Mínimo nueve euros
Espero turno en la acera, frente a la farmacia. Dos sujetos visten mascarilla suelta, fofa, colgante bajo la nariz, como ya es fashion. Hablamos del engorro añadido, y me permito agregar una reflexión que viene a ser compartida por los presentes: la mascarilla puede y llega a ser un foco más de infección si, como es totalmente humano, el usuario la toca y ajusta intermitentemente, según lo necesite, con guantes o no. Todo ello se dispara una barbaridad cuando calzas el tándem mascarilla/gafas. Sorprendentemente, la concurrencia alaba el método chino/coreano. “Allí lo han hecho bien. Allí te meten un paquete si no llevas mascarilla”. Todos lo aprueban. Perfecto amigos. Una vez más queda patente, a lo largo de este loco y destartalado proceso, la carencia total de orientación, criterio, neuronas. Pero lo bueno de todo esto, lo reconfortante y positivo y aleccionador, para mí, al menos, es el chute de seguridad en mí mismo y lo que hago. Quizir: cuando la mascarilla más económica en el escaparate de la farmacia llega a los indecentes nueve euros… ¿A qué puedo temer? O sea: si me quedaba algo de vergüenza, reparo, modestia y hasta humildad en cualquier sentido y materia, las tiro a la basura, desde ya. Porque, amigas, aquí hay que ir a por todas. Esto es la guerra, la selva y el sálvese quien pueda. Y en el momento en que pagues mínimo nueve euros y te acoples una mascarilla fofa hirviente de virus y bacterias sabiendo lo que sabes y repitiendo lo que se lleva, me estarás demostrando que mañana puedo y debo venderte un libro de cuatrocientas páginas en blanco y pedirte veintitrés con quince euros del modo más convincente. Ya sabemos, está de moda repetirlo, cuántas horas permanece el bicho en los distintos materiales que tocamos. Por eso hay que añadir más objetos: guantes y mascarillas. (Por cierto, si hablamos de material “peligroso” o “infectado”, habrá que habilitar contenedores especiales, como con las jeringuillas o pilas de litio, ¿no?). A poco que uno empieza a reflexionar convenientemente, se topa con la estupidez y la contradicción y, ¡aleluya!, la aceptación sin reserva, el conformismo, entre constante ir y venir de pseudo-paranoia, brillantez, cordura, y vuelta a empezar. Y mucho cuidadito, ciudadano de un país libre, que esto no se puede decir, aunque lo admitas.
Yo tengo una hermosa palabra para todo este tinglado. Permitidme que os la ofrezca toda ella en mayúsculas: DE-CA-DEN-CIA. Un saludo para aquellos trabajadores obligados a vestir mascarilla, especialmente si llevan gafas. Que os sea leve.
Espero turno en la acera, frente a la farmacia. Dos sujetos visten mascarilla suelta, fofa, colgante bajo la nariz, como ya es fashion. Hablamos del engorro añadido, y me permito agregar una reflexión que viene a ser compartida por los presentes: la mascarilla puede y llega a ser un foco más de infección si, como es totalmente humano, el usuario la toca y ajusta intermitentemente, según lo necesite, con guantes o no. Todo ello se dispara una barbaridad cuando calzas el tándem mascarilla/gafas. Sorprendentemente, la concurrencia alaba el método chino/coreano. “Allí lo han hecho bien. Allí te meten un paquete si no llevas mascarilla”. Todos lo aprueban. Perfecto amigos. Una vez más queda patente, a lo largo de este loco y destartalado proceso, la carencia total de orientación, criterio, neuronas. Pero lo bueno de todo esto, lo reconfortante y positivo y aleccionador, para mí, al menos, es el chute de seguridad en mí mismo y lo que hago. Quizir: cuando la mascarilla más económica en el escaparate de la farmacia llega a los indecentes nueve euros… ¿A qué puedo temer? O sea: si me quedaba algo de vergüenza, reparo, modestia y hasta humildad en cualquier sentido y materia, las tiro a la basura, desde ya. Porque, amigas, aquí hay que ir a por todas. Esto es la guerra, la selva y el sálvese quien pueda. Y en el momento en que pagues mínimo nueve euros y te acoples una mascarilla fofa hirviente de virus y bacterias sabiendo lo que sabes y repitiendo lo que se lleva, me estarás demostrando que mañana puedo y debo venderte un libro de cuatrocientas páginas en blanco y pedirte veintitrés con quince euros del modo más convincente. Ya sabemos, está de moda repetirlo, cuántas horas permanece el bicho en los distintos materiales que tocamos. Por eso hay que añadir más objetos: guantes y mascarillas. (Por cierto, si hablamos de material “peligroso” o “infectado”, habrá que habilitar contenedores especiales, como con las jeringuillas o pilas de litio, ¿no?). A poco que uno empieza a reflexionar convenientemente, se topa con la estupidez y la contradicción y, ¡aleluya!, la aceptación sin reserva, el conformismo, entre constante ir y venir de pseudo-paranoia, brillantez, cordura, y vuelta a empezar. Y mucho cuidadito, ciudadano de un país libre, que esto no se puede decir, aunque lo admitas.
Yo tengo una hermosa palabra para todo este tinglado. Permitidme que os la ofrezca toda ella en mayúsculas: DE-CA-DEN-CIA. Un saludo para aquellos trabajadores obligados a vestir mascarilla, especialmente si llevan gafas. Que os sea leve.