Una pandemia socialista
Seguramente en pocos casos como el presente se hace necesario llamar la atención sobre varias cuestiones que, si bien no son el elemento central de la pandemia que nos ocupa, sí que son importantes, pues serían algo así como el medio en el que flotamos ingrávidos y llevados por la corriente cada vez más acelerada hasta la cascada en la que pronto nos vamos a estrellar.
La primera cuestión que habrá que plantearse cuando acabe esta tragedia es lo que ocurre con nuestro sistema de sanidad, tan alabado por nuestros políticos pero que, a pesar de la heroicidad a la que se ha tenido que someter a la inmensa mayoría de sus integrantes, no ha estado a la altura. La sonrojante comparación con Corea del Sur no deja lugar a dudas. Alguien tendrá que explicar por qué si nuestros profesionales tienen un nivel excelente que hace que sean demandados en todos los países del mundo, permitimos que se vayan fuera y contratamos a profesionales de otros países cuya formación es dudosa. Alguien tendrá que explicar por qué tanto las retribuciones como las capacidades de investigación y de desarrollo profesional de nuestros profesionales se ven limitadas por un sistema que tiene para repartir y robar miles de millones en Eres y cursos de formación, pero no para pagar a los mejores o paga a los que se quedan con sueldos propios de una muy menor cualificación.
Estas explicaciones tendrán que darlas los políticos. Y que no vengan a contar que han sido las políticas del PP, porque durante muchos más años ha gobernado el PSOE y porque los recortes de Zapatero fueron mayores que los del PP, del mismo modo que durante los gobiernos socialistas de la Junta de Andalucía, por ejemplo, hubo recortes más severos que los de Madrid, si es que los hubo en Madrid, lo que parecen desmentir las cifras. Que alguien compruebe el sueldo base de un médico de familia en Andalucía y compruebe si es un sueldo acorde con su cualificación y su responsabilidad.
Si alguien duda de lo anterior, que compare cómo se ha llevado la pandemia en Corea del Sur, que con una población algo superior a la española, destina un 20% menos por ciudadano a Sanidad que España y un porcentaje de PIB una cuarta parte menor y ha controlado la pandemia desde el principio, siendo los resultados de su gestión óptimos, con muy pocos fallecidos. Tampoco han faltado en Corea del Sur test para hacer controles masivos ni control de los infestados, ya sean sintomáticos o asintomáticos. El bajo nivel de nuestros políticos es la causa, pues se han dedicado a "vender" la moto de cuántos hospitales se han creado y cuánto dinero, sin criterio alguno, se destina a Sanidad para luego darnos cuenta de que se ha hecho de forma completamente ineficiente. Por supuesto, la investigación se ha relegado. Existe el CSIC, pero pregunten a qué clase de investigadores lo han reducido: a los que no tienen otra opción porque por razones personales no quieren huir al extranjero a realizar dignamente su labor y a los que no quieren en otro sitio. La razón: unos sueldos de miseria y unos medios indignos.
La causa última de todo esto: si tenemos políticos no preparados, como en todo lo público son los políticos los que toman las decisiones, éstas se toman de forma errónea. Y vende más un titular de prensa diciendo que se vierten millones en un sistema ineficiente que de cualquier otra manera. Es el resultado de la política clientelar, la única que conoce nuestra idiocracia política.
Resultado: la pandemia, agravada por las criminalmente negligentes decisiones del Gobierno y un sistema ineficiente, cientos de miles de infestados (mucho más de los que nos cuentan, porque es evidente que los no testados son muchos más que los testados) y decenas de miles de muertos.
Cuando la ineptocracia preside la política, éstos son los resultados.
