activar la economía cuando volvamos a la actividad. Si no se hace así, necesitaremos otra década para salir de esta crisis, como ha pasado con la anterior.
Pasamos más tiempo en crisis que en prosperidad a pesar de disfrutar de un sistema capaz de crear riqueza cada día, por culpa de los políticos y de la intromisión del poder público en la economía. Los que piensan que esto es una herejía deberían aprender de la experiencia. Una reforma laboral blanda como la que hizo el PP de Rajoy en 2012 y se han creado casi quinientos mil puestos de trabajo al año. Es un ejemplo de lo que podría pasar con más libertad económica y menos impuestos.
Esto que digo es una herejía para la mayoría de la población, que adora al Estado como nuevo dios de nuestra época. Los adeptos a la religión estatista piden más Estado para combatir la crisis, pero olvidan que el responsable de lo que está pasando es el Estado chino. Estado culpable por omisión y ocultación que sólo informó a su población y al resto del mundo cuando ya era evidente que no podía ocultarse por más tiempo la pandemia. Tienen razón los que critican a Donald Trump por referirse al coronavirus Covid 19 como un virus chino. En realidad, debería decir virus comunista. Sin necesidad de ser comunistas, muchos opinadores han vuelto a la carga con que aprendamos la lección de que es imprescindible una revalorización de los Estados. Utilizan la pandemia para insistir en sus propuestas reaccionarias de vuelta a un mundo que nunca fue mejor. El resultado del estatismo está a la vista: China es la responsable de la pandemia. Y no hay Estado más omnipotente que el chino en este momento de la historia. Ocultó la epidemia desde noviembre de 2019 y, cuando ya no pudo ocultarla más, la atacó con medios inadmisibles en una democracia. Puede que sus medios hayan sido eficaces, pero mucho menos eficaces, a la vista está, que los medios utilizados por democracias como Corea del Sur o Singapur. Ahora realiza envíos de material de equipamiento a Europa en una suerte de condescendencia paternalista para congraciarse con la opinión pública europea y para que admiremos su eficacia. Nada nuevo en el manejo comunista de los asuntos sino un fiel reflejo de que lo que hemos podido ver en la serie Chérnobyl. Lo que ha ocurrido en China no hubiera ocurrido en un país no comunista. No importan las personas ni el riesgo de la ineficacia, sólo el Estado, sólo el Partido Comunista, sólo el poder de unos pocos. Como para toda ideología colectivista, ni usted ni yo somos nada ni nadie, sólo entes perfectamente sacrificables en función de los intereses del partido o del Estado. Por supuesto, no faltan tampoco las delirantes excusas antiamericanas, para quien las quiera comprar, y en Europa hay auténticas multitudes deseando creer las sandeces de siempre, en este caso que el virus lo originó el ejército norteamericano.
Otro ejemplo de que el Estado no siempre es el mejor medio de organización lo protagoniza nuestro Gobierno, que ha escrito un nuevo capítulo en la historia de la infamia del PSOE. Si lo dicho más arriba no basta, pensemos en que, tras dos meses de pandemia ni siquiera ha conseguido a través de los políticos y de sus burócratas adquirir los equipamientos mínimos necesarios para que los servicios médicos y de seguridad atiendan sus necesidades. De hecho, han llegado equipamientos antes gracias a entidades privadas que al propio Gobierno, y los primeros que han llegado a petición de éste, adquiridos a una empresa no homologada, son inservibles. Eficacia socialista.
Los múltiples actos de individuos y empresas particulares que cunden estos días son el perfecto ejemplo de que sólo la interacción, ante un problema de esta envergadura, de lo público y de lo privado puede solucionar la situación. De hecho, han sido los particulares, individuos y empresas, los que han antepuesto los intereses generales a los suyos, en tanto que el poder político, el sacralizado Estado, ha antepuesto sus intereses a los generales. El Estado antepuso sus intereses políticos a la vida. Los españoles, con nombres y apellidos, uno a uno, han antepuesto la vida, incluso con riesgo de su salud, su vida y su economía. La lucha contra la pandemia está siendo dada por los actos voluntarios e individuales de muchas personas, unos funcionarios y otros no, a pesar de la acción del Estado, no gracias a ella. Hoy, nadie en su sano juicio, se fía más del Gobierno de la nación que, por poner un ejemplo, de los cuadros ejecutivos de Inditex.
