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Ernesto Ladrón de Guevara
Martes, 14 de Abril de 2020 Tiempo de lectura:

El enemigo acecha

Llegué a mi segunda residencia de Cantabria justo dos días antes de declararse el estado de alarma y más tarde el de confinamiento de la población, con lo cual quedé atrapado en un piso que compré en un rincón de mi amada Cantabria donde me refugiaba cada vez que me llegaba algún indicio de que mi vida podría peligrar en aquellos años de plomo en los que me tocó la responsabilidad cívica de enfrentarme a ETA con una pancarta que siempre llevaba a las concentraciones de Correos de Vitoria, convocadas desde el Foro Ermua. Un destacado político vasco, en una de esas expresiones públicas de repulsa, llegó a anunciar mi presencia poniéndome la etiqueta de el  “pancartero”.

 

Malvendí una propiedad de mis padres finados, recibida en herencia, para conseguir un refugio y escaparme de la amenaza etarra; o, simplemente, lograr un remanso de paz que me permitiera despojarme de los escoltas que protegían mi vida.

 

Ahora parece que Pablo Iglesias considera que mi segunda vivienda puede ser susceptible de ser utilizada para alojar a gente con problemas, y que el derecho de propiedad debe estar sujeto al interés general. Supongo que Iglesias no considerará que se me podría resarcir con un justiprecio por haber vendido la propiedad de mis padres en malas condiciones para lograr resolver una necesidad vital que era escapar de la amenaza etarra que se cernía sobre mi vida. Esa sensibilidad con gente que no ha sufrido de sol a sol  como mis padres para conseguir una vivienda en la que yo crecí y que luego recibí tras pagar los correspondientes tributos no se nota con los que sufrimos en años no tan lejanos la persecución de sus homólogos leninistas del conglomerado etarra.

 

La situación de confinamiento me impide volver a mi vivienda habitual, situada en Vitoria, mediante unas medidas propias de un estado de excepción que no se corresponden con el estado de alarma; privándome del derecho constitucional de poder desplazarme al domicilio donde estoy censado. Yo no me he desplazado a mi segunda residencia durante el estado de alarma, simplemente he sido atrapado por él. Pero parece que para este Gobierno tener una segunda residencia es pecado mortal.

 

Soy diabético, y, como otras personas con otras patologías que empeoran si no se practica un ejercicio físico diario, tengo una prescripción médica de moverme para no empeorar los niveles de glucosa en sangre.

 

Los perros tienen derechos y necesidades y, sin embargo, una persona como yo tiene menos derechos que un perro, pues al perro se le saca a pasear para que no enferme y yo no lo puedo hacer pese a que tengo un bosque a poca distancia de mi segunda residencia donde no hay ni un alma. Si lo hago parece que soy un asesino o un insolidario social. No entiendo por qué se priva de hacerlo a personas con prescripciones médicas. ¿Tan difícil sería expedir un certificado médico que sirva de justificante, como el que va a trabajar? Mi trabajo es cuidar de mi diabetes para impedir que mi patología se agrave, y eso pasa por quemar mi exceso de glucemia y no agotar mis escasas reservas naturales de insulina obligándome a pasar al estadio de inyectármela. Claro que pedir esto a este Gobierno que permite que los ancianos mueran a porrillo en las residencias o que se les excluya en el orden de preferencia a la hora de ser atendidos en las UCIs, es como creer que el perejil se transforma en una lechuga. A veces pienso si este Gobierno provoca un estado de agravamiento intencionado para sanear las finanzas de la Seguridad Social. Más inutilidad es imposible. Lo dice hasta el PNV, y miren que yo soy alérgico a ese partido. Pues me están resultando hasta simpáticos los nacionalistas, con lo que se demuestra el axioma que no hay nada malo que no pueda empeorar.

 

Estoy un poco harto ya del “Resistiré” pues no sé si es a la pandemia a la que he de resistir o a los canallas que provocaron que ésta se extendiera con aquel nefasto ocho de marzo que la gente está olvidando, donde el virus se extendió como la pólvora. No había razones de alarma. Y cuatro días más tarde se declara el estado de alarma. No se puede ser más impresentable.

 

He decidido no abrir más vídeos y mensajes de la conspiración mundial, porque he llegado a la conclusión de que a mi diabetes puede añadirse un síndrome neurasténico.

 

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