La segunda cuestión tiene que ver con la prensa. No puede existir una democracia sin un cuarto poder digno de tal nombre. Hoy, se pueden contar con los dedos de las manos los medios completamente independientes del poder político de izquierdas. Influyen la ideología de los que dirigen las distintas cadenas. Pero los últimos responsables son los dueños de tales medios que, o bien se pliegan, haciendo alarde de una cobardía indigna, o bien comparten intereses económicos con el poder de la izquierda. Aceptar, como se ha hecho recientemente, millones de euros de subvención generosamente entregados por el Gobierno por parte de algunas televisiones, supone un acto de indignidad y entreguismo que sería seriamente castigado en una sociedad civil sana con el descredito inmediato de esos medios para toda la ciudadanía. Un medio que acepta regalías del poder público es un medio sometido voluntariamente al poder. Un medio sometido al poder deja de ser prensa para ser otra cosa: propaganda.
Lamentablemente, en España sólo existe cierta sociedad civil, muy minoritaria, centrada en ámbitos liberales, capaz de censurar estas traiciones. Por el contrario, la facciosa izquierda incluso aprueba tal hecho.
Se nos están evitando las imágenes de la tragedia de un modo obsceno. Apenas hay imágenes de gente postrada, de enfermos, de ataúdes, salvo que sean de la Comunidad de Madrid. No son entrevistados los familiares de los fallecidos, aunque recurrentemente se entrevista siempre a las mismas personas, ocultando que se trata de activistas de determinados partidos de izquierda, para centrar las críticas en quienes ya no dirigen el Gobierno central.
Si hay algo más repugnante que un juez venal es un periodista vendido al poder. Circula un meme bastante grosero que muestra el examen fin de carrera de periodismo en el cual sobre el pupitre hay traseros de políticos y la prueba consiste en que los estudiantes los veneren adecuadamente. A pesar del poco gusto, es completamente fiel a la situación del periodismo en nuestro país, donde se pasó de soportar la censura franquista a limpiar la chaqueta de los gobiernos de izquierda sin solución de continuidad (como hemos dicho otras veces, en el fondo era una continuación uno de otro).
Me ha recordado la nota a pie de página que menciona Escohotado en el tercer volumen de Los enemigos del comercio, cuando transcribe el titular del Evening Standard del 31 de octubre de 1938 en el que el periodista sostenía: la clave de la paz europea es la sinceridad y honestidad del señor Hitler. No conozco las consecuencias que tal artículo pudo tener para su autor, pero es el modelo moral que preside las actuaciones de la mayoría de los medios de comunicación en nuestro país y de sus profesionales, que no ejercen de periodistas, puesto que no cuentan la verdad a su público, sino de propagandistas.
No tengo esperanza de que rectifiquen y recobren su perdida dignidad profesional.
La tercera cuestión colateral que quería mencionar, pero no menos importante, reside en las expectativas que la gente espera de la sociedad en que vive o de los gobiernos que nos presiden.
Leo recientemente una entrevista a un escritor que acaba de publicar una novela. Se le pregunta que, pese a todo, el mundo actual disfruta de grandes progresos a todos los niveles, y el autor responde que se ha logrado indudablemente un progreso material, pero, aunque nos ha traído más democratización individual y colectiva, "hay una degradación de los niveles de felicidad por culpa del capitalismo sin frenos". La respuesta es sintomática de lo que se ha venido a llamar infantilismo e idiotización de las sociedades occidentales. ¿Es que la sociedad, y mucho menos el Estado, tiene que darte tu felicidad? Solo el mero planteamiento de la cuestión es una estupidez de inmenso calibre pero también de terribles consecuencias. Si las personas esperan que sea la sociedad la que les otorgue una felicidad que no saben conseguir por sí mismas, o que sea el Estado el que les provea de todo, y también de felicidad, es que no tenemos sociedad civil, es que nuestros compatriotas que comparten esa aseveración han dejado de ser ciudadanos para convertirse en maniquíes vacíos que el poder político rellenará a su gusto. Quienes piensan así son carne de cañón. Serán los primeros en aupar al poder político a dónde éste quiera conducirlos y serán los primeros en sufrir las consecuencias de las decisiones de los políticos. Decía Ayn Rand que no hay persona más depravada que la que llena su mente con los pensamientos de otros. Es la abdicación de uno mismo a favor del Gobierno.