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo
Lo más desolador de estos dos meses de pandemia en España es la respuesta que el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, ofreció cuando se le preguntó por qué en Alemania hay muchísimas menos muertes que en España. El "no lo puedo explicar" causa un estupor terrorífico y explica la mayor parte de las cosas que están ocurriendo en nuestro país. Explica la ineptitud de los que se enfrentan desde el punto de vista técnico, científico y político a la emergencia.
Ante una circunstancia tan evidente como la diferencia de víctimas mortales entre un país y otro, alguien con un mínimo de cerebro y conciencia lo primero que hace es preguntarse y preguntar qué están haciendo otros que no hayamos hecho nosotros. Es desolador comprobar que esa respuesta es de hace apenas unos días, avanzada ya la segunda quincena de marzo. Si usted, como científico o, al menos, técnico, y con el cargo que ocupa, no se ha preocupado de saber qué han hecho bien otros países que no hayamos hecho nosotros demuestra estar incapacitado para seguir en ese cargo un minuto más. Y con usted los que lo han designado. No nos referimos sólo a Alemania, sino a Corea del Sur, Taiwán o Singapur.
Pero en España, las responsabilidades políticas son sólo para la denostada derecha. La izquierda no ha de asumir responsabilidades políticas. Todo, siempre, es culpa de otros.
Según las investigaciones internacionales, mencionadas en un artículo de este periódico recientemente, los infectados no detectados ni diagnosticados son responsables de más del 70% de los afectados y, en consecuencia, en lógica proporción, de las muertes. Si una de las cosas que sí han hecho Alemania y otros países de los mencionados y no ha hecho España (ni siquiera a estas alturas) son los test masivos, hay alguien que tomó la decisión de no hacerlos. Si no se hicieron porque no había suficientes aparatos, hay alguien responsable de no haberlos conseguido en dos meses.
Pero la izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna. Siempre es culpa de otros.
Si alguien, alertado, ahora lo sabemos, cuando menos desde el día 2 de febrero, optó por no tomar medidas y permitir manifestaciones multitudinarias, eventos deportivos multitudinarios y asambleas políticas multitudinarias sin tomar medida alguna, es responsable, en lógica proporción, de casi el 80% de los contagios y de casi el 80% de las muertes.
Pero la izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna. Siempre es culpa de otros.
Tal vez tenga que ver con las decisiones que se tomaron esa ventaja que la izquierda siempre encuentra en el dolor y la muerte: la politización del dolor de la que ha pontificado en varias ocasiones el Pequeño Lenin es un buen caldo de cultivo para el populismo, versión aparente del comunismo. No voy a insistir en lo que sabe todo el mundo: el Gobierno español no sólo decidió restringir los test de corovanirus sino que no tuvo la previsión de adquirirlos por si fueran necesarios. A pesar de ser la única Administración que tenía toda la información sobre la epidemia, no tomó medida alguna preventiva, no ya de prohibir las reuniones públicas, sino tampoco de adquirir material de equipamiento médico para su eventual uso posterior. Se negó a actuar como sí hicieron otros países tan democráticos o más que el nuestro: Corea del Sur, Singapur, Taiwan o Alemania. Con lo fácil que es imitar, y ni para esto sirven algunos.
Esos retrasos deliberados en tomar medidas, de acuerdo a nuestro Código Penal, tienen varios encajes: desde el delito de prevaricación al homicidio imprudente, pasando por un delito contra la salud pública.
¿Alguna esperanza de que se depuren responsabilidades penales en la España que viene?
La izquierda no ha de asumir responsabilidad política alguna y, mucho menos, penal.
