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Pablo Mosquera
Viernes, 27 de Marzo de 2020 Tiempo de lectura:

Las dos caras de la moneda

Vieja reflexión. Pero indispensable para volver a empezar. Distinguir las voces de los ecos. Aprender a conversar con el hombre que va con nosotros mismos. Caminar ligeros de equipajes. Ser, en el buen sentido de la palabra, bueno. Y es que repasando los poemas de nuestros mejores maestros, encontramos respuestas y sendas para reemprender la marcha.

 

Me viene a la mente que habrá tres espacios sobre los que debatir. Las causas primeras de esta catástrofe mundial. El nivel de los dirigentes que ha puesto el sistema para "cuidar" de la civilización. Los cambios que debemos operar, desde el poder popular y sin que vuelvan a meter sus sucias manos los mercaderes y los profetas.

 

Llevo tiempo pidiendo que paremos. La velocidad nos impide ver el paisaje. La velocidad nos instala en un vehículo perverso desde el que no vemos lo que dejamos atrás. Pero esta vez, el vehículo ha descarrilado. Al bajarnos del amasijo en que se ha convertido nuestro mundo, comprobamos: desigualdades y desequilibrios insoportables; cambio climático a punto de crear un planeta inservible para la vida; teorías-mentiras-manipulaciones a inventario de los nuevos poderes fácticos; incapacidad para enfrentarnos con un virus, cuando la soberbia nos había llevado al discurso de la inmortalidad.

 

Hace años que me refugio en la historia. Pido aprender del pasado. Hacer un ejercicio retrospectivo epidemiológico. Buscar la respuesta en los ciclos de la convivencia humana. Menos política y más sociedad. Pero, sobre todo, menos soberbia fruto de la revolución tecnológica y más lectura para los episodios que sufrieron las diferentes civilizaciones, para asumir los fracasos del cenit y regresar humildemente a las raíces del pueblo, sabio, comprometido, formado por legiones de héroes anónimos, a los que estamos colocando en la vanguardia de la lucha, mientras jefes, jefecillos, liberados, autoridades, mamelucos vestidos de gala y rodeados de pompas solemnes, muestran no sólo incapacidad sino algo peor: son el obstáculo para los que caminan hombro con hombro.

 

Tengo necesidad de saber qué pasa. Cómo están mis amigos. De qué forma puedo ayudar. Cómo salvamos a los más débiles. ¡Esto no puede ser Esparta!. Qué mecanismos debo exigir desde mi condición, sin género, de ciudadanía, para que pongamos freno a las pandemias -no olvidemos que son tres; infección, pánico, pobreza-.

 

Por lo pronto, saco fuerzas de mi propia dignidad. No entiendo, no consiento, no me callo. Esos malnacidos de las instancias "supremas" de la UE que se han negado a poner en marcha los "coronabonos" para inyectar recursos económicos al sistema son unos malditos feudales que debemos expulsar lo antes posible. Esta no es la Europa de los ciudadanos. Sigue siendo el mercado en el que unos son explotados y otros se forran... Pues llegó el comandante y mandó parar...

 

Y, por último. Supongo que a estas alturas no habrá ningún sindicalista liberado. Supongo que no habrá ningún alto funcionario refugiado en su despacho. Supongo no habrá ningún empresario haciendo cuentas para la fórmula antigua que consiste en prescindir del obrero para poner a buen recaudo el capital.

 

Amen.

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