Es la expresión perfecta del ¡Vivan las cadenas! de hace doscientos años. Da la impresión de que cuarenta años de democracia, deficiente, pero democracia al fin y al cabo, no han servido de nada. Y hemos de reconocer que también es el resultado de las políticas socialistas en dos ámbitos concretos que la derecha, cuando ha gobernado, ha sido incapaz de contrarrestar. La primera, una política educativa esencialmente dictada por el Partido Socialista que ha contribuido a una educación mediocre y dirigida que convierte a los ciudadanos en un espejismo de lo que sería una sociedad culta: muchos títulos y poca sustancia educativa y cultural. Puro socialismo: palabras pomposas y resultados mediocres. La segunda, una política de propaganda en la senda de la realizada por la Unión Soviética y luego por el nazismo, que lleva a una gran parte de la sociedad a considerar que sólo hay una ideología de progreso, la socialista, y que los logros de nuestro tiempo se deben al socialismo cuando realmente éste no ha sido sino un lastre en todo momento.
Quien respondía que el capitalismo sin frenos le quita su felicidad demuestra ser un producto perfecto de la factoría socialista. En primer lugar, por desconocer la realidad y no comprender que ésta, a través de Estados todopoderosos y su influencia y control de la economía, es mucho más socialista que libre; en segundo lugar, al aceptar la estúpida expectativa de que el Estado o la sociedad han de proveerle de felicidad, demuestra ser el perfecto socialdemócrata: un don nadie que el Estado y la propaganda rellenarán por dentro con sus consignas.
Tampoco cabe esperanza de que esto cambie, pues la educación continua su deriva suicida convirtiendo nuestra sociedad, generación a generación, en más ignorante y sectaria, y los medios de la propaganda, a los que nos hemos referido más arriba, continuarán haciendo su labor, si bien con menos calidad que Leni Riefenstahl, pero con la suficiente eficacia para mantener el statu quo.
La cuarta cuestión es que muchas personas a las que les resulta incomprensible lo que está ocurriendo recurren a teorías más o menos estrafalarias para explicarse la realidad. Quien no se preocupa habitualmente de cuestiones políticas y bebe de los medios mencionados más arriba suele tener una imagen de cierta estabilidad de la situación política y de sus dirigentes, aunque personalmente no les merezcan más que desdén o desprecio. Por eso, son buen caldo de cultivo para teorías de la conspiración que circulan por vídeos de Whatsapp o mensajes de texto, y que sitúan el origen de la pandemia en siniestros laboratorios, chinos o americanos a elegir, que obedece a un plan cuidadosamente diseñado por el Estado chino para acabar con las democracias occidentales y para ganar una guerra económica, o que tétricos multimillonarios maquiavélicos y ocultas conspiraciones masónicas han orquestado esta terrible epidemia.
Pero, si se mira con detenimiento, podremos ver otras cosas.
En primer lugar, en China se permiten los mercados con toda clase de animales para su consumo, lo que, además de apoyarse en la tradición china, tiene otra explicación: desde los tiempos de las hambrunas propiciadas por las políticas maoístas, el Gobierno chino ha permitido la venta en mercados de toda clase de animales sin el menor control como modo de paliar aquellas hambrunas.