No sólo no cabe esperanza en tal sentido, sino que sólo se puede esperar una respuesta de este gobierno a lo que está ocurriendo: la ‘bunkerización’ del PSOE y de Podemos en el poder. No les queda otra alternativa si no quieren correr el riesgo de asumir responsabilidades políticas (elecciones) e, incluso, responsabilidades penales. Mientras estén en el poder, están a salvo. Fuera, no se sabe.
Para ello, ya se han tomado las primeras medidas chavistas: suspender la actividad parlamentaria para que no haya oposición en su momento más delicado; dictar normas con carácter retroactivo, colando por la puerta de atrás, en un Decreto de medidas de urgencia por el estado de alarma, una disposición para salvar la permanencia del Pequeño Lenin en la comisión que controla el CNI; manipular la información sobre la epidemia convirtiendo las ruedas de prensa de Sánchez en un mitin y en un ‘Aló presidente’; ordenar el secreto a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado sobre cómo y de qué manera se distribuyen los equipamientos médicos y, por supuesto, ordenar a sus ejércitos mediáticos lavar la cara del Gobierno durante la crisis.
Todo esto se está llevando a cabo ante nuestras narices de una forma obscena, sin apenas disimulo. Pocos reparan en lo que dijo Noah Harari hace poco, que estas medidas que, supuestamente, son temporales, tienden a permanecer una vez se solventa la situación de crisis.
Los partidos de la oposición, acuciados por la exigencia de responsabilidad (como si criticar no fuera una actitud responsable) que los culpables hacen pesar sobre ellos, obvian cualquier crítica más allá del tuit de turno o del mensaje de Whatsapp. Estupidizados por la izquierda mediática, no se atreven a abrir el pico. Se someten ante unos medios que jamás les darán más que coces. Seguramente serían más respetados, incluso por esos mismos medios, si dijeran la verdad. Pero sólo la dijo Álvarez de Toledo y todos los cobardes de su partido corrieron a poner paños calientes.
Así les va. Así nos va.
Pedro Sánchez ha prometido que cuando pase la crisis se elaborará por expertos un Libro Blanco para que no vuelva a ocurrir. Ese libro blanco será, como imagina cualquiera que conozca a la izquierda y no sea un ingenuo patológico, un compendio de malas excusas para justificar los resultados de la crisis y unas conclusiones, para la izquierda evidentes, de que la culpa de los miles de infestados y muertos es de la derecha y del neoliberalismo.
Algún día España debería pasar la factura a la mentira.
La segunda deriva de la epidemia tiene una consecuencia obvia: el desastre económico que se avecina y que nadie discute que llegará.
Las medidas del Gobierno, como de todo el que no sabe qué hacer ni qué decir, fue prometer ingentes cantidades de dinero. Pero si uno escarba un poco en las medidas ofrecidas comprobará que son fuegos de artificio, pues no hay bajadas ni suspensiones de impuestos, sólo retrasos en el pago. El dinero que ha de ir a las pequeñas empresas y a los autónomos, que en la primera comparecencia de Sánchez sería de 83.000 millones de euros ha bajado en la comparecencia de ayer de la portavoz del Gobierno a 20.000 millones y, como era de esperar viniendo la promesa de quien viene, no será tal, pues es dinero que habrán de poner las entidades bancarias que, aunque estén avalados por el Estado en un alto porcentaje, tendrán que pagar los que pidan tales préstamos (y si no los pagan que se atengan a las consecuencias, pues pasarán a ser morosos y no se ha descartado que el Estado repita contra ellos tras hacer efectivos los avales). Los préstamos del ICO no se conceden a empresas con problemas, sino a proyectos prometedores, etc.
El Gobierno promete gastar mucho más dinero, pero cuando la política fiscal y monetaria, dado el alto endeudamiento público español, no permite alegrías, todo quedará en poco más que palabras y, caso de hacerse, corremos un riesgo elevado de hiperinflación, con lo que hay que tener cuidado.
Sólo una brutal exoneración y bajada de impuestos puede activar la economía cuando volvamos a la actividad. Si no se hace así, necesitaremos otra década para salir de esta crisis, como ha pasado con la anterior.
