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Pablo Mosquera
Sábado, 25 de Abril de 2020 Tiempo de lectura:

José María Calleja

Desgraciadamente, era verdad. La noticia me sorprendió entre cifras y tendencias epidemiológicas. Y, de pronto, descubro que entre esos números hay uno que tiene nombre que forma parte de mi propia historia. Esa que algunos escribimos luchando por la libertad en el País Vasco. Y no pude por menos que exclamar. ¡No es posible. Todos los que lograron evitar con valor a los asesinos de ETA, no pueden estar al alcance de un virus!

 

A partir de esa reflexión, vuelven a mi mente los recuerdos. Aquella maldita tarde-noche en enero del año 1995. La espera en el Ayuntamiento de San Sebastián de la llegada con el cuerpo de Goyo Ordoñez. Los ojos arrasados por lágrimas. La piel erizada por el terror. Era como si presintiéramos que nosotros podíamos haber sido la víctima. Y fue José Mari el que pronunció la frase. ¡Van a por todos nosotros!

 

Calleja era un leonés bravo, con enorme sentido del humor y capaz de convertir al informativo de la televisión pública vasca, en el espacio de mayor audiencia. Le había dado su impronta. Era rápido y muy dinámico. Pero en las distancias cortas, aun era mejor. Luchador y testigo desde su trabajo en la agencia EFE, conocía, desde Guipúzcoa, la tragedia que se vivía en la Euskadi del plomo, páginas de sucesos y clandestinas honras fúnebres en los cuarteles del Benemérito Instituto, cada vez que uno de sus agentes pagaba con su vida el servicio a España.

 

Me entrevistó cada vez que fui candidato. Me hacía crecer con sus preguntas y con sus gestos. Era como si me animara a seguir la senda que habíamos elegido por dignidad. Y así entabló amistad con gentes de la estirpe de Goyo Ordoñez. Así me hice comprender por el profesional. Nadie se podía explicar que a un tipo tan listo y tan español como José Mari lo admitieran al frente del informativo más trascendente en el aparato de manipulación de masas que controlaba el PNV.

 

Luego las distancias se acortaron. Su hermano era muy amigo de un navarro que militaba en Unidad Alavesa: Juan Luis Barbería. Nunca olvidaré la comida que tuvimos en la sociedad -Xoko- del tío Benigno. Allí nos juramentamos y dejamos clara constancia de los motivos que nos impulsaban a luchar contra el fanatismo a riesgo de nuestras vidas.

 

Cubría a pie muchas de las manifestaciones que en la hermosa ciudad de Goyo Ordoñez se fraguaban para animar a los españoles a seguir en pie, para que sintieran que había políticos dispuestos a dejarnos la piel en aquella tierra de la que trataban, con sus conceptos, como de su propiedad, los nacionalistas, dónde unos movían el árbol y otros recogían las nueces.

 

Tenía su propio riesgo. Vivir en aquella provincia del norte. Ser el marido de una profesora de instituto. No dejarse atemorizar por nada y nadie. Hacer las preguntas más comprometidas que fueran directas a la ceja de aquellos desalmados de HB.

 

Tengo algunas anécdotas que muestran cómo era aquella vida donde algunos éramos prisioneros condenados a muerte por una funesta Inquisición. Aquella que decía ser el espíritu de Euskadi en guerra con España, y lo mismo que asignaba certificados de "pueblo vasco", a otros nos declaraba enemigos de Euskal Herria, lo que llevaba aparejada la condena a muerte que sus comandos de "gudaris" trataban y cumplían en la medida que sus víctimas éramos accesibles.

 

Hubo tres grupos de gente. Los que formaban parte de la revolución para hacer del mito fuente de derechos colectivos y bandera para el enfrentamiento, donde siempre mataban los mismos y siempre morían los mismos. Los que se adaptaban y pasaban desapercibidos, cruzándose de acera cuando nos veían llegar con nuestros escoltas. Los rebeldes como Goyo, José Mari, yo mismo; que a duras penas disfrutábamos de la vida, pues bastante hacíamos para evitar que no nos la arrebataran con un tiro en la nuca o una bomba.

 

Hacía muy poco que ZP había logrado la secretaria general del PSOE. Mandó a su hombre de confianza a una manifestación en Donostia. Al finalizar, todos los medios de comunicación querían saber cómo era Pepe Blanco. Le pusieron los micros para que valorara los acontecimientos. Cómo sería la intervención del nuevo dirigente nacido en Palas de Rey, provincia de Lugo, que nadie logró entender al diputado en Cortes por Lugo. Como quiera que Calleja era socialista, nada más terminar la referida alocución y antes de que se marcharan los periodistas, hizo aquel gesto tan propio del periodista y hombre sagaz... "lo que os ha querido explicar José Blanco... y actuó de traductor o corrector del anterior discurso. Una vez hecha la faena de aliño, se volvió hacia mí y me dijo. "Oye, Pablo, este debe estar acostumbrado al gallego o es que estamos ante una espacie de garrulo que supera a los de aquí, que ya es decir...".

 

Calleja era un brillante tertuliano. Cuando aparecía en la televisión marcaba distancias por la derecha y por la izquierda. En sus expresiones, análisis y conocimiento profundo. Era mucho más que un periodista. Se notaba su inteligente filosofía para poner orden en aquellas tertulias partidarias. Y con mucho, la persona que mejor supo contar la vida en aquella Comunidad Vasca, dónde una vanguardia española defendíamos la dignidad de ser ciudadanos a la conquista de las libertades.

 

Será muy complicado recuperar una personalidad como la que el virus se nos ha llevado. Inteligencia, sensibilidad, comunicación, valentía, honestidad, empatía y sentido del humor.

 

Hasta siempre, compañero...   

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