En segundo lugar, que la expansión de la pandemia en el caso concreto de España ha sido propiciada, sin ningún género de duda, por decisiones del Gobierno que antepuso sus intereses de propaganda política a los intereses de salud generales. Frente a esto está contraatacando el PSOE con los vídeos que todos hemos podido ya disfrutar, que intentar inculpar a otros y exculpar al Gobierno alegando que se tomaron las decisiones oportunas en cada momento y que era imposible conocer el alcance de la epidemia. Como toda propaganda, se basa en la mentira. No es necesario relatar todas las fechas y avisos de todos los organismos internacionales y la incuria en que incurrió el Gobierno al no adoptar medida alguna, ni siquiera de provisión de material. Basta con atender al propio Gobierno que ha reconocido que ya el día 2 de febrero tuvo una reunión con expertos para saber que se conocían los riesgos y éstos se aceptaron en lo que se conoce en derecho penal como dolo eventual. Sabían, aunque no lo supieran con total certeza, el riesgo que existía y decidieron anteponer su agenda política a las medidas de prevención y aprovisionamiento. Fue su decisión, pero que no intenten comparar su información y su responsabilidad con la que tenemos los ciudadanos, quienes no dispusimos ni de su información ni de expertos a nuestra disposición ni de línea directa con los organismos internacionales ni con los gobiernos que ya estaban afectados por la pandemia. Hacer algo así es como culpar de la derrota al cocinero del regimiento tanto como al general.
Como decíamos en un artículo anterior: el socialismo nunca es responsable de nada. Los gobiernos de izquierda nunca se equivocan. Los culpables siempre son otros.
Que otros países, como el Reino Unido o Estados Unidos, hayan tomado decisiones erróneas y hayan retrasado la adopción de ciertas medidas, no empece a que el origen de la pandemia se deba a un Estado socialista hasta la méduda y a que el desarrollo exponencial de la pandemia en España haya sido causado por una gestión criminalmente negligente de un Gobierno socialista.
Hay muchos ahora que piden más Estado. Que tengan en cuenta que más Estado es siempre más socialismo, aunque temporalmente lo gestione un conservador. Por eso, la explicación es mucho más sencilla. Si parece un pato y anda como un pato, es un pato. La explicación de la pandemia es muy simple: surgió en China y se ha propagado como la peste en España. En ambos casos, países socialistas. Ambos Gobiernos la han gestionado como socialistas.
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo
Seguramente en pocos casos como el presente se hace necesario llamar la atención sobre varias cuestiones que, si bien no son el elemento central de la pandemia que nos ocupa, sí que son importantes, pues serían algo así como el medio en el que flotamos ingrávidos y llevados por la corriente cada vez más acelerada hasta la cascada en la que pronto nos vamos a estrellar.
La primera cuestión que habrá que plantearse cuando acabe esta tragedia es lo que ocurre con nuestro sistema de sanidad, tan alabado por nuestros políticos pero que, a pesar de la heroicidad a la que se ha tenido que someter a la inmensa mayoría de sus integrantes, no ha estado a la altura. La sonrojante comparación con Corea del Sur no deja lugar a dudas. Alguien tendrá que explicar por qué si nuestros profesionales tienen un nivel excelente que hace que sean demandados en todos los países del mundo, permitimos que se vayan fuera y contratamos a profesionales de otros países cuya formación es dudosa. Alguien tendrá que explicar por qué tanto las retribuciones como las capacidades de investigación y de desarrollo profesional de nuestros profesionales se ven limitadas por un sistema que tiene para repartir y robar miles de millones en Eres y cursos de formación, pero no para pagar a los mejores o paga a los que se quedan con sueldos propios de una muy menor cualificación.
Estas explicaciones tendrán que darlas los políticos. Y que no vengan a contar que han sido las políticas del PP, porque durante muchos más años ha gobernado el PSOE y porque los recortes de Zapatero fueron mayores que los del PP, del mismo modo que durante los gobiernos socialistas de la Junta de Andalucía, por ejemplo, hubo recortes más severos que los de Madrid, si es que los hubo en Madrid, lo que parecen desmentir las cifras. Que alguien compruebe el sueldo base de un médico de familia en Andalucía y compruebe si es un sueldo acorde con su cualificación y su responsabilidad.