Pasamos más tiempo en crisis que en prosperidad a pesar de disfrutar de un sistema capaz de crear riqueza cada día, por culpa de los políticos y de la intromisión del poder público en la economía. Los que piensan que esto es una herejía deberían aprender de la experiencia. Una reforma laboral blanda como la que hizo el PP de Rajoy en 2012 y se han creado casi quinientos mil puestos de trabajo al año. Es un ejemplo de lo que podría pasar con más libertad económica y menos impuestos.
Esto que digo es una herejía para la mayoría de la población, que adora al Estado como nuevo dios de nuestra época. Los adeptos a la religión estatista piden más Estado para combatir la crisis, pero olvidan que el responsable de lo que está pasando es el Estado chino. Estado culpable por omisión y ocultación que sólo informó a su población y al resto del mundo cuando ya era evidente que no podía ocultarse por más tiempo la pandemia. Tienen razón los que critican a Donald Trump por referirse al coronavirus Covid 19 como un virus chino. En realidad, debería decir virus comunista. Sin necesidad de ser comunistas, muchos opinadores han vuelto a la carga con que aprendamos la lección de que es imprescindible una revalorización de los Estados. Utilizan la pandemia para insistir en sus propuestas reaccionarias de vuelta a un mundo que nunca fue mejor. El resultado del estatismo está a la vista: China es la responsable de la pandemia. Y no hay Estado más omnipotente que el chino en este momento de la historia. Ocultó la epidemia desde noviembre de 2019 y, cuando ya no pudo ocultarla más, la atacó con medios inadmisibles en una democracia. Puede que sus medios hayan sido eficaces, pero mucho menos eficaces, a la vista está, que los medios utilizados por democracias como Corea del Sur o Singapur. Ahora realiza envíos de material de equipamiento a Europa en una suerte de condescendencia paternalista para congraciarse con la opinión pública europea y para que admiremos su eficacia. Nada nuevo en el manejo comunista de los asuntos sino un fiel reflejo de que lo que hemos podido ver en la serie Chérnobyl. Lo que ha ocurrido en China no hubiera ocurrido en un país no comunista. No importan las personas ni el riesgo de la ineficacia, sólo el Estado, sólo el Partido Comunista, sólo el poder de unos pocos. Como para toda ideología colectivista, ni usted ni yo somos nada ni nadie, sólo entes perfectamente sacrificables en función de los intereses del partido o del Estado. Por supuesto, no faltan tampoco las delirantes excusas antiamericanas, para quien las quiera comprar, y en Europa hay auténticas multitudes deseando creer las sandeces de siempre, en este caso que el virus lo originó el ejército norteamericano.
Otro ejemplo de que el Estado no siempre es el mejor medio de organización lo protagoniza nuestro Gobierno, que ha escrito un nuevo capítulo en la historia de la infamia del PSOE. Si lo dicho más arriba no basta, pensemos en que, tras dos meses de pandemia ni siquiera ha conseguido a través de los políticos y de sus burócratas adquirir los equipamientos mínimos necesarios para que los servicios médicos y de seguridad atiendan sus necesidades. De hecho, han llegado equipamientos antes gracias a entidades privadas que al propio Gobierno, y los primeros que han llegado a petición de éste, adquiridos a una empresa no homologada, son inservibles. Eficacia socialista.
Los múltiples actos de individuos y empresas particulares que cunden estos días son el perfecto ejemplo de que sólo la interacción, ante un problema de esta envergadura, de lo público y de lo privado puede solucionar la situación. De hecho, han sido los particulares, individuos y empresas, los que han antepuesto los intereses generales a los suyos, en tanto que el poder político, el sacralizado Estado, ha antepuesto sus intereses a los generales. El Estado antepuso sus intereses políticos a la vida. Los españoles, con nombres y apellidos, uno a uno, han antepuesto la vida, incluso con riesgo de su salud, su vida y su economía. La lucha contra la pandemia está siendo dada por los actos voluntarios e individuales de muchas personas, unos funcionarios y otros no, a pesar de la acción del Estado, no gracias a ella. Hoy, nadie en su sano juicio, se fía más del Gobierno de la nación que, por poner un ejemplo, de los cuadros ejecutivos de Inditex.
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo