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Domingo, 29 de Marzo de 2020 Tiempo de lectura:

España y el fantasma de Yugoslavia

Aquellas naciones que no son capaces de dar sentido trascendental a su misión colectiva, unificando en su seno a pueblos diversos, defendiendo la solidaridad interna, y afianzado su soberanía ante poderes internacionales, acaban padeciendo su ocaso, tarde o temprano. Así pasó en Yugoslavia, escenario de la penúltima guerra en territorio europeo.

 

A finales del siglo XX, el experimento pretendidamente plurinacional, socialista y autogestionario diseñado tras la II Guerra Mundial por el mariscal Tito y sus elites partisanas, pasó a los anales de la Historia, entre guerras fratricidas de etnias que podían haber convivido. Su identidad yugoslava impuesta y compartida no pasó la última prueba: el tránsito del régimen comunista a la una sociedad democrática.

 

Y durante décadas, esta experiencia ha sido un fantasma que ha recorrido el devenir del régimen español de 1978. Los nacionalismos étnicos y separatistas en las regiones de Cataluña y el País Vasco vieron, en estos sucesos, una posible hoja de ruta a seguir en sus pasos realizados (en diferente orden y grado) amenazando la solidaridad interna y la integridad territorial: discurso político etnicista (de la lengua propia a la raza superior), reclamación incesante de competencias diferenciadas (impulsando una federalización o con-federalización de facto en España), internacionalización del “conflicto” (denunciando en diversos foros al poder central de Madrid), declaraciones unilaterales de independencia (con referéndum o declaraciones parlamentarias), expansionismo territorial (los “Països Catalans” que llegarían a Valencia, Baleares y hasta a partes de Francia, o “Euskal Herría” que integraría a Navarra y el País Vasco francés), o incluso para algunos de sus actores políticos el uso abierto de la violencia (desde el terrorismo de ETA en el País Vasco o Terra Lliure en Cataluña, a los Comités de defensa de la República o CDR en zonas catalanas).

 

El primer gran envite, tras duros y sangrientos años de terrorismo etarra, vino del País Vasco con el llamado “Plan Ibarretxe” en 2003, que convertía a esta autonomía en un Estado libre asociado y confederado, con nacionalidad propia y derecho a la autodeterminación (rechazado por el Parlamento español en 2004); plan que combinaba la esencia de las viejas ideas del proyecto discriminador del fundador del PNV Sabino Arana Goiri en Bizkaitarra, Baserritarra o La Patria, con el ideario abertzale de Herri Batasuna (más tarde Bildu).

 

Y el segundo envite llegó desde Cataluña; tras años de adoctrinamiento en el “odio a España” (desde la escuela hasta la televisión) y la aprobación de un nuevo Estatut de autonomía en 2006 (declarado inconstitucional en diversas de sus partes rupturistas), comenzó un camino de radicalización política e ideológica que llevó al proceso secesionista de 2017, con la final declaración de independencia tras un falso referéndum del 1 de octubre, y la proclamación de una inviable y suspendida “República catalana”.

 

Envites que mostraban la debilidad integradora del viejo bipartidismo español, el cual necesitó legislatura tras legislatura a los partidos nacionalistas para garantizar la gobernabilidad de unos y otros; un sistema que, pese a protagonizar los años de mayor bienestar material común, no supo construir ese “relato” soberano capaz de frenar legal e institucionalmente las tendencias supremacistas y diferenciadoras en dichas regiones (con la progresiva incapacidad para el uso de la lengua común española, o con la presencia casi marginal en ellas de las instituciones estatales), y de difundir moral y espiritualmente, en el conjunto de la ciudadanía y en todas las comarcas, ese proyecto común solidario y diverso, en sus éxitos a recordar y sus fracasos a superar, llamado España.

 

Pero la reacción ciudadana en todo el país ante la última afrenta separatista catalana (con manifestaciones masivas, banderas rojigualdas orgullosas y mensajes comunes) han recordado, frente a la parálisis de la vieja y nueva partitocracia, lo que somos juntos y lo que podemos hacer juntos; y la emergencia nacional ante la crisis epidémica del coronavirus ha mostrado, además, una solidaridad real e inaudita entre regiones no vista en décadas y un apoyo inusitado a la labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (de la policía al ejército) en cada uno de los pueblos de España ante la crisis. A la hora de la verdad, la misión histórica de nuestro país resurgía ante los evidentes fallos gubernamentales, las patrañas ideológicas siempre accesorias y las verdaderas necesidades de supervivencia y unidad de los habitantes de la legendaria “piel de toro”.

 

Yugoslavia pasó a la Historia, pero muchos de sus conflictos siguen presentes (entre minorías y entre fronteras); paradójicamente serbios, croatas, albaneses, montenegrinos, bosnios, eslovenos o macedonios siguen enfrentados años después pese a estar ahora unidos en el sueño de ser parte de la UE. Pero España aún puede protagonizar su propia Historia, como nación soberana capaz de ligar a sus diferentes generaciones, familias y regiones, reafirmando su unidad solidaria, protegiendo su rica diversidad y atendiendo sobre todo a la justicia social. Pero para ello hacen falta políticos honrados que protejan legal e institucionalmente esta nación común, intelectuales honestos que contribuyan a la difusión de su cultura y su ciencia, y ciudadanos comprometidos con su sostenibilidad presente y futura.

 

Cabe recordar, ante las falsificaciones históricas que pretenden desunir, testimonios de vascos y catalanes unidos al resto de España durante la Guerra de Independencia contra el invasor francés: “Españoles: Somos hermanos, un mismo espíritu nos anima a todos, arden nuestros corazones como los vuestros en deseo de venganza, y con dificultad contienen nuestra prudencia y patriotismo hasta mejor ocasión nuestros indómitos brazos, ya que quisieran derramar sobre el enemigo la muerte que nuestros generosos pechos saben arrostrar intrépidamente. Aragoneses, Valencianos, Andaluces, Gallegos, Leoneses, Castellanos, etc., todos nombres preciosos y de dulce recuerdo para España, olvidad por un momento estos mismo nombres de eterna memoria, y no os llaméis sino españoles…” (Juntas Provinciales Vascongadas);  y “Ninguna clase, ningún estado puede eximir de tomar las armas y organizarse debidamente para repeler la agresión que sufren los derechos del Altar y del Trono, los intereses de la Nación española, su dignidad e independencia” (Junta Suprema de Cataluña).

 

Sergio Fernández Riquelme: El nacionalismo serbio. Letras Inquietas (Marzo de 2020)

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