Si alguien duda de lo anterior, que compare cómo se ha llevado la pandemia en Corea del Sur, que con una población algo superior a la española, destina un 20% menos por ciudadano a Sanidad que España y un porcentaje de PIB una cuarta parte menor y ha controlado la pandemia desde el principio, siendo los resultados de su gestión óptimos, con muy pocos fallecidos. Tampoco han faltado en Corea del Sur test para hacer controles masivos ni control de los infestados, ya sean sintomáticos o asintomáticos. El bajo nivel de nuestros políticos es la causa, pues se han dedicado a "vender" la moto de cuántos hospitales se han creado y cuánto dinero, sin criterio alguno, se destina a Sanidad para luego darnos cuenta de que se ha hecho de forma completamente ineficiente. Por supuesto, la investigación se ha relegado. Existe el CSIC, pero pregunten a qué clase de investigadores lo han reducido: a los que no tienen otra opción porque por razones personales no quieren huir al extranjero a realizar dignamente su labor y a los que no quieren en otro sitio. La razón: unos sueldos de miseria y unos medios indignos.
La causa última de todo esto: si tenemos políticos no preparados, como en todo lo público son los políticos los que toman las decisiones, éstas se toman de forma errónea. Y vende más un titular de prensa diciendo que se vierten millones en un sistema ineficiente que de cualquier otra manera. Es el resultado de la política clientelar, la única que conoce nuestra idiocracia política.
Resultado: la pandemia, agravada por las criminalmente negligentes decisiones del Gobierno y un sistema ineficiente, cientos de miles de infestados (mucho más de los que nos cuentan, porque es evidente que los no testados son muchos más que los testados) y decenas de miles de muertos.
Cuando la ineptocracia preside la política, éstos son los resultados.
La segunda cuestión tiene que ver con la prensa. No puede existir una democracia sin un cuarto poder digno de tal nombre. Hoy, se pueden contar con los dedos de las manos los medios completamente independientes del poder político de izquierdas. Influyen la ideología de los que dirigen las distintas cadenas. Pero los últimos responsables son los dueños de tales medios que, o bien se pliegan, haciendo alarde de una cobardía indigna, o bien comparten intereses económicos con el poder de la izquierda. Aceptar, como se ha hecho recientemente, millones de euros de subvención generosamente entregados por el Gobierno por parte de algunas televisiones, supone un acto de indignidad y entreguismo que sería seriamente castigado en una sociedad civil sana con el descredito inmediato de esos medios para toda la ciudadanía. Un medio que acepta regalías del poder público es un medio sometido voluntariamente al poder. Un medio sometido al poder deja de ser prensa para ser otra cosa: propaganda.
Lamentablemente, en España sólo existe cierta sociedad civil, muy minoritaria, centrada en ámbitos liberales, capaz de censurar estas traiciones. Por el contrario, la facciosa izquierda incluso aprueba tal hecho.
Se nos están evitando las imágenes de la tragedia de un modo obsceno. Apenas hay imágenes de gente postrada, de enfermos, de ataúdes, salvo que sean de la Comunidad de Madrid. No son entrevistados los familiares de los fallecidos, aunque recurrentemente se entrevista siempre a las mismas personas, ocultando que se trata de activistas de determinados partidos de izquierda, para centrar las críticas en quienes ya no dirigen el Gobierno central.
Si hay algo más repugnante que un juez venal es un periodista vendido al poder. Circula un meme bastante grosero que muestra el examen fin de carrera de periodismo en el cual sobre el pupitre hay traseros de políticos y la prueba consiste en que los estudiantes los veneren adecuadamente. A pesar del poco gusto, es completamente fiel a la situación del periodismo en nuestro país, donde se pasó de soportar la censura franquista a limpiar la chaqueta de los gobiernos de izquierda sin solución de continuidad (como hemos dicho otras veces, en el fondo era una continuación uno de otro).
Me ha recordado la nota a pie de página que menciona Escohotado en el tercer volumen de Los enemigos del comercio, cuando transcribe el titular del Evening Standard del 31 de octubre de 1938 en el que el periodista sostenía: la clave de la paz europea es la sinceridad y honestidad del señor Hitler. No conozco las consecuencias que tal artículo pudo tener para su autor, pero es el modelo moral que preside las actuaciones de la mayoría de los medios de comunicación en nuestro país y de sus profesionales, que no ejercen de periodistas, puesto que no cuentan la verdad a su público, sino de propagandistas.
No tengo esperanza de que rectifiquen y recobren su perdida dignidad profesional.
La tercera cuestión colateral que quería mencionar, pero no menos importante, reside en las expectativas que la gente espera de la sociedad en que vive o de los gobiernos que nos presiden.
Leo recientemente una entrevista a un escritor que acaba de publicar una novela. Se le pregunta que, pese a todo, el mundo actual disfruta de grandes progresos a todos los niveles, y el autor responde que se ha logrado indudablemente un progreso material, pero, aunque nos ha traído más democratización individual y colectiva, "hay una degradación de los niveles de felicidad por culpa del capitalismo sin frenos". La respuesta es sintomática de lo que se ha venido a llamar infantilismo e idiotización de las sociedades occidentales. ¿Es que la sociedad, y mucho menos el Estado, tiene que darte tu felicidad? Solo el mero planteamiento de la cuestión es una estupidez de inmenso calibre pero también de terribles consecuencias. Si las personas esperan que sea la sociedad la que les otorgue una felicidad que no saben conseguir por sí mismas, o que sea el Estado el que les provea de todo, y también de felicidad, es que no tenemos sociedad civil, es que nuestros compatriotas que comparten esa aseveración han dejado de ser ciudadanos para convertirse en maniquíes vacíos que el poder político rellenará a su gusto. Quienes piensan así son carne de cañón. Serán los primeros en aupar al poder político a dónde éste quiera conducirlos y serán los primeros en sufrir las consecuencias de las decisiones de los políticos. Decía Ayn Rand que no hay persona más depravada que la que llena su mente con los pensamientos de otros. Es la abdicación de uno mismo a favor del Gobierno.
Es la expresión perfecta del ¡Vivan las cadenas! de hace doscientos años. Da la impresión de que cuarenta años de democracia, deficiente, pero democracia al fin y al cabo, no han servido de nada. Y hemos de reconocer que también es el resultado de las políticas socialistas en dos ámbitos concretos que la derecha, cuando ha gobernado, ha sido incapaz de contrarrestar. La primera, una política educativa esencialmente dictada por el Partido Socialista que ha contribuido a una educación mediocre y dirigida que convierte a los ciudadanos en un espejismo de lo que sería una sociedad culta: muchos títulos y poca sustancia educativa y cultural. Puro socialismo: palabras pomposas y resultados mediocres. La segunda, una política de propaganda en la senda de la realizada por la Unión Soviética y luego por el nazismo, que lleva a una gran parte de la sociedad a considerar que sólo hay una ideología de progreso, la socialista, y que los logros de nuestro tiempo se deben al socialismo cuando realmente éste no ha sido sino un lastre en todo momento.
Quien respondía que el capitalismo sin frenos le quita su felicidad demuestra ser un producto perfecto de la factoría socialista. En primer lugar, por desconocer la realidad y no comprender que ésta, a través de Estados todopoderosos y su influencia y control de la economía, es mucho más socialista que libre; en segundo lugar, al aceptar la estúpida expectativa de que el Estado o la sociedad han de proveerle de felicidad, demuestra ser el perfecto socialdemócrata: un don nadie que el Estado y la propaganda rellenarán por dentro con sus consignas.
Tampoco cabe esperanza de que esto cambie, pues la educación continua su deriva suicida convirtiendo nuestra sociedad, generación a generación, en más ignorante y sectaria, y los medios de la propaganda, a los que nos hemos referido más arriba, continuarán haciendo su labor, si bien con menos calidad que Leni Riefenstahl, pero con la suficiente eficacia para mantener el statu quo.
La cuarta cuestión es que muchas personas a las que les resulta incomprensible lo que está ocurriendo recurren a teorías más o menos estrafalarias para explicarse la realidad. Quien no se preocupa habitualmente de cuestiones políticas y bebe de los medios mencionados más arriba suele tener una imagen de cierta estabilidad de la situación política y de sus dirigentes, aunque personalmente no les merezcan más que desdén o desprecio. Por eso, son buen caldo de cultivo para teorías de la conspiración que circulan por vídeos de Whatsapp o mensajes de texto, y que sitúan el origen de la pandemia en siniestros laboratorios, chinos o americanos a elegir, que obedece a un plan cuidadosamente diseñado por el Estado chino para acabar con las democracias occidentales y para ganar una guerra económica, o que tétricos multimillonarios maquiavélicos y ocultas conspiraciones masónicas han orquestado esta terrible epidemia.
Pero, si se mira con detenimiento, podremos ver otras cosas.
En primer lugar, en China se permiten los mercados con toda clase de animales para su consumo, lo que, además de apoyarse en la tradición china, tiene otra explicación: desde los tiempos de las hambrunas propiciadas por las políticas maoístas, el Gobierno chino ha permitido la venta en mercados de toda clase de animales sin el menor control como modo de paliar aquellas hambrunas.
En segundo lugar, que la expansión de la pandemia en el caso concreto de España ha sido propiciada, sin ningún género de duda, por decisiones del Gobierno que antepuso sus intereses de propaganda política a los intereses de salud generales. Frente a esto está contraatacando el PSOE con los vídeos que todos hemos podido ya disfrutar, que intentar inculpar a otros y exculpar al Gobierno alegando que se tomaron las decisiones oportunas en cada momento y que era imposible conocer el alcance de la epidemia. Como toda propaganda, se basa en la mentira. No es necesario relatar todas las fechas y avisos de todos los organismos internacionales y la incuria en que incurrió el Gobierno al no adoptar medida alguna, ni siquiera de provisión de material. Basta con atender al propio Gobierno que ha reconocido que ya el día 2 de febrero tuvo una reunión con expertos para saber que se conocían los riesgos y éstos se aceptaron en lo que se conoce en derecho penal como dolo eventual. Sabían, aunque no lo supieran con total certeza, el riesgo que existía y decidieron anteponer su agenda política a las medidas de prevención y aprovisionamiento. Fue su decisión, pero que no intenten comparar su información y su responsabilidad con la que tenemos los ciudadanos, quienes no dispusimos ni de su información ni de expertos a nuestra disposición ni de línea directa con los organismos internacionales ni con los gobiernos que ya estaban afectados por la pandemia. Hacer algo así es como culpar de la derrota al cocinero del regimiento tanto como al general.
Como decíamos en un artículo anterior: el socialismo nunca es responsable de nada. Los gobiernos de izquierda nunca se equivocan. Los culpables siempre son otros.
Que otros países, como el Reino Unido o Estados Unidos, hayan tomado decisiones erróneas y hayan retrasado la adopción de ciertas medidas, no empece a que el origen de la pandemia se deba a un Estado socialista hasta la méduda y a que el desarrollo exponencial de la pandemia en España haya sido causado por una gestión criminalmente negligente de un Gobierno socialista.
Hay muchos ahora que piden más Estado. Que tengan en cuenta que más Estado es siempre más socialismo, aunque temporalmente lo gestione un conservador. Por eso, la explicación es mucho más sencilla. Si parece un pato y anda como un pato, es un pato. La explicación de la pandemia es muy simple: surgió en China y se ha propagado como la peste en España. En ambos casos, países socialistas. Ambos Gobiernos la han gestionado como socialistas